jueves, 30 de noviembre de 2017

Juego de tronos (sin dragones zombis)


Me encantan los jueves. No sólo porque parece que huele a viernes (¡Y yo sin afeitarme!) sino porque voy solo al trabajo. En esa paz que me acompaña por la carretera tengo media horita para pensar en todo lo que tengo que hacer cuando llegue al trabajo (¡Qué ganas de una primitiva! A quien le guste trabajar que se lo mire, o está loco, o es medio tonto), qué voy a contarles hoy (A ver que se le ocurre a este...), en apostar conmigo mismo (¿Seguirá lloviendo?), o en qué es el poder... Y así sigo, enfrascado en este último punto, a ver si me aclaro con poderosos y serviles, yo, un muerto de hambre.


Como la palabra “poder” es muy firme y severa, me van a permitir que utilice “mangoneo” como sinónimo, no sólo porque suena más canalla y cotidiana, sino porque se ajusta más a la realidad en la que vivo que la primera. El vocablo “poder” tiene más fuegos de artificio, es más rígido y aristocrático (en sentido figurado, claro), mientras que el “mangoneo” es más voluble y se puede extrapolar a todos los ámbitos de la vida.
Mientras que yo sólo aspiro a manejar mi casa (y a veces ni eso, que se lo cuenten a las pilas de libros que crecen sobre cualquier superficie horizontal), otros aspiran a controlar un terreno mucho más amplio, algo para lo que hay que desarrollar numerosas estrategias. Unas más honestas, la mayoría más deleznables, pero todas van encaminadas a levantar el estandarte (¡Porque yo lo valgo!). Hay poderosos más dignos que otros (¡Faltaría más!), pero seguramente todos anhelan lo mismo: una ¿merecida? placa en la entrada.


También los hay que no se pueden coronar jerifaltes, bien por inutilidad, falta de tiempo o desinterés, y se recrean con otros menesteres. Los inútiles prefieren colocarse al abrigo de un mandamás y revertir dichos favores, los que carecen de tiempo hacen trabajillos por las tardes y sólo se preocupan cuando les tocan el horario, y los desinteresados ni se les ve ni se les oye.
Lo divertido del juego de tronos (sin dragones zombis, que me producen pánico) llega cuando asoma la cocorota otro que aspira a cetro y báculo. Los cuernos van creciendo, los ánimos caldeándose y las palomitas en el microondas. ¡Agárrense los machos que empieza la función! La solución siempre pasa por el mismo lema “A ver quien la tiene más grande”.
Y ya saben, cuando termina la fiesta, unos ganan, otros pierden y los de en medio se quedan como estaban, igual de inermes.


Y así llegamos auno de los libros que más me ha gustado durante los últimos meses, no sólo por su intensidad y fidelidad a lo que son las cuestiones de poderosos y/o manejantes, sino a la forma de contárnoslo. Un rey de quién sabe dónde de Ariel Abadi es la segunda apuesta de la editorial A fin de cuentos que, para mi gusto, ha entrado por la puerta grande. Este libro nos plantea la eterna lucha de poderes con una sencillez maravillosa. Crítico pero económico (¡Dice tánto en tan poco!), humorístico y veraz, tiene todo lo que se le puede pedir a un álbum ilustrado. Y lo mejor de todo es que tras leerlo, he decidido pasar de ser de esos que no tienen tiempo a desinteresados. 


miércoles, 29 de noviembre de 2017

¡Odio planchar!


De todas las tareas domésticas, la que más me exaspera es la de planchar. Una lavadora, otra y otra... Empiezo a amontonar la ropa seca. Prenda sobre prenda hasta liar un buen montón. Así pasa, que, cuando me doy cuenta, aquello parece el Mulhacén y no hay quien saque fuerzas para enfrentarse a la cruda realidad: estirar, mullir y doblar.
Saco la plancha, la tabla y el muletón, una buena provisión de agua (destilada quien la prefiera) y, tras amenizarme la sesión (hora y media, dos) con música variada, mucho brazo, vapor por un tubo, “¡Voilá!, ya tengo todo listo” y, tras llenar el armario de nuevo, ruego al Altísimo por mi absolución (ya saben, pereza, perrería) de esta tortura tan española.


Al día siguiente, me pongo a charlar con mi señora madre... “¡Qué pereza, mama (sin tilde, que me luce más)! ¡Esto de la plancha es un atraso!” “Ea, nene...” me responde “si lo hicieras poco a poco sería repartidera y no habría tanta queja.” Yo asiento (la aplastante sabiduría materna no se rebate, que luego rebota en la realidad y escuece por partida doble) y pienso que, para la próxima, tendré en cuenta el consejo. Suena en ese momento mi otro yo: “No te engañes, Román, llegado el momento, te resbalará, impermeable como sólo tú sabes ser.”
Después de quejarme un rato, pienso en esas ocasiones en las que, enfrente del espejo, uno se ve radiante, exultante, sin una arruga y con buen empaque. Y me acuerdo de la plancha contra la que tanto he despotricado. No es lo mismo colgarse un churro que una camisa impoluta, sin doblez inoportuna, tiesa y galante. ¿Que dió su trabajo? Más que evidente, sobre todo mientras dirigíamos el armatoste de uno a otro lado (No sé por qué extraña razón, siempre que plancho una, se me vienen a la cabeza las salas de despiece..., cuello, puño, espalda, bolsillo...), pero todo se nos olvida cuando vestimos el resultado.


Entre planchazo y planchazo me acabo de acordar que nadie me enseñó a planchar, una cosa que aprendí yo solito, sin clases particulares (¡Para que luego nos llamen inútiles a los hombres...! En todo caso cómodos o prácticos). Y si tienen en cuenta que jamás me he cargado nada a base de quemazos, merezco más de una alabanza, que eso siempre agrada (tomen nota señoras y señoritas).
Y hablando de desastres sobre la dichosa tabla, acabo de acordarme de El problema un álbum sencillamente ex-qui-si-to de Iwona Chmielewska y editado en castellano por la editorial mtm. Aunque esta historia tan bien pensada ha pasado desapercibida para muchos, les confieso que no pude evitar dar palmas cuando la leí en mitad de mi librería favorita, no sólo porque me sentí muy identificado con la protagonista, una pequeña aprendiz de planchadora, sino por una narración que tiene todos los ingredientes verbales y gráficos para atraparnos en ese mundo dual de fantasía y realidad que deben construir los buenos libros. Todo empieza con un mantel quemado por un descuido... Y hasta aquí puedo leer, que tengo que irme a planchar.


martes, 28 de noviembre de 2017

Fuerzas de la naturaleza...


Lo de este otoño no tiene nombre. Un día el cielo se levanta plomizo y al otro, asorrataos nos hallamos. Pero llover, lo que se dice llover, naranjas de la China... Aunque parece ser que el estiaje es una constante en el área mediterránea, creo que lo que nos está viniendo es excesivo. Echo el agua de menos, y punto.
No crean que sólo practico la queja y no busco explicaciones a dichos cambios. Algo he estudiado y empiezo a correlacionar realidades pasadas y actuales con hechos fehacientes... Es evidente que el hielo ártico se ha reducido dos terceras partes en las últimas décadas algo que, por narices, debe alterar en mayor o menor medida el flujo de calor, tanto en las corrientes atmosféricas, como en las oceánicas. Nuestro planeta junto a las leyes de la física se hallan en una búsqueda del equilibrio termodinámico y eso, inevitablemente, modificará nuestro modus vivendi (no sé si logrará exterminarnos, pero sí darnos mala vida, que se ve que es lo que queremos).


