miércoles, 28 de octubre de 2020

Selección de álbumes para lectores competentes


De un tiempo a esta parte hay bastantes seguidores que me piden ayuda para dar con álbumes que tengan más texto de lo habitual, por un lado necesitan ofrecer libros en los que las ilustraciones tengan cierto peso y complementen el texto y por otro quieren afianzar la destreza lectora, ya que la progresión de la misma suele ser bastante rápida, sobre todo en algunos que leen a la velocidad del rayo. Es por ello que me he decidido a separar este tipo de álbum en un apartado diferente a la pura y dura narrativa y llamar la atención sobre un hecho que muchos mediadores y editoriales empiezan a advertir en los últimos tiempos.
Para ellos va esta pequeña selección en la que comento brevemente cada uno de los títulos, destaco sus puntos fuertes y señalo con tres estrellas los que a mi juicio me parecen excelentes. 



Octavio Ferrero y David Pintor. Triscuspascos. Anaya. (***) Comenzamos con una historia de hermanos con trasfondo tan misterioso, como divertido, en el que un monstruo peludo, con dos grandes ojos amarillos y muy mala leche es el protagonista ineludible de una serie de desencuentros en los que mucho tienen que ver las relaciones familiares y los celos infantiles. Recomendado para padres, hijos y, sobre todo, hermanas mayores como Sofía. Honesto, bien narrado y con ese puntito de intriga que tanto gusta.



Markus Orths y Kerstin Meyer. El niño más rico del mundo. Lóguez. (***) Este segundo libro, quizá el más realista de la tanda, nos cuenta la historia de Jakob, el hijo de un afamado arquitecto al que no le falta de nada, ni siquiera un casoplón increíble. Como su padre siempre anda liado con el trabajo, pasa bastante tiempo con su abuela, una señora que acostumbra a ayudar a inmigrantes como Ayasha y Bassam. Gracias a una fiesta de Halloween y otras carambolas de la vida, Jakob y su padre aprenderán que la felicidad se esconde en las cosas pequeñas. 



Pep Bruno y Rocío Martínez. Escarabajo de vacaciones. Ekaré. Segunda parte de las correrías de Escarabajo, Tres Hormigas, Grillo y Ciempiés que, invitados por Saltamontes a su nuevo hogar, emprenden unas vacaciones inolvidables en las que el camino les trae una nueva compañera de viaje. ¿Quién será? Espero que lo averigüen por sí mismos porque hay mucho bonito en los textos y las ilustraciones que articulan una serie de historias que rinden tributo al Arnold Lobel más aventurero. No se la pierdan.



Colas Gutman y Marc Boutavant. Perro Apestoso / Perro apestoso va al cole / Perro Apestoso se enamora / Perro Apestoso ¡Feliz Navidad! Blackie Books. Llegamos a una de las apuestas más consolidadas dentro de este tipo de álbum. Cuatro volúmenes (¡Álbum-serie al canto!) que tienen como protagonista a un perro vagabundo que vive en el cubo de la basura junto a Gatochato, su amigo -paradójicamente- inseparable. Con buenas dosis de humor, pulgas y muchas moscas, seguro que pasan ratos geniales (y absurdos) con este chucho tan salao que tanto busca amo, como acude a la escuela. 



Henri Meunier y Benjamin Chaud. Topo y Ratón. Días de sol / El pastel de lombrices. Patio. (***) He aquí otro de esos títulos con los que es imposible no acordarse del Sapo y Sepo de Lobel. No es para menos, pues Topo y Ratón son una pareja de amigos que, aunque muy diferentes, se complementan a las mil maravillas. Con dosis de buen humor (con puntito canalla, aviso) y situaciones cotidianas donde se respira lo humano, este par de amigos calan hondo entre los lectores tanto si se ponen a pintar, como si van de pesca o se comen un delicioso pastel. El caso es compartir. 


Susie Morgenstern y Claude K. Dubois. ¿Quieres ser mi amiga? Blackie Books. Lea se muda con sus padres a un pueblecito y deja en la gran ciudad a sus amigos de siempre. Hacer nuevos amigos no es nada fácil y por ello le plantea a Hortensia, una vecina ya anciana que la cuida, ser su amiga. Ante la negativa de esta, se ve obligada a realizar entrevistas durante el recreo para seleccionar a la persona adecuada para el puesto. Pero claro, ser un buen amigo no es lo mismo que trabajar en una empresa… ¿Lo conseguirá? Una tierna y delicada historia sobre los miedos infantiles y las imitaciones del universo adulto. 


Claire Lebourg. Un día con Mus. Blackie Books. (***) Otra mañana más, Mus se levanta, acude a la playa, desayuna y espera medio dormido que suba la marea. Cuando despierta se encuentra a Bichón, un mamífero marino no identificado (aunque yo diría que es una morsa) que ha quedado encallado. Mus, aunque harto de Bichón, le ofrece cobijo y lo cuida mientras está enfermo. Una mañana Bichón desaparece y todo vuelve a la normalidad. O por lo menos, eso es lo que cree Mus… Un librito sobre la amistad muy agradable, donde el nonsense y esa peculiar mirada infantil lo llenan todo. 


Marta Gusniowska y Robert Romanowicz. Esta oca es la reoca. Thule. (***) Terminamos con el álbum más estrambótico y genial de todos (sin mencionar un formato muy poco usual), un canto al sinsentido y la parodia de manos de una oca esmirriada y desgarbada que quiere acabar sus días en la panza de alguna alimaña. Sí, sí, literal. Ella se cuela en casa del Zorro y le ruega que se la zampe, pero nada, no hay suerte. Así es como empieza una historia coral donde gallinas, osos, nutrias o conejos ayudan a esta oca deprimida a encontrar su lugar en el mundo, y quizá algo más…


Recuperar el tiempo robado


Cada vez que un libro de Quint Buchholz llega a las librerías, toda una suerte de sensaciones se abren camino en mi organismo mientras voy pasando las páginas y contemplo el trabajo del maestro alemán. En esta ocasión la cosa no fue para menos, pues Todo tiene su tiempo (editorial Lóguez), además de erigirse como un canto a la esperanza, cuenta con una serie de detalles que lo hacen más que interesante.


