Parece ser que el miedo se ha instaurado como fuerza generatriz de las sociedades occidentales. Vivimos acojonados. Por culpa del clima, de las erupciones volcánicas, de las fusiones bancarias, de las feministas, de las pandemias, de los divorcios, de la familia, de los amigos, del vecino, de los hijos, de los jueces, de los médicos, de los ordenadores o de las palomas. Todo el mundo tiene miedo de alguien o algo. Nadie se atreve a hacer o decir nada. Corremos riesgos, bien físicos, bien sociales. Mucho miedo ¿real o ficticio? (pero poca vergüenza, como diría mi madre) que se debe principalmente a dos causas.
La primera tiene que ver con el paternalismo de estado, esta necesidad colectiva a la que, como buenos votantes, televidentes o ganado, nos hemos ido supeditando por comodidad, ignorancia o incapacidad. Que si ponte la mascarilla, que si quítatela, que si el gel hidroalcohólico, que si “¡Mamaaaa, me han insultado!”... Menos mal que tenemos a nuestros salvadores, esos que nos protegen y libran del mal (amén), siempre y cuando obremos según sus directrices.
La segunda se refiere a la contaminación de ese universo adulto en el que los individuos, cada vez más atontados y ofuscados, viven dispersos y vagabundos ante una serie de valores erróneos. Secuestrados en un medio que desconocen cada día más y más, se alejan de una perspectiva humana, coherente y madura, para aferrarse a actitudes que tienen mucho que ver con el victimismo, la indefensión y los discursos maniqueistas.
Y entre ofendidos y tontos de capirote, algunos saltan diciéndonos que esta postura ante la vida se podría calificar como pueril, casi infantil. Es aquí donde les tengo que echar el alto y gritarles: ¡No se equivoquen! ¡No confundan la infancia con la cobardía, con lo ñoño! Pues son los niños quienes la mayor parte de las veces nos enseñan mucho en lo que a valentía y subversión se refiere. ¡Que si los adultos se comportaran como niños, otro gallo nos cantaría!
Si no me creen sólo tienen que acercarse a leer La giganta, un álbum de Anna Höglund que acaba de ser editado en castellano por ediciones Ekaré y que nos habla precisamente de eso, de ser valientes a pesar de la adversidad.
Inspirado por Tripp, Trapp, Trull y el gigante Dum-dum, un cuento de hadas tradicional muy conocido en los países nórdicos gracias a Elsa Beskow, este libro cuenta la historia de una niña que debe hacer frente a las inclemencias de la soledad. Tras la partida de su padre, un caballero que pretende acabar con la giganta que vuelve a todo el que se atreve a mirarla en piedra, todo cambia en la vida de la protagonista (Perseo y Medusa, Medusa y Perseo).
Superados los miedos iniciales (la oscuridad es la metáfora perfecta), la niña echa mano de su espejo y un cuchillo (dos objetos tan cotidianos como mágicos), y decide rescatar a un padre que no regresa.
Oscuras y sugerentes, las imágenes de esta historia están cargadas de emociones, símbolos y matices, como el vestido rojo de la protagonista y que funciona a modo de referencia metaliteraria, una imagen desnuda de su cuerpo tiritando de frío que agita nuestro subconsciente con tabúes y prohibiciones, o los marcos que van y vienen en las ilustraciones, son algunos de los elementos narrativos que nos hablan desde una posición secundaria que enriquece un texto directo y sutil donde las metáforas y otros recursos visuales nos laceran a base de preguntas.
Pero sobre todo, hay una cosa que prima sobre las demás: el éxito de la pericia infantil sobre la incapacidad de muchos adultos para no comprender ni saber enfrentarse a las amenazas diarias que le rodean.
1 comentario:
De esto llevamos unos días hablando en casa, miedo a todo. Yo, adulta, con mis 43 añitos me paso el día temiendo que alguien me riña por algo. Sí, da vergüenza decirlo, pero así es. Que me riñan en el trabajo, que me riñan en el colegio de mis hijas por algo, hasta sueño con que las vecinas entran en mi casa para reñirme porque tenemos la casa echa un lío. Ojalá que el apagón nos pille leyendo este libro que nos traes hoy, que además esta libre de los dichosos componentes que se acaban. Un saludo
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