¿Que si estamos a tiempo de cambiar la tendencia natural del dióxido de carbono? Tal y como se plantea el sistema económico, lo veo chungo. Luchar contra el capitalismo, su ingesta desmedida de recursos naturales, y la emisión de gases de efecto invernadero, es improbable. Por mucho que unos pocos nos empeñemos en el reciclaje, la parquedad consumista o las políticas de desarrollo sostenible, servirá de poco ante los intereses de mandatarios, multinacionales y energéticas. ¿Se han fijado que los gobiernos dejan a un lado medidas efectivas, como dejar de producir automóviles convencionales, promover la forestación, endurecer las penas a los incendiarios y pirómanos, o abaratar los productos limpios (¡Menudo negociazo las etiquetas verdes!)? Eso sí... se pasan el día calentándonos la cabeza con los embalses para subirnos la factura de la luz.


No obstante y aunque parezca derrotista, abandero que sí deberíamos plantear una concienciación social con líneas efectivas que se aleje de charlas repetitivas y hábitos de vida pseudoreligiosos... Lo del cambio climático es como la literatura, que si no la enseñas como es debido, todos acaban por odiarla (N.B.: Así nos va a los que defendemos los libros y sus bonanzas, que aunque demos pasitos, no llegamos). Hay que pasar a la acción, dejarse de metáforas y juegos de roles. Hay que acojonarse. Lo que más me gusta de este noviembre seco es que a muchos les ha sentado como una bofetada pasearse en tirantes a media mañana. Así que ¡bienvenidos a la realidad, melones!


Y para no quemarme más la sangre con este tema, creo que lo mejor es dejarles con Yokai, un álbum muy hermoso de Carmen Chica y Manuel Marsol (Fulgencio Pimentel). Es fácil perderse en esta fábula con cierto deje a La princesa Mononoke de Miyazaki en la que un repartidor se pone a plantar un pino en medio del bosque viéndose atrapado por los espíritus de la naturaleza, fuerzas encantadoras y extrañas que se confunden con los árboles, las montañas y los animales que viven en él. Apoyándose en un formato diferente y delicado, esta historia transformadora, jovial y evocadora, merece la pena ser experimentada y hacerse realidad.


viernes, 24 de noviembre de 2017

Selección de libros informativos 2017-2018 (I)


Ingela P. Arrhenius. La ciudad. Coco Books.

Hoy se ve que es el “viernes negro”, sobre todo para la buchaca, ya que el mundo anglosajón, aprovechando la coyuntura del tinglado capitalista, nos ha endosado otro invento para que nos liemos a gastar mandanga como si no hubiera un mañana. Luego vendrá el “Cyber Monday” para quien no haya tenido bastante con acudir de cuerpo (y cervicales) presente a las tiendas, también pueda meterle un buen viaje a la tarjeta de crédito desde el sofá.
Un servidor, como es hombre previsor, prefiere guardar algo. Que entre viernes y lunes quedan sábado y domingo, igual de largos..., no sea que tenga que poner en venta un riñón (¡Con lo que duele!).
No obstante, el aquí maestro y bloguero, a sabiendas de que les gusta proveerse de todo tipo de libros para regalar durante las próximas fiestas, ha sido considerado con ustedes, grandes monstruos, y les trae la primera parte de una serie de sugerencias en lo que al género del libro informativo se refiere en este curso 2017-2018. Más que nada porque, como bien saben, hay libros de estos que valen un ojo de la cara y, teniendo en cuenta que pueden ahorrarse un pico estos días de descuentos desorbitados, aquí les dejo con lo más granado (a mi juicio, como siempre) que hay estos días sobre los estantes de librerías y bibliotecas (a los pobres y disidentes siempre nos quedarán esas).
Así que, sin más, les dejo con mi selección -Nota: con tres estrellas (***) aquellos títulos que me han robado el corazón- y un montón de librerías por explorar.


