sábado, 23 de enero de 2021

Pequeña selección de cómic infantil y juvenil actual


Algo está pasando con el cómic infantil. Como sucede con otros géneros de la Literatura Infantil, son cada vez más las propuestas de cómic y novela gráfica para niños y adolescentes que podemos encontrar en librerías y bibliotecas (sólo tienen que acudir a este monográfico, las selecciones del 2018, del 2019 y del 2020 para darse cuenta)
A ello hay que añadir que también ha empezado a diversificarse de una forma pasmosa. Tanto es así que si hace unos años la mayor parte del cómic y la novela gráfica se centraba en la ficción, últimamente encontramos algunos cómics dedicados a la no ficción, algo que podrán observar en la pequeña selección de hoy. 
Como siempre, presento los títulos en orden de complejidad lectora creciente (es una sugerencia, evidentemente), incluyo un resumen con comentarios sobre cada uno de ellos y señalo mis propuestas favoritas con las ya clásicas tres estrellas. 
¡Que la disfruten! 

FICCIÓN 



Jaume Copons y Liliana Fortuny. Bitmax & Co. Combel. Empezamos con una serie de de nuevo lanzamiento cuyo protagonista principal es Bitmax, un robot rescatado del camión de la basura y puesto a punto por un oso y un ratón. Mucho humor blanco y situaciones alocadas en un cómic de tipo coral en el que caben todo tipo de personajes animales (y algún que otro imaginario) en un bosque que promete ser el escenario de sorpresas y más de una carcajada. 


Emily Tetri. Tigresa contra pesadilla. Astiberri. Pasamos a otro cómic para primeros lectores en el que una tigresa y su amigo monstruo vencen a cualquier pesadilla que haga aparición en mitad de la noche. Bueno, a cualquiera no, pues una bastante terrible se les resiste. ¿Lograrán acabar con ella? Para saber el desenlace tendrás que leer esta historia donde superación personal y amigos imaginarios tienen mucho que decir. 


Marco Paschetta. Lucero. Thule. (***) Continuamos con Lucero, una criatura con cuernos que se topa con Gajo, un pececillo que se dirige hacia el mar. Como Lucero nunca ha ido más allá del bosque, decide acompañarlo en su viaje. Una historia con fondo ecologista y crecimiento personal en un escenario con formas orgánicas (me recuerda bastante al trabajo de Ruzzier) y numerosos animales como artistas invitados. 


Ashley Spires. Binky agente espacial. Juventud. Llega Binky, un gato muy doméstico (tanto que no ha salido nunca de la casa de sus dueños) que decide hacerse agente espacial para explorar el espacio exterior, uno lleno de moscas… ¡Ups! ¡Quería decir extraterrestres! Recibe su carnet y empieza a construir su nave espacial. ¿Cumplirá su sueño? Una historia muy simpática llena de humor absurdo que habla de emancipación y cariño familiar (¡Que tiene incluida serie de animación!)


Romain Pujol y Vincent Caut. Avni animal verdaderamente no identificado. Astiberri. (***) Tomando como excusa la llegada de un nuevo alumno, este cómic narra el día a día de una escuela de primaria a la que acuden un buen puñado de animales que quedan sorprendidos por la imaginación de Avni. Estructurado en episodios de dos páginas, se adentra en temas como el acoso escolar, las diferencias culturales y la amistad. Bonito y muy simpático. 



Guillaume Perreault. El cartero del espacio. Juventud. (***) Bob es un cartero espacial. va de planeta en planeta repartiendo la correspondencia. Un día su jefe le cambia el recorrido y tiene que visitar nuevos rincones de la galaxia. Un planeta lluvioso, otro a rebosar de trastos e incluso uno lleno de furiosos perros. Cada entrega es una nueva y peligrosa aventura para un cartero que no está acostumbrado a los sobresaltos. Con moraleja y guiño metaliterario, esta es una de las historias de este personaje fantástico.


Wilfrid Lupano y Stéphane Fert. ¡Que empiece el espectáculo! Juventud. Conectando circo y dictadura, este cómic breve se abre camino entre los lectores defendiendo la espontaneidad frente a la rigidez, lo colorido frente a lo gris. El circo llega a la ciudad. Empieza el espectáculo y el general ve en cada uno de los números una amenaza para sus normas. Así hasta un ataque de risa desorbitado pone las cosas en su sitio. Da en qué pensar y afila la mirada. 


Cristina Portolano. Soy mar. Liana Editorial. (***) Llegamos a uno de esos libros donde el surrealismo y lo onírico se tienden la mano para contar una historia donde el paso a la pubertad y la imaginación infantil se desbordan en mitad del océano. Mar quiere sacar a Franky, un pez payaso, de la pecera, pero la abuela no le deja. Llega la hora de dormir, Franky adopta forma humana y la lleva con él para vivir increíbles aventuras. Extraño, inquietante y metafórico. 


Deborah Marcero. En un tarro de cristal. Astronave. (***) Liam colecciona todo tipo de objetos que mete en tarros de cristal. Un día conoce a Evelyn y juntos continúan recogiendo el arcoíris, el murmullo del mar… ¡Un momento! ¿Pero todo eso se puede guardar en un frasco? Tierna y agridulce historia de amor-amistad que se centra en desarrollar la capacidad para construir y acumular recuerdos inolvidables que perduran a pesar de la distancia. 


Camille Jourdy. Las Varamillas. Astronave. (***) La penúltima de las recomendaciones del apartado de ficción es una de esas novelas gráfica donde conviven lo extraordinario y lo cotidiano, el surrealismo y lo humano. Esta es la historia de Jo, una nueva Alicia que, con tal de no aguantar a parte de su familia, se aleja del lugar donde se celebra el picnic, para encontrarse con unas extrañas criaturas que, como el conejo blanco, la conducen a un universo extraordinario donde vivirá aventuras inolvidables. Genial y desbordante. 



Magnhild Winsness. Shhh. Liana Editorial. (***) Terminamos esta tanda de cómic de ficción con una novela gráfica para preadolescentes. Como todos los veranos, Hanna va a pasar el verano con sus tíos y sus primas, Siv y Mette, sumergiéndose en una serie de sucesos que la cambiarán para siempre. En una narración donde el silencio habla por sí solo, nos internamos en las vicisitudes de quizá la edad más compleja gracias a una tríada que representa sus tres estados emocionales más marcados: inocencia, curiosidad y rebeldía. 


NO FICCIÓN 


Leire Salaberria. La familia panda. Somos uno más. Beascoa. Siempre que llega un nuevo miembro a la familia, las cosas dejan de ser como eran. Es lo que le sucede al pequeño panda rojo con su hermanita. Un cómic que a caballo entre la ficción y la no ficción recoge fielmente situaciones cercanas sobre los celos infantiles y el proceso de adaptación que suponen los hermanos menores. Sintético y bien traído para padres temerosos.


Kalle Johansson y Lena Berggren. ¿Qué es en realidad el fascismo? TakaTuka. (***) Basado en la exposición de hechos históricos, esta novela gráfica nos presenta algunas de las estrategias que los diferentes regímenes políticos desarrollaron durante la época de entreguerras. Ilustraciones realistas que en ocasiones son copias de fotografías y un relato secuencias y dinámico, abre el debate entre los lectores de esta obra. 


Yual Noah Harari, David Vandermeulen y Daniel Casanave. Sapiens, una historia gráfica. Debate. (***) Tanto si fueron uno de los 27 millones de lectores que tuvo este ensayo, como si no, seguro que disfrutan de un cómic que se adentra en diversas líneas de estudio de la evolución humana como la del mestizaje y el reemplazo. Echando mano de dos pesos pesados de la novela gráfica, es un buen momento para recomendarlo a adolescentes en ciernes y futuros antropólogos. 




jueves, 21 de enero de 2021

Desconocidos y bienpensados


Tras el pequeño experimento que realicé ayer en forma de encuesta sobre mi universo personal, concluyo con que ninguno de mis conocidos en las redes sociales me conoce al milímetro. Tampoco importa, pues si uno mismo es el único que tiene la llave de acceso, sería de incautos eso de abrirse en canal y aventar cada uno de los propios secretos. 
Soy consciente de que despisto mucho (la respuesta sobre mi álbum favorito era bastante desconcertante, pero siento decirle que los gustos, muchas veces, no tienen que ver con la lógica), pero no entiendo qué ha llevado a muchos participantes a considerar que viviría en Berlín o que he estudiado filología hispánica, más que nada porque he repetido hasta la saciedad que soy biólogo y que me encanta Londres como gran ciudad. 


Sí, reconozco que había preguntas muy difíciles que necesitaban de una relación estrecha para poder dar en el clavo (y ni aun así, ¿eh, Peibol?). No obstante el resultado ha sido bastante curioso, pues he constatado que las redes sociales, aunque son un medio un tanto superficial y fácilmente manipulable, sirven para empatizar con otros a pesar del desconocimiento y la distancia. 
Sigue siendo necesario el cara a cara, las miradas y el contacto. Afianzamos conceptos, descubrimos mentiras en los gestos, en comentarios de soslayo. Fijarnos en la cadencia de la voz y su entonación para despejar incógnitas que presuponemos ciertas. Y aun así, aunque todo eso suceda, habrá misterios que sigan escondiéndose tras cada ser humano. 


Es ahí donde entra en juego nuestro cerebro. Funciona a su antojo, se toma licencias argumentales y ubica las piezas que faltan en los huecos de un relato, de la cara que se esconde tras la mascarilla (¿Se han dado cuenta que con el bozal creemos que todo el mundo es más guapo?) o incluso en mi perfil de Instagram. Es así, imaginamos y damos forma a lo desconocido. Presuponemos y nos anticipamos, jugamos y soñamos. Porque sin eso no hay ilusión, y de paso, tampoco vida. 
Algo similar es lo que sucede en Querida tú a quien no conozco, un pequeño álbum de la autora francesa Isabel Pin y editado por Lóguez estos meses, en el que la protagonista se dedica a imaginar cómo será el primer encuentro con la niña recién llegada al colegio. La directora dice que viene de otro país y habla otro idioma, así que nada mejor que invitarla a merendar y conocerse. La anfitriona se hace su composición de lugar: pasteles, café, terrones de azúcar y hasta flores. No deja nada al azar, pero sí a la amistad. 


