Inmerso en la época de exámenes (esto de que los políticos
nos presionen para tener un éxito escolar palpable nos va a quitar la vida),
necesito algo con lo que distraerme mientras corrijo, así que, dejando a un
lado el mermado mercado de novedades (es lo que tienen los primeros meses del
año) y habiéndome percatado de que nunca me había detenido en uno de mis
ilustradores españoles favoritos (me declaro absoluto fan), aquí me hallo, trayendo
a la palestra al genio y figura de Francisco Meléndez.
Seguro que los recién llegados al mundo de la LIJ, muchos de
los que se pirran por Benjamin Chaud, Shaun Tan y Oliver Jeffers, este nombre
les sonará a chino, pero el caso es que este señor ha dado al mundo del álbum
en particular, y de los libros infantiles en general, títulos sobresalientes que
deberían publicarse sin parones en muchas lenguas del mundo. Pero como esto no
es así (ya saben: las modas, los intereses comerciales, el mismo rollo de
siempre…), le toca al Román hacer un poco de justicia con la obra de este maño.
Francisco Meléndez (Zaragoza, 1964) ingresa a los quince
años en la escuela militar como corneta. Aunque allí practica el dibujo y
cultiva la música, la literatura o la historia, abandonó a los pocos meses la
idea y piensa que lo mejor será surcar los océanos como marino mercante y viajar
por el ancho mundo. En el camino se le cruza el amor y se tiene que quedar en
Aragón. Entre pitos y flautas cumple la veintena y realiza sus primeros
trabajos como ilustrador para el Ayuntamiento de Zaragoza, un tríptico y El hombre del aire libre (1984), un
libro editado por la misma entidad, con texto de Rafael Gastón y de clara
orientación ecologista, por el que (según cuenta Meléndez) le timan.
Después de este primer trabajo, se encarga de ilustrar El valle de los cocuyos, un evocador
relato de la colombiana Gloria Cecilia Díaz Ortiz enmarcado en el realismo
mágico y que es galardonado con el premio Barco de Vapor en 1985. Aquí ya se
puede observar su trabajo delicado y detallista en el que da buena muestra del
proceso de investigación sobre la iconografía precolombina que impregna sus
imágenes.
Un año más tarde (1986), trabaja para La oveja negra y demás fábulas, un libro de Augusto Monterroso
(Alfaguara), por el que recibirá el premio Nacional de Ilustración de libros
infantiles y juveniles al año siguiente, un reconocimiento institucional que le
hace despuntar entre los nuevos ilustradores que continuaban la labor renovadora
de la llamada generación del 70.
Es así como Meléndez se prepara para la que, bajo mi
criterio, es una de sus mejores obras, las ilustraciones para El cascanueces y el rey de los ratones,
de E.T.A. Hoffmann, publicado por Montena en 1987. Sí, les confieso que para mí
es una de las ediciones más bellas de la obra, no sólo por el estilo de esas
ilustraciones con aguadas planas que recuerdan a otro tiempo, sino por las
composiciones tan estudiadas que beben de la tradición. Sí, lo digo
tal cual: forma un trío inmejorable junto a las versiones de Maurice Sendak y
Roberto Innocenti.
Meléndez sigue ilustrando y en 1989 publica El verdadero inventor del buque submarino
(Ediciones B), que firma como Annibal Gobelet, uno de los personajes del libro.
Esta historia de corte clásico que narra la creación del submarino como
producto de la inspiración amorosa (¡No me digan que no es bonito!), es para
mí, su mejor obra, ya que constituye un inmejorable ejemplo de álbum ilustrado
moderno en el que ilustraciones, texto y ¡caligrafía!, se conjugan
armoniosamente para crear una producción única e irrepetible.