Ingela P. Arrhenius. La ciudad. Cocobooks. Si hace un par de años Ingela P. Arrhenius se centraba en los animales, esta vez nos trae un paseo por una ciudad cualquiera. Desde la piscina, pasando por el parque de bomberos, la estación de tren o el museo, hasta la librería, sus pobladores realizan un recorrido para conocer lo que les rodea. Todo ello en gran y llamativo formato. Un libro lleno de detalles para regalar o darle un sitio privilegiado en la biblioteca del barrio (mejor que mejor). (***)


Carl Johanson. Todo tipo de coches. Maeva. Cuando me topé con este libro por primera vez, me vinieron a la memoria los momentos en los que jugaba con coches de todo tipo durante la infancia. Abrir las puertas, cerrarlas, carreras de velocidad y un sinfín de circuitos más nos alegraban en el parque o en el pasillo. He aquí un catálogo ilustrado de todos los tipos de vehículos que nos rodean. Ambulancias, coches de bomberos, grúas y tanques llenan las páginas de otro buen regalo navideño para niños sobre ruedas.



Katrin Wiehle. Mi pequeña montaña. Lóguez. Como sigo enamorado de esta colección que tanto bueno ha traído al mundo del libro informativo para prelectores, no podía dejar pasar la ocasión de apuntar hacia este nuevo título que nos adentra en los entresijos de las cumbres, su flora, fauna y paisajes. Seguramente me hubiera hecho falta en el último viaje que realicé a los Pirineos con mis alumnos para que ilustrar a algunos cuando hablaba de la  edelweiss o los rebecos... 200 % recomendado = 100% interesante + 100% ecológico.


Françoise Laurent y Nicolas Gouny. La leche. Amanuense. Con esto de la crianza todo lo que rodea el universo infantil, está a la orden del día. Y cómo no, la alimentación infantil no podía ser menos. Es por ello que aquí trago uno de los títulos que configuran la colección Yo sé lo que como, un conjunto de cuatro libros que nos acercan a las bonanzas y procesos de obtención de alimentos básicos. Bien hilados y documentados son títulos con mucha proximidad al pequeño lector, que aprenderá de forma autónoma muchas cosas sobre lo que se echa a la boca. (***)


Eva Maceková. Un día con Óscar. mtm editores. Lo cotidiano llena los álbumes ilustrados. Escenas en el colegio, jugando en el parque o comiendo, constituyen la rutina de la mayor parte de los niños. Es por ello que esta autora acompaña al protagonista a lo largo del día y envuelve al lector en una atmósfera colorista y cercana donde aprender sobre su entorno puede ser una experiencia más que enriquecedora.



Imapla. Sin Fronteras. Libros del Zorro Rojo. Aunque algunos incluyen esta creación de Inma Pla dentro de lo ficcional, yo me he decantado por contextualizarla dentro del libro informativo ya que los elementos elegidos para su realización hacen referencia a los países del mundo y sus banderas. En este libro móvil de imágenes combinadas (ver clasificación de estos libros aquí) se establece un juego bifacético (palabras e imágenes) entre el lector y el concepto de coincidencia-no coincidencia que puede tener varios niveles discursivos, por un lado más descriptivo y didáctico, por otro más hondo y complejo. Una delicia, vaya. (***)


Gerda Müller. Mi huerto. Algar. Soy un gran defensor del “cultívatelo tu mismo” aunque me guste poco hincar el lomo. Es por ello que este libro informativo a caballo entre la ficción y la no ficción me encantó desde que lo vi. En él se plantea un año en un huerto visto por los ojos de una niña que pasa una temporada en casa de un familiar que gusta de cultivar sus propias verduras y hortalizas. Bellamente ilustrado y con amplia y variada información sobre las especies vegetales, su temporada de siembra y cuidados, me parece un álbum indispensable para maestros y padres que quieran enseñar las bonanzas de los vegetales. (***)


Eva Manzano y Mo Gutierrez Serna. Lo que imagina la curiosidad. Libre Albedrío. Hay gente que necesita libros informativos como este. Diferente concepto, diferente perspectiva. En él se plantea cierta dicotomía entre lo que puede ser (una visión curiosa de la vida, como la de cualquier niño que descubre su mundo) y lo que es (la realidad y sus perfecciones e imperfecciones). Con el lirismo de las ilustraciones de Mo Gutierrez Serna y la poesía de Eva Manzano, termina siendo un libro más que notable.


