Me he pasado la vida intentando adivinar cómo es la gente
con la que coincido en el metro, en el vestuario de la piscina o en las charlas
sobre Literatura Infantil. Actúo como un escáner. Es un juego de observación
necesario para mí. Estoy atento a cualquier detalle que me pueda proporcionar
algún dato que refleje el origen, los intereses o los puntos débiles de una
persona. Empiezo por los zapatos, termino por la forma de las gafas y me
detengo en pendientes, tipo de coche o el vocabulario usado.
No se crean que es fácil pues hay que tener en cuenta
demasiadas variables. No es lo mismo usar zapatos de plástico que unos de piel…
No todo el mundo saber combinar el color de su pañuelo con el del abrigo… Hay
hombres que usan bolso y otros que no… Hay mujeres que usan tacones y otras zapatos…
¿Sabían que profesoras, peluqueras y agentes comerciales difieren en marcas de
ropa?... Usar un bolígrafo de los de toda la vida no tiene nada que ver con una
estilográfica reluciente... ¿Laca o gomina?
Y con todos estos datos y un poquito de tiempo, soy capaz de
elaborar un retrato robot de cualquiera que logre acercarse. Les sonará
presuntuoso, quizá algo mágico, pero lo que tengo claro es que observa que te
observa, a veces das en el clavo. Con ello no quiero decir que siempre acierte,
pero al menos me divierto cuando constato las coincidencias con la realidad o
si por el contrario me he columpiado.
Les invito a que practiquen este juego, pues unas veces nos
ayuda a desarrollar la inteligencia emocional, otras a entrenar nuestra
capacidad de imaginar (iba a decir soñar, pero puede que no sea para tanto),
también a sopesar nuestros prejuicios (que no son pocos, prueba de ello son las
sorpresas que nos llevamos) y sobre todo a poner a punto nuestras dotes como
acérrimos observadores (se dediquen a escribir novelas, enfermedades
infeccionas o a avistar pájaros).
Mientras me cuentan sus experiencias yo me quedaré aquí
sentado disfrutando de uno de esos libros que dan un giro a tu mente, se
divierten con ella, y la ponen a trabajar. Porque Unas personas, con texto de Jairo Buitrago e ilustraciones de
Manuel Monroy (editorial Océano Travesía), no es para menos.
En primer lugar hay que decir que es un álbum que habla de
lo colectivo desde la perspectiva individual de un voyeur que capta pequeños
instantes de las vidas de sus vecinos: una niña, un par de amigos en un balcón
y unos cuantos personajes más. No obstante, hay algo que no llegamos a
comprender. ¿De dónde saca todas esas conjeturas? ¿Acaso está viendo algo que
nosotros no discernimos?
Las páginas van pasando hasta que llegamos al final, en el
que un plano general nos deja entrever algunos de los detalles que el autor nos
ha ido dejando ver a lo largo de la narración. Observamos como esas personas de
quienes nos ha estado hablando, en realidad constituyen la biota de un
ecosistema antrópico llamado barrio y que todas ellas se encuentran
entrelazadas de una u otra manera, algo que me ha hecho recordar obras como La colmena.
Si a ello añadimos unas ilustraciones donde la luz es
desbordante, donde la voz de unos actores desdibujados (¿Acaso no podríamos ser
tú o yo? Seguro que sí) en escenarios que recuerdan sobremanera a los de Hopper
y sus contemporáneos, la historia puede trasladarse a otros contextos, a otros
vecindarios en los que se hace más importante sobrevivir con la ayuda de todos que no hacer uso de una única mano.
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