martes, 22 de mayo de 2018

Cuentos para (no) dormir



La gente no se percata de que estoy harto de cuentos, y no precisamente de los que viven aquí, sino de otros  menos literarios y más innecesarios.
Se ve que se ha instaurado una moda en la que cualquiera puede acercarse a un desconocido y vomitarle una ficción. Unos son mentirosos (Si tienes redes sociales todo es más creíble), los hay desequilibrados que buscan consejo terapéutico (¿Es que no hay psicólogos o es que son muy caros? Llamada de atención al gremio: Por favor, abaraten el servicio), también los tenemos solitarios (Otra enfermedad de nuestra sociedad a pesar de los clubes de alterne, los de jubilados, los de golf y los de lectura), y para terminar están los “porque sí” (La causa nos es indiferente, la cuestión es taladrar al incauto que pillen).


Destripados los compulsivos llegamos a los que yo llamo “funcionales” (Dícese de toda aquella persona que se inventa un cuento adscrito a una determinada situación y con diversas finalidades), léase el no pagar la ronda de cervezas, ser poco generoso con las notas finales del segundo de Bachillerato, justificarse ante un atuendo horroroso, llegar tarde a la oficina o una borrachera por desamor. Declaro que estos cuentos me gustan más, no sólo por el trazo creativo de las narraciones, sino por lo humano que las caracteriza (Quizá podríamos citar aquí lo de “Excusatio non petita accusatio manifesta”).
Y por último llegamos a los cuentos inocentes, sin fuste, que diríamos por La Mancha. Estos ya son la bomba. Los mueven toda una suerte de sinrazones entre las que podemos destacar lo cómico, lo pedagógico o lo absurdo. Una sarta de gilipolleces en la que nos sumergimos sin darnos cuenta en el momento más inesperado. Son como una maraña en la que nos enredamos en mitad de una clase, al salir del cine o en una cena romántica, que no tienen finalidad alguna pero que siempre producen un efecto sorpresivo en los oyentes. Quizá sean de estas últimas de donde emergen los cuentos literarios…


Y así llegamos al último libro de Gilles Bachelet (ya saben que tengo debilidad por la obra de este señor), Un cuento que…, editado por Juventud recientemente. Quizá sea la obra de Bachelet más sencilla con la que me he topado hasta el momento, probablemente porque se dirige a un público muy pequeño –pre-lectores o primerísimos lectores, más bien-, pero no deja de ser menos interesante. En él se nos presentan doce escenas en las que doce progenitores les dan las buenas noches a otros tantos vástagos leyéndoles un cuento. Mariposas, morsas, dragones, extraterrestres y humanos se presentan en escenarios (ecosistemas diría yo, que para eso me dedico a esto de la ecología) muy adecuados.
Me llaman mucho la atención las cunas y los juguetes de estos bebés porque por un lado hacen un guiño al hábitat de bastantes de estos animales (la de la morsa está hecha de hielo, la del oso panda de bambú o la de la cigüeña en un nido), y por otro propicia un maridaje entre fantasía y realidad que siempre saca una sonrisa.


Otro de los recursos que me encanta es la presencia del peluche que acompaña a cada uno de estos bebes y que sirve como anticipo a la siguiente escena, es decir, es un pequeño guiño predictivo que abre boca y que puede servir como nexo conector y apoyo a la hora de su lectura por los padres. Además, si nos fijamos en este elemento, es el que construye un relato circular (el peluche que sostiene el último bebé es una mariposa, es decir, el animal que aparece en la primera doble página).
Si a ello unimos que todos los libros que aparecen en este álbum siguen afianzando esa relación que existe entre la diversidad “animal” (si aceptan excavadora como animal terrestre) y la diversidad ficcional (juegos tipográficos mediante), este librito es inmejorable para bostezar después de leer.



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