Patricia Geis. Pop Art. Combel. Aunque podríamos incluirlo dentro de los libros de actividades, he creído oportuno incluir este cuaderno en esta categoría ya que en él confluyen tanto actividades como aspectos descritivos sobre la obra de diferentes autores de la corriente pop-art. Warhol, Lichtenstein, Hamilton y Rosenquist son algunos de los invitados, ¿te atreves a pasar por este museo tan tuyo como suyo?


Hélène Druvert. Anatomía. Maeva. Sin duda es el libro informativo más espectacular del año. Ya hice referencia a él el año pasado aquí cuando aún no estaba editado en nuestra lengua. Maravillados por troqueles y pestañas, a muchos que nos dedicamos a esto de la ciencia nos ha dejado boquiabiertos con su precisión y nivel de concreción. Aunque se presta a las miradas infantiles yo no dudaría en regalarlo a profesionales del área científica y de la sanidad. (***)


Emma Giuliani y Carole Saturno. Egiptomanía. Maeva. A pesar de que yo no soy muy fanático de la cultura clásica egipcia (no sé, no me veo reflejado en un mundo lleno de jeroglíficos y misterio tan avanzado), reconozco que este libro de bella factura puede embelesar a cualquier egiptomaniaco. Pirámides, dioses , palacios y faraones llenan un álbum dónde el pop-up con pestañas y figuras tridimensionales son los protagonistas. Para regalar a niños cuidadosos con mucha curiosidad por el pasado cultural de una civilización sobrecogedora.


Sheddad Kaid-Salah Ferrón y Eduard Altarriba. Mi primer libro de Física Cuántica. Juventud. Les digo por experiencia que ni la física ni la química son dos asignaturas que resulten fáciles a nuestros estudiantes. Quizá la complejidad de los conceptos, quizá la poca capacidad de abstracción de los jóvenes lectores, hacen necesarios libros como este que, aunque para mi gusto es un tanto elevado, fomenta el aprendizaje de la Ciencia entre los pequeños del hogar y los prepara para nuevos retos.



Jennifer Berne y Vladimir Radunsky. Sobre un rayo de luz. Una historia de Albert Einstein. TakaTuka. Llega la hora de las biografía y comenzamos con una que fue ampliamente reconocida por el mundo del libro infantil anglosajón. Yo llevaba unos añitos esperándola en castellano y por fin nos ha llegado gracias a TakaTuka. En esta obra iluminada por mi admirado Radunsky, la escritora Jennifer Berne nos traslada a la infancia del genio. Partiendo de una anécdota sobre un rayo de luz, vamos descubriendo qué llevó a Einstein a la búsqueda de sus afamadas teorías sobre la relatividad. Imprescindible. (***)


Fionna Robinson. Las ideas de Ada. Juventud. Muchos creen que la informática y los ordenadores son una parcela exclusiva de hombres, pero lo cierto es que gracias a esta biografía ilustrada aprenderán que también figuras femeninas como Ada Lovelace fueron cruciales para el avance de los lenguajes de programación computacional. Un libro necesario y muy curioso, más si cabe por las ilustraciones de esta autora que siempre me ha encantado. (***)


Rachel Ignotosfsky. Mujeres de ciencia. 50 intrépidas pioneras que cambiaron el mundo. Nórdica Libros. Seguimos con mujeres científicas en ese libro biográfico. En negro y bien vestido, se nos presenta la vida y obra de cincuenta mujeres que han contribuido al avance científico en diferentes disciplinas (biología, medicina, ingeniería, matemáticas o física) y sin cuya obra nuestro mundo sería un poco más pequeño. He aquí una forma de dar visibilidad a su trabajo y reconocer su magnífica contribución a la humanidad.


