lunes, 18 de junio de 2018

Desconocimiento + fantasía + atmósfera = Tres claves de cuento



Nada es lo que parece. Se lo digo yo que siempre parezco una cosa, y luego resulto ser otra. Por hache o por be, desconcierto al personal. Será que hago lo que me viene en gana. Y así me pasa, que el espectador no sabe a qué atenerse, sobre todo porque está acostumbrado a lo predecible, y cuando ante él se presenta algo o alguien que no sigue las reglas del juego de manera estricta (¡Dejemos lugar a la improvisación!), le rompe los esquemas.


A ello hay que unir las concepciones mentales, lo imaginado. Lo creamos o no, todos estamos sujetos al mundo fantástico en menor o mayor grado. Casi con total seguridad los niños son quienes experimentan la fantasía de una manera más vívida, pero no se olviden de que los jóvenes, los adultos, también tenemos lo nuestro. Soñar con que la selección gane el mundial de fútbol, montarnos pájaras con un décimo de lotería, sobre esta entrevista de trabajo, ese milagro sanador, o soñar con el príncipe holandés que nos espera en alguna clase de yogui pilates, aunque comúnmente lo denominamos como ilusión, no deja de ser un producto de nuestro mundo interior.
Y si además nos sumergimos en una atmósfera, en un ambiente que nos ayuda a darle a la manivela, las imágenes se acentúan, se hacen cada vez más y más tangibles, incluso palpables y así nos encontramos con la tercera dimensión, como en las pesadillas y delirios, como en las pantallas de cine.



No podemos evitarlo, entre la ruptura de lo establecido y que nos encanta construir castillos en el aire, el ser humano sigue viviendo a pesar de todo y todos, por encima de la cantidad de momentos negativos que nos rodean. Y así con un poquito extrañeza, otra pizca de imaginación y unas gotas de ambientación, llegamos a uno de los libros más encantadores de esta primavera, El Grotlin de Benji Davies (sí, el mismo de La Ballena o La isla del abuelo), editado por su editorial de cabecera en España, la valenciana Andana.



Localizado en una ciudad de aire victoriano (ya saben que siento verdadera debilidad por esta época de la historia inglesa), Davies nos cuenta una sencilla historia que tiene pinceladas de humor, suspense y ternura. La narración se construye sobre la canción que un viejo artista callejero recita al anochecer. Por un lado suena a nuestros romances de ciego, y por otro a las típicas rimas que cantaban los cockneys en las tabernas de los muelles del Támesis.



Son esas letrillas sencillas las que sirven de guión para una acción protagonizada por una serie de niños que buscan en diferentes escenas cómo será un misterioso ser, el llamado grotlin, que se cuela en sus casas para echar mano de algunos utensilios que aparentemente no tienen conexión.
Sin desvelarles la identidad de ese personaje (les aseguro que lo encontrarán tan sorprendente como entrañable), sólo me resta animarles a que dejen volar su ingenio, que bien vale un hermoso viaje como el de este libro.




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