lunes, 7 de abril de 2025

Juegos de artificio


Por lo que tengo entendido, los críos de hoy día no se entretienen con cualquier cosa. Ya no les sirven las piedras, el barro o los palos. Ni siquiera les vale con la montonera de juguetes que con tanto esmero les regalan por su cumpleaños o por Navidad. Nada es suficiente para ellos. ¿O quizá para sus padres…? ¡Equilicuá! ¡He aquí el quid de la cuestión!


Yo no sé ustedes, pero yo solo veo montones de padres que buscan acicates con los que rizar el rizo en el universo lúdico de sus hijos. Hípica, kite-surf, robótica, paddle, waterpolo, gafas de realidad virtual y hasta campus de inteligencia artificial. Unas aficiones de altos vuelos con las que buscan entretener a sus hijos. ¿Y esto? ¿A qué se debe?
En primer lugar tenemos la culpa. Los padres se pasan el día en sus respectivos trabajos y desatienden incesantemente a sus hijos, algo que sucede también cuando están con ellos porque: “¡Yo también necesito tiempo para mí!” “¡Es muy duro todo esto!” “¡Como no desconecte me voy a pegar un tiro!”
En segundo término tenemos los complejos paternos proyectados sobre la realidad filial. Y es que, amigos, hay mucho traumatizado en esto de la crianza. Gente que en su tierna infancia no ha tenido un duro y soñaba con los fuegos (¡Ups, quería decir "juegos"!) artificiales de Beverly Hills 90210 y las sitcoms de clase media americana, se dedica a relanzar sus frustraciones de forma exponencial.


Me acuerdo cuando mi madre nos llevaba al médico y, mientras esperábamos (¡Las colas de los ochenta sí que eran colas!), nos entreteníamos con montones de juegos, sobre todo verbales. Enlazábamos palabras por la última sílaba, nos inventábamos otras tantas, repetíamos refranes, trabalenguas y coplillas y modificábamos los que ya conocíamos. Todo ello aderezado con pequeñas riñas que se olvidaban fácilmente.
Hoy en día, cuando algún nene se aburre, el padre o madre de turno le endiña en móvil y la criatura se pasa las horas embobado con las gilipolleces que pasan ante sus ojos, su encefalograma se vuelve plano y sus padres lo aparcan como un objeto inanimado que no necesita atención. ¡Espabilen, coño! Que lo que necesitan los críos es tiempo de calidad.


Para que vayan inspirándose, hoy les traigo ¡Ahora tú! un libro de William Cole y Tomi Ungerer que ha publicado la editorial catalana Entredos para disfrute de los monstruos menos dormilones. Con el subtítulo de Un libro para ir a dormir, los autores nos invitan a conocer las peripecias nocturnas de Frances y su padre, un hombre con mucha inventiva que sabe esquivar las intenciones de una hija nada somnolienta. Así, el hombre le propone un pequeño juego de expresiones faciales. ¿Sabrá poner cara de enfado? ¿Y de sorpresa? ¿De distraída? ¿Y tú, sabrías?


Este librito, además de darnos las buenas noches con una historia bien simpática, se interna en las relaciones paterno-filiales desde una perspectiva lúdica que Ungerer se encarga de aderezar con detalles animales. Un búho, una cabra y otros cuantos personajes más acompañan las muecas de la protagonista para hacer las delicias de los utilitaristas de la LIJ. Para los que quieren seguir jugando les propongo una variante: tápense la mitad inferior de la cara con este libro abierto y esperen que el otro adivine que cara están poniendo.

viernes, 4 de abril de 2025

Guarros pero naturales


Desde que una catedrática nos explicó que si los extraterrestres nos visitaban, les pareceríamos organismos cubiertos de mocos, empecé a entender el mundo de la escatología desde otro prisma.


No es por nada, pero la cera de los oídos, la grasa del pelo, el sudor, las lágrimas o el esmegma son secreciones que los seres vivos producimos para combatir la sequedad ambiental. Como nuestro origen es acuático y abandonamos ese medio para conquistar los nichos ecológicos terrestres, tuvimos que protegernos del medio aéreo gracias a moléculas que, como los polisacáridos, retuvieran agua en su seno.



No obstante, nunca viene mal algo de higiene y decoro, que si nos dejamos llevar por nuestra naturaleza, podemos terminar como los protagonistas del poemario de hoy: eructando, llenos de caspa y con uñas kilométricas. Todo un catálogo de chiquillos muy cochinos que merece la pena conocer y disfrutar a carcajada limpia.

En el pañal de Juanito,
he encontrado un meteorito
y un rabo de lagartija
enganchado a una sortija.

Varias teclas de piano,
dos lombrices y un gusano.
Trozos de tiza y de tela,
de crayones, de una vela.

El cordón de algún zapato,
bigotes del pobre gato,
las pelusas del salón
y la llave del buzón.