En primer lugar hay que señalar el punto de partida en un texto bíblico procedente del Eclesiastés, uno los llamados libros sapienciales que forma parte del Antiguo Testamento y que se comparte con el Tanaj judío, y que, como otros –léase el libro de los Proverbios o el de los Salmos-, les recomiendo leer a manos llenas, pues quedan más cerca de lo humanístico que de lo estrictamente religioso, incluso en más de una ocasión se alejan de posiciones eclesiásticas. 
Ya de por sí, este hecho me parece bastante curioso, no solo porque reconoce la palabra religiosa como un vehículo de la belleza literaria y no como un acto dogmático (algo que en este mundo de reservas, correcciones políticas y ofendiditos ya es un acto de valentía), sino porque abarca a cualquier lector, independientemente de su edad, color de piel o preferencias musicales (yo elegí el A-N-N-A de Mark Forster y el Barfuß Am Klavier de AnnenMayKantereit)


En segundo lugar hay que hablar de unas ilustraciones que, como en otras obras de Buchholz, se adentran en el subconsciente a través de un surrealismo evocador que, a través del arte figurativo, las descontextualizaciones, lo simbólico y su técnica a base de aerógrafo, son el acompañamiento perfecto para enriquecer un texto de hace siglos y hacerlo vigente de nuevo.

 
Consigue que pases las páginas despacio, que te detengas, contemples, observes, pienses, interiorices y exteriorices. En definitiva, es un libro que, calmado y silencioso, te pregunta y tú respondes a tu manera, algo que ya es bastante en un universo de engendros culturales yermos y baldíos donde el discurso personal no se dispara ni a tiros. 


Por último confesarles que, a pesar de haberlo mantenido a buen recaudo para sacarlo a la luz una vez que esta triste y gris situación terminase, he decidido ponerlo a germinar durante estos días de otoño, esperando que engrose sus estanterías y empiece a crecer en ustedes la necesidad imperiosa de disfrutar de todas esas sensaciones que recoge, de rebelarse contra los dictados sin sentido y las decisiones maquiavélicas. En definitiva, de recuperar el tiempo que nos están robando.


viernes, 23 de octubre de 2020

¡Felicidades, maestro Rodari!


En este viernes tan otoñal en el que las hojas amarillean y los días se acortan celebramos que hace cien años nació Gianni Rodari, el autor al que he dedicado una semana en la que semipresencialidad, reuniones y protocolos COVID han desembocado en un estrés laboral que ha marcado el paso de mis días. Todo esto me hace pensar que mientras unos son tildados de héroes (cosa que empieza a levantar suspicacias), a otros nos tienen de tontos pluriempleados e invisibles. 
Yo sólo pido que me dejen enseñar, que es a lo que me dedico. Que me dejen explicar qué es una vacuna, poner en entredicho las peroratas acientíficas de los telediarios, contar como se descubren nuevos fármacos, recordar quienes fueron Francisco Balmis e Isabel Zendal, explicar la evolución de los anticuerpos en sangre, y hablar de asepsia y antisepsia. Eso sí es lo mío y no la burocracia. Porque, si nosotros no enseñamos, ¿quién lo hará? 
No se extrañen de mis palabras pues no todo el mundo sabe enseñar. Además de conectar con los alumnos y tener los conocimientos necesarios para ello, hay que saber gritar y susurrar, subrayar, acelerar y aminorar, cantar y recitar, dar vueltas, ir y volver, equivocarse y corregir(se), engañar y decir la verdad, reírse y llorar, y sobre todo, un par de orejas para escuchar. 
Por ello, tanto yo, como muchos otros profesionales de la enseñanza, probamos a diario montones de fórmulas y estrategias que nos ayudan en esta tarea, recursos que si bien nadie ha inventado, forman patrimonio de cualquier enseñante. Itinerarios científicos, clases invertidas, catálogos etnobotánicos, revistas-objeto e hipérboles descriptivas llenan las aulas; incluso los errores pedagógicos, un recurso sobre el que Gianni Rodari, maestro también, se basó para darle forma a El libro de los errores, uno que traigo hoy a la palestra. 
No se me ocurre mejor forma de recomendarlo que echando mano de la nota inicial que, a modo de prólogo escribió Rodari y en el que dice que “Los errores son necesarios, útiles como el pan y a menudo también hermosos” y que “el mundo sería maravilloso si solo se equivocaran los niños”, unas palabras que dedica a padres y docentes, "a los que tienen la tremenda responsabilidad de corregir (sin equivocarse) los errores más insignificantes de nuestro planeta”. 
Disfruten de su lectura, ayúdennos a soplar las velas y... ¡Feliz cumpleaños, Gianni Rodari! 

El profesor Gramaticus 
en un estadio vio un día: 
“¡Biba Italia!” escrito en grande 
con faltas de ortografía. 

Era un cartel que llevaban 
unos hinchas muy joviales 
que sin parar aplaudían 
victorias descomunales. 

Trastornado, el profesor 
fue y les dijo en un susurro: 
“No ensuciéis así la patria 
con esas dos bes de burro, 

que en Italia ya tenemos 
problemas en gran cuantía; 
no me empeoréis las cosas 
con faltas de ortografía”. 

Al profesor Gramáticus 
rodearon al instante 
caras de pocos amigos 
y algún puño amenazante. 

Pero también se formó
allí una aglomeración 
de amantes de la lengua 
y la buena educación 

que a aquellos hinchas riñeron 
gritándoles con ardor: 
“¡Viva nuestra ortografía, 
viva nuestro profesor!”. 

