Cada vez se hacen más duros los lunes. Es oír el despertador
y echarme a temblar. ¡Cómo están los cuerpos! ¡Hechos bicarbonato! No es de
extrañar pues el fin de semana ha sido un no-parar. Que si locuras familiares,
una de limpieza exhaustiva, juerga sin freno… Y así sucede, que los años no
pasan en balde y recuperarse es harto difícil. Sí, sí, lo sé, me repito mil y
una veces eso de “Déjate de juergas y quédate en tu casa, so melón”, pero es
que no hay quien se resista a una buena dosis de jarana.
Por mucho que los cuarentones vivan encantados con el
tardeo, ese invento albaceteño-murciano-alicantino que está cobrando cada vez
más adeptos (así los padres pueden levantarse tempranico y hacerse cargo de sus
vástagos), un servidor es muy fan de la nocturnidad y alevosía. No es lo mismo
entregarse a ciertos menesteres en la oscuridad que hacerlo a plena luz del
día. Y es que la noche y la luna tienen gran parte de fantasía.
Esto no quiere decir que me guste vivir de noche, pues no
padezco de insomnio (debe ser una putada eso de no pegar ojo), ni soy de esos
que se acuestan a las tantas a golpe de serie o película, pero sí he de reconocer
que hay que rendirse ante los encantos de la luna que mengua y el libre
albedrío cuando sea menester, dejar que el cuerpo se embriague de tales fuerzas
y elixires. Pues no es lo mismo propinar un beso de amor, contar un cuento o
celebrar un evento bajo la luz de las estrellas, que a la hora del almuerzo.
Si no me creen les invito a disfrutar de Diez cerditos luneros, un álbum escrito por Lindsay Lee Johnson e
ilustrado por Carll Cneut (ediciones Ekaré), en el que unos cerdos muy
soñadores (y poco somnolientos) deciden abandonar la cama para aventurarse en
la noche. Con cierto deje a otros álbumes que ensalzan los valores nocturnos
como La cocina de noche de Sendak o El maravilloso viaje a través de la noche
de Heine, este libro abandona la fantasía como valor intrínseco del universo de
la oscuridad y los sueños, y se dirige hacia derroteros más realistas y
sugerentes. A ello hay que añadir la gran compenetración entre texto e imágenes,
una que proporciona al lector varios discursos y le ayuda a interactuar como
espectador y participante.
Sobre las ilustraciones del maestro Cneut decir que son
inmejorables. El contraste entre las sombras (¿Adivinan qué otros animales
viven en el resto de casas?), el ecosistema azulado que envuelve a las figuras
de los protagonistas (N.B.: Si lo comparan con la última escena del álbum en la
que despunta el sol, verán el contraste), la presencia de la luna y su luz (me
encanta la escena en la que queda velada por culpa de las nubes) y un ejercicio
compositivo que imprime mucho movimiento, hacen de este libro una delicia para
soñar solo o acompañado.
¡Ah! Y no pierdan de vista a ese cerdito lector y el libro que lo acompaña durante toda la acción.
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