Contaminarse es cosa de
adultos. Es lo que toca cuando no puedes volver a Nunca Jamás. Hasta
el último mono tiene ganas de hacerse “grande”. Medallica por
aquí, medallica por allá. Sobre todo a costa de los demás, que es
lo que más luce: mandar, mandar y mandar. ¡Ay cómo se te ocurra
poner su palabra divina en tela de juicio! ¡Maldito quedarás!
Ccaerán sobre ti y te sepultarán. A ver si heredan el cortijo y
revientan, poquito a poco, para que nos luzca a todos, a ellos sobre
todo.
Estoy harto de adultos
haciéndose los responsables... Román, no digas tacos, es mejor ser
suavón y sibilino... Román, es preferible acuchillar a la gente por
la espalda que en público, les gusta mucho más... Román, la
política no se habla, se hace... Román, saltar, correr, reír...
¡eres peor que los alumnos! Un profesor de verdad debe ser odioso,
gris, ¡ceniciento!... Román, esos temas con prudencia, no sea que
la gente piense con coherencia... Román, ¡qué
irresponsabilidad!...
Y pensar que cuando era
un niño ¡nadie sabía mi nombre...! Ramón, Germán, Tristán, pero
nunca Román...) ¡Qué asco de gente, que a uno no le dejan jugar!
Yo solo me divierto, y ya está. Me gusta vivir, me gusta danzar, me
gusta reír y me gusta soñar. Por ahora, nadie me ha robado la
infancia, ¡ni me la van a robar! Les aviso que los monstruos no
dejamos la vida sin más. Un servidor, como la yedra terca, luchará
por brotar.
Me hace más feliz hablar
de libros con los alumnos que con algunos adultos (¡Shhhh! ¡He
montado un club de lectura en una hora de clase! Pero no se chiven
que seguramente docentes y padres exclamarán “¡Qué gran
inutilidad!”). Parece ser que cuando uno llega a cierta edad todo
se debe rodear de problemas. El gesto se torna grave y la sonrisa es
algo testimonial. Seguramente sea fruto del aburrimiento (Trabajo,
casa, familia; trabajo, casa, familia. Hartazgo asegurado), quizá
una pose necesaria (La mujer del césar no sólo debe ser honrada,
sino parecerlo), pero el caso es que quienes no la secundamos, según
ellos, no nos realizamos. Qué asco de gente (soy menos poético que
Momo, la de Ende, que también se
enfrentaba a este tipo de humanos).
Menos
mal que estamos nosotros, la resistencia, para dejarnos de chorradas
y andar inventando. Reírnos de nosotros mismos, también de los
demás. Juguetear con unos, hacernos pasar por otros y, sobre todo,
disfrutar. Como la protagonista de La saltinadora gigante
un álbum de Helen Oxenbury y Julia Donaldson (Juventud) que
mezclando juegos infantiles, prejuicios adultos y las retahílas, nos
trae una historia sencilla y encantadora en la que más de un niño y
un adulto se verán reflejados, por lo cómico, por lo absurdo.
En fin, vamos a correr un
(es)tupido velo y pensar en las emociones y momentos felices que nos
esperan, que es lunes y no me quiero mosquear.
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