¡Eh,
tú! Pareja, dos hijos, dos coches, un perro labrador, la casa en el
campo, portátil, televisión de no-sé-cuantas pulgadas, un traje a
medida, piscina con vistas al mar, un reloj de oro, decenas de
felicitaciones de cumpleaños y un bíceps como mi cabeza ¿para qué?
¿Para seguir igual de vacío? ¿Acaso no te das cuenta que todo eso
que con tanto empeño coleccionas no van a llenar el enorme hueco que
tienes en el corazón? (Por no hablar de tu cerebro, que no cultivas
con mucho ahínco que digamos...).
Veo
mucha gente como tú todos los días. Veinteañeros o cuarentones. Da
igual la edad. Alto, bajos, gordos y flacos. El tiempo pasa y todos
se empeñan en traducir en plena felicidad una ventajosa sociedad del
bienestar que desde occidente creemos merecida, pero lo cierto es que
llegar hasta esa cima depende de uno mismo. No diré que haya que
abandonar toda esperanza ni promover la vida ascética (los bienes
también ayudan sobre todo cuando se trata de pagar tratamientos
médicos, sillas de ruedas o platos de ducha planos), pero sí
romperé una lanza por entenderse a uno mismo y tener claros los
objetivos de nuestra existencia.
Flacos
favores se figuran resentimientos, envidias y enfados. Lo mismo digo
de autocompasivos, condescendientes y otros insanos. Quizá la única
manera de quedarse en el mundo y no vivir obnubilado por la meta, sea
el propio camino, disfrutar de los momentos, los buenos, claro, y
llorar los malos. Con excesos y sosiegos, amigos, pares y hermanos,
que si nos alejamos de los nuestros por torpes, enérgicos o pesados,
perderemos el norte y la crítica útil, la que sale del cariño y
los estrechos lazos.
Parece
ser que la gente no hace nada por vivir cuando la vida ha puesto por
ellos toda la carne en el asador. Depresiones, taquicardias, histeria
y muchos ansiolíticos nos restan más que nos suman y sería una
pena que, una vez llegada la hora, decirle adiós al mundo con media
sonrisa.
Llenemos
nuestros vacíos de cosas que merezcan la pena. De caricias y dulce
de leche, de besos y piruletas, con las peleas de almohada, y algún
silbido picante, de las estridencias de padres y hermanos, de la luz
que tenía tu mirada. De arroz con leche y saltos a la comba, de las
cúpulas doradas y los arcos del soportal, de blanco de las jaras y
el perfume de la lavanda. También con aquel examen fallido, la
verbena de San Juan, jotas, seguidillas y nanas.
¡Eh,
tú! ¡Busca un libro con que llenarte! ¡Los hay a montones! ¿Por
qué no Vacío de Catarina Sobral (Adriana Hidalgo en
su colección Pípala)? Seguro que ese te encanta. Habla de otro
tonto como tú que busca, sin saber muy bien el qué. El caso es
encontrarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario