Atrás quedaron los días de vacaciones para regresar a una rutina
que, aunque necesaria, es poco agradecida (¿A quién le gusta
trabajar? Al primero que levante la mano lo mando al psiquiatra...).
Si a todo ello añado las gélidas temperaturas que sufro en mi lugar
de laboreo, la cosa se va de madre...
Todavía
está por llegar el instituto en el que no tenga que ir con el
chambergo encima toda la santa mañana. Mientras que unos tienen una
orientación nefasta (se ve que los arquitectos sólo pensaron en lo "bonito y barato", y se olvidaron del "bueno", sobre todo en lo que a funcionalidad y eficiencia energética se refiere), otros tienen una gestión
económica de país bananero (¡Pero qué malos son los políticos...!
¡No tenemos con qué encender...! ¡La culpa de este tiritar es de las
petroleras...!), pero el caso es que, hay alumnos y maestros (esos tan
envidiados) que se pasan el día con la manta a cuestas (y sin
exagerar)... Que sí, que sí, más frío se pasa en el campo o sobre un andamio, pero aquí, sepan ustedes que también (y eso sin ser friolero... 9 º C marcaba el termómetro en el interior del laboratorio a las 9:12 minutos)
Quizá
todo se deba a un problema de ubicación y que por estas latitudes
prestemos poca atención a los rigores del invierno por ya tener
bastante con los de agosto, algo estúpido teniendo en cuenta que Albacete ostenta el récord de temperatura mínima en una capital de provincia (el 3 de enero de 1971 alcanzamos los -24ºC). La ropa, las construcciones y nuestros
hábitos, no atienden al hielo o la nieve, y así nos pasa, que
vivimos congelados. Y como todo no se puede tener, elijan: o calor en
enero, o fresquito en verano... Para hacer bien el amor hay que venir
al sur, pero eso sí, no se les ocurra venir en pleno enero a menos
que el vuelo proceda de Oslo.
Y
con tanto frío y escarcha, en este lunes de invierno no he podido resistirme a apuntar a los Cuentos
noruegos, unos recién publicados por la pequeña editorial Libros de las Malas
Compañías en una edición más que recomendable para todos aquellos
apasionados con el mundo de los cuentos populares. Esta es la
colección que Absjørnsen
y Moe recopilaron y publicaron entre 1841 y 1871, mucho antes de que
Noruega existiera como país.
Estos cuentos, más que interesantes
para muchos folcloristas como Jakob Grimm, se utilizaron para
normalizar la lengua noruega una vez que la triada de los países
nórdicos (Dinamarca, Suecia y Noruega) se escindiera. En este
volumen de sus cuentos completos pueden encontrar más de una centena
de narraciones como El
rey oso
(también conocido como Al
este del sol y al oeste de la luna, del
que, por cierto, hay una edición preciosa ilustrada por Kay Nielsen)
o Los doce patos
salvajes,
acompañadas por los grabados de los mejores artistas de la época y
precedidas por un prólogo de Gustavo Martín Garzo.
Así
que, estas noches bajo cero, ya saben: sofá, manta, algo que caliente
el gaznate y cuentos, muchos cuentos.
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