miércoles, 20 de marzo de 2024

El infortunio del batracio


Hay días que uno no debería salir de la cama. Y no es que yo sea de esos que prefiera esconderse a confrontar la realidad, sino más bien de los que piensa que quien evita la ocasión, evita el peligro, sobre todo para lo demás.
Sí, queridos, hay gente que despierta en mí cierto instinto asesino y me es muy difícil controlarme. No es que sufra de bipolaridad u otro tipo de trastorno psicológico (o eso pienso), pero a veces te rodean los anormales y ni los sicarios rusos pueden protegerte de ellos.
¿Qué le hecho a todos esos gilipollas que se empeñan en relatarme sus penurias y demás basura? ¿Ser cortés? Los oyes hablar y te echas a temblar. Todos te repiten los mismos sermones de crecimiento personal. Mucho autocuidado. Traumas de adolescencia a cascoporro. Todo les parece tóxico menos ellos. Usan una verborrea tan babosa, tan pueril y desquiciante, que necesitan que alguien les meta un zapato en la boca.


Lo que más me jode es que luego te dan las gracias por todo y añaden que “tienes mucha capacidad de escucha”, cuando lo que en realidad tengo es mucha educación por no mandarlos a la mierda.
Al final tendré que acudir al especialista para que me explique qué hago mal para que cualquier triste de la vida se arrime con tanto fervor a mi persona. Mira que no me corto ni un pelo en mi discurso, pero ellos echan mano de sensiblerías y demás metáforas terapéuticas para justificarse ante mí. No hay cosa que más me joda en este mundo que los aprendices de mártires.
Tendré que hacer de tripas corazón y sufrir en silencio a todos estos sacamantecas cuyo único fin en la vida es menospreciar a todo el que se cruza en su camino y aprovecharse de la atención que se les presta. ¡Como si los demás no tuviéramos bastante…! En parte me dan jin-da-ma.


Y me voy a callar porque lo que menos quiero es terminar como el protagonista del libro de hoy. Tarde de sapo es un álbum de Maite Mutuberria y publicado por Kalandraka que nos cuenta la historia de un batracio que, durante el transcurso de la tarde y sin mucho que hacer, es visitado por un buen puñado de insectos tocapelotas que intentan mitigar su supuesto aburrimiento. Todo empieza con el mosquito que empieza a volar alrededor del sapo, hasta que este se cansa y se lo zampa. A este le sigue el caracol, la mosca, el escarabajo y la mariquita. Le llega el turno al saltamontes. ¿Se lo zampará también?


Aunque este álbum está dirigido a primeros lectores, tiene elementos de sobra para encandilar a cualquier espectador. El primero es la estupenda caracterización de los personajes. Ese sapo que parece una estatua, casi una mole comparado con los insectos pizpiretos y encantadores que intentan alegrarle la vida. El segundo son esos detalles que imprimen salero a la acción como la alternancia de planos, la secuenciación del vuelo del mosquito o el engordamiento del protagonista. Por último decir que me encantan las voces del mosquito, del sapo y el saltamontes. Tan cercanas a esas onomatopeyas que atrapan siempre a los pequeños.


Un librito muy bien traído en el que subyace una historia bastante curiosa (¿Se han fijado en los gorritos de fiesta que visten todos los personajes?) y que hace una parodia muy animal de la clásica historia de David y Goliat donde, paradójicamente, sale bien jodido el que no ha dicho ni pío. Como en la vida misma...

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