martes, 26 de junio de 2018

A bordo...



Siento un profundo respeto al mar, al océano. Soy hombre de secano, y eso se nota. Vivo acostumbrado al firme de la tierra en vez de al vaivén de la olas. Si a ello añaden que aprobé “Mecánica de fluidos” a la sexta, tuve tiempo para darme cuenta de cuán compleja es la naturaleza del agua, el líquido por excelencia, que por más que deseemos supeditarlo a nuestra voluntad, quieto no queda.
Sin contar el vikingo (Diríjanse a mi primera papilla, para más detalles), he viajado dos veces en un barco. La primera me dejé llevar por un regimiento de adolescentes italianos y fue hasta divertido (¿Para qué ambientarles si se lo pueden imaginar?), la segunda hubo marejada y mi endolinfa nunca me lo perdonará (Uno no sabe dónde agarrarse ni qué vomitar. Sólo maldices el día en el que accediste a ello). Con ello les quiero decir que ni se les ocurra sugerirme un crucero vacacional. Ya saben mi respuesta por mucha promesa o cena del capitán que me ofrezcan: yo me quedo anclado en el continente y ustedes verán.


Llámenme exagerado o cobarde, pero un servidor, que ha conocido bastantes lobos de mar, sabe de sobra que la vida marítima no es moco de pavo... que eso de chupar meses de camarote no puede ser bueno ni para la moral ni para el cuerpo. Y por si no tuvieran bastante, viven marcados por una fama inmerecida de alcohólicos, proxenetas y tunantes.
Y mientras van pensando en las mieles del océano (yo con una barquita me conformo), hoy les traigo uno de esos álbumes tan hermosos a los que Roberto Innocenti nos tiene acostumbrados. Mi barco era la sorpresa que Kalandraka nos guardaba de cara al verano. Y digo sorpresa porque este libro tiene mucha vela (nunca mejor dicho).


En primer lugar decir que llama mucho la atención este híbrido que oscila entre la ficción y la no ficción, una mezcla que cada vez se utiliza más en el álbum informativo. Esto probablemente se puede deber a la recreación argumental y atmosférica que favorezca la asimilación de contenidos no ficcionales por parte del lector, o quizá para crear una diversificación que permita llegar a más tipos de lectores, por otro lado. En el caso que nos ocupa, me decanto por el primero, ya que el gran Innocenti hace cierta diferenciación física entre la ficción (primera parte del libro) y la no ficción (páginas finales).
No obstante, hay que llamar la atención, y como sucede en muchos otros casos de ficción realista, sobre la imposibilidad de alejarse completamente de un contexto, sobre todo histórico, cuando hablamos de literatura. Cuando la acción se desarrolla en una época determinada, se añaden detalles interesantes, otros conocimientos adicionales al hilo argumental que siempre han de tenerse en cuenta puesto que las creaciones humanas en la mayor parte de las ocasiones son eco del mundo que nos rodea. Esto se puede observar en ese viaje al pasado que nos hace el autor italiano al recorrer un siglo XX lleno de contiendas bélicas (la guerra civil española incluida).


Para no destriparles más este libro / manual de navegación, les invito a que buceen entre sus páginas y descubran los mil y un detalles a los que la mano de Roberto Innocenti nos tiene acostumbrados. Sus perspectivas cinematográficas y su colorido algo naïf (a veces me recuerda a Henri Rousseau) me gustan más conforme pasan los años, más todavía en este barco en el que sí puedo viajar sin riesgo de zozobrar.



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