¿Absentismo? ¿Falta de respeto? ¿Padres despreocupados?...
Se equivocan. El peor enemigo de la escuela es ¡el chicle! (No se rían por
favor, que esto es muy serio) Desde mi época de estudiante hasta el día de hoy,
la goma de mascar es la protagonista indiscutible de las aulas. Que si parecen
rumiantes, que si esos ruiditos que hacen con la boca son asquerosos, pompas
por aquí y pompas por allá… No sé qué le pasa al chicle pero casi ningún maestro
lo deja en paz.
Muchos piensan que la prohibición del chicle sólo se da en
la educación primaria y secundaria, pero les diré que la Maruja, cierta
profesora que impartía geobotánica en mis años de universidad, detestaba ver a
sus alumnos dándole que te pego a la mandíbula. Se ponía negra viendo las
muecas que algunos se marcaban, llegando al punto de amenazarlos con
expulsarlos del aula. “¡Lo peor de todo es que se ponen ustedes feísimos!”
añadía mientras el otro escupía el cadáver en la papelera.
Ahora en serio… Pero, ¿qué serían de las cantinas si no
vendieran chicles? Seguramente se sumirían en la más absoluta ruina (pues una
vez hice un cálculo, así, por encima, y concluí con que se vendían unos
setecientos chicles al día...). La peor parte se la llevan las limpiadoras (a
estas les doy la razón sin ningún tipo de paliativo) pues eso de que los críos
vayan pegando las ya insípidas e incoloras plastas pegajosas sobre cualquier
tipo de superficie, es una absoluta guarrería.
En definitiva, que el chicle, esa golosina que se remonta a
la época de los aztecas, los mayas o los griegos, es el enemigo público número
uno. Y es que desde que se empezó a comercializar en los Estados Unidos en el
año 1848 (no se crean que fue ayer) ha traído de cabeza a todos los que
trabajan con niños, algo que me extraña sobremanera pues a la goma de mascar se
le presuponen efectos positivos sobre el razonamiento, la concentración y la
memoria, así como alivia el estrés y la ansiedad (que se lo digan a los soldados
de la Segunda Guerra Mundial a quienes se lo incluían en la dieta).
Y así llegamos a Bubble
Gum Boy, en el cole nuevo la
apuesta de María Ramos que nos llega de la mano de la editorial Fulgencio
Pimentel para llenar de color este inicio de curso. El álbum en cuestión nos cuenta
la historia de un chicle que empieza el colegio lleno de miedos, cábalas y un
poco de desazón. ¿Gustará o no gustará? ¿Qué opinarán de él los otros chavales?
¿Logrará hacer amigos? Para conocer el desenlace sólo tienen que pasar las
páginas y disfrutar de una historia que, desde lo absurdo y la fantasía, nos acercan
a una situación cotidiana que logra arrancarte más de
una sonrisa con elástica simpatía y que puede ser el comienzo inmejorable de un libro-serie con mucho tirón.
Por cierto, a mí me encanta el chicle, ¿y a ustedes?
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