Gianni Rodari. 
El profesor Gramáticus.
En: El libro de los errores
Traducción y adaptación de Carlos Mayor.
Ilustraciones de Chiara Armellini. 
2020. Barcelona: Juventud.



jueves, 22 de octubre de 2020

Zoológicos: pros, contras y un puñado de historias


Solo he ido tres veces al zoo en toda mi vida y dos de ellas han sido en viajes escolares. Se lo comento porque podría equivocarme en mis apreciaciones, ya que en este tipo de periplos, con que nadie se parta la crisma ya lo considero todo un éxito. Si a ello unimos que tengo pocos ejemplos que comparar, el sesgo puede ser bastante grande. 
Sobre las condiciones en las que he encontrado a los animales, diré que eran más que aceptables (entiendo que la mayor parte del personal que trabaja en estos lugares lo hace con mucho gusto y respeto hacia la naturaleza). Sobre su aspecto y estado de salud, diré que hay de todo. Hay animales que se adaptan bien y otros no tan bien. Algunos que sufren lo indecible y muchos que se sienten como en casa. Es lo que tiene la cautividad, más todavía si es en un hábitat que difiere muchísimo del real. 


Aunque ese es el punto más controvertido que debemos plantearnos una y otra vez, la mayor parte del público también está de acuerdo en realzar el valor didáctico-pedagógico que tienen los parques zoológicos, pues si no fuera por estos lugares, muchos jamás hubieran visto un gorila o un tigre de carne y hueso, algo que se antoja necesario para ser consciente de que el mundo está habitado por especies maravillosas que merece la pena cuidar y conservar.
Por otro lado me gustaría dar visibilidad al trabajo científico que biólogos y veterinarios llevan a cabo en ellos. Investigar y desarrollar técnicas que permiten avanzar en diversos campos, así como servir para el conocimiento de la materia por parte de los estudiantes (N.B.: Muchos de los especímenes disecados que llenan los museos de historia natural proceden en la actualidad de los zoológicos. Como muestra les invito a visitar el animalario de la facultad de biología de la Universidad Complutense). 


A pesar de todo, muchos creen que la existencia de los parques zoológicos es el resultado de un proceso socioeducativo mal entendido. Por ello, de unos años a esta parte, son bastantes los ámbitos relacionados con la infancia (juguetería, ropa infantil o la mismísima literatura infantil), que han tomado la decisión de no incluir en sus productos referencias a los parques zoológicos ni  a los animales exóticos, una que tiene que ver con compromisos de marcado corte ideológico (animalismo y veganismo). 
En mi opinión, no creo que sea efectiva por dos motivos. 1) La globalización ha llegado a nuestras vidas y los productos procedentes de otras latitudes son los que recogen su propia fauna, y 2) porque niños y adultos necesitan conocer el mundo para poder valorarlo, y si de primera mano es imposible (no todos se pueden permitir una safari por Kenia y Tanzania), que lo sea de una manera más indirecta. 


Con jaulas y leones, fosos y elefantes, piscinas y ballenas, llegamos al título de hoy que como toda esta semana está dedicado a Gianni Rodari. El zoo de las historias, una obra recuperada por la editorial A fin de cuentos con las sugerentes ilustraciones de Maite Mutuberria, nos sumerge en una pequeña aventura en la que dos amigos deciden pasar la noche en el zoo con la sola compañía de los animales que lo habitan y unas cuantas historias en las que ballenas, elefantes, ciervos, osos y conejos son los protagonistas. 
Fábulas de corte clásico (el conejo coronado), narraciones de corte futurista (ballenas y naves espaciales) y cuentos que bien podían haberse escrito hace siglos (de cómo se le alargó la trompa al elefante), pululan por las páginas de un libro que pretende entretener al lector desde un prisma lúdico e imaginativo, sin olvidar contraponer el medio natural y las leyes que lo rigen, al zoológico, un contexto espacial antrópico, una curiosa dicotomía esta que Rodari trae al lector para producir sentimientos encontrados. 
Disfruten de este libro que casi cabe en la palma de la mano, de sus historias sobre animales. En mitad del campo, mientras los conejos agachan las orejas bajo las primeras lluvias, el petricor se funde con nuestro epitelio olfativo, y las hojas empiezan a volar bajo.


miércoles, 21 de octubre de 2020

El artista eterno


Llego ese día tan esperado. Y para lo único que ha servido es para dejarnos claro a los contribuyentes que esa panda de patanes que se sientan en el hemiciclo lo único que saben es malgastar nuestros impuestos (y menos mal que ayer no se subieron el sueldo…). Se ve que lo que se lleva ahora entre los de la casta son las mociones de censura (Tres en cuatro años. Una a cuenta de los podemitas, otra por parte de los socialistas y esta última a cargo de Vox. No está mal la cosa teniendo en cuenta la ruina que nos espera). 
Cada vez tengo más claro que esta gentuza nos abocan a la ruina. Ni son dignos de nuestra confianza ni mucho menos de esa democracia con la que tanto se les llena la boca. A ver si algún matadero monta una sala de despiece cerca para que no quede ni uno vivo. Impostores, farsantes, trileros y chupópteros. Sólo gustan del dinerete, de escucharse y, sobre todo, de llevar a gala eso de “El hombre cuyo nombre es pronunciado permanece vivo”, una máxima que tiene mucho que ver con el libro de hoy. 


Como durante esta semana tenemos como invitado estrella a Gianni Rodari, he decidido traerles en este miércoles uno de sus obras (para mi gusto) más especiales, pues Érase dos veces el barón Lamberto (les recomiendo la edición de Kalandraka ilustrada por el siempre genial Javier Zabala) es quizá el libro menos adscrito al público infantil de todos los que escribió el maestro italiano, pues su lectura es capaz de desbordarse en cualquier demografía sin importar edad, color ni condición. 
El argumento es sencillo… El barón Lamberto, un ricachón más viejo que La Tana y con más achaques que La Juana descubre en uno de sus viajes a Egipto el secreto de permanecer en este mundo lo que le plazca (véase la frase entrecomillada de hace dos párrafos). Con ayuda de su mayordomo Anselmo contrata a seis personas para que pronuncien su nombre día y noche. La cosa funciona y el barón empieza a recuperarse poco a poco de sus dolencias y su cuerpo comienza a recobrar el vigor de épocas pasadas. A todo esto entran en juego Ottavio, su despilfarrador sobrino que quiere deshacerse de él para hacerse con la herencia y la banda de las Veinticuatro Eles que se hacen con la isla de San Giulio, hogar del barón. 
Seguro que se imaginan ustedes lo disparatado de una narración donde prima el sinsentido, unas asociaciones de ideas de lo más sui generis, una cantidad desorbitada de cuestiones anatómicas (un profesor de biología como yo, puede disfrutar de lo lindo con algunos fragmentos) o geográficas (con este libro se puede viajar a cualquier parte del mundo). Pero lo que seguro que no se imaginan es el final, uno que ya les anticipo que me recuerda al Button de Fitzgerald y el Pan de Barrie, pero que busca una nueva mirada desde una perspectiva más pragmática (cosas de la posmodernidad) 
No se pierdan este libro como lectores adultos ni tampoco hagan que los niños prescindan de él, porque seguro que pueden ofrecerles montones de finales alternativos –tal y como observó Rodari en el epílogo-, así como visiones distintas sobre diferentes planteamientos que se recogen en él, como la diferencia de clases, el servilismo, el egoísmo, la familia, el amor (esa Delfina me encanta), la felicidad o incluso la resurrección. 
Una historia mágica en la que encontrar un discurso plural que, como bien dijimos ayer, es algo que caracteriza la obra de Rodari más allá de sus inclinaciones personales (¡Que le podía haber sacado mucho jugo a este librito sobre ricos y pobres pero no lo hizo!). Y eso, señores, eso sí que es ser un artista de verdad, pero sobre todo, eterno.


martes, 20 de octubre de 2020

Gramática de la libertad de cátedra


Quería empezar esta semana con un recuerdo hacia Samuel Paty, el profesor de geografía e historia asesinado en Francia el pasado viernes a manos de un joven de origen checheno por haber explicado en clase lo que era la libertad de expresión utilizando como ejemplo la portada de la revista satírica Charlie Hebdo, una en la que Mahoma aparece frecuentemente caricaturizado. 
Aunque poco se ha dicho sobre esta atrocidad (no es de extrañar teniendo en cuenta que el COVID está tapando las realidades que menos interesa visibilizar), un servidor no podía obviarlo. Primero por ser de una gravedad pasmosa que la libertad de expresión quede supeditada a lo política o religiosamente correcto (¿Hasta dónde tendremos que llegar en estas sociedades de ofendiditos?) y segundo porque la víctima ha sido un docente, gremio al que pertenezco. 
Si bien es cierto que muchos docentes se encuentran institucionalizados y se limitan a enseñar la serie de contenidos curriculares que decide el gobierno de turno, un servidor entiende su labor desde otro prisma más plural en el que se incita al alumno, al receptor, a elaborar un discurso propio en el que haya altibajos, puntos comunes, desvaríos y desacuerdos. Un aula es un espacio de diálogo y no puede estar sujeto a los ismos ni a los caprichos ideológicos. 
Preguntar, ponerse en el pellejo ajeno, contradecirse, decir lo que a uno le venga en gana, compartir o disentir, es más saludable de lo que parece, sobre todo cuando ves que otros temen esa libertad que enriquece a la mayoría y vacía a esos pocos que se decantan por la fuerza (no sólo física, ojito) para imponer su ley a costa de intereses creados que engordan las totalicracias y buenocracias censoras de medio mundo. 
Evidentemente, los docentes no viven aislados del mundo y también tienen sus afinidades políticas o religiosas, pero ello no quiere decir que deban prescindir de su libertad de cátedra para que el alumno se sumerja en diferentes contextos donde encontrar posturas que, si bien son incómodas e incluyen sesgos ad hoc, contribuyen al pensamiento crítico y humano. 
Y de este modo llego hasta Gianni Rodari, un docente que, a pesar de sus inclinaciones políticas (no olvidemos que militó en el partido comunista) y de ser censurado en muchas ocasiones por sus historias y vis revolucionaria en materia pedagógica, se decantó por ese espacio común llamado imaginación para conversar con un sinfín de niños, escuchar sus palabras, disfrutar de las ideas que le brindaban, y dar forma finalmente a su Gramática de la fantasía (les recomiendo la elegante edición que acaba de publicar Kalandraka), ese libro donde se recoge el bautizado como “binomio fantástico”, la idea generatriz del mundo donde se refugiaron Alicia o Bastian para sentirse libres del yugo de los adultos. 
Ojalá la especie humana encuentre el binomio adecuado (no todos valen, que el azar sólo construye encima de buenos cimientos) sobre el que erigir un lugar donde la libertad germine sin ataduras ni amenazas.

domingo, 18 de octubre de 2020

Oda al bolígrafo


Si los bolígrafos hablaran, probablemente más de uno nos moriríamos de vergüenza. No sólo por los errores cometidos durante la escritura, sino por las barbaridades a las que le damos forma mientras nos evadimos sobre esas últimas páginas de los cuadernos y en las que, como un reducto de lo secreto, exponemos nuestros miedos y deseos. 
Pero no teman. Amigos y confidentes, los bolígrafos son los más leales compañeros. Nunca te delatan ni son esquivos. Están disponibles a cualquier hora para recrearse en las páginas de los diarios, anotar ideas inesperadas, resolver crucigramas o rellenar formularios. 
Lo único malo que tienen los bolígrafos es que no son eternos. Rara costumbre esta, la de hacer historia mientras se van vaciando. 

