El otro día se me ocurrió hacer una pregunta aparentemente sencilla a través del perfil que los monstruos tenemos en Instragram. “¿Crees que la vida es fácil o difícil?” La gente empezó a participar con sus respuestas, y más de un 70% pensaba que era difícil. Teniendo en cuenta el tipo de seguidores que tiene el perfil (personas blancas, de clase media y con trabajo más o menos estable), quedé bastante sorprendido, pues, aparte de situaciones desagradables que todos sufrimos, la mayor parte de los participantes deberían tener cubiertas las necesidades básicas, unas que, según los parámetros que establecen ciertas organizaciones, ya deben contribuir al bienestar físico.
Esto me llevó a pensar que nuestras sociedades llevan décadas idealizando un bienestar que nunca llega. El (in)conformismo se ha instalado en unos estándares difícilmente alcanzables y esto lleva aparejada una frustración constante sobre lo que la vida debe ofrecer para considerarse óptima. Si a ello unimos que todos vivimos volcados en el futuro y abandonamos el tiempo presente, expectación y frustración se convierten en el tándem perfecto para abandonar este estado espacio-temporal tan lleno de posibilidades.
Redes sociales, desidia y anquilosamiento, desengaños, fracasos laborales y familiares, modelos nada realistas, competitividad extrema, comparaciones odiosas… Todo eso ayuda en esa adjetivación de la vida. Pero sin lugar a dudas, lo peor es no priorizar en la escala de logros vitales y entender que una vida fácil no es una vida al alcance de muy pocos. Y ni eso, porque los de las vidas imposibles también lloran.
Llegados a este punto nos toca hablar de un libro que se esperaba en el panorama del libro-álbum español como agua de mayo. Ana del Lago, un álbum de Kitty Crowther que nunca había sido publicado en castellano y que Fulgencio Pimentel acaba de editar para disfrute de todos los monstruos.
Ana vive en un perpetuo desasosiego. No le gusta su existencia. Un día decide ponerle fin y se lanza al lago con la intención de ahogarse, con la mala suerte de que es rescatada por tres gigantes que le piden ayuda para hacerle frente a una maldición.
El libro, como todos los de la autora anglo-belga, parece una historia sencilla y sin mucho parangón, pero cuando nos ponemos a diseccionar texto e ilustraciones damos con hallazgos la mar de interesantes.
El primero es la representación de un suicidio en un álbum infantil. La escena en que la protagonista se lanza al lago con un peso atado a sus pies es ciertamente sobrecogedora. Sin embargo, la Crowther insufla un halo de esperanza al plantear una segunda oportunidad, un giro en el guion. ¿Es posible recobrar las ganas de vivir? Ahí entran en juego el resto de protagonistas, tres personajes (presten atención a este número) que le plantean un nuevo panorama, un reto del que pueda participar. Termina con lo inesperado: el premio ante el sacrificio.
La descripción de ese cuadro de ansiedad en el que la autora se recrea en la primera parte de la historia es sencillamente soberbio. Cualquiera que sufra este tipo de situación puede verse reflejado en sus palabras. Los pensamientos intrincados que se retuercen sobre los pasajes vitales de la protagonista, plantean un paisaje verdaderamente complejo del planteamiento inicial y ayudan a elevar la tensión ante el episodio más potente de toda la acción.
Como en otros álbumes de Kitty Crowther, la historia bebe de los cuentos clásicos, una narración que se erige sobre funciones básicas del cuento popular como el viaje del héroe, la magia y la recompensa. Se ven muy definidos y ayudan al lector a recrear una historia tan cercana, como fantástica.
1 comentario:
Necesidad creada!!! Gracias monstruo.
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