Si ustedes han hecho
algún curso de animación a la lectura seguramente les habrán
comentado que tomar como excusa la celebración de los “días
de...”, como por ejemplo el Día de la Mujer, el Día de los
Derechos Humanos y el Día de la Tierra, o efemérides sobre autores
y títulos que tienen lugar en una fecha próxima para desarrollar
actividades en torno a libros que tienen relación con ellos o sus
temáticas, es un inmejorable acicate para aupar a creadores y libros
con cierta enjundia que van cayendo en el olvido.
Desde mi niñez llevo
observando que ambas prácticas están muy generalizadas en el mundo
de la mediación lectora, unas que se pusieron de moda en los últimos
años setenta, primeros ochenta (hablo de España) hasta nuestros
días. De hecho, sólo hace falta visitar cualquiera de las redes
sociales de moda para constatar que muchos de nosotros hacemos
alusión a estas celebraciones para recomendar libros y lecturas
afines (sin ir más lejos les cito los hagstags #GloriaFuertes100
durante el pasado 2017, y el #DiadelaPaz hace unos días), pero tras
más de cuarenta años con esto a cuestas, me viene a la cabeza la
pregunta: ¿Realmente anima a la lectura esta práctica?
En primer lugar me
cuestiono cuanto mal han hecho por la libertad lectora este tipo de
asociaciones, es decir, relacionando literatura con celebraciones
sobre el buenismo, los llamados valores, la tolerancia y la armonía,
¿acaso no estamos contextualizando el libro en una especie de esfera
pedagógica, dogmática? Luego nos quejamos de que si los libros han
pasado a ser compendios de emociones o sirven para esto o lo otro,
cuando nosotros mismos somos quienes, desde nuestras supuestas
“buenas intenciones”, no paramos de lanzar mensajes como “Lee y
serás mejor persona” o “Lee y te ganarás el cielo”. Y
mientras tanto, los receptores de estos mensajes, unos que ya están
de vueltas y hartos de ser utilizados como monos de feria (siempre
recuerdo el empeño de una compañera de trabajo por llevarse a los
críos al balcón del ayuntamiento del pueblo para que con versos de
Gabriela Mistral, políticos y otros cuervos dejaran que los niños
se acercaran a ellos), se resignan, se encogen de hombros y piensan
para dentro “¡Ya están de nuevo los plastas estos!”.
Por otro lado el tema de
las efemérides o los obituarios, aunque me gusta más (por el hecho
histórico, más que otra cosa), también he de decir que me despierta pena en vez de reticencias ya que parece ser que el ser humano,
incluidos libreros y bibliotecarios, abandera con compasión el acto
lector. La lectura se viste de homenaje hacia el creador fallecido
para expiar la culpa de dejarlo caer en el olvido (las más veces).
Sería algo así como no poder decir que alguien es un hijoputa por
el mero hecho de haber muerto. Alabanzas y más alabanzas, para
luego, continuar acumulando polvo sobre una estantería. ¿Triste,
no?
Es en este punto cuando
se me vienen a la cabeza las campañas de concienciación sobre el
abuso de drogas o para la prevención de los accidentes de tráfico,
unas estrategias que optan por alternar mensajes impactantes con
otros más laxos para que los receptores no se relajen, es decir,
poder captar su atención sin caer en lo rutinario. También rompo
una lanza por la estrategia de Google ese buscador que se saca de vez
en cuando efemérides de la manga sin tener en cuenta los números
redondos ni caer en los tópicos. Basta con algunas animaciones,
música y fuegos artificiales para que los foros hiervan de
entusiasmo.
Considero que el amor por
los libros, aunque se siembra con un poco de pasión y magia, también
ha de tener mucho espectáculo, algo que se relaciona más con lo
imprevisto, lo puntual y lo sorprendente que con lo repetitivo y
recurrente. Hay días que me acuerdo de Delibes y otros de Mitsumasa
Anno, de Munari o Tom Rand, también de Sendak o Lionni, de Ende o
Lindgren, de Los conquistadores de McKee o El enemigo
de Davide Cali, también de Nana Vieja y de El libro triste
de Blake y Rosen. Considero que una buena obra literaria, sólo
por el mero hecho de serlo, ya está presente en nuestro ideario y
debe ser respetada como tal, no quedar para engrosar los listados
temáticos que ofrecemos a los nuevos lectores, sino para empujarla
hacia otros que quizá encuentren nuevos caminos y otras
interpretaciones igual de validas, y no utilizarla como una demostración de
nuestro compromiso para con ¿nuestras ideas políticas?, ¿nuestro
pasado conjunto? o ¿nuestra experiencia?
Es por ello que hoy y
para desmarcarme un poco de las tendencias del pasado Día de la Paz
y la No Violencia, aquí les traigo el ¿Por qué? de Nikolai
Popov, una obra reeditada por Kalandraka tras algunos años de
descatalogación que pone en tela de juicio los rencores humanos y su
resultado bélico interpretado por ranas y ratones. En esta ocasión,
la casa gallega rescata la edición primigenia sin apenas texto
(existen otras ediciones en las que intervino la escritora Géraldine
Elschner) para recordarnos que las maldades de las guerras son
susceptibles de emerger en cualquier instante, en cualquier día.
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