A mis alumnos, los viajeros.
La lluvia golpea el
paisaje que desaparece a nuestro paso. ¿Volvemos o nos vamos? Lo que
sí tengo claro es que la magia existe. Por ahí está, sigue
rondando...
Muchos hablan de fuegos
artificiales, efectos especiales, trucos y hasta artes visuales, pero
no, la magia se respira, se escucha, se siente en el aire. En el
soplo fresco de la mañana, en los juegos nocturnos, en las
estrellas, incluso en una rodilla dislocada. Quizá también sean los
que no están, los que no han venido. También tienen que ver con la
magia aquellos que te envían mensajes de humo desde el horizonte
lejano. Instantes necesarios, persistentes, también los que se
esfuman con la rapidez del rayo. Las tormentas matinales, el aroma a leña recién cortada, el sonido de la madera crepitando, las
esquilas de las ovejas y el eco de los valles. Vi un poco de magia en
aquellos perros pastores, también en el brillo del acebo, en los
colores del otoño, en mitad de aquella iglesia en cuyos parterres
brotaban la ruda, la melisa y las caléndulas... Me encontré tu voz tranquila, ese dulce
sosiego que enmarcaba tu sonrisa. Aquello también fue magia.
No sé a ustedes pero a
este monstruo le encanta buscar lo mágico. Así es la magia, aparece
de un chispazo, en el momento más inesperado. Se esconde, como las
setas entre la dorada hojarasca. Busca un lugar cálido bajo las
rocas, un refugio en la niebla callada, en el sotobosque de las
hayas. Levante esa piedra y he ahí la magia. Escurra el rocío del
musgo, recójalo en su mano, y con un gesto leve, déjelo caer,
despacio. Germinará la semilla diminuta. Se enroscará en los dedos
mientras se curvan nuestros labios. Trepará, nos cubrirá con su
follaje. Vigorosa y con sigilo se abrirá camino en nuestros
corazones como un terco abrazo.
Que sobreviva depende de
nosotros, también el que se acabe. Es por eso que los monstruos
llenaron los cuentos de magia, para que no se apagaran sus brasas. La
escondieron entre brujas y magos, elfos y enanos. Adentro de las
casas, en pozos profundos y bosques impenetrables. También en
zurrones, escobas, bastones, espejos, alfombras, sombreros y anillos,
cientos de anillos. Como el que protagoniza la historia que nos traen
Peter Svetina y Damijan Stepančič gracias a la editorial eslovena
Manlic. El anillo mágico tiene ese hechizo, el que une a las
personas, que hace a unas partícipes de la vida de otras, y que, sin
comerlo ni beberlo, tiene un poder especial y sobrenatural. Es la
historia de otras historias, de otros objetos y lugares, gracias a
los que aparecen nuevos amigos y hogares encantados.
Sí, la magia existe.
Adentro de un anillo. En la luz tenue sobre las cumbres. Sobre las alas de un viaje.
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