A Julia, que se ha tirado más de 50 días con el virus en las
venas.
Como ya les he ido avanzando estos días, son muchas las
consecuencias de esta “gripe asiática” (exotismo y maldad se llevan de la
mano). Aparte de paguicas, miseria y totalitarismo, el CoVID-19 nos retrotrae a
escenarios que creíamos olvidados, como es la pandemia de SIDA de los años 80 y
90, un marco que alteró la vida sexual de muchísima gente, algo que
inevitablemente pasará durante los próximos meses con el dichoso coronavirus.
Les pongo en situación… Mujer (podría ser hombre también) blanca,
soltera, independiente y trabajadora, de buen ver, bien maja y rozando la
cuarentena que busca un chati para lo que surja. Y ahora viene lo mejor: ¿cómo?
Seguramente les vienen a la cabeza todo tipo de formas. En un bar de copas, en
la estación de metro, en el trabajo o en el Tinder. Y ahora les digo. Bares de
copas no hay (ni sabemos si quedarán después de todo esto), estaciones de metro
las hay pero desiertas y los lugares de trabajo ídem. Sólo queda la red social
de ligoteo y según me cuentan, últimamente está algo exenta de gente decidida a hacer el saltimbanqui.
Hasta este momento los solteros hemos sobrellevado la
castidad como bien hemos podido, pero lo cierto es que conforme avanzamos en la
nueva anormalidad, nos empezamos a percatar de que este virus de mierda es un
muro bien cementado que nos impide desarrollar una vida social menos
enriquecida que a otros grupos sociales. No sólo por las barreras físicas que
supone ante el acercamiento de los individuos, sino por los miedos y riesgos
que conlleva, otras barreras más psicológicas y personales (sin tener en cuenta los kilos de más del confinamiento...).
“¿Quién me asegura que la persona de mis sueños no está
contagiada del bicho?” “¿Me lanzo a darle el primer beso o dejo que se lance?” “Prefiero
que venga a mi casa, a saber lo que hay en la suya.” “La mascarilla, un nuevo
plus de inseguridad. Aunque también puede serlo de expectación…” “Lo siento
pero sólo quiero practicar la penetración. Nada de besos.” Son algunas de las
cuestiones que mucha gente se hace ya y que nos minarán durante los próximos
meses.
No todo es tan negro… Si bien es cierto que el VIH se transmite
sobre todo por vía sexual y su estigmatización se asoció y asocia sobre todo a
las relaciones íntimas entre ciertos grupos de riesgo, el CoVID-19 es menos
específico y repercute de una manera más global, pero también es cierto que
tiene una tasa de mortalidad menor en ausencia de tratamiento, que la población
se encuentra menos sensible y que hay una tasa más probable de inmunidad a
corto plazo.
Como lo oyen, señoras y señores, el coronavirus no sólo es
un muro para abuelos y nietos, para inmunodeprimidos, hipertensos y asmáticos,
es un muro para posibles parejas y solteros en busca de cariño. Un muro que
esperemos derruir pronto para alimentar nuestra breve felicidad.
Todo esto me ha llevado hasta un álbum muy poco conocido
pero con muchísima miga. Esterhazy,
escrito por Hans Marcus Enzensberger e Irene Dische, ilustrado por Michael Sowa
y editado hace varios años ya por la genial Fulgencio Pimentel.
Tomando como excusa un apellido austrohúngaro con mucho
abolengo, los autores dibujan un relato
protagonizado por una dinastía de liebres que debido a una dieta hipercalórica,
se ponen gordas y torponas. Es así como el patriarca manda a sus descendientes
en busca de esposas altas, espigadas y ágiles. El más joven de sus nietos
decide irse a Berlín y su abuelo le advierte de que allí todas las liebres
viven detrás de un muro (¡Voilá! Ya penemos el puntit de realidad que nos hacía
falta). Así es cómo se desarrolla un relato lleno de luces y sombras, un viaje
iniciático muy urbano de esta liebre perseverante que busca compañera.
Además de narrar un hecho histórico como la caída del muro,
la historia tiene mucho encanto, no sólo por todo por la trama, el nudo y el
desenlace (a esos efectos se parece mucho al cuento tradicional), sino por las
sugerentes y desdibujadas imágenes del autor que ha participado en libros como El inesperado regalo de Papá Noel o Pralino y películas como Wallace & Gromit o Amelie (acuérdense de los cuadros sobre
la cama de la protagonista) unas ilustraciones que además de beber del
surrealismo o el modernismo (yo veo mucho a Hopper, ¿y ustedes?), nos trasladan
a la atmósfera un tanto inquietante y gris de un Berlín donde se entrevé un
deje comunista y que dan paso a una luz esperanzadora, la del otro lado.
Asimismo y para completar la gracia, me permito el lujo de introducir aquí una serie de
títulos que tratan sobre muros y que recopilé en una entrada de mis redes
sociales durante el noviembre de 2019 para celebrar los treinta años de la
caída del muro de Berlín. De esta manera doy rienda suelta una miscelánea que
no sólo puede ser útil a apasionados de la historia reciente, sino en otras
circunstancias como las que vivimos, en las que el hombre entendido como
especie pierde su humanidad por diferentes circunstancias que le aíslan de su
condición social. ¡Que la disfruten y compartan!
Marido Viale y
Stéphanie Marchal. Del lado bueno.
Kókinos.
Eric Battut. ¡Abajo los muros! Blume
Philippe de Kemmeter.
El muro. Entre Libros.
Javier Sobrino y
Nathalie Novi. El muro. Juventud.
Britta Teckentrup. Ratoncita y el muro rojo. NubeOcho
Ricardo Alcántara. El muro de piedra. Ilustraciones de
Montse Ginesta. SM
Peter Sís. El muro. Crecer tras el telón de acero.
Norma.
2 comentarios:
Le recuerdo un precioso libro, ya viejo, pero no por eso menos hermoso, donde la protagonista ayudada por sus amigos trepa un gigantesco muro en busca de los colores del mundo, de la libertad.
Es un libro de María Luisa Seco, Don Blanquisucio, con las hermosísimas ilustraciones de Ulises Wendell.
Saludos!
¡Muchas gracias , María Elena! Ya he estad investigando y como tiene buena pinta lo añado a la tanda. ¡Un abrazo!
Publicar un comentario