Convertirse en un buen domador de bolígrafos 
no resulta nada fácil. 
No sólo hay que ser fuerte y muy valiente 
también tienes que escribir a la vez con 
las dos manos 
y saber de memoria 
todas las letras de 
la palabra hipopotomonstrosesquipedaliofobia 

*** 

Estimado señor: 
Es usted un pequeño tonto. 
Es usted un idiota mediano. 
Es usted un gran imbécil. 
Firmado: 
El bolígrafo enmascarado. 

Javier González. 
Domadores de bolígrafos y Cuando nadie se atreve. 
En: El bolígrafo enmascarado. 
Ilustraciones de Eva Rodríguez Góngora. 
Ganador del XII Premio de Poesía para niños El príncipe preguntón. 
2020. Publicaciones de la Diputación de Granada: Granada.



jueves, 15 de octubre de 2020

La isla de los (no tan) guapos



Pa' mis alumnos, que me introducen en el mundo de las bazofias televisivas.

Ayer fue la noche. Me atreví a encender la caja tonta y valorar de primera mano el programa que ha causado sensación esta temporada de telebasura. Hablo de La isla de las tentaciones (sí, señores, para opinar de la morralla hay que ingerirla), un circo basado en las infidelidades de cuatro parejas bastante absurdas y que tiene enganchada a media España. 
Habiendo escuchado opiniones de toda naturaleza y condición (al menos no es indiferente, que ya es bastante), aparte de los discursos tan comedidos de sus participantes (N.B.: Se nota que la asepsia empieza a calar en la sociedad española y que hasta la cornuda de Melyssa quiso ser civilizada mientras mandaba a la mierda a ese “prometido” suyo), lo que más me ha llamado la atención es que las productoras de estos programuchos han dejado de lado a tronistas y viceversos para decantarse, cada vez más, por un personal menos tuneado y recauchutado. 


Y es que a pesar de que la belleza tiene más y más peso en una sociedad en la que todos parecemos clones, empieza a cobrar más importancia lo natural. No interesan tetas como dos cocos ni un geyperman de tamaño natural. Ahora lo que se lleva es cosita fina pero sin demasiados artificios. Cada uno con su identidad pero sin perder el “sex-appeal” personal. Que si una tiene marcas de acné, otro buena nariz o el de más allá está cartoniano, pero todos ellos tienen cierto atractivo. 


Todo este casting me agrada a sabiendas de que el guion esté amañado -nada es perfecto, bebés, que la audiencia también interesa-, pero cierto es que el mensaje, en lo que se a canon de belleza se refiere, cada vez está más próximo al “reality” con el que bautizaron a estos “chows” y va despejando el camino para que cualquiera pueda aspirar a tertuliano, que al final es lo que queda. 
Por mi parte, sigo constatando la tesis de que no por mucha silicona, te los llevas de calle. Que más vale un pico que trine que cuatro horas de gimnasio, un lema que me dan ganas de tatuarme en la frente para que mis alumnos se pasen la clase embobados (todavía más), para que esos adolescentes en ciernes que dan mucha importancia a esto de los asuntos corporales se fijen en lo realmente interesante. 


Y para finiquitar con esta perorata, hoy me detengo en Guapa un libro de Canizales publicado por la editorial maña Apila y que desde su publicación ha tenido gran reconocimiento por parte del público. La historia nos habla de una bruja que tiene una cita con un ogro. Como os podéis imaginar la bruja es horrible. Bien de nariz, con verruga incorporada, piel verdosa, pelambre y una barbilla de aquí a Estepona. Todo como manda la tradición. El caso es que de camino ca’l ogro se topa con unos animalejos que la persuaden para que se vaya haciendo unos retoquillos y no se presente a la cita hecha un adefesio. 


Como las sorpresas finales y las risas las dejo para ustedes, yo me dedico a aspectos más técnicos… Si bien es cierto que el libro contiene algo de metaliteratura (personajes clásicos de cuento) y un humor muy blanco, lo que más me gusta son sus giros narrativos (la venganza siempre aporta un tono canalla a la lectura). Y donde otros ven una mujer que se rebela a la tiranía de los cánones estéticos, yo veo una historia cotidiana de frustaciones e inseguridades, dimes y diretes, conjeturas y prejuicios, que lejos de luchas feministas intenta dar una cosmovisión diferente sobre lo que es la sociedad. 
Con todo esto y unas acertadas imágenes de corte digital les invito a que lo regalen a cualquiera, que satisfecho o insatisfecho, la belleza depende de quien te mire (o de quien no).

miércoles, 14 de octubre de 2020

Una de dictadores


Lo peor de las dictaduras es que nadie sabe muy bien cuándo empiezan ni cuándo terminan. A las pruebas me remito, pues todas las dictaduras han pillado a los ciudadanos en paños menores. O no se las esperaban o vivían engañados. 
A pesar de que a muchos se nos vienen a la mente ciertos nombres, no todos los dictadores son iguales, un hecho sobre el que, tomando como punto de partida un puñado de criterios, podríamos establecer una ligera taxonomía sobre dirigentes totalitarios. 
Si atendemos al carácter y dejando de lado a los malvados (típicos, básicos y poco interesantes), me voy a centrar en otras categorías poco explotadas pero con más enjundia… Hay dictadores egocéntricos, guapos, avariciosos, suavones y esquizofrénicos. Los primeros, henchidos, petulantes, gritones y pesados, los segundos, exhibicionistas y a la moda, se rodean de aduladores, los terceros no pueden disimular su cara de hambrientos ni su mirada felina, los que siguen, amanerados que gustan de subalternos, y los últimos, entre paranoias y excentricidades, están para encerrarlos. 


