¿Quién
dijo que para hornear un buen libro es necesario tener buenas ideas? Para tener
una idea jugosa y suculenta, es necesaria la buena alimentación. Para comer en
condiciones, es necesario tener algo de dinero. Para ganar un sueldo,
generalmente hay que trabajar. Y para currar, uno no sabe lo que hacer… Así
que, el autor, el ilustrador, aparca las buenas ideas y los buenos libros, y se
decanta por la supervivencia, es decir, tres o cuatro títulos mediocres al año
que le provean de suficientes víveres y, si suena la flauta, se lleva alguna
que otra alegría.
Lo
mismo sucede con las editoriales, esas empresas empeñadas en hacerse de oro a
base del estoico esfuerzo de otros y unas campañas publicitarias concienzudas
en las que se vende mucha cultura volátil y novedades que no lo son tanto.
Vamos, lo que se llama un negocio redondo…
Todo
esto debe llevarnos a pensar que, hoy en día, publicar un libro no es una tarea
imposible, sino todo lo contrario… Hasta el más lerdo puede ver impresas sobre
un buen papel sus ideas más estúpidas, prueba de ello es la ingente cantidad de
obras infantiles que ven la luz cada año y que, al siguiente, caen en el
olvido. Una trascendencia efímera que llena el curriculum vitae de
cuentacuentos, chirivainas y otros jetas, que han optado por la literatura
infantil para abrirse un hueco en el mercado lijero y subsistir a base de
subvenciones estatales, hordas de bibliotecarios progres y algún editor
incauto.
Por
una parte, tanto morro es para aplaudir, y por otro dan ganas de quemar en la
hoguera a tanto autor/lector/comprador advenedizo que llena los estantes de
bibliotecas públicas y personales de mierda ilegible. No tuerzan el morro.
Saben que vigilo pacientemente mis impuestos (esos que políticos y empresarios
menosprecian y desperdician sin mesura) y me parece una desfachatez que sirvan
para enriquecer a escribientes de tres al cuarto que no saben quiénes son
Maurice Sendak, Arthur Rackham o Kate Greenaway, pilares básicos de la LIJ
cuyas obras hay que conocer y estudiar antes de ponerse a vueltas con el
bolígrafo.
Y
a los editores les diré “Que sí, que sí... Sé que quieren comerse su parte de
ese suculento bocado que constituye el negocio de los libro-álbumes, las
ilustraciones infantiles y la tapa de cartoné, pero por favor, sigan el ejemplo
de los conejos de Satoe Tone y, antes de arrancar La zanahoria gigante (editorial La Fragatina), ¡piensen qué hacer
con ella!”
2 comentarios:
Me parece muy interesante tu planteamiento. Hay cuentos ilustrados maravillosos y otros que es mejor no conocer.
Pero a mi parecer hoy hay mas conciencia sobre el tema en cuestión y por lo tanto la calidad tiende a ser mayor.
Que tengas una feliz semana. :)
Pues estoy muy de acuerdo.
Carmen
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