Alegre por el reconocimiento que la Feria de Bologna ha
tenido con algunas editoriales españolas como Fulgencio Pimentel, Libre
Albedrío y Avenauta, así como con los autores Javier Saez Castán, Manuel Marsol,
Gema Sirvent y Ana Pez, al incluirlos en los Bologna Ragazzi Awards
(¡Enhorabuena a todos ellos!), me toca seguir con lo mío.
Esto del ghosting está acabando con mi paciencia. No crean
que me va mucho lo del amor cibernético (no alimento vanas esperanzas a golpe
de redes sociales por mucho que haya cambiado el mundo del flirteo), pero sí
denoto que esa práctica del ninguneo se está extendiendo a otras parcelas
sociales, véanse familia, amigos y trabajo.
Soy consciente de que cada vez se hace más duro eso de
aguantar a la gente (si antes había que tener un buen estómago para no vomitar
ante ciertos comportamientos, ahora hace falta una buena sesión de meditación
para no empuñar una katana), pero si es con un poco de consideración (que todos
somos personas aunque no lo parezcamos), mucho mejor.
Cuando converso sobre este tema con alguna víctima, la peña
se pone muy trágica, como si el mundo se hubiera acabado porque el tonto de
turno te ha dejado en visto y no se ha dignado a contestarte. “Voy a tener que
recurrir al psicoanalista” “Como no me responda voy a echar mano de una buena
dosis de Orfidal®” “Yo no sé para qué me comió la oreja si luego iba a pasar de
mi” “¡No sólo me ignora, sino que ahora tengo que hacerle frente a las inseguridades
que ese cabrón me ha provocado!”
De igual modo, cuando hablo de esto con algún acusado, todos
suelen blandir los mismos argumentos para justificarse. “Se lo he dicho mil
veces pero se está poniendo muy pesado… ¡Está rozando el acoso!” “Que nos
echáramos una caña y después hubiera tema no quiere decir que sea la mujer de
mi vida.” “Prefiero no contestarle a ser sincero y que se lie la marimorena.” Y
así una tras otra…
Sea como sea y con opiniones para todos los gustos, eso de
hacerse el fantasma no es muy de recibo, más que nada porque está cambiando las
pautas de comportamiento tradicionales y, ni esfumados ni ninguneados se
sienten satisfechos con un panorama la mar de inhumano. Así que lo mejor será
que se sienten y dialoguen sobre sus impresiones, miedos y errores. Y si no lo
consiguen, aquí les traigo un manual para fantasmas.
Cómo hacerse amigo de
un fantasma, de Rebecca Green y editado el pasado otoño por la editorial
Juventud, aunque poco tiene que ver con el insano vicio del ghosting, se puede
convertir en un libro bastante acertado para relacionarse con seres errantes,
que al final es en lo que desemboca esta práctica (todo el mundo deambulando
sin saber qué busca).
Lo primero es tomárselo con mucho humor, saber dónde hay que
acudir para dar con un fantasma, darle la mano, invitarlo a cocinar, a comer
todo tipo de mejunjes, pasar la mayor parte del tiempo con él, intentar
compartir algunos quehaceres (aunque estos sean difíciles para un fantasma),
pedirle disculpas, comprenderlo. ¡Vaya, que este libro tiene mucho acierto!
Con unas estupendas ilustraciones (hacía mucho tiempo que le
tenía echado el ojo a esta artista), bebiendo de los recursos del libro-manual
y acercando al universo fantástico y los clichés del género terrorífico, lo
mejor de todo es que se puede extrapolar a otros contextos menos sobrenaturales
y más mundanos, pues entre amigos todo es posible, más si cabe sin necesidad de
mensajes fantasmales.
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