Allá por julio les avisé de que quizá no volvería. Estaba
hasta el tuétano de tanto libro y tanta leche. Lo mejor que podía hacer era
aparcar este sitio, olvidarme de él, de las redes sociales e irme de
vacaciones. La cosa estaba tiznada. No quería ver el teclado del ordenador ni
en pintura. Había sido un curso bastante duro y cundía el desánimo.
No fueron pocas las personas que se preocuparon ante semejante
cerrojazo. Me preguntaron con cierta cautela si es que me había pasado algo.
Quizá era el calor (no me digan que no ha sido bochornoso este verano…), quizá
las pilas de libros que se amontonan en mi casa, quizá las exigencias del guión… No sabía muy bien porqué estaba tan harto.
Me dejé llevar de un sitio a otro. Que si Valladolid, Madrid, Benidorm, Atenas, Brighton o Sebastopol. La cuestión era no parar de danzar (con libros bajo el brazo, claro está… Que luego hay que llenar de buena literatura el Instagram). Y entre cerveza y cerveza, siempre aparecía alguien que leía el blog un día tras otro, que se declaraba abiertamente fan (No soy Justin Bieber, pero casi), que reconocía que mis palabras le sacaban de sus casillas (esta es la parte que más me gusta, lo reconozco) o simplemente compartía esta afición por la lectura. Y mi corazón se hinchaba cada vez más.
Todo iba mejorando y la cosa pintaba cada vez mejor, pues algunos proyectos tomaban forma y eso molaba. Que si un libro que habla del
artista que todos llevamos dentro, que si un seminario trimestral de Literatura
Infantil, que si algún que otro curso… Evidentemente son cosas que te hacen
flotar, te hacen sentir bien y te das cuenta de que tu grano de arena en esto
de los libros infantiles, aunque no te convierte en ningún sabio, hace más
grande la montaña por la que cada vez más monstruos se dejan caer haciendo la
croqueta.
Me dejé llevar de un sitio a otro. Que si Valladolid, Madrid, Benidorm, Atenas, Brighton o Sebastopol. La cuestión era no parar de danzar (con libros bajo el brazo, claro está… Que luego hay que llenar de buena literatura el Instagram). Y entre cerveza y cerveza, siempre aparecía alguien que leía el blog un día tras otro, que se declaraba abiertamente fan (No soy Justin Bieber, pero casi), que reconocía que mis palabras le sacaban de sus casillas (esta es la parte que más me gusta, lo reconozco) o simplemente compartía esta afición por la lectura. Y mi corazón se hinchaba cada vez más.
Sin saber muy bien cómo, mientras experimentaba ese viaje
hacia mi yo en la LIJ futura, me acordé de otro libro. Y es que me vi reflejado
en el protagonista de El secreto de Simón,
un libro delicado y evocador de Luz Marina Baltasar (editorial Kókinos) que nos
habla de esa proyección futura en la que se ve reflejado todo niño mientras
piensa en el mañana y su incertidumbre, frente a la que se pregunta y se
responde sobre los posibles escenarios vitales.
Señoras, señores, he pasado página y lo he pensado bien. No
soy ni profesor universitario ni voy a congresos con boato ni como con
políticos ni pretendo hacerme de oro con esto. Soy Román Belmonte, uno al que
le gustan los libros y opina de lo que hay delante y detrás de ellos.
Aunque este curso que empieza hoy (para un albaceteño de pro
como yo, la Nochevieja fue ayer) no va a ser tan prolífico en reseñas y otros
pensamientos como los anteriores, tengo claro que una parte de mi futuro está
en los libros infantiles, que seguiré aquí por mí y por ellos.
5 comentarios:
Y nos haces felices por ello. Un abrazo monstruoso
Muchas gracias, estaremos esperando tus entradas. A pasar un buen curso.
Carmen
Acabo de ponerme al día con tu blog. El verano me aleja de Internet y debido a diferentes ocupaciones no volví a visitarte. Qué alegría ver que has vuelto a abrir tu cuaderno.
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