Cinta Arribas y Mª José Sánchez Vegara. Pequeña grande Gloria Fuertes. Alba. Para finalizar esta triada de títulos que apuestan por el empoderamiento de la mujer en distintas facetas sociales, no me podía faltar una pequeña biografía de nuestra poeta más querida y de la que, en este año 2017 celebramos el centenario de su nacimiento. Otro título más que amplía la colección tan querida que Alba Editorial empezó a publicar hace un año aproximadamente.


Maggie Mayhem, Kim Sears y Helen Hancocks. Como cuidar de tu humano. Una guía para perros. Impedimenta. Le llega el turno a uno de los libros informativos cuyo concepto me ha divertido más. Aunque por el título y la portada podría parecer un libro informativo canino, la cosa dista mucho ya que en realidad se trata de un libro sobre nosotros, los humanos, vistos desde una perspectiva perruna. Un libro lleno de humor que hará las delicias de amantes de los perros, niños y no tan niños, así como de todos aquellos que deseen aprender cómo somos y cómo vivimos los integrantes de la especie humana. (***)



Robin Ha. Sabores de Corea. Juventud. Pasamos al hecho gastronómico -sí, han leído bien, gastronómico- de la mano de uno de los libros informativos más diferentes y geniales que he leído en los últimos tiempos. Lo primero que llama la atención es el formato, cómic, lo segundo la temática, comida coreana, y lo tercero la forma de combinar ambas e incluir en ese resultado recetas tradicionales. La cocina y los fogones están de moda y qué mejor para celebrarlo que proporcionar a niños, jóvenes y adultos una herramienta como está para aprender un poco sobre platos de otras latitudes y sobre todo, cómo hacerlos. (***)


Marc Martin. Vida. geoPlaneta. Concebido como un cuaderno de apuntes de viaje, este libro dio el campanazo en Australia el año pasado, algo que no ha pasado desapercibido por este sello editorial recién estrenado. Desde las Islas Galápagos hasta Moscú pasando por Ciudad del Cabo, el autor recorre el mundo parándose en su diversidad animal, la altura de sus edificios, paisajes de gran belleza, gente de todo tipo o incluso escaparates. Para mí tiene mucho que decir aunque no me termine de convencer la traducción de su título ("Lots", en la edición original). (***)


Florence Guiraud. Curiosa Naturaleza. Zahorí de Ideas. Sin duda la pequeña editorial catalana ha sorprendido con este libro de gran formato y mucho preciosismo. Diversidad de plumas, nidos, huevos, escamas, alas o tamaños son la excusa perfecta para dar buena cuenta de la riqueza del mundo animal desde cada una de las dobles páginas de este libro que bien vale cientos de miradas de pequeños y grandes.


Pablo Salvaje. Alma animal. Mosquito Books. El mercado está lleno de libros informativos sobre animales contemporáneos y, como no podía cogerlos todos (sería un martirio), me he decantado por este de hermosa factura editado este año, en el que Pablo Salvaje hace un alarde artístico más que poético con sus grabados y carvado de sellos. Imágenes coloristas y evocadoras de las selvas tropicales o los océnos son una delicia para contemplar y aprender las curiosidades del mundo animal. (***)


Chris Wormell y Lily Murray. Dinosaurium. Impedimenta. Termino con el último libro de esta serie con la que despegaron los álbumes informativos en nuestro entorno (hubo un antes y un después en este campo con la publicación de Animalium). En este caso la obra se centra en los grandes saurios que poblaron la Tierra hace millones de años y que son el fetiche de muchos lectores.


Pablo Salvaje. Alma animal. Mosquito Books.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Apuntes sobre la muerte en los álbumes ilustrados y un libro


La muerte en los álbumes ilustrados es un tema más que trepidante, que ha dado para un sinfín de estudios académicos y divulgativos sobre esta parcela controvertida de la LIJ, más todavía si tenemos en cuenta las sinergias que presenta un género tan apasionante como el del álbum que tanto, bueno y malo, está dando al panorama de los libros para niños durante los últimos años.
La muerte, ese hecho icontestable que pertenece a la dualidad humana y que mueve nuestra naturaleza, toma distintas formas en los álbumes ilustrados, así como variadas interpretaciones.


