El otro día descubrí, en cierto suplemento dominical, que los aparentemente inofensivos ratones domésticos, esos entrañables seres que furtivamente nos vigilan desde las grietas de nuestros hogares, son transmisores de ciertas enfermedades bastante peligrosas para la salud pública. ¿Y qué ser vivo no es patológico dentro de un mundo que lo desconoce? Tómense como ejemplo el Mesembryanthemum sobre nuestro litoral mediterráneo o la devastadora relación entre los conejos y las praderas australianas. También me viene a la mente La guerra de los mundos de H. G. Wells, donde, una vez más, la Naturaleza nos muestra su poder homeostático, ¿quién iba a imaginar que esos minúsculos seres simbiontes, inofensivos para nosotros, serían capaces de defender el planeta Tierra, y más concretamente a la especie humana, del ataque de seres extraterrestres que desean apropiársela? Las obras de ciencia-ficción a veces nos resultan sorprendentes, en ciertos casos por lo extraordinario de las narraciones y en su mayor parte por sembrar en nosotros la incertidumbre entre lo posible y lo impensable. Hace un tiempo leí Robbie de Isaac Asimov (recientemente rescatado del olvido), junto con otra serie de relatos reunidos en el mismo tomo, y esa sensación de escéptico realismo me embriagó por completo.
Ciertas obras de este género tan fecundo, lejos de intentar sorprendernos con su predisposición a las artes adivinatorias, nos aproximan al pensamiento algo más filosófico, entablando una discusión dialéctica entre el lector y la historia propuesta, una deja entrever, el otro discurre en su lectura.
No soy un acérrimo lector de literatura de ciencia-ficción, pero a veces me dejo llevar por mi olfato cuando recorro los laberintos literarios de cualquier biblioteca. Cierto día reparé sobre un título que me supo a infancia: La señora Frisby y las ratas de Nimh (Robert C. O’Brien). Me recordó a cierta película de animación con la que había disfrutado de pequeño. Cogí el citado libro y me dispuse a leerlo.
El relato cuenta los pormenores de una mudanza bastante particular. La señora Frisby, una ratona viuda con tres niños, ve amenazado su hogar y decide cambiar de residencia, pero para ello tendrá que pedir ayuda a sus extrañas vecinas, las ratas del rosal, demasiado inteligentes, casi tan inteligentes como los humanos…
Una obra excepcional que guarda un trasfondo crítico hacia el ser humano, su sociedad, sus avances y logros. Los personajes, bien caracterizados, nos ayudan a comprender las bases sobre las que se establecen las relaciones humanas, sus ambiciones e ideario. Con sinceros toques de humor y cariño, nos acerca a ciertos sistemas de gobierno y a esa dualidad entre el anhelo del avance técnico y el acercamiento a las formas de vida más sencillas. Una lástima que esté descatalogado…
Ciertas obras de este género tan fecundo, lejos de intentar sorprendernos con su predisposición a las artes adivinatorias, nos aproximan al pensamiento algo más filosófico, entablando una discusión dialéctica entre el lector y la historia propuesta, una deja entrever, el otro discurre en su lectura.
No soy un acérrimo lector de literatura de ciencia-ficción, pero a veces me dejo llevar por mi olfato cuando recorro los laberintos literarios de cualquier biblioteca. Cierto día reparé sobre un título que me supo a infancia: La señora Frisby y las ratas de Nimh (Robert C. O’Brien). Me recordó a cierta película de animación con la que había disfrutado de pequeño. Cogí el citado libro y me dispuse a leerlo.
Una obra excepcional que guarda un trasfondo crítico hacia el ser humano, su sociedad, sus avances y logros. Los personajes, bien caracterizados, nos ayudan a comprender las bases sobre las que se establecen las relaciones humanas, sus ambiciones e ideario. Con sinceros toques de humor y cariño, nos acerca a ciertos sistemas de gobierno y a esa dualidad entre el anhelo del avance técnico y el acercamiento a las formas de vida más sencillas. Una lástima que esté descatalogado…
No hay comentarios:
Publicar un comentario