Mi sobrino se pasa el día acechando. No sabemos qué, pero
mira que te mira, acaba encontrando. En el techo, en lo alto de una mesa, en
los botones, en la espuma del estropajo. Intuye su figura, los observa con
detenimiento. Unas veces tranquilo y otras extrañado. De pronto, se sonríe como si se hubiera topado con algún hallazgo. Dirijo mis ojos hacia donde él
posa los suyos. De repente, también lo veo. ¿El tostador? Me mira, nos miramos, y creo que
los dos hemos encontrado lo que andábamos buscando. No sé si lo mismo (pues la imaginación también se apunta al juego), pero lo cierto es que algo se mueve ahí debajo. Un león, un búho, quizá un
elefante... La chispa adecuada lo llamábamos.
Darle al interruptor y ver como se enciende la bombilla. Los calambrazos que propinan algunos enchufes. Motores sonando. No cabe duda, lo suyo son los
electrodomésticos, los robots y los vatios. Los animales eléctricos, vaya. Esos que
conviven con nosotros, como fieles mascotas, como gnomos contemporáneos. Y si
no los ves, es que no has elegido el voltaje adecuado, pues sólo necesitas
recitar unos versos encantados...
Sobrina de los faros,
prima de las linternas:
la jirafa alumbra.
Por eso la siguen
insectos,
recuerdos de verano,
y planetas aún no descubiertos.
María José Ferrada.
La jirafa.
En: Los animales eléctricos.
Ilustraciones de
Toyohiko Kokumai.
Traducción de Kazumi
Uno.
2019. Barcelona: A buen
paso.
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