A Enriqueta
Seguramente no creerá lo inverosímil del asunto, mi fiel lector, pero en Socovos, las madalenas ríen. Y es que en este pequeño pueblo todo esboza una mueca de alegría, hasta las mínimas cosas. Desde las gotas de rocío y su niebla -que todo lo encierra-, hasta los alfeizares de las ventanas y algún que otro adoquín mal ubicado.
No creo en esas penas y llantos que algunos ululan por ahí, ni tampoco en lo de que este viento agite hasta los cerebros mejor dispuestos. No. Socovos se ríe -me río hasta yo, que para reír soy un poco especial…-.
Lo de las Magdalenas, dada su naturaleza sufridora, es llorar, pero las madalenas que aquí se hornean, prefieren practicar la sonrisa y dar cobijo al verdadero placer gastronómico. Ya Proust se empeñó con las teorías madaleneras, y no es de extrañar puesto que, si usted pone una madalena socoveña (sin menosprecio de las francesas) en el desayuno, el trazo de su boca pintará cóncavo durante el resto de su diaria existencia.
Y no sólo se curvan los labios, no señor, la línea del camino socoveño también ondula nuestras palabras, labrando meandros de carcajadas y paseos de rizadas conversaciones.
Y es que la línea, es la línea: locuaz, versátil, zigzagueante, subversiva, irascible, tenue, amplia, misteriosa y sencilla... hasta que ¡zas!, de repente, aparece un punto de inflexión que desbarata el hilo de nuestros pasos, el recorrido de nuestro vagabundeo, y se empalma con otra historia. Por ello, andar es como leer: nunca sabemos con lo que nos encontraremos en la página siguiente… Seguramente con otros caminos, con otras madalenas…
Me hubiese gustado terminar este breve homenaje con alguna frase lapidaria de James Joyce, Mujica Lainez, Mann, o Miguel Delibes, pero he preferido al siempre irreverente Mark Twain:
Tu raza, en su pobreza, tiene sin duda un arma bastante eficaz: la Risa. […] Siempre os afanáis y lucháis con las otras armas, pero ¿usáis alguna vez esa? No, la dejáis de lado hasta que se oxida. ¿En cuanto raza la usáis de forma absoluta? No: os faltan la inteligencia y el valor.
Seguramente no creerá lo inverosímil del asunto, mi fiel lector, pero en Socovos, las madalenas ríen. Y es que en este pequeño pueblo todo esboza una mueca de alegría, hasta las mínimas cosas. Desde las gotas de rocío y su niebla -que todo lo encierra-, hasta los alfeizares de las ventanas y algún que otro adoquín mal ubicado.
No creo en esas penas y llantos que algunos ululan por ahí, ni tampoco en lo de que este viento agite hasta los cerebros mejor dispuestos. No. Socovos se ríe -me río hasta yo, que para reír soy un poco especial…-.
Lo de las Magdalenas, dada su naturaleza sufridora, es llorar, pero las madalenas que aquí se hornean, prefieren practicar la sonrisa y dar cobijo al verdadero placer gastronómico. Ya Proust se empeñó con las teorías madaleneras, y no es de extrañar puesto que, si usted pone una madalena socoveña (sin menosprecio de las francesas) en el desayuno, el trazo de su boca pintará cóncavo durante el resto de su diaria existencia.
Y no sólo se curvan los labios, no señor, la línea del camino socoveño también ondula nuestras palabras, labrando meandros de carcajadas y paseos de rizadas conversaciones.
Y es que la línea, es la línea: locuaz, versátil, zigzagueante, subversiva, irascible, tenue, amplia, misteriosa y sencilla... hasta que ¡zas!, de repente, aparece un punto de inflexión que desbarata el hilo de nuestros pasos, el recorrido de nuestro vagabundeo, y se empalma con otra historia. Por ello, andar es como leer: nunca sabemos con lo que nos encontraremos en la página siguiente… Seguramente con otros caminos, con otras madalenas…
Me hubiese gustado terminar este breve homenaje con alguna frase lapidaria de James Joyce, Mujica Lainez, Mann, o Miguel Delibes, pero he preferido al siempre irreverente Mark Twain:
Tu raza, en su pobreza, tiene sin duda un arma bastante eficaz: la Risa. […] Siempre os afanáis y lucháis con las otras armas, pero ¿usáis alguna vez esa? No, la dejáis de lado hasta que se oxida. ¿En cuanto raza la usáis de forma absoluta? No: os faltan la inteligencia y el valor.
Ilustración de portada: Raquel Marín
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