Aunque los más conocidos son los golpistas (elecciones amañadas, tanques y ametralladoras), en lo que se refiere a las formas también hay que dar visibilidad a los democráticos (¡Ignorantes! ¡Sálvese quien pueda voto en mano!), los mediáticos (Mami tú sabe: propaganda, folletines del corazón y redes sociales), y los sanadores (¡Vivan las pandemias, el miedo y sobre todo el COVID!). También hay dictadores con mucha folla (Da lo mismo. La de Cortes, la del Rocío o la de Regla. La cuestión es que se te aparezca la virgen manque pierda) y a otros lo que les mueve es la venganza (Cosas de perdedores: o revancha o no paran). 
Si hay dictaduras porque sí (véanse todas las anteriores), también las tenemos porque no. Me explico… Carencias afectivas de todo tipo -maternales, paternales, conyugales o filiales- han pergeñado más de un dictador que sólo clamaba algo de atención (y a pesar de ello nadie a la postre les demostró su sincero amor). Calvas, acné, grandes narices o patas de palo han abocado a más de uno a la dictadura, hete aquí a los feos y acomplejados. Y por último en esta categoría, tenemos a los dictadores que lo han sido porque otros nunca llegaron a serlo (carambolas del destino que nos dejan boquiabiertos). 


Y para finalizar con este catálogo llegamos a Ubú, el peor de todos y mezcla de todos los anteriores, que además es el protagonista del último álbum publicado en España de Jérôme Ruillier (editorial Juventud). Ubú comienza zampándose al rey y, evidentemente, se convierte en el nuevo rey. No teniendo bastante continúa con los verdes, con los azules y los rojos. Crece a cada bocado, a cada mordisco su poder aumenta. Pero no todo en las dictaduras es positivo, pues el poder, la mayor parte de las veces, también se indigesta. 


Una vez más Ruillier nos adentra en un discurso complejo a través de una línea narrativa aparentemente sencilla. Tomando como figura narrativa el círculo y jugando con tamaños, colores y composiciones, desarrolla una fábula llena de simbolismo que es capaz de desbordarse en mil facetas de diferente tonalidad. No se olvida del caos ni del orden (cuando Ubú no desata el desconcierto todo aparece medido al milímetro), tampoco de los diferentes ni de los iguales (ordenación por colores y tonalidades dentro de la misma gama). Ni de los protagonistas (negro, gris y amarillo, muchas veces situados en la página derecha), sean voraces (Ubú crece y crece, y se desplaza desde una posición lateral hasta el centro de la doble página) o cobardes (¿Adivinan quién es? Me parece un planteamiento discursivo muy interesante el de este personaje). Tampoco se olvida de causas ni consecuencias. Ni siquiera de los que recuerdan, porque evidentemente, el relato siempre necesita un narrador que perdure en el tiempo. 


Bautizada con el nombre del protagonista de la comedia satírica de Alfred Jarry, esta historia no sólo busca un guiño a la obra del dadaísta francés (hablar de una versión creo que es demasiado), sino que da una vuelta de tuerca a una particular a una fábula de tiranos que el niño-espectador puede identificar con un buen puñado de recursos estéticos, pero bajo la que subyace sobre todo un sustantivo llamado LIBERTAD.

viernes, 9 de octubre de 2020

¡Elemental, querido Doyle!



Aunque todos lo conocemos por ser el autor de Sherlock Holmes, Sir Arthur Conan Doyle podía perfectamente eclipsar a su personaje más celebre. Escritor, médico, soldado, aventurero y gran deportista, se podía decir que Doyle (su verdadero apellido, pues tenía tres nombres: Arthur Ignatius Conan) fue un hombre con una vida muy rica. Como hasta su centenario todavía queda, les invito a que buceen en su dilatada biografía y se pongan en situación antes de leer cualquier cosa suya. Entenderán mucho mejor el contexto de sus relatos. 
Como aperitivo les contaré que su nombre aparece en los créditos de Parque Jurásico, ya que su novela El mundo perdido sirve de inspiración para esta película. También les diré que él mismo resolvió dos crímenes, salvando a Oscar Slater, un hombre acusado injustamente de matar a una anciana, de la cárcel. También quiso rechazar del título de caballero de la Orden del Imperio Británico (Sir) por considerar que el rey Eduardo VII se lo otorgaba amén de cuestiones políticas y no por sus méritos literarios (su madre lo disuadió para que lo aceptara). Incluso hay quien advierte que Doyle pudo ser el verdadero Jack el destripador en base a unos estudios grafológicos algo dudosos. 


Episodios de espiritismo aparte, una consulta vacía (a pesar de ser un médico brillante) y su afición por la política, Doyle parió a Sherlock Holmes, un personaje para el que tomó diferentes fuentes de inspiración. Inspiración nº 1: C. Auguste Dupin, el detective que inaugura el relato policial de la mano del genio Edgar Allan Poe. Inspiración nº 2: Joseph Bell, cirujano y uno de sus profesores universitarios que, por su capacidad de observación y meticulosidad, echó un cable a Scotland Yard para resolver algunos crímenes. Inspiración nº 3: Sir Henry Littlejohn, un experto forense de la también Universidad de Edimburgo que gustaba de investigar y relacionar casuísticas. Evidencias nº 4 y 5: hay autores que también mencionan a otros dos sabuesos, Francis “Tanky” Smith, maestro del disfraz y primer detective privado de Leicester, y Jerome Caminada, detective de Manchester. Si a estas evidencias añadimos que el apellido del personaje procede del escritor estadounidense Oliver Wendell Holmes, la redondez (y complejidad) está servida. 
Si bien es cierto que el origen del protagonista es complejo, no hay que olvidar que desde que viera la luz en 1887 Estudio en escarlata, Sherlock Holmes, además de adaptarse en multitud de ocasiones, ha servido de inspiración para otros muchos personajes de ficción. Desde la literatura hasta el cine, pasando por la televisión, todos conocemos nombres como House o The Good Doctor, personajes con mucho razonamiento deductivo que pueblan los relatos posmodernos en los más variopintos ámbitos. Y como la Literatura Infantil y Juvenil no podía ser menos, hoy les traigo un par de creaciones que se inspiran en el personaje de Doyle. 


