Ayer, de camino a la
consulta médica, me pasé por la biblioteca y, como si de una visión
premonitoria se tratara, saqué prestada la novela infantil Prohibido
leer a Lewis Carroll de Diego Arboleda e ilustrada por Raúl
Sagospe (Anaya). Fíjense por dónde, la cosa me vino de perlas porque
me pasé un par de horas en la sala de espera. Se ve que hubo
problemas en quirófano y la verdad, que si unos tenemos que leer un
rato para que otros sigan viviendo unos cuantos años más, por mí,
encantado. Así que, ni corto ni perezoso, me puse a devorar las
páginas de tan aclamado libro...
El comienzo me enganchó
ipso facto. Tenía un deje hermoso aquello de parpadear, como si de la antesala de lo inverosímil se tratase (y que al final fué...). La historia de
esta institutriz , Eugéne Chignon (echen un vistazo y vean el sobrenombre que le propinan en el libro), que se va a hacer las américas
para cuidar de una Alicia que está obsesionada con la de Carroll, es
más que sugerente, no sólo porque está basada en un hecho real, la
visita de Alice P. Liddell a Estados Unidos, sino porque es toda una
suerte de disparatadas situaciones que, escritas con esmero, hacen
que el lector suelte más de una carcajada.
En este libro también
encontramos algo del mundo subversivo que se le presupone a la
literatura infantil ya que descansa sobre la rebeldía de una niña
ante las imposiciones paternas, algo que puede tomarse como nexo de
unión entre este libro y la tradición literaria anglosajona, donde
el nonsense y lo increíble toman forma y que tiene su mayor
exponente contemporáneo en Roald Dahl. Por otro lado, también
encuentro cierto paralelismo con la Mary Poppins de P. L.
Travers, al contar con la presencia de una institutriz que prefiere
conectar con la figura infantil antes que con los progenitores, es
decir, otro comportamiento desafiante ante el mundo adulto que junto
con el del tío (¿no ven también en él a la figura del
deshollinador de la Poppins?) se perfilan como el tándem perfecto
para una Alicia pequeña cuya gran ilusión es hacerle una pregunta a
la otra Alicia, la que cumple ochenta años... ¿Cuál será?
El tiempo pasaba veloz y
la cosa se iba terminando, una suerte teniendo en cuenta que en casa
me esperaba Escarlatina, la cocinera cadáver, de Ledicia
Costas e ilustrado por Víctor Rivas (también en Anaya), otro título
que cosechó bastante éxito hace un par de años. Así que, tras unas
cuantas pruebas, la caminata correspondiente, un buen plato de guisado de costillas, exquisito según mi hermana y sin desmerecer al Román del libro (¡Sí! ¡Por
fin alguien ha decidido bautizar con este nombre a un protagonista de
ficción!), uno de mis platos estrella, me puse manos a la obra con
el segundo libro del día.
La historia también
tenía guasa y mucha cercanía al pequeño lector, en parte quizá
por el lenguaje (más cercano a la jerga infantil que el del primer
título), en parte por lo sugerente de la historia: el protagonista,
un apasionado de la cocina, recibe de mano de sus padres un regalo
muy especial: el cadáver de un cocinera, Escarlatina (ese era
también el nombre de la enfermedad que se la cargó).
Además de hablar mucho
del inframundo (N.B.: Me consta que muchos padres se han
escandalizado ante la idea de un libro ambientado en el reino de los
muertos, las almas y los fantasmas, de los cementerios y los esqueletos,
para posteriormente censurarlo a sus criaturas... Una razón más
para aupar su lectura), hacer muchos guiños a la fiesta mexicana del
Día de difuntos y crear un lenguaje propio (el concepto del “mortibús” me encantó), es una historia donde la amistad y la
familia tienen mucho que decir.
Por hacer un apunte de
intertextualidad, he de decir que me recordó bastante a la serie El
pequeño vampiro de Sommer-Bodenburg, otra en la que los humanos
y los habitantes de lo nocturno se aproximan en un baile de
aventuras.
Por todas estas razones y
muchas más que seguramente encontrarán por otros lugares, les
invito a disfrutar de sendos libros durante este fin de semana que se
avecina frío y con una oferta cultural bastante pobre en lo que a
salas de cine y televisión se refiere (¿Porqué narices en España los estudios de animación no se dejan de rollos y empiezan a
producir películas sobre algunos de nuestros libros que creo
tendrían mucho éxito en la pantalla?). En definitiva, manta,
chocolate y lectura: un plan perfecto.
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