Muchos ven un canto a la hospitalidad en un libro donde también tiene cabida la migración y la crítica social, pero yo prefiero centrarme en esa amistad que rompe una lanza por lo sincero y lo humano, dejando a un lado la negatividad de unas suposiciones que, casi siempre, son poco halagüeñas por culpa de los prejuicios. 
Lean y después, si se atreven, pueden hacer como ella y enviarle una carta a ese o esa que ven todos los días en la parada de autobús o en la taquilla del cine. Seguramente acierten poco, pero serán muy felices.



lunes, 18 de enero de 2021

Vaciar la maleta, llenarte de recuerdos


Conozco gente de muchas esferas y condiciones. Desde pequeños burgueses hasta peones agrícolas. Gente con varias carreras y muchos sin el graduado escolar. Altos, feos, exuberantes y destartaladas. Ordenados y caóticos. No suelo desechar a nadie porque todos me interesan. Me gustan las personas. 
De entre todos ellos siento verdadera debilidad por los extranjeros. Venidos de tierras lejanas por culpa de la desdicha o por amor, despiertan mucho entusiasmo en mí, no sólo por el exotismo que desprenden, sino por esa curiosidad que he cultivado desde la infancia. 


Me da igual de donde sean. Marroquís, argentinos, brasileños, ingleses, suecos, alemanes, senegaleses, sudafricanos, japoneses, chinos, peruanos o canadienses. La cuestión es que amplíen tu perspectiva. Seguramente todo viene de cuando mi padre metía a los mormones en casa para preguntarles cosas sobre Utah (hace décadas era bastante difícil encontrar estadounidenses por estas tierras) o de aquel invierno en el que vino al colegio la prima finlandesa de una amiga y con la que estuve carteándome durante un tiempo. 
Tampoco hay que ir de progre ni enrolarse en una ONG, que el buenismo es un gran lastre , pues diferencias y choques también enseñan. El caso es exponerse, dejarse leer. Si germina, cojonudo. Y si no, tan amigos. El gusto es conocerse y ver qué nos ofrecemos. 


Todo es un aprendizaje. Palabras, comida, lugares, costumbres o ropa. Todo es susceptible de empaparnos. Tanto ellos, como yo, que para eso somos esponjas. Muchos no han visto la nieve, otros tampoco han sufrido los rigores del verano, ni probado el atascaburras. Disfrutar de las tardes de feria, de sus mañanas y el olor a mojado, degustar el gazpacho manchego, entender nuestro humor negro o entender palabras como gobanilla, casquera o el ¡ea! tan manido. 
Ahora que lo pienso, esas son algunas de las cosas favoritas del sitio donde nací. Lo peor de todo es que muchas no las puedo llevar conmigo porque hay que disfrutarlas in situ. Lo único que nos queda es hablar de ellas, recordarlas y ofrecerlas para que se conviertan en las cosas favoritas de otros llegado el momento. 


Todo esto y mucho más, es lo que me he planteado gracias a No sin mis cosas preferidas, un álbum de Sepideh Sarihi y Julie Volk publicado recientemente por Lóguez y que obtuvo el premio Bologna Ragazzi en la categoría de ficción. Cuenta la historia de una niña cuyos padres deciden marcharse a otro lugar. Ella decide hacer una selección de todo aquello que tiene que llevarse. Una pecera, una silla que le hizo su abuelo o el conductor del autobús escolar son algunas de sus cosas preferidas. Lo peor de todo es que no caben en la maleta, de tal forma que idea la manera de llevarlas hasta su nuevo hogar. 


Con técnicas tradicionales donde prevalece el lápiz de grafito y pinceladas de los colores primarios (amarillo rojo y azul), se nos presentan unas ilustraciones llenas de detalles (fíjense en las marcas sobre el marco de la puerta) que nos hablan más allá de un texto que podría servir para diferentes situaciones geográficas. Es así como oriente y occidente se encuentran en las páginas de un libro donde abundan los silencios, la tristeza y la esperanza. Amplios espacios en blanco y composiciones llenas de simbolismo (maletas confundiéndose con edificios o ventanas gigantes) son un valor añadido en una historia sobre migración y encuentros, no sólo con un mismo, sino con el futuro que llegará y nos abrirá puertas a nuevas cosas preferidas.

miércoles, 13 de enero de 2021

¡CIERREN LAS VENTANAS DE LAS AULAS, POR FAVOR!


Mientras unos regresaron a las aulas tras el parón navideño, otros nos incorporamos más tarde por culpa de la nieve. ¿Y cómo nos las hemos encontrado? Literalmente heladas.
Por si se les había olvidado, seguimos bajo las inclemencias del COVID-19, un virus que, según los expertos, se contagia principalmente a través de las gotículas de saliva que desprendemos durante la espiración forzada, los estornudos o el habla. Por ello y para minimizar la presencia aérea del virus se recomienda ventilar los espacios cerrados. Ahora bien, ¿qué significa “ventilar”? 


Hasta dónde yo sé, ventilar consiste en renovar el aire circulante en un espacio de una manera periódica, como hacemos muchos en nuestros hogares todas las mañanas durante 5-10 minutos. Una idea que nada tiene que ver con tener ventanas y puertas abiertas de par en par que permiten durante las 5-6 horas que dura la jornada escolar que la temperatura interior se iguale con la del exterior, incorpore la humedad ambiental a las aulas y establezca corrientes de aires difícilmente soportables, un concepto de ventilación que las administraciones competentes y los medios de comunicación están insertando en la sociedad durante los últimos meses. 
Si en septiembre, y teniendo en cuenta nuestra climatología, lo de las puertas y ventanas abiertas de par en par era incluso agradable, durante las últimas semanas se está convirtiendo en una “norma” desvirtuada, insoportable e incluso denunciable. 


Teniendo en cuenta el anexo III del Real Decreto 486/1997, todavía vigente y que regula las disposiciones mínimas de seguridad e higiene en el trabajo, les informo que deberán (y cito textualmente) “evitarse las temperaturas y las humedades extremas, los cambios bruscos de temperatura y las corrientes de aire molestas”. Además sitúa el rango de temperatura para aquellos lugares donde se realicen trabajos sedentarios entre los 17 y 25 ºC (artículo 3.a.). 
Si bien es cierto que gran parte de los edificios públicos cuentan normalmente con estas condiciones, no ocurre así con colegios e institutos, construcciones en la mayoría de los casos con grandes deficiencias térmicas y/o energéticas. Con ello quiero decir que lo de pasar frío o calor no nos pilla de sorpresa en el presente curso escolar, sino que viene de muy lejos, algo por lo que no hemos recogido firmas ni secundado ninguna huelga (me gustaría ver a otros sectores del funcionariado trabajando en estas condiciones). 
Lo que sucede es que si a esta realidad sumamos una norma sacada de quicio, sobre todo por los políticos, la inspección educativa, los equipos directivos y otras jerarquías, nos hemos visto obligados a sufrir temperaturas inferiores a 10ºC en las aulas durante las últimas semanas, algo que, permítanme decirles, es intolerable, tanto para alumnos, como para docentes. 


Si en materia científica todavía no hay estudios fundamentados que defiendan este tipo de medidas, ni vemos hospitales de esta guisa, podemos concluir que este despropósito nada tiene que ver con el verbo “ventilar”, ni siquiera con la palabra “pandemia”, sino que está más relacionada con las expresiones “salvar el culo” o “buscar culpables", unas que son muy típicas cuando la mala gestión, la salud pública y el miedo se entremezclan sin ton ni son en un panorama complejo como el que vivimos. 
Para seguir justificando esta situación, nos vienen con que lo hacen por nosotros, por nuestros alumnos e hijos, por el éxito colectivo. Pero no. Podrían habernos dado el suficiente material de protección, podrían haber hecho PCRs a mansalva, podrían haber realizado test serológicos rápidos, podrían haber dispuesto rastreadores para los centros o podrían haber contratado más personal para evitar aglomeraciones y desdobles académicos innecesarios. No, una vez más. Lo único que han hecho es abrir las ventanas e instar a alumnos y profesores a acarrear mantas muleras, usar ropa siberiana, y tratarlos de culpables e irresponsables cuando ha quedado más que claro que la mayor tasa de contagios tiene lugar en el ámbito privado y familiar.


Lo que está claro es que, como sucede con otras enfermedades respiratorias, léanse el catarro o la gripe, la mayor prevalencia del COVID-19 tiene lugar durante el invierno, algo que hemos observado, tanto en el 2019-2020, como en el actual, una cuestión que puede deberse, bien a las condiciones climatológicas, bien a otras de la propia naturaleza del virus ya conocidas o no. Por tanto es una irresponsabilidad por parte de las autoridades, tanto educativas, como sanitarias, implementar medidas que puedan agravar la situación durante estas semanas que auguran temperaturas mínimas extremas. 
Sí, hay que ventilar desde el sentido común, pero no tratar a niños, jóvenes y docentes de una manera indigna, deshumanizada y reprobable, algo que no se hace con otros sectores como los agentes fiscales, los trabajadores del padrón, los prevencionistas o los médicos de atención primaria. 
Ventilen 5-10 minutos varias veces al día, pero durante el resto de la jornada escolar ¡CIERREN LAS VENTANAS DE LAS AULAS, POR FAVOR! 


NOTA: Las imágenes que acompañan a este manifiesto pertenecen a Invierno, uno de los títulos que configuran la serie dedicada a las cuatro estaciones que Gerda Muller realizó en los años 90 y que todavía hoy día siguen imprimiéndose por todo el mundo por casas editoriales como ING edicions. Disfruten de ellas y constaten que esta estación del año también trae muchas cosas hermosas.

martes, 12 de enero de 2021

Vacaciones nutritivas que preceden a la adolescencia


Entre el coronavirus y Filomena, he pasado la Navidad más dentro que fuera de casa. Un confinamiento en toda regla que, a pesar de parecer un abismo, se ha convertido en un lapso espacio-temporal bastante productivo, que no solo ha estado abastecido de libros para niños, sino de literatura para adultos, películas, series o música. Todos ellos me han nutrido el intelecto (que del estómago ya se han encargado otros) durante estos días y de paso me han servido para desconectar del trabajo. Como sé que les gusta coger ideas de todo tipo para ocupar sus ratos libres, les iré relatando y comentando algunos de mis aciertos y desaciertos. 


En el tema televisivo he terminado con la segunda temporada de The Mandalorian. Finalizado este western galáctico puedo decir que ha sido bastante entretenido. No es de extrañar, pues valoro positivamente la ciencia-ficción ya que me permite ampliar mi imaginación. El baby Yoda encantador y el resto aceptable. Disney… No se puede pedir más. Rise By Wolves es otra alternativa (los dos primeros tercios, porque al final la cagan). Con una puesta en escena estupenda y una actuación maravillosa de Amanda Colin, esta fábula postapocalíptica es inquietante y te plantea dilemas morales en el ámbito de la maternidad. También lo intenté con This Is Us, una serie que me habían recomendado hasta la saciedad pero que no pude continuar más allá de la primera temporada. Mucha intensidad y demasiada emoción para un organismo tan frágil como el mío. Le ha encantado a todos mis colegas pero yo, por el momento, la dejo en stand-by. Si es que yo no soy muy de series, por eso me dedico más a las películas... 
Películas como Fin de siglo, la crónica de un arrepentimiento amoroso entre una pareja gay, narrada desde un planteamiento que, aunque algo explotado, logra un relato conexo que no deja indiferente. También me he zampado por tercera vez El cazador, una obra maestra del 78 que a pesar de estar ambientada en la guerra de Vietnam, es todo un canto a la amistad y a todos los soldados que tras sobrevivir en cualquier conflicto bélico están condenados al desarraigo. Para terminar (podría recomendarles más pero tres ya son suficientes), una que deja buen sabor de boca: Moonrise Kingdom, una película de hace años de Wes Anderson, que tienen que disfrutar en cuanto puedan. Dos frikis y toda una corte de colgados  intentando romper la magia de un primer amor. Fíjense especialmente en los libros que lee la protagonista. ¿A que les encantaría acurrucarse en el sofá con ellos??


En lo que se refiere a películas de animación abro un apartado para Wolfwalkers, La canción del mar y El secreto de Kells. Aunque son historias diferentes, todas comparten como director a Tomm Moore. A mi juicio, la mejor es La canción del mar, una joya en toda regla en la que destacan un guion magnífico y una dirección artística impecable. Vean las tres y decidan por ustedes mismos. 
El otro apartado se lo dedico a la animación japonesa. Me he tragado Vinland Saga, serie anime con mucha violencia pero con cierta carga emocional que me ha gustado bastante (inspiración histórica y folklore vikingo son un tándem perfecto). 
En largometrajes puedo hablar de cuatro. Weathering with you, otra historia de amor de Makoto Shinkai que aunque está muy bien producida no ha terminado de encandilarme; Los niños del mar, una de ecologismo tan potente, como extraña; Mirai, mi hermana pequeña, un filme de Mamoru Hosoda que habla de cómo un niño de cuatro años canaliza los celos hacia su hermana a través de viajes en el tiempo y una imaginación pasmosa; y la compleja, poética y chocante Maquia, una historia de amor inmortal (hay algo que oscila entre el amor y el incesto en este filme, que te hace pensar en muchas cosas). 


Paso a literatura adulta con tres títulos muy dispares. El primero es Cometas en el cielo, un best-seller de hace años con el que me he atrevido por culpa de una biblioteca en la que no tienen ni Rewind, ni Un amor, ni Mendelsshon en el tejado, que eran mis primeras opciones. Como bien dicen un par de voces con autoridad, es cierto que está bien escrita pero no me sugiere demasiado. 
En segundo lugar, Panza de burro, una novela corta de la canaria Andrea Abreu que ha causado sensación en 2020. Prosa fresca y coloquial para una historia de dos niñas que se asoman a las miserias adultas. Húmeda, asfixiante, abrupta, ambigua e irónica. Los alisios, el azufre y el Atlántico nos hablan de la vida de unas cualquiera, que recomiendo leer  a millenials rezagados y algún que otro aficionado al young-adult. Las tristezas y alegrías de ese amor que se torna víscera en un tiempo cercano merecen un espacio. 
Por último un ensayo sobre la Albania comunista que lleva por título Barro más dulce que la miel. Escrito con muy buen gusto (casi como el de Kapuscinski) nos revela las miserias de un país lacerado por el poder hasta cotas insospechadas. Una sarta de penurias que deben leer quieran o no para ser conscientes de lo que es capaz el poder con tal de perpetuarse.


Podría sugerirles mucha más cultura (si es así como quieren llamarlo), pero se me acaba el tiempo y el número de palabras, así que, para despedirme de las vacaciones y no desviarme mucho de lo que me espera a partir de mañana, les invito a descubrir Adolescente, un álbum de Núria Parera y Daniel Páez Fernández editado este curso por Thule que se interna en la relación entre una madre y una hija en plena pubertad. Ambas voces se desdoblan, una en forma de palabras, la otra en imágenes. Ilustraciones sugerentes y simbólicas que desde el surrealismo figurativo escarban en esa amalgama de emociones encontradas que es la adolescencia para quienes la sufren, se llamen estos padres o hijos.

lunes, 11 de enero de 2021

Buscando culpables


A cuenta del COVID, hay que buscar un culpable. Y no ha habido pocos… Los chinos, bien en sus laboratorios militares, bien por consumir murciélagos, el calentamiento global (o eso nos dijo Greta), los niños (por guarros, por inconscientes, por juguetones), los italianos (nada mejor que echarle la culpa al vecino), o Trump, que hasta hace unos días ha sido el comodín perfecto. 
A cuenta de Filomena, hay que buscar un culpable. Que si los ingleses por haber consumado el Brexit y haberse adueñado del anticiclón de las Azores. Que si el calentamiento global (a este paso va a tomar el testigo de Trump). No nos olvidemos de la Ayuso, que ha contratado a unos chinos para que provoquen el temporal. Y por qué no, la Pedroche, esa gran culpable que necesitaba hacer yoga desnuda en mitad de su jardín nevado. 


La cosa es que en este país eso de tirar balones fuera se nos da de maravilla… Si la luz sube un 27%, la culpa es del consumidor que no se fija en lo que contrata (total, unos eurillos arriba, unos eurillos abajo, ¡qué más da!). Si el aeropuerto de Barajas se paraliza durante 48 horas porque no hay suficientes quitanieves, la culpa es de Aznar (otro como Trump). 


Aunque mi teoría sobre por qué esto está enquistado en la sociedad española se las trae, se la voy a contar. Todo se resume en el catolicismo, esa religión que lleva siglos lacerándonos por pecadores. Y acabamos tan hartos de culpa y expiaciones que cargamos con el muerto al primero que pasa. Da igual que sea en mi casa, en la tuya, en el colegio, en el ayuntamiento o en Cataluña, lo suyo es que la penitencia la lleve otro, que lo único que queremos es subir al cielo con el expediente limpio como una patena. Eso sí, sentido crítico, cero patatero.


Llego así a uno de esos títulos con los que da gusto empezar la semana. Porque te trae muchas vivencias cercanas a la cabeza. Porque te partes de risa trasladando su historia a tu día a día. Se busca culpable es un álbum de Fran Pintadera y Christian Inaraja (editorial Libre Albedrío) que nos cuenta la historia del señor Ponte, un tipo con muy malas pulgas que se encuentra un pelo en la sopa. Como se podrán imaginar, monta en cólera y pide explicaciones a todo quisqui. Acude la camarera, después el cocinero, la frutera, el hortelano… ¡Menos mal que tras mucho investigar aparece el culpable! 


Con un tono muy distendido y recordando a las retahílas poéticas por su fórmula repetitiva y acumulativa, no se pueden perder un libro que tiene mucho de detectivesco. Acompañado de unas ilustraciones coloristas y desenfadadas (¡Atención a las guardas!), seguro que les da pie a jugar con sus hijos, nietos o alumnos, y descubrir el color, la longitud y la forma de su pelo, algo muy necesario para no llevarnos una sorpresa con eso de advertir la paja en el ojo ajeno aunque no veamos la viga en el nuestro.

jueves, 7 de enero de 2021

Circos invernales


Por fin hemos dado el cerrojazo a unas no-fiestas que nos amargaban la existencia a más de uno. No solo porque disfrutarlas ha sido misión imposible, sino porque han estado sembradas de todo tipo de vergüenzas políticas. 
Todavía no me explico cómo la peña sigue prestando atención a la televisión y sus mentiras, a todo tipo de medios de comunicación que se dedican casi exclusivamente a alienar a una población que, una de dos: o pasa más tiempo preocupada por el mañana, o vive apoltronada en el sofá esperando que se les escape el ahora. 


Yo no sé si ustedes piensan lo mismo pero cada vez vivo más desinformado. O mejor dicho, más informado, pues empiezo a pensar que telediarios, programas de debate, magacines y demás basuras pedagógicas, tienden a una especie ficción creíble que poco tiene que ver con el mundo real. 
Nos hablan de vacunas como si fueran la panacea, el remedio a nuestros males (en próximas entregas de este cuaderno de bitácora, les hablaré de ellas, que ya ando bastante harto de tanto ignorante enterado). Que si la cepa británica o la sudafricana, ¿cuál es más virulenta? (Ya nadie se muere de cáncer, a nadie le duelen las lumbares y las ETS se han erradicado del mapa). El ministro de filosofía se presenta a las elecciones en su pueblo (una estrategia llena de maquillaje para otro tripartito, ¡como si lo viera!). Y si todo esto les parece poco, ayer, Trump y su ego alentaron a un patético golpe de estado (¿Qué sacaran unos y otros con tanto circo y división? Resuman en una palabra que yo no puedo con tanta vergüenza ajena). 


Yo lo que estoy es temblando, y no de miedo, sino de frío, pues este invierno, además de entretenimiento mediático, nos va a caer un buen nevazo (o eso dicen los que saben de meteorología, que esto de prevenir tiene mucho de suerte). Yo el caso es que me he aprovisionado de unas cuantas novelas y algún ensayo (en papel, que los autoproclamados “defensores de la cultura” se han cargado la e-Biblio), bien de caldo, vino de jerez y frutos secos (que son muy buenos para el cuerpo) y he sacado todas las mantas del altillo. 


Parecía que no iba a llegar, pero el viento polar que se ha abierto camino, así que toca disfrutar. ¿De qué? De montones de cosas que, como bien apunta el protagonista de Si llega el invierno, decidle que no estoy aquí, van desde el chocolate caliente, hasta las carreras en trineo. Al final su hermana tenía razón y todo lo que anunciaba el invierno ha sucedido. Las hojas amarillean, los árboles se desnudan, aparece la lluvia y se acortan los días. Un viaje de descubrimiento infantil que nos presenta Simona Ciraolo con mucha simpatía en un álbum colorista y evocador editado por Andana. 


Muy recomendado para todos aquellos que deslumbrados por el sol y el triquini, aborrecen esta época del año tan introspectiva y supuestamente aburrida, y a quienes me gustaría decirles que ha venido el invierno y yo me quedo aquí, porque quizá la nieve nos salve de un mal mayor mientras nos resguardamos en casita. Eso sí: nada de tele, que seca el cerebro.


martes, 5 de enero de 2021

Envolviendo regalos


Seguramente hoy es el día que más papel se utiliza en toda España. Y no precisamente para escribir cartas de amor ni deseos sobre los tanzaku que se cuelgan del bambú para celebrar el Tanabata. Tampoco tiene que ver con nada mucho más mundano (ya saben del papel que tiene la celulosa sobre nuestras secreciones nasales). La cosa es que hay que envolver cientos, miles de regalos (por si no lo sabían esta noche vienen los reyes magos). 


No se crean que es una cuestión baladí, pues más de uno -entre los que me incluyo- da mucha importancia al envoltorio (las texturas naturales y los patrones sencillos son mi debilidad), la forma de hacerlo (a veces hay que poner sesera y obviar la siempre socorrida caja de cartón) y los detallicos que se incluyen, para darle una miaja de alegría al asunto. Y no se vayan a pensar que en el exceso está el buen gusto (de eso nanai), pues con un trozo de papel de seda y un poco de bramante se puede hacer algo con mucha elegancia y finura. 


Si además de los materiales, el encargado del trabajo tiene maña, paciencia y vista, el resultado será sobresaliente (¡Que levante la mano quien disfrute más envolviéndolos que comprándolos!), más que nada porque el envoltorio se adaptará a las dimensiones (no soporto que quede holgado o que parezca un churro, para eso es mejor comprar una bolsa de regalo y chimpún) y destacará sobre el resto de bultos que se amontonan debajo del árbol. 
Pónganse como quieran, ahí no cedo ni un milímetro. Si tienen menos destreza que un pato y ponen ínfimo interés, no tienen nada que hacer con un servidor. Es preferible claudicar ante su torpeza y presentarse con el presente en la mano (nunca cabizbajos, que lo que cuenta es el detalle y el cariño profesado), que para talar árboles y darle candela al efecto invernadero, es más que innecesario gastarse los cuartos. 


Admítanlo, no todos somos capaces de presentar los obsequios como es debido, por ello es que les traigo un libro extraordinario que les puede ayudar con esa dichosa tarea: Cómo envolver un regalo en 10 pasos, de mi admirado Pepe Serrano (descúbranlo porque es un tipo con mucho que contar y con un humor desorbitado) y el siempre genial Guridi, Raúl Nieto para los conocidos.
Publicado hace unos años por la editorial zaragozana Apila, este libro nos presenta una manera muy sui generis de empapelar un regalo, sobre todo porque además de beber del sinsentido, ahonda en la forma de desbordar con la imaginación cualquier acción cotidiana, algo que siempre encanta a cualquier monstruo (y si no, es que no se merece estar en este antro de seres LIJeros). 
Lleno de dinamismo (es de lectura ágil), no sólo narra, sino que predispone a la interacción con el lector, a ir y venir dentro del libro, a hurgar en los detalles del texto y las ilustraciones (me encantan los guiños científicos y el collage con papeles de regalo), a jugar con la propia historia, a sumergirse en ella. Tanto es así que incluso les invita a regalar este libro, una idea magnífica en este día previo a la llegada de sus majestades.

De bares, visitas y contagios


No sé hasta qué punto será acertado eso de haber responsabilizado al sector hostelero de la propagación de un virus que nos sigue minando, pues si bien es cierto que bares, restaurantes, cafeterías y hoteles son lugares de reunión, también lo es que muchos de estos establecimientos han hecho lo posible por adecuar su realidad a los protocolos que (se supone) minimizan los contagios. Lo más curioso de todo es que todavía no existe ningún estudio riguroso que diga que es más probable pillar el virus en una discoteca que en una mercería. Pequeñas cosas que me hacen pensar que realmente los que nos gobiernan siguen sin tener ni la más mínima idea de nada y que sólo buscan culpables a los que endosarle el muerto de una crisis que no saben gestionar para, de paso, afianzar esa opinión pública española cainita y puritana que sabe tiznarse de solidaridad y sacrificio cuando le conviene. Queridos monstruos, la hostelería ha pagado el pato esta navidad. 
Algo similar ocurrió con los gimnasios, con las bibliotecas o los centros de enseñanza, lugares donde acude mucha gente todos los días, pero que con el paso de los meses han demostrado que la pandemia no se ha gestado ni intensificado en ellos (se podrían contar con los dedos de las manos los positivos que hemos tenido en mi centro durante los últimos tres meses). 


Y así, con los bares cerrados a cal y canto hemos pasado las fiestas de casa en casa, de seis en seis o de diez en diez. Familia directa, allegados, grupos burbuja o núcleos convivientes. Da igual cómo los llamen pero el caso es que hemos estado juntos y revueltos, una proximidad que, aunque en la mayoría de los casos sea consentida y no tenga nada que ver con la culpabilidad (la libertad debe estar por encima de todo, ¡que ya somos mayorcitos...!), ha ocasionado muchos disgustos, pues con la euforia nos despendolamos y no es tanto el control que creemos tener sobre nuestro modus operandi. 
Que ya sabemos cómo se las gastan las visitas. Que llegado el momento, cada uno toma lo ajeno como suyo y se dedica a las torpezas, las trastadas, los oprobios y las casualidades, algo por lo que merece plantearse si en la hostelería, los colegios o los gimnasios hacemos de las nuestras con menos soltura (¡Contró, contró!) y estamos más seguros de lo que nos cuentan. 


Y si no han tenido bastante sobre convites e invitados, les dejo con un libro estupendo de la editorial Galimatazo. La visita, con Marisa López Soria a la pluma y Alejandro Galindo a los pinceles -un tándem que nos ha dado muy buenos títulos-, además de hablarnos de los conflictos que surgen entre anfitriones y visitantes, se adentra en el universo del nonsense y el juego lingüístico. 
A Globito no se le ocurre otra cosa que zamparse en casa de sus amigos con un leoncito. Así pasa, que, como cualquier cachorro, se entretiene armando la de San Quintín mientras ellos se hinchan a chocolate con churros. Con tanto alboroto aparecen los Tremendos, que como su propio nombre indica, son muy serios y con muchas leyes (imagínense el percal…), pero ¡menos mal que están las Paplinias para deshacer el entuerto! 


Haciendo un símil con Cronopios, Famas y Esperanzas, los célebres personajes de Cortázar, López Soria, homenajea a la literatura de lo absurdo sirviéndose de esa dualidad gris-luminoso tan utilizada en personajes de la literatura infantil y propinándole un toque de humor y ternura. Si a ello añadimos los colores cálidos de las sutiles aguadas de Galindo (que también aprovecha la coyuntura para hacer guiños a la obra de Seurat), se contrarresta ese sabor amargo que cabría esperar de una narración sobre grescas y choques de intereses. 
Lo dicho. Tengan cuidado con las visitas, que además de buenos mosqueos, podemos pillar el COVID.

sábado, 2 de enero de 2021

Crónica de una nochevieja sin fuste


Bendita nochevieja esta. La de los allegados y los pequeños núcleos familiares (Gracias, querido virus, por aclararnos quiénes importan). La nochevieja de las amas de casa (por una vez no han llegado a las uvas fregando como negras). Y también la de Ana Obregón, que a pesar de un vestido horrendo y un discurso patético, triunfó en cuestión de telespectadores por el “mero hecho” de haber perdido un hijo. Y si de paso la televisión pública podía aprovechar la coyuntura y el sentimentalismo barato para su propaganda más asquerosa, mejor que mejor (Y dejemos de lado a la pobre Pedroche, que luego me la critican y no me quiero enzarzar en otro debate sobre feminismo). 


Tras escuchar las campanadas con mi bióloga favorita y sin poder vislumbrar tan siquiera una esquinica de la bandera de España proyectada sobre la fachada de la Real Casa de Correos (cositas y detalles), le di un beso enorme a mis padres (porque puedo) y me fui a felicitarle el 2021 a todo el vecindario, que para eso están las calles y el ebrio entusiasmo (una noche es una noche, que ya nos tratamos con mucho desprecio y desdén el resto del año). 


Una vez en mi hogar, me puse cómodo e hice algo de tiempo, que no pareciese una derrota eso de encamarse pasadas las doce (ya saben: lo llaman optimismo cuando quieren decir puro orgullo coronavírico). Otra copa de vino y a bacinear en el Instagram, que la “felicidad” ajena, además de mesurable e impostada, también aporta claridad. “Stories” por aquí, postureo por allí, alguna lágrima, mucha coreografía y nada nuevo bajo la luna menguante. Se terminó la terapia de choque. 


Me meto en el sobre y me sobreviene la inspiración divina. ¿Y si todo esto fuera un complot para que otros se diviertan mientras nosotros sufrimos el rigor pandémico? Quién sabe… Duendes, hadas, elfos de los bosques. Trolls, goblins o gremlins. Todo es posible durante una noche en la que nadie deambula entre farolas y coches. ¿Se imaginan que mientras nosotros dormíamos, ellos disfrutaban de los festejos invernales? 


Si no se hacen a la idea, aquí estoy yo para ilustrarles con La feria de medianoche, un álbum maravilloso de Gideon Sterer y Mariachiara di Giorgio, editado en nuestro país por Edelvives. Con tan sólo cuatro palabras, las del título, los autores cuentan cómo una feria ambulante llega a la ciudad y se instala en el claro de un bosque cercano. Una vez están todas las atracciones listas empieza a llegar el público. Algodones de azúcar y palomitas, tiovivos y montañas rusas, hacen las delicias de pequeños y grandes. Hasta ahí, todo sucede con normalidad, pero cuando se acerca la hora de cierre y el vigilante echa la llave a la verja, todo cambia. 


Si son lo bastante perspicaces, habrán averiguado qué sucede, y si no, deben acudir a la librería más cercana y hacerse con este libro sin palabras que, con ilustraciones de colores luminosos y planos cinematográficos, una secuenciación muy estudiada y recursos propios del cómic (y que Di Giorgio ya nos presenta en Profesión Cocodrilo, otro trabajo sobresaliente), desborda la imaginación del lector con multitud de detalles. 
Háganme caso: léanlo y fantaseen, que al menos vivamos otras vidas durante este comienzo de año.