En primer lugar tenemos a Basil, el ratón superdetective, una serie de aventuras creadas por la americana Eve Titus que está protagonizada por la versión roedora de Sherlock Holmes. Aunque todos ustedes la conocerán por su adaptación al cine de animación de la mano de los estudios Disney, el detective Basil y David Q. Dawson, su ayudante, salieron de la pluma de esta señora en 1958. Para ellos creo diez historias de las que Blackie Books acaba de publicar la primera, una que está ilustrada por Paul Galdone y lleva por título El misterio de Baker Street, un relato de intriga que comienza con el secuestro de las gemelas Angela y Agatha Proudfoot y que les lleva hasta la costa oeste inglesa en busca de Los Tres Terribles. 
Con un lenguaje directo, muchos guiños a las prácticas recurrentes de Holmes (incluida su excentricidad) y un universo adaptado al tamaño y ecosistema de estos roedores (no hay que olvidar gatos y otros enemigos), la narración es más que simpática y va iniciando a los lectores en las historias policiacas donde intriga y efecto-causa son una constante entre la bruma inglesa. 


En segundo lugar toca hablar de Las aventuras de Enola Holmes, otra serie, esta vez de seis libros, escrita por Nancy Springer y editada en castellano por RBA que narra las aventuras de la hermana pequeña del mismísimo Sherlock y de la que últimamente Netflix ha adaptado la primera de las historias titulada El caso del marqués desaparecido. Desde que se publicara por primera vez en 2006, la serie ha tenido mucha aceptación por parte del público, más todavía entre las lectoras, con las que conecta muy bien gracias a la identificación con la protagonista. 


Con un esquema narrativo diferente al primero (menos lineal y con ciertos juegos temporales), requiere de más atención y competencia lectora. Si bien es cierto que algunos la sitúan en lo paraliterario, diré en su favor que hay algo de ese viaje iniciático que exhiben muchas series de este tipo, en las que el héroe madura y gana el lugar que le pertenece, una literatura de transición que nunca está de más, sobre todo cuando desborda el universo de Doyle en lo que a lazos familiares se refiere.
Así que ya saben, si tiene un ratito, corroboren las similitudes, algo elemental a la hora de inspirar.

miércoles, 7 de octubre de 2020

¡Y se nos olvido el ecologismo...!



Yo no sé si será el cambio climático o que este periodo interglacial ha llegado a su cenit, pero el caso es que el prolongado verano nos está friendo los sesos en pleno octubre. Un soletón que pa’ qué, las setas no hacen aparición y no cae ni una gota. Ya me dirán ustedes… Si esto no es desertificación, que baje cualquier dios y lo vea, que mientras los ingleses están de agua hasta las trancas, aquí podemos seguir cosechando melones hasta bien entrado el otoño. 
Sí, sí, ya sé que estamos con el coronavirus a cuestas y que en la tele sólo se preocupan de mantenerles temerosos y boquiabiertos a costa de un agente infeccioso que les interesa mantener en el punto de mira para que los políticos de turno hagan su agosto durante estos días aciagos (con estas temperaturas les viene que ni pintado eso del "agosto"). 


Pero yo, en mi papel de tocapelotas, les recuerdo que todavía hay mucha hambre en el mundo, genocidios, esclavitud, racismo, explotación infantil y, sobre todo, cambio climático. No olviden que, cuando termine la pandemia, Greta volverá y, vigilante desde su trono de “climate change star”, nos dará un soberano tirón de orejas. Por cafres, desalmados, egoístas y cobardes. Abandonar así al pobre planeta… Si es que nos merecemos to’ lo que nos pase. Incuso virus de destrucción masiva. Por malajes. 
Y yo, que no me amedrento tan fácilmente, tendré que decirle a esa niñata snob (podría llamarla "jeta profesional"), que lleva lleva toda la razón pero que por mí no habrá sido. Que no he tirado ni una mascarilla al suelo, que no he utilizado guantes de nitrilo, que no me he lanzado al consumo masivo de geles hidroalcohólicos (ni al gasto de recipientes de plástico que lleva aparejado), que ventilo la casa lo justo y que todavía no he encendido la calefacción (hay que ver, la de barbaridades que hay que oír). Eso en lo que respecta a los nuevos hábitos pandémicos. Porque si a ellos unimos otros quehaceres, me podían condecorar... 


Con este tinglao ya no hay hueco para la agenda 2020-2030 ni para otras milongas conservacionistas, sólo hay lugar para que los políticos enganchen la manteca y se abran una cuenta en las Maldivas... ¡Ojalá le cayese a más de uno una morsa encima! Tan grande como Edna, la protagonista de Una morsa en mi jardín, una historia que he rescatado hoy en honor de Sonia Pulido, su ilustradora y también flamante ganadora del Premio Nacional de ilustración de este año. 
Escrita por Alex Nogués y publicada por Ekaré, nos cuenta cómo del cielo cae una morsa y va a parar sobre una madre de familia que está leyendo en el jardín. La protagonista huele fatal y necesita un hogar. Aunque al padre le gusta mucho la inquilina, no consigue darle un lugar acondicionado. Enorme, pesada y siempre en remojo, necesidades que en esa casa no se le pueden ofrecer. ¿Qué pasará con Edna?


