miércoles, 13 de noviembre de 2019

Llenos de esperanza


Nunca he sido muy llorón. Tampoco les voy a decir que no he sufrido, pues lo he hecho. Pero lo que sí puedo afirmar es que casi siempre me he tomado la vida con mucho optimismo. 
No soy de los que se arrepienten, tampoco de los que se rinden (alguna vez, pero por puro egoísmo y comodidad) ni tampoco de los que ven en los demás una vida mejor (esa gente que se pasa el día comparándose con otros nunca será feliz). Intento ver el lado positivo de las cosas (si es que lo tienen..., si no, apaga y vámonos porque no hay solución) e insistir (lo justo y necesario, que si no, el tiempo pesa y cansa).



Aunque algunos dicen que la vida tiene más cosas malas que buenas, prefiero pensar que la diferencia es mínima, que detrás de una mala, siempre llega una buena (al menos para mí, porque hay personas que llevan la negra…) y tiene su aquel el contar con los dedos de la mano lo que falta para que acontezca. Y si no llegan, ya vendrán…
Seguramente más de uno/a me mandará a la mierda si les consuelo con esa de que después de un mal día siempre llega una mañana espléndida, que después de una ruptura sentimental siempre llega alguien que te hace vibrar, o que después de una pelea siempre llega la reconciliación. Y como sé que no me van a hacer ni caso, también añado “¿Vas a vivir amargado el resto de tus días?” Yo lo tengo clarinete (como dice el Pacote): "Que no, que yo no."



La sonrisa de mi sobrino, sombrillas con estampado de sandía, las locuras de mi padre, los campos de girasoles y el vaivén de las olas. El morro torcido del Pit, los tacones imposibles de la Gema, mi madre y sus monsergas, los chistes malos del Alfon, la explosividad de mis alumnos, las impertinencias de mi hermana, y el recuerdo de tus ojos azules. Me quedan muchas cosas hermosas que ver, oír, tocar y sentir todos los días. Otras se quedaron para siempre. Decidido: yo todavía no tiro la toalla.
Es por eso que hoy les traigo Cosas que vienen y van de Beatrice Alemagna (editorial Combel), una exaltación poética de todos estos ritmos y momentos bellos de los que nos provee la naturaleza, los quehaceres diarios o nuestros sentimientos. De esta manera la siempre exquisita Beatrice Alemagna rinde un pequeño tributo a las pequeñas cosas de la vida que, a pesar de su insignificancia, nos llenan esperanzados, y rebosan en uno de los mejores libros de este otoño.



Mención aparte merece el recurso del que se ha servido para presentarnos esta secuencia de escenas, en la que haciendo uso de una hoja de papel vegetal entre cada doble escena, establece un juego para el espectador (el lector disfruta descubriendo las sorpresas que guardan las páginas anterior y posterior), al mismo tiempo que evoca al antes y el después.
Esta técnica no es nueva, pues ya la utilizó Bruno Munari en Sulla nebbia di Milano hace más de 60 años (1968) para desdibujar las escenas y darles un aspecto tridimensional, aunque en este caso ofrece una nueva funcionalidad que nos arranca una sonrisa y destaca el aspecto lúdico del objeto libro.




Sin lugar a dudas es un libro para regalar una y otra vez. En un cumpleaños, durante la navidad, a personas que lo pasan mal y a las que ven poco sentido a la vida. Yo ya sé a quién se lo voy a regalar, ¿y ustedes? Si no saben a quién, se lo pueden regalar a ustedes mismos, que ya es bastante regalo.

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