A veces veo muertos. También vampiros, fantasmas, zombis,
enanos y brujas. Tantas cosas veo que a veces me es difícil distinguir realidad
de fantasía. Como lo oyen, llego a confundir términos que no debería… Ya saben
que los niños eternos como yo, nos dejamos llevar por lo fantástico y nos es
difícil volver a pisar la tierra (¿Será por las alas? ¡Qué bien se está en
Nunca Jamás!).
No diré que ser crédulo no nos vaya a acarrear algún que
otro malentendido, pero prefiero mis espejismos y visiones, a tener que estar
todo el día desenmascarando lo imposible e imaginario. Es bonito pensar que un
monstruo nos roba el postre, que nos hemos enamorado de un vampiro o que la
vecina es una bruja mala (que se lo digan a las de Valencia).
Lo verosímil depende, no sólo de las pruebas o del rigor
científico, sino de lo que cada uno queramos creer (tranquilos, que no me
pondré filosófico), de uno mismo y sus necesidades vitales (ya saben que un
servidor se inventa lo que le conviene, que para eso es dueño de su
existencia). Es por esto que me parece fabuloso que la gente haga por insuflar
vida a sus monstruos e ideas, una especie de catarsis para sobrellevar mejor
los días y sus contratiempos, para hacerle frente a los miedos, deseos, e
incluso la soledad, algo que sucede en el libro que les traigo hoy.
Este otoño sale a la luz La
bestia del señor Racine, uno de esos libros de Tomi Ungerer, el genio del
álbum que nos abandonó hace unos meses, que nunca se había publicado en castellano.
Este libro del año 1971 que edita Blackie Books, nos presenta una historia ambientada
en Francia en la que un hombre que cultiva peras ve alterada su tranquila vida
por la aparición de una extraña bestia en su huerto.
La relación entre el señor Racine y esa extraña criatura roba-peras
se hace cada vez más estrecha, algo que el curioso señor Racine aprovecha para
investigar más a fondo a este ser. Toma anotaciones, lo mide y busca
información acerca de él, hasta el punto de ser invitado a presentarlo ante la
sociedad científica de París.
El desenlace no tiene desperdicio, no sólo porque incluya
una sorpresa final bastante entrañable, sino por las consecuencias que tiene,
así que, ya saben... Aunque todas las ilustraciones tienen su aquel y contienen
muchos de los recursos del gran Ungerer (fíjense en cómo muchas figuras entran
y salen de los marcos proporcionando dinamismo a la escena e interactuando con
el universo del espectador), destaco la imagen a doble página en la que la
muchedumbre parisina ve alterada sus vidas por culpa de la bestia. Llena de
detalles que encantarán al lector (ese gendarme sin mano y el paraguas clavado
en el cráneo de un señor, me vuelven loco) es una escena que pone en evidencia
ese carácter subversivo de la Literatura Infantil, que hace posible lo
imposible y rompe ese mundo reglado por los adultos a golpe de fantasía... y bestias.
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