Mientras disfrutan de esta historia con cierta vis cómica, mucho sinsentido y mirada crítica, les animo a que se internen en el trabajo de esta autora tan versatil (la tía le ha dado a todos los palos) que haciendo gala de un colorismo propio de épocas pasadas, ahonda en la mirada más contemporánea de la ilustración actual.

martes, 6 de octubre de 2020

Buscando el edén


Hace un mes ya que regresamos de un verano atípico, nos vamos abriendo paso en la rutina que nos ofrece esa nueva anormalidad de la que nos provee el omnipresente coronavirus y que tanto gusta a los políticos (creo que disfrutan de esta situación) y nos empezamos a dar cuenta de que las vacaciones, si no catárticas, han sido necesarias. 
Como bien decía en este post, aunque muchos han echado de menos aeropuertos y guías de viaje, la mayor parte de la sociedad española se ha quedado más que satisfecha descansando en el sofá de siempre, para concluir con eso de “como en casa en ningún sitio”. 


Si bien es cierto que hemos pisado alguna piscina que otra y hemos podido celebrar algún que otro chapuzón en el mar, la mayor parte de los españoles nos hemos visto privados de esos viajes exóticos que otrora era una constante estival. Conformes con las playas de Tarifa, Benidorm, Cádiz, Formentera, Maspalomas o Sangenjo, hemos disfrutado de los paraísos cercanos que nos brinda nuestro país, que bien mirado lo teníamos muy abandonado en pro de engordar el P.I.B. extranjero. 
“Ay, Román, si es que yo no quería ir a Santapola… Me pirraba por ir a Vietnam, Nueva Zelanda o Sudáfrica…” “¡Que no todo es cruzar los océanos, chacho! Tú haz como mi sobrino: lo que no tengas, te lo inventas. Búscate una buena hamaca, prepárate un daiquiri, un son de Compay Segundo y Eliades Ochoa, y ya estás en La Habana. ¿Qué quieres asiático? Sushi, farolillos y pai-pai. Y si no te alcanza yo te regalo un par de figuras de origami. Unas veces sucede que sólo vemos muertos y otras que visitamos lugares desconocidos.” 


Y con tanta imaginación desbordada, durante todo este verano me he acordado de ¡Qué bonito es Panamá!, el clásico de Janosh (editorial Kalandraka) que todavía no tenía su hueco en esta casa de monstruos. 
Publicada en 1978, esta historia que da el pistoletazo de salida a la serie de Tigre y Oso y que en palabras del propio autor consistió en “dibujar la mayor cursilería del mundo”, es un canto a la inocencia infantil y que a su vez se interna en los deseos de cualquier ser humano. 
Nos cuenta la historia de dos personajes que, inspirados por una caja de madera donde se puede leer “Panamá”, deciden ir en busca de ese paraíso perdido (cada uno tiene el suyo a pesar de las inclinaciones religiosas), un lugar prometedor en el que disfrutar juntos de todo lo que les puede ofrecer. La cosa pinta muy bien. La pareja se mete en el papel de aventureros y, ayudados por un puñado de protagonistas secundarios, avistan finalmente el citado edén a base de su cuento de la lechera particular. 


El final, aunque muy conocido en este mundillo de monstruos, lo dejo para la sorpresa del lector, que siempre se agradece un poco de consideración, más todavía cuando lo divertido está en un “road-trip” (lo digo por las ruedas del patito-tigre) que bebe del sinsentido y la desbordante imaginación. 
Lo dicho. Decidan donde está su Panamá y disfruten de él, que no quiero yo que se les vaya la vida buscando lo que puede que tengan al lado.


lunes, 5 de octubre de 2020

Un lunes dulce y limpio


Como la semana pasada anduve bastante liado con la ponencia que expuse en el 2º Congreso de Creatividad y Literatura Infantil organizado por la asociación alicantina Va de cuentos, no tuve tiempo de publicar mi “reseña” poética de los viernes. Como no soy río y voy por la vida a mi antojo, he decidido resarcirme este lunes y de paso, llevar a la práctica lo que defendí al mismo tiempo que les traigo un poco de belleza en forma de versos con uno de esas obras de poesía muy especiales que se merecen un rincón en esta casa de monstruos y palabras. 
Haciendo alusión al libro de hoy cuando todavía no estaba editado en nuestra lengua, decía Juan Senís que toda la poesía infantil -como la adulta- debía ser limpia como un cerdito y dulce como un pepinillo. No sé si llevaba razón en su asimilación (desde entonces he visto muchas cosas sucias y empalagosas ascendiendo a los altares), pero lo tengo clarinete que este libro rompe muchos esquemas, no sólo formales, sino también discursivos de la poesía infantil contemporánea. 
Fresco, complejo, vivaracho, reflexivo, locuaz o absurdo, podrían ser un buen puñado de adjetivos para referirse a esta veintena de poemas que se publicarían por casualidad en 1964. Si bien es cierto que no existe mucha conexión con el resto de la obra de esta autora americana, bien podríamos decir que explora como pocos el ideario humano. Y eso, señores, es, al fin y al cabo, en lo que consiste la literatura. 

¿A qué altura está el cielo? 

El cielo está más alto que un árbol que yo me sé. 
Y más alto que un avión, también. 
Pero en noches repletas de estrellas 
miro y pienso: ¿qué está más alto, 
el cielo o ellas? 


A veces me pregunto 

¿Por qué iba a preguntarme dónde está dondequiera? 
Dondequiera son las tiendas y los niños, los árboles y el aire, 
la valla de casa, nuestro jardín: todo esto es dondequiera. 
Pero a veces, mamá bonita, papa querido, me pregunto: 
¿dónde está ninguna parte? 

Carson McCullers 
En: Dulce como un pepinillo, limpio como un cerdito. 
Ilustraciones de Rolf Gérard. 
2020. Madrid: Siruela.