Últimamente,
ni los niños tienen libertad para experimentar quehaceres propios de la edad…
Bueno, sí… la tienen para usar el “esmarfon”, la “table” o la “plei” y, de
paso, no dar por culo, que ya se sabe la guerra que dan los nenes…
Aparte
del vacile tecnológico (¿las tonterías que tiene un móvil son directamente
proporcionales al afecto que sienten los padres por los hijos?), el paternalismo
de hoy día consiste en ponerlos de punta en blanco y llevárselos al centro
comercial o a otro lugar donde abunde el asfalto, para tenerlos atados a una
silla, bien sea la del McDonald’s™ o la de cualquier otra franquicia donde
abunden las patatas ultracongeladas, sin inmutarse… ¡No sea que se manchen!... Lo
de ir como los chorros del oro, además de pequeñas tonterías muy españolas y
domingueras, se puede extrapolar a padres primerizos y arribistas, unos que se
han criado como gitanos, han quemado todas las reliquias referidas a tiempos
pasados, y quieren lucir blondas y encajes inmaculados para gloria postrera de
su apellido, uno al que buscan un nuevo significado a base de heráldicas y
otras idioteces medievales… ¡Que los críos tienen que mancharse, coño! Ponerse
hasta los ojos de barro, comida o tierra. Aunque da trabajo a lavadoras y
nudillos, es una sensación maravillosa que cualquier cachorro (de esta especie
o de cualquier otra) debe vivir, no sólo para que sus progenitores denoten lo
que es tener un vástago, sino para incrementar la creatividad, dejar rienda
suelta al juego y estimular la independencia. Y si como padres se oponen a tan
maravillosa experiencia, piensen que siempre les quedarán las fotos de la
primera comunión para contemplar a su primogénito/a vestido como un merengue y
poniendo cara de tonto.
¡Que
se llenen los parques y jardines de agua y barro! ¡Que las tapias se cubran de
pintura y color! ¡Que las mesas se abarroten de chocolate y tartas de crema y
nata! ¡Y que los niños vivan como tales embadurnándose hasta los tuétanos de
las pequeñas pinceladas que llenan la existencia de los hombres!
Y
en honor de todos esos guarros y guarras que disfrutan rebozándose entre
tiznajos, lamparones y manchas de todo tipo, les recomiendo la serie Lucía Manchitas, un clásico de la LIJ
holandesa (Annie M. G. Schmidt -Premio H. C. Andersen 1988- y Fiep Westendorp),
de entre cuyos títulos la editorial española Lata de Sal nos trae La escalera para disfrutar con la
suciedad como nenes traviesos, ¡que para eso está el agua y el jabón!
1 comentario:
A guarrear se ha dicho, me apunto la recomendación. Saludos
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