De entre todas las cosas que han acontecido durante el fin
de semana, me quedo con la polémica sobre el uso de la bandera española, un emblema que empieza a suscitar
mucho interés. Era de prever teniendo en cuenta que nuestra enseña estaba
acumulando mucho polvo y que es en situaciones extremas como la que vivimos,
cuando recobra sentido el estado-nación.
Nunca he sido de exhibiciones patrióticas y mucho menos de símbolos,
y si a ello unimos que ya soy bastante español, evito los excesos que abarroten
y engalanen (cosas de la estética). Esto no quiere decir que no entienda y apruebe
que otros luzcan nuestra bandera como les salga del pijo, más si cabe cuando no
hacen daño a nadie.
Es por ello que ando bastante extrañado con que un amplio
sector de la población -el mismo que ha renegado de ella por motivos
partidistas durante mucho tiempo- se haya echado las manos a la cabeza porque
otro amplio sector se dedique a colgársela por toda su anatomía cual árbol navideño. A lo que yo objeto: si nuestra bandera es un símbolo constitucional y pertenece a todos los
españoles, ¿por qué no han hecho gala de ella todos los habitantes de este
país que lo deseen desde el 6 de diciembre de 1978?
Que si apropiación indebida, que si provocación, que si
violencia y que si un montón de razonamientos más que criminalizan el uso de la rojigualda y ponen en evidencia que algunos sólo se sienten cómodos luciendo
nuestros colores durante las competiciones deportivas (para lo que hemos quedado…),
mientras que para otras celebraciones prefieren exhibir símbolos como la bandera republicana -un hecho cuanto ni menos paradójico pues muchos dábamos por hecho aquello de la transición-.
Si tanto les molesta, lo que deberían hacer es dejar de
asociar nuestro estandarte con apelativos del pasado que tanto hacen por perpetuar el mito maniqueo de las dos Españas y, si les apetece, lucirla como
mejor les parezca. Porque la patria, la nación, es de sus ciudadanos, no de sus políticos, y la bandera, como símbolo, aparte de representarnos es de lo poco que
nos queda para sentirnos parte de un colectivo que comparte alegrías, desencuentros y penas como las vividas durante esta pandemia, y de paso, reconocer como nuestros, los muertos de vecinos, amigos y
conocidos que, aunque piensen y voten de manera diferente a nosotros, también han
sufrido mucho durante los últimos meses.
Con tantas banderas de por medio, hoy viene al pelo traer a
este sitio de monstruos La bandera de
Amalia, otra de las novedades de Ekaré con Nono Granero a la pluma e Ina
Hristova a los pinceles. En este álbum colorista y con un sabor muy agradable (me
recuerda al del pan con vino y azúcar), se nos cuenta la historia de una
costurera que recibe el encargo de elaborar una gran bandera que engalane la
plaza del pueblo durante las fiestas de otoño. Amalia, la protagonista elige
las mejores telas y se pone manos a la obra, pero una serie de percances la
obligan a elaborar una bandera muy diferente a la oficial.
Muchos se limitarán a decir que este título es un canto a la
pluralidad, también que le resta importancia a los símbolos -cosa que no sucede, pues
el símbolo sigue aunque haya cambiado de forma-, pero lo bueno de los libros con
enjundia es que tienen diversas lecturas. Y en la mía creo que Amalia, además de
tener algo de los cuentos de antaño (ruecas, hilanderas, sastres, agujas y
tejidos mágicos) y dar rienda suelta a su inventiva e imaginación
para enfrentarse a los problemas, también ensalza el valor de la auténtica bandera, una que entrega desinteresadamente a sus vecinos para cobijarlos y ayudarlos.
Una bandera bajo la que se resguardan los músicos de la lluvia, ejerce de
sombrilla para un bebé y protege las cuerdas vocales del tenor local.
Sí, amigos, se ve que las banderas son del pueblo.
3 comentarios:
Precioso álbum, habrá que hacerse con él!
Muy bonito contenido, te invito a seguir mi blog con escritos de poesía infantil y juvenil
https://lacitosdeazucarpoemasdemiel.blogspot.com/
Saludos
¡Gracias, gracias y gracias! Por decir las cosas tal cual las piensas, sin medias tintas ni ofender a nadie. Por poner un poco de calma en este torbellino. ¡Gracias!
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