En cierta ocasión
no-sé-quién me dijo que en las guerras contemporáneas occidentales
decían poco los tiros y mucho el boikot. No recuerdo muy bien quién
me lo susurró, pero empiezo a creer que tenía razón, más todavía
cuando argumentaba que en un sistema capitalista como el que nos
abduce tenía más sentido lo racional que lo visceral, y la gente
las pasaba más canutas sufriendo la miseria prescindiendo de las
comodidades y servicios que se habían erigido como imprescindibles o
vitales, que desangrándose en las trincheras.
Aunque la hipótesis
necesitaba cierta revisión (el ser humano tiene mucho de animal y
eso de la violencia y pegar dentelladas le vuelve loco), he ido
constatando con el paso de los años que los estados modernos y sus
cruentas batallas se libran más en la bolsa y en los cajeros
automáticos que con tanques y bombazos. No sé si será porque ya
estamos más muertos que vivos y preferimos perder nuestro sitio en
el mundo a satisfacer el hedonismo con muchas endorfinas, pero está
claro que lo que más nos jode es la cartera aún cuando la tenemos
llena.
Si atendemos a nuestras
prioridades vitales, los zombis se agudizan cada vez más y como
muestra unos cuantos botones. Muchos prefieren comprar una botella de
aceite marca “La cabra” a olvidarse del gimnasio un mes; ¿Que mi
crío tiene que hacerle una recarga al móvil? Se acabaron las frutas
y verduras en esta casa; ¡Uy, este mes no hay para calzones, que nos
hemos dado de alta en la tele por cable!... Y una tras otra, estas
realidades nos van convenciendo de que cada día somos más
gilipollas, algo que saben inversores, bancos y multinacionales. ¿Que
algunos saben la forma de no caer en sus redes? Pues que me expliquen
tan revolucionaria fórmula porque a día de hoy, hasta los más
rojos pueden ser poco consecuentes con sus ideas y acciones. Se lo
digo yo, que aun siendo conformista y austero como el que nadie, pico
en el anzuelo de esas pseudo-necesidades.
Por muy “trash” y
“underground” que nos creamos, por mucho que reciclemos y
reutilicemos, por mucho que nos contengamos, el sistema termina por
crearnos nuevas y variopintas soluciones a nuestros requerimientos
para aflojarnos el bolsillo y que los ricos sean más ricos y los
pobres, aunque sin un duro, nos creamos contentos.
Para que vayan pensando
en una solución al respecto (confío en sus cabezas bienhechoras)
aquí les dejo con dos libritos bastante interesantes. De los
poquitos que tratan la cuestión económica por estos lares y que
considero muy, muy necesarios ya que el niño está inmerso en el
mismo sistema que cualquier adulto y necesita conocer las
implicaciones que esto tiene, tanto para él, como para el resto
(seguramente será de las pocas cosas verdaderamente “democráticas”
que existan).
El primero es El dios
dinero una serie de fragmentos extraídos de la obra de Karl
Marx, Manuscritos económicos y filosóficos de 1884 acompañados por
las ilustraciones del siempre simbólico e inspirador Maguma, y
editado en forma de acordeón por Libros del Zorro Rojo. En él y en
palabras del pensador se hallan puntos esenciales para la crítica
del capitalismo imperante en el último siglo y pico y que pueden
servir a niños y adultos como punto de partida para buscar
soluciones.
El segundo es un álbum
de Afonso Cruz que cómo no, se titula Capital. En este libro
sin palabras (¡lo que me gusta a mi un libro de imágenes!) editado
por Juventud, aunque igualmente crítico, me resulta bastante
informativo ya que de mediante la secuencia de imágenes explica el
camino de las monedas desde que salen de la hucha y sus múltiples
destinos. Es decir, un flujo de dinero que, bastante realista, puede
resultar ilustrativo para explicar a los niños como funcionan las
finanzas, sus pros y contras.
Y sin más, les dejo, que
hoy me toca ir de bancos. ¡Que Dios me asista!
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