Mayo, además de polen en suspensión y escozor de ojos nos
trae montones de comuniones. Hubo un tiempo en que la primera comunión pasó a
un segundo plano, sobre todo en plena crisis económica, y estos actos se
restringían a los estrictos círculos familiares. Parece ser que aquello pasó a
la historia y hemos recuperado el boato y la tontería tirando la casa por la
ventana a la hora de celebrar el sacramento de la eucaristía.
Y es que se ve que luce mucho eso de encasquetarle a las
criaturas un disfraz y señalarlos con el dedo mientras desfilan por el altar
(es como verlos sobre el escenario de La Voz Kids o algún que otro programa televisivo tercermundista,
pero sin un ápice de talento). Cientos de flashes se disparan y ellos refulgen
como merengues blancos, pero a mí no me la dan: jamás podrán tapar el sol con
un dedo ni eclipsar a Naomi Campbell sobre la alfombra roja.
Me da cierta vergüencica ajena todo este teatro, no por el
acto eclesiástico en sí (muy respetable a pesar de las creencias de cada uno),
sino más bien por la farándula española que lo rodea, máxime cuando los
protagonistas de tamaño espectáculo son niños al servicio de la ostentación y
el despilfarro. Me pasa lo mismo con las puestas de largo, el mejor ejemplo de
que el medievo sigue vivo (“He aquí mi hija, señores, para que ustedes la
desfloren…” Y todos tan contentos…).
Fíjense dónde hemos llegado, que hasta los apóstatas se creen
con derecho de unirse a la fiesta sacándose de la manga las llamadas comuniones
civiles y justificar de alguna manera el derroche desmanotado (Media Markt
mediante). El caso es que yo, a pesar de vivir exento de compromisos religiosos,
discrepo ante este dichoso oportunismo diciendo que, quien convenga participar
de la fiesta lo haga de una manera religiosa, que para eso son quienes la han
creado.
Y entre tanto ateo y creyente, hoy me decanto por un libro mu' cristiano, El arca de Noé
de Peter Spier. Aunque ya lo recomendé en este monográfico de álbumes sin palabras, lo traigo aquí por segunda vez teniendo en cuenta su publicación en
castellano por la editorial Patio y de paso, detenerme un poco más en él.
Si bien es cierto que no se podría clasificar como un libro
sin palabras propiamente dicho ya que en él encontramos un poema alemán del siglo XVII basado
en el fragmento bíblico que introduce la historia, el corpus central de este
libro se ha creado teniendo en cuenta una sucesión de escenas que se encargan,
no sólo de narrarnos una historia
conocida por todos, sino de enriquecerla a través de detalles que desbordan el
mito, y crear así una interpretación original de lo que aconteció a Noé y su
arca llena de animales.
Hay que apuntar igualmente que, aunque el formato es de
álbum, todo él se articula sobre el recurso de la viñeta, la unidad
espacio-temporal elemental del cómic y la novela gráfica, por lo que adquiere
carácter híbrido y podría clasificarse también en estos géneros.
Lo mejor de este título galardonado con la Medalla Caldecott
(1978) es la riqueza que presenta, ya que la diversidad de formas animales que
aparecen en él (les recomiendo que observen con detenimiento las tapas desplegadas)
pueden dar mucho juego cuando de pequeños lectores se trata. Incluso les diré
que he llegado a ver algún animal extinto que otro (¡Encuentren al dodo!).
Si a todo ello añadimos que el humor, el valor del trabajo,
o la frustración están muy presentes en esta historia que, a pesar de estar basada
en un pasaje bíblico, prefiere prescindir de connotaciones ortodoxas, para mí
es una de las mejores producciones religiosas dirigidas a los niños que he
visto últimamente y que merece la pena extrapolar a cualquier tipo de lector,
no sólo para conocer el hecho cultural que embebe parte de occidente, sino por
pasar un rato excelente por la lectura y las narrativas gráficas.
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