Llamo la atención
sobre el gran trabajo de investigación previo (denótese el deje barroco en él),
el uso del color y su genial composición. Así es como el libro obtiene una
mención al libro mejor editado en la feria LIBER (1990), el Premio Nacional de
Ilustración (segunda vez) en 1992, y la Medalla de Plata en la exposición Schöntes Bücher Alles Welt (les
traduzco: Los libros más bellos del mundo)
de Leipzig, lo que llama la atención de editoriales afamadas internacionalmente como
la neoyorquina Harry N. Abrams (N.B.: Edición en inglés que poseo pero que les aviso,
carece de algunos elementos caligráficos maravillosos que sí recoge la edición
española).
Un año más tarde, 1991, ve la luz Leopold: La conquista del aire, un libro que, como en el caso
anterior, va firmado bajo el nombre de Oskar Keks y nos cuenta la historia
de tres estudiantes universitarios que descubren los apuntes de un profesor un
tanto chiflado que les invita a volar (¡Acudan a una biblioteca y descubran
quién de los tres lo consigue!). En esta obra mucho más colorista que la
anterior (las aguadas son más intensas), encontramos cierto aire victoriano y perspectivas
cinematográficas que provocan que la productora Walt Disney/Touchstone Pictures adquiera
los derechos de este libro para su adaptación cinematográfica, probablemente por
el director Tim Burton (No sé yo si se merecería tanto este director, la verdad), un proyecto
que hasta la fecha se desconoce (Y lo que te rondaré, morena...).
Tras estos dos álbumes deliciosos ven la luz otras tres
obras de su autoría bastante llamativas, El
viaje de Colonus (Aura Comunicación, 1992), Kifuko Yep-yep Nami-gu (Yep-yep, el primer Homo sapiens) (Ikusager,
1992) y El peculiar Rally París-Pekin
(Aura Comunicación, 1993). Los tres son muy diferentes pero igualmente interesantes.
El primero es un libro en acordeón (unos cuatro metros de largo) que narra el
viaje del almirante hacia el descubrimiento del Nuevo Mundo, el segundo bebe de
la estructura del libro-manual sobre antropología estrambótica (también lo
pueden llamar pseudo-informativo si quieren), y el tercero trata sobre una
carrera donde el humor es el santo y seña.
No hay que olvidar el buen puñado de ilustraciones para
obras narrativas como Jacobo no es un
pobre diablo de Gabrielle Heiser (SM), Los
buscadores de tesoros un clásico de Edith Nesby (Alfaguara), Los cuentos de mis hijos de Horacio
Quiroga (Alfaguara), Los viajes de
Gulliver de Jonathan Swift (SM,), Los
Machafatos de Consuelo Armijo, los Ocho
cuentos del perrito y la gatita de Josef Capek (Austral Juvenil), la serie
de Cuentos del pastor de E. Monterde
(Montena), La isla de las ballenas de
Juan Ignacio Herrera (Júcar), Sacha en el
reino de los árboles, y Once animales
con alma y uno con garras ambos de Ciro Alegría (Alfaguara), La huída de Antonio Martínez Menchén (Espasa-Calpe),
Cuentos que me contaron de Gabriela
Sánchez (Fundación Nueva Empresa), La
noche de las papeleras de Eugenia Marquina (Diputación General de Aragón), Viaje a una casa tradicional aragonesa del valle medio del Ebro de José Aznar Grasa (DGA), las Aventuras de Mr. Boisset entre
otras. A todo esto hay que añadir la portada de un vinilo sobre folklore.
Tras una década de trabajo desenfrenado, Francisco Meléndez
desaparece, un hecho un tanto misterioso que acrecenta todavía más su leyenda. Según
cuentan sus notas biográficas en los perfiles editoriales de Espasa-Calpe y
Libros del Zorro Rojo, Meléndez se recluye en silencio y abandona su oficio
tras la muerte de un ser querido. Elige vivir en un monasterio (dicen que de
monjes Cartujos) y se dedica a otros menesteres, sobre todo espirituales y
filantrópicos, entre los que destaca la fundación de la agrupación
socioeducativa ’ãl-May’ãrî-Valmadrid, que promueve el trabajo artístico entre
niños y adolescentes al margen de los cánones académicos. Les recomiendo que se
pasen por el sitio de esta asociación pues alberga trabajos gráficos
excepcionales entre los que destaco uno dedicado a la mineralogía más que
notable (y que he utilizado en mis clases).
La últimas noticias que tenemos de él son la publicación de Los diarios de Adán y Eva (Libros del
Zorro Rojo, 2010), un excepcional regreso al mundo editorial de este hombre que
elige el dibujo a grafito como único vehículo comunicativo. No olvidemos tampoco algunos trabajos
y publicaciones para la Universidad de Zaragoza y revistas especializadas.
Se ha hablado mucho y bueno de las ilustraciones de este
hombre, para mi gusto atemporales pero muy fácilmente reconocibles, pues Francisco
Meléndez sabe moverse, saltar por diferentes temáticas y tiempos, algo que se
relaciona con la faceta de investigador y estudioso de la ilustración. Al mismo
tiempo hay que llamar la atención sobre la época en la que desarrolla la mayor
parte de su obra, los años 80 y 90, algo que le aupa como un autor de
transición entre la cantera de ilustradores de los setenta que revolucionan y
abren al mundo la ilustración infantil española, como Miguel Ángel Pacheco o Asun
Balzola, y las nuevas tendencias gráficas que trae el nuevo milenio, a las que indudablemente también puede adscribirse Meléndez. De los
primeros tomaría el auto-didactismo, el tándem tradición-vanguardia que tanto
abunda en Europa, y una búsqueda por la originalidad. De los segundos la
universalidad y el diálogo interior. En resumen, Meléndez pertenece a una
posmodernidad con un gran abanico de recursos contemporáneos, que Ana G. Lartitegui ha definido como "un valor extemporáneo, una voz inimitable".
Sobre las impresiones que percibo de su obra, quiero destacar, por un lado, la capacidad que tiene para transmitir los estados más íntimos del ser humano -la soledad de sus personajes me embriaga-, y por otro, la facilidad con la que capta el lado más animal de nuestra naturaleza, pues algo salvaje, descontrolado y desequilibrado, emerge de sus escenas, pues todo se desborda cuando habla de fiesta, los rostros se desencajan en las peleas, y el amor es rotundo. Y todo ese exceso, me encanta.
Sobre las impresiones que percibo de su obra, quiero destacar, por un lado, la capacidad que tiene para transmitir los estados más íntimos del ser humano -la soledad de sus personajes me embriaga-, y por otro, la facilidad con la que capta el lado más animal de nuestra naturaleza, pues algo salvaje, descontrolado y desequilibrado, emerge de sus escenas, pues todo se desborda cuando habla de fiesta, los rostros se desencajan en las peleas, y el amor es rotundo. Y todo ese exceso, me encanta.
Lo han comparado con ilustradores como Dusan Kallay o Fréderic Clément, han dicho que
su estilo tiene elementos del falso naïve, de la pintura religiosa italiana, del
surrealismo, la pintura barroca, e incluso de los artistas indígenas. También
que es fantástica, onírica y evocadora. Han dicho tantas cosas de él (a las que
ha restado importancia, según comentan los que lo conocen), que yo creo que es
único, que bien pensado, no es poco.
Para saber más sobre este artista, unos cuantos enlaces:
2 comentarios:
Gracias por la entrada dedicada a Francisco, si queréis acceder a más material suyo podéis hacerlo en Issuu o en mis ábumes del FB (en issuu hay enlace a mi perfil), Saludos
http://issuu.com/alfonsomelendez
(ni caso a la cuenta de gmail que sale, que no he sido capaz de cambiarla ;¬)
Me parecen magníficas las apreciaciones que nos acercan a la personalidad y mundo interior del ilustrador. Está además escrito con una pasión admirable que, sin duda, va a engancjar al lector de esta página.
Publicar un comentario