Sobre las representaciones que la muerte toma en los álbumes ilustrados podríamos empezar y no parar, no sólo porque sería un ejercicio muy descriptivo, sino porque generalmente se adscriben a la esfera de la fantasía propia o ajena de cada autor. Hay quienes que la representan en forma de monstruo irascible, otros a modo de ente sutil y delicado, y los demás prefieren hacer referencia a las formas más clásicas en las que capa y guadaña son el santo y seña de la hora postrera. Todas válidas y todas asimilables por el lector si están bien inmersas en el contexto narrativo.


Lo que sí me resulta mucho más llamativo e interesante es el significado, el sentido que tiene la aparición de la muerte dentro de la literatura para niños y jóvenes, un discurso que se suele relacionar con las diferentes religiones que pululan por el mundo. Me explico... Si se dejan seducir por las historias donde este hecho está presente, podremos observar que la muerte tiene múltiples facetas. Liberadoras, trágicas, esperanzadoras o normativas. Todas ellas dependen de manera explícita o implícita, en mayor o menor medida, del sentido que católicos, judíos, musulmanes, protestantes o budistas hayan querido imprimirle. Esto no quiere decir que los diferentes autores expresen en su respectivo universo sus propias creencias, sino que la muerte, como todos los aspectos globalizados de la vida, empieza a cobrar la misma naturaleza polifacética que otras parcelas sociales, algo que se puede observar en la evolución de las historias para niños desde hace cien años a esta parte. Mientras que en inicio estas obras sobre nuestra condición efímera se cargaban de hondo pesar y maneras trágicas en las que primaban el miedo y la apuesta por lo vital, conforme han ido pasando los años adquieren un cariz mucho más normalizado y racional donde el lector se abre a un amplio abanico de posibilidades, comprensibles o no.


Asimismo también sería interesante poder captar la impresión que las ilustraciones tienen sobre la interpretación de bastantes obras clásicas -cuentos sobre todo- que tienen como protagonista a la muerte. Sin ir muy lejos podríamos establecer la comparativa entre las ilustraciones de El gigante egoísta de Oscar Wilde, una historia en la que el protagonista fallece y que ha sido ilustrado por excelentes artistas como Lisbeth Zwerger, Wladimir Woglialo, Alexis Deacon, P. J. Lynch, Ritva Voutila o Charles Robinson. Mientras que unos beben de cierto tenebrismo y dramatismo, otros imprimen luz y colorido a la misma escena. Es decir, la retina capta una impresión diferente gracias a la pareja blanco-negro que se asocia sin remedio a celestial-infernal.
Si a ello unimos que dependiendo del estilo de la ilustración se pueden establecer juegos de impresiones en los pequeños lectores, la cosa se complica todavía más ya que, no es lo mismo contemplar una muerte como la de Pequeña parka (Squilloni & Faber, 2009, A buen paso) que la de Inés Azul de Pablo Albo y Pablo Auladell (2010, Thule). El trazo rápido, el carácter de historieta, lo figurativo de las imágenes, el volumen o la composición de la página pueden ayudar a que el discurso se fabrique desde un prisma diferente al esperado y el humor o la gravedad inunden las ideas.


Es así como llegamos a otra muerte, la de Soy la muerte, escrita por Elisabeth Helland Larsen e ilustrada por Marine Schneider (2017, Barbara Fiore Editora y que forma tándem con Soy la vida, libro de las mismas autoras), una muerte azulada que monta en bicicleta, que camina por un mundo real y onírico, que juega con nosotros en escenarios claros y desempañados, sutiles y a veces silenciosos en los que el lector puede realizar más de un ejercicio introspectivo que puede desbordar sobradamente las páginas gracias a lo poético.
A un lado dejo el debate que provoca la conveniencia o no de este tipo de libros entre los más jóvenes de la casa. Seguramente unos adultos piensen que es favorable y otros piensen que los libros infantiles deben preocuparse por otros menesteres, no sea que algunos se obsesionen con ciertos temas para mayores.


Lo único que sé es que, en lo que atañe a la muerte, hay que ser un poco monstruos. No sea que te veas como la Paca, una amiga que roza la cincuentena... Desde que murió su anciana madre, está desubicada, abandonada, olvidada, laberíntica digamos. Nadie entiende su triste camino. Nadie comprende su pesar, ese de la soledad. Que si ha de sobreponerse y dejar de llorar. Leyes de vida dicen por aquí, enmadrada, dicen por allá. Pero lo que le ocurre a la dulce Paqui es que está perdida, nada más.

martes, 21 de noviembre de 2017

Dando voz a colegios e institutos


¡Lo que serán los libros...! Hasta que la otra tarde no me topé con El primer día de un colegio, el último álbum de Adam Rex y Christian Robinson (Corimbo), nunca me había dado por ponerme en el pellejo de un centro educativo. Ya sé que la personificación es una baza inmejorable a la hora de crear personajes, pero el caso es que los maestros estamos tan ensimismados con nuestras penurias (¡Ay que lastimeros -e irónicos- nos parieron!) que no caemos en la cuenta de que hay otros que están peor, véanse las aulas, nuestros patios de recreo, el gimnasio (el que lo tenga, porque eso sí debería preocuparle a la inspección educativa y no los dichosos estándares) y la biblioteca escolar (otra entelequia).


Lo de colegios e institutos es de traca y no precisamente para celebrar nada, sino todo lo contrario... Conozco uno que se ha pasado unos cuantos años con la mitad de las ventanas agujereadas (Por falta de presupuesto, aducían. Hasta que otros llegaron al cargo y demostraron que la falta tenía otras naturalezas), otro al borde de la congelación (Un lunes llegué a cierto laboratorio, el mercurio marcaba 10º C y empecé a repartir alicates, el instrumento que íbamos a utilizar para sacarnos los mocos de ese momento en adelante), y unos cuantos en los que los ordenadores databan del Cenozoico (luego que si las TIC, las aulas on-line...). No se crean que esto es un chollo. Ni siquiera las vacaciones, que como no son flexibles tenemos que ir a Baqueira en verano.


Si yo fuera el instituto en el que desempeño mis servicios en la actualidad, me cagaría en las muelas de los arquitectos que me diseñaron, no sólo por la orientación con la que me proyectaron (¿No había sitio? Manda huevos estando rodeado de buenos bancales), sino por eliminar las persianas (ni que estuvieramos en Laponia, con dos horas de sol si es que sale...) y darme esa fisionomía de nave industrial de productos ultracongelados. Vamos, o que aquellos se liaron la manta a la cabeza con la máxima de “los cerebros escolares bajo cero”, o que habían estudiado en el trópico (mentecatos...)


Si a todo esto añadimos el poco decoro que los alumnos muestran hacia espacios y mobiliario, me echaría a llorar. Chicles pegados debajo de pupitres (me acuerdo de las palabras de un ser repugnante defendiendo con sorna la belleza de este clásico), sillas sin tornillos y respaldo, baños lodados (¡Que pesteeee!), puertas astilladas, percheros desmembrados y armarios sin cerradura, son males pequeños, cicatrices que cualquier colegio sufre callado.
Así que me alegro de que alguien le de voz a estos edificios tan poco carismáticos pero muy entrañables dentro del excepcional marco de los libros infantiles, unos que se hacen eco de lo infantil y cotidiano. No sólo por lo que atañe a lo poético, sino por hacer visible que, dentro de lo que cabe, los centros educativos son de todos, unas veces como alumnos y otras como contribuyentes y padres.