lunes, 13 de enero de 2014

Gafas, sinsabores y amores


Cambiarse de gafas es una lata, no sólo por tener que recaudar una buena suma de dinero (ya saben ustedes que el mundo de los anteojos, lentillas y otro tipo de lupas no es nada barato a pesar de que ciertas franquicias estén empeñadas en vendernos gato por liebre), sino por acudir a la óptica de turno, probarse los cientos de modelos que hay en las estanterías, discrepar con tu madre, tu mujer y tus hijos sobre cuál es la más adecuada para tu fisionomía facial, barajar las ventajas y desventajas de la pasta, el metal, el anti-reflejante, si se pueden cambiar varillas y patillas, o si podemos acoplar unos cristales viejos a esta montura… Eso, en el mejor de los casos, porque lo de las progresivas, tiene miga…
Lo más gracioso de todo viene cuando tu acompañante, ese que ha pasado por el quirófano para prescindir de este martirio adquirido o heredado que es la gafa, o que ha tenido la suerte por naturaleza de tener la vista de un águila, se pone a merodear entre las lunas tintadas, esas recomendadas ante sol y nieve, para sentirse una estrella de cine, constatar lo vacilón que resulta colgarse unas lentes oscuras o dar rienda suelta a su imaginación mientras toquitea las marcas de alta gama…


De seguro que si un servidor no tuviera que llevar este objeto incómodo que se apoya sobre nariz y orejas, no tendría en deseo colocarse unos quevedos para protegerse de los rayos de luz a menos que fuera estrictamente necesario. Me enferman esas tías que se ocultan tras sus gafas de sol, esos niñatos macarras que las visten en discotecas y salas de fiesta, y quienes las usan en espacios cerrados e iluminados con bombillas. Necios… Se nota que no han sufrido los estragos delastigmatismo y la hipermetropía en la infancia ¿Acaso no saben que, como al protagonista de Las gafas de ver, con Margarita del Mazo a las palabras y Guridi a las ilustraciones (Ediciones La Fragatina), las lentes nos traen más de un quebradero de cabeza a los que las usamos desde niños? Muchos complejos han acabado con las gafas pisoteadas en el patio de recreo, muchos tontos se han reído (y ríen, por lo que siguen siendo imbéciles) de nosotros, y muchas envilecidas mujeres nos han repudiado por ser miopes, pero… ¿saben qué? Allá ellos con sus estúpidos prejuicios, siempre hay gente que sabe valorar una mirada enmarcada… y quererla.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Un artículo buenísimo y muy divertido, digno de ver y de leer. ¡Enhorabuena! Y GRACIAS por dedicarle un espacio a LAS GAFAS DE VER en tu blog.

Román Belmonte dijo...

No hay de qué, Margarita. Es un placer reseñar una obra de calidad. ¡Un saludo!