Plumas, canicas, tornillos,
saltamontes y hasta grillos.
No es, por tanto, de extrañar
que nunca quieran cenar,

pues cuanto se encuentra y toca
va y se lo mete en la boca,
y por más que se lo diga,
todo acaba en su barriga.

¡Menudo cajón de sastre
el pañal de este pillastre!
¿Qué hemos de hacer con Juanito,
el glotón de mi hermanito?

Nacho Rubio.
En el pañal de Juanito.
En: Los niños guarros.
Ilustraciones de Marc Taeger.
2025. Poio (Pontevedra): Pepa A Loba.


martes, 1 de abril de 2025

Amigos de la infancia


Todos sabemos que la amistad va y viene. Trabajo, pareja o circunstancias personales van construyendo relaciones que a veces terminan en una bonita amistad. Sin embargo, sigo constatando que la mayor parte de la gente mantiene un grupo de amigos relacionado con su infancia o adolescencia.
Fulanito y yo íbamos juntos a la escuela y jugábamos en el mismo equipo de perdedores. A Menganita la conocí en la guardería y en el instituto terminamos siendo las mejores del club de voleibol. Era un payaso, siempre me robaba los ligues, y al final, mira tú por donde, acabamos haciéndonos amigos en un campamento de verano.


¿Qué tendrán los amigos de la niñez que a mucha gente le cuesta desligarse de ellos? Lo primero que hay son recuerdos. Hemos compartido multitud de momentos positivos (generalmente son lo que abundan en la infancia) que construyen vínculos muy fuertes emocionalmente hablando. Los primeros amores, las primeras borracheras, el sentimiento de independencia paterno… Son experiencias que nos marcan, nuestro subconsciente recurre a ellas con frecuencia, ellos están ahí y generan apego.
Del mismo modo, todo ese tiempo compartido sirve de acicate para confiar en ellos. Un amigo de verdad nunca te traiciona, y si lo hace, duele el doble. ¿Se traducirá en dependencia emocional? ¿Por eso es tan difícil mandar a la mierda al capullo que te ganaba siempre a las canicas? Sí, algo mágico rodea a los amigos de la niñez, ¿pero el qué?


Quizá encontremos la respuesta en el título de hoy, pues toca sumergirse en uno de esos libros que huele a buenos amigos. Y es que Kalandraka ha publicado esta primavera una de esas obras de Leo Lionni que, a pesar de ser bastante desconocida, quita el sentido. Un año entero es la historia de Guille y Greta, dos ratoncillos (el animal favorito de Lionni para protagonizar sus creaciones) que entablan amistad con un arbolillo llamado Fito.
Todo empieza en enero, cuando Fito no tiene una sola hoja y se encuentra cubierto por la nieve. Estos deciden hacer un ratón de nieve y las conversaciones comienzan a fluir. Así pasa el invierno, llega la primavera con sus flores, un verano a reventar de fruta e incluso las vacaciones. En definitiva, 365 días del año en buena compañía.


Es curioso como el padre de Pequeño azul y pequeño amarillo establece una relación entre organismos tan diferentes. Un árbol enorme e inanimado se deja querer por un par de diminutos roedores que no paran quietos ni un segundo. Paradójico pero fiel a la realidad (¿Acaso los mejores amigos se parecen en algo?). 
Detalles que recuerdan a mi querido Frederick, imágenes que describen una historia circular y un texto que tiende a desligarse de la repetición y deja en el lector una querencia a nuevas aventuras, a esa continuidad que nos regala el comienzo de un nuevo ciclo, constituyen buenas bazas en este álbum.
A pesar de estos recursos narrativos y el lado más pedagógico de un libro que, auguro, va a encaminar a familias y docentes hacia los meses del año y las estaciones, yo sigo con mi cantinela con tal de alejar el didactismo omnipresente en la LIJ. Y para ello, una comparación bastante extrema, pero muy inspiradora…


No sé si alguno de ustedes ha visto alguna vez El cazador, una película de 1978 de Michael Cimino protagonizada por Robert De Niro, Christopher Walken, John Savage y Mery Streep sobre el antes y el después de la guerra de Vietnam. Si lo han hecho, seguramente hayan pensado que se trataba de una historia con tintes antibelicistas, un drama en toda regla. Sin embargo, un servidor siempre ha creído que es un alegato maravilloso sobre la amistad, sobre cómo los hombres y sus miserias pueden devastar algunos de los momentos más hermosos que han tenido.
Ahí es donde entran en el discurso Guille, Greta y Fito. Ellos también comparten el brillo de la hierba, el aroma de las flores y el sabor del verano, el ocio y el trabajo. Se brindan ayuda, se comprenden y se ríen unos de otros. Su pasión por la vida impregna todas las páginas de un libro con formato vertical que Lionni no eligió por casualidad. Alargado. Como los altos árboles, como los niños que crecen, como la sombra de esa amistad que se alarga conforme se acerca el crepúsculo…