martes, 6 de noviembre de 2018

¿Trabajar o soñar?



Domingo, tres de la tarde, parece que ya se acaba. Sentado sobre la arena, bajo el sol de un otoño que parece primavera, ronda que te ronda, la misma cantinela: trabajar, trabajar y trabajar. Como si no hubiera otra cosa... No te olvides de esto, tampoco de lo otro. Que si el examen de los de primero, mira lo del viaje, compra los aguacates, que no se te olvide la basura, ¡ostias, la reseña!...
Regreso de la playa. No me equivocaba. Prisas, trotes y galopes. Paquetes, ladrillos, laboratorio, lavadora, más reseñas… Sin disfrutar del tiempo, siempre a la carrera. Después de unos días de ese caos (lo que nos gusta comer a deshoras, perdernos, brujulear) tranquilo, el mismo verbo me vuelve a asolar. Trabajar. Se ve que no soy el único, a juzgar por lo cansadas que se ven otras miradas que resoplan sin cesar. Me las encuentro en el supermercado, en la biblioteca y en el pasillo del hospital.


No todo es negativo… Mientras limpio el cuarto de baño, me asalta un bonito recuerdo de escobas y fregonas, de agua y amoniaco. No, creo no es tan malo trabajar. Una veces solo, otras, acompañado. La rutina muchas veces te obliga a cavilar. Sobre ti, sobre el vecino, sobre aquellos que ya no están. Discurrimos sobre cómo hemos evolucionado, unas veces para delante y otras como cangrejos, hacia atrás (a eso se le llama ¿involucionar?). Por mucho que nos invada, la monotonía del laboreo es una buena manera de conectar. No sé con qué, pero al menos, lo hacemos.


Me paro en seco. Abro el libro. Sibylle Delacroix. Granos de arena. Lo acaricio, delicado. Amarillo como el sol, como la cáscara del limón, como ese molinillo de papel charol. Dos niños juegan. Construyen castillos en el aire. Como yo, también sueñan. Lo cierro y me río. Pienso que ya vendrán otros días en los que mirar de nuevo el mar, de cara, que me salude el levante. Retorno a los días pasados, me sumerjo en la calma de nuevo. Mientras la brisa sopla y rompen las olas… “¡Qué más da!” me digo “Román, blanquea la cabeza. Déjala al viento, con los granos de arena volar.


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