jueves, 22 de febrero de 2024

El reino de la quincalla



Ya no se lleva eso de visitar chatarrerías y desguaces. Recuerdo cuando yo tenía mi forito (diminutivo del Ford Fiesta, todo un clásico) y se rompía un faro o el guardabarros. Iba al desguace, preguntaba por el modelo y en un santiamén tenía la pieza de repuesto para arreglarlo con mis manos.
Ahora dile tú a cualquier niñato que acuda a uno de estos lugares..., que te suelta con la palanca de cambios en los morros. Que para eso tiene esclavos (léanse los padres). Y si ellos no atienden a sus llantos de nene desvalido, siempre queda el servicio oficial, que además de costarte el triple, es más fiable.


¡Con lo que me gusta a mí una chatarrería bien llena de quincalla! La peña no sabe lo que se pierde. Montones de tesoros escondidos entre la basura, entre la morralla. Será que tengo el síndrome de Diógenes y valoro todo tipo de escoria. Así pasa, que almaceno montones de objetos y me las veo negras para encontrar la necesaria. 


Lo único que deben tener en consideración es que no les engañen con el precio, pues además de ser objetos en desuso, intentan tangarte lo que no está escrito y hacerse de oro ("No hay trapero pobre", mi abuelo dixit). Que una cosa son las joyas y otra, los herrajes. Y así, con estos consejos sobre chatarra, llegamos a ¿Puedes encontrar el brazo de mi robot?, un álbum de Chihiro Takeuchi que acaba de publicar Océano Travesía.


Una mañana, un robot se despierta y descubre que le falta un brazo. Él y su mejor amigo buscan dentro y fuera de la casa, en un jardín, en una feria, en un acuario, en una biblioteca e incluso en una tienda de caramelos, pero no lo encuentran. Intenta sustituirlo por una piruleta, una raspa, un tenedor, pero nada le sirve al robot. ¿Conseguirán dar con ella?


Su autora, a base de imágenes monocromas y elaboradas a base de cartulina negra y una cuchilla, nos interna en escenarios sugerentes y cargados de detalles. Nos invita con humor a explorar un universo muy particular que me ha recordado al Excentric Cinemá de Coron y a esos juegos de recortes infantiles que tanto gustaron a H. C. Andersen. Una colección de maravillas que no se pueden perder. Y si encuentran el brazo, mejor. 

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