jueves, 25 de septiembre de 2025

El retorno de los juegos de mesa


Parece ser que los juegos de mesa están volviendo al siglo XXI gracias a jóvenes y no tan jóvenes. Desde hace más de una década, las ventas de este tipo de productos se ha incrementado en un veinte por ciento. Es por ello que en todas las ciudades de nuestra geografía se puede encontrar una pequeña tienda especializada en juegos con diferentes escenarios y reglas que entretienen a grupos de amigos y familiares. E incluso, he visto muchas cafeterías con una pequeña ludoteca.
Niños, adolescentes o adultos, separados o revueltos, echan mano de la gamificación para pasar la sobremesa, la merienda o las noches del fin de semana. Cualquier momento es nuevo para desentrañar la experiencia que se esconde en una caja de cartón.


Si bien es cierto que en los años 90, con la diversificación de los videojuegos y la videoconsola, los juegos de mesa pasaron a considerarse antiguallas propias de clubes de jubilados y bares casposos, hoy en día comienzan a estar muy bien vistos por el público en general debido a la nueