No soy partidario del
arrepentimiento, sobre todo porque hay que ser consecuente con lo que
hace uno. Eso no quiere decir que quepa cierto ejercicio reflexivo para darnos
cuenta de las locuras que hemos cometido y, si se ha producido algún
daño, enmendarlo en la medida de lo posible. Si no hay perjuicio que
valga, no hay más tu tía, apechuga con lo dicho o hecho porque, a
pesar de lo que piensan muchos, es de lo que trata la valentía.
En los tiempos que corren
podríamos decir que ser valiente (como otros muchos comportamientos
del ser humano) está sobrevalorado, no sólo porque la mayoría de
las veces se confunde con la pose, la discrepancia o el ego, sino
porque se ha empezado a desligar de otros temas como el honor y lo
bizarro (¡Peligro, peligro!).
Cada vez me llama más la
atención la incongruencia con la que actúan ciertas personas, sobre
todo cuando observas que su palabra es efímera, se desdicen
constantemente, y lo único que persiguen es la notoriedad cueste lo
que cueste. No son empáticos, tampoco solidarios, ni mucho menos
desinteresados. Y eso de ser valiente cuando a uno le apetece, como que huele.
La valentía es arrojo,
prestancia, valor, y nada que ver con tirar la piedra y
esconder la mano. Meten cizaña, desatan tormentas, no dan la cara y
luego, babean. Un asco... Cada vez me acuerdo más de Ariadna
Puello (“A la mierda con los héroes fuera de serie...”) y de El
sastrecillo valiente de Arnica Esterl, Olga Dugina y Andrej
Dugin. Centrémonos pues en el segundo para dejarles el primero como epílogo...
Si atendemos a los dos lenguajes que configuran este maravilloso álbum, primero hablaremos de la historia de la alemana
Arnica Esterl. Su adaptación del cuento clásico de los hermanos Grimm, está construida con un estilo narrativo de corte tradicional y directo, donde el protagonista, un sastrecillo que ha matado a siete
moscas de un plumazo, se enrola en una aventura de superación personal. Capaz de pasar con astucia las pruebas que ante él se presentan y salir como triunfador, es un personaje con el que cualquier pequeño lector se puede identificar. Pero lo mejor viene cuando a ella se le unen las
ilustraciones del matrimonio formado por los rusos Olga Dugina y
Andrej Dugin.
Con un estilo muy
personal que también podemos encontrar en Las plumas del dragón,
crean universos que logran desbordar la narración. Mientras que la
ambientación tiene lugar a caballo de la pintura flamenca y la
renacentista (para mi gusto Patinir, Da Vinci y Botticelli tienen mucha
influencia en los paisajes que crean esa atmósfera misteriosa), la
mayor parte de sus sugerentes detalles beben de la fantasía
inventiva de El Bosco, así como de un surrealismo más contemporáneo
(fíjense en los huevos que aparecen sobre los tejados de las
cabañas, ¿acaso no les recuerdan a Dalí?) que se observa en la
descontextualización de objetos y la hibridación como génesis de
un mundo imposible donde armaduras o instrumentos musicales pueden
ser excusas para novedosas quimeras. Animales sobredimensionados como
el prehistórico celacanto, un jabalí gigante o el mítico unicornio
y su apéndice kilométrico, contrastan con elefantes diminutos para poner en alerta al observador para buscar nuevas digresiones e
irrealidades.
Uno de los detalles que
más me gustan de este libro, es el guiño que hacen a Pieter
Brueghel El viejo y su obra La torre de Babel en
la página izquierda de la escena donde que el protagonista atrapa al
unicornio. Mientras que la torre aparece desdibujada entre la niebla
de un segundo plano, el pintor aparece retratado en la esquina
inferior izquierda acompañado de un enano espectador. El hecho de
que el lienzo nos muestre su trasera es una forma de interaccionar
con la curiosidad del lector, ¿es fortuito o acaso nos está
pintando a nosotros, los verdaderos héroes? Habrá que preguntárselo
a ellos.
2 comentarios:
Me ha sido difícil leer tu texto, abrumado por las fantásticas ilustraciones :)
Espectaculares las ilustraciones.
El mundo es de los valientes, aunque sea brevemente. ;-)
Nosotros estos días pensamos mucho en el cuento del traje del emperador. Nos parece que tiene mucho que decir del ahoraay siempre. ¿Alguna exición chula?
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