La gente no se percata de que estoy harto de cuentos, y no
precisamente de los que viven aquí, sino de otros menos literarios y más innecesarios.
Se ve que se ha instaurado una moda en la que cualquiera
puede acercarse a un desconocido y vomitarle una ficción. Unos son mentirosos
(Si tienes redes sociales todo es más creíble), los hay desequilibrados que
buscan consejo terapéutico (¿Es que no hay psicólogos o es que son muy caros?
Llamada de atención al gremio: Por favor, abaraten el servicio), también los
tenemos solitarios (Otra enfermedad de nuestra sociedad a pesar de los clubes de
alterne, los de jubilados, los de golf y los de lectura), y para terminar están
los “porque sí” (La causa nos es indiferente, la cuestión es taladrar al incauto
que pillen).
Destripados los compulsivos llegamos a los que yo llamo “funcionales”
(Dícese de toda aquella persona que se inventa un cuento adscrito a una
determinada situación y con diversas finalidades), léase el no pagar la ronda de cervezas, ser poco generoso con las
notas finales del segundo de Bachillerato, justificarse ante un atuendo
horroroso, llegar tarde a la oficina o una borrachera por desamor. Declaro que
estos cuentos me gustan más, no sólo por el trazo creativo de las narraciones,
sino por lo humano que las caracteriza (Quizá podríamos citar aquí lo de “Excusatio
non petita accusatio manifesta”).
Y por último llegamos a los cuentos inocentes, sin fuste,
que diríamos por La Mancha. Estos ya son la bomba. Los mueven toda una suerte
de sinrazones entre las que podemos destacar lo cómico, lo pedagógico o lo
absurdo. Una sarta de gilipolleces en la que nos sumergimos sin darnos cuenta
en el momento más inesperado. Son como una maraña en la que nos enredamos en
mitad de una clase, al salir del cine o en una cena romántica, que no tienen
finalidad alguna pero que siempre producen un efecto sorpresivo en los oyentes.
Quizá sean de estas últimas de donde emergen los cuentos literarios…
Y así llegamos al último libro de Gilles Bachelet (ya saben
que tengo debilidad por la obra de este señor), Un cuento que…, editado por Juventud recientemente. Quizá sea la
obra de Bachelet más sencilla con la que me he topado hasta el momento,
probablemente porque se dirige a un público muy pequeño –pre-lectores o
primerísimos lectores, más bien-, pero no deja de ser menos interesante. En él
se nos presentan doce escenas en las que doce progenitores les dan las buenas
noches a otros tantos vástagos leyéndoles un cuento. Mariposas, morsas,
dragones, extraterrestres y humanos se presentan en escenarios (ecosistemas
diría yo, que para eso me dedico a esto de la ecología) muy adecuados.
Me llaman mucho la atención las cunas y los juguetes de
estos bebés porque por un lado hacen un guiño al hábitat de bastantes de estos
animales (la de la morsa está hecha de hielo, la del oso panda de bambú o la de
la cigüeña en un nido), y por otro propicia un maridaje entre fantasía y
realidad que siempre saca una sonrisa.
Otro de los recursos que me encanta es la presencia del
peluche que acompaña a cada uno de estos bebes y que sirve como anticipo a la
siguiente escena, es decir, es un pequeño guiño predictivo que abre boca y que
puede servir como nexo conector y apoyo a la hora de su lectura por los padres.
Además, si nos fijamos en este elemento, es el que construye un relato circular
(el peluche que sostiene el último bebé es una mariposa, es decir, el animal
que aparece en la primera doble página).
Si a ello unimos que todos los libros que aparecen en este
álbum siguen afianzando esa relación que existe entre la diversidad “animal”
(si aceptan excavadora como animal terrestre) y la diversidad ficcional (juegos
tipográficos mediante), este librito es inmejorable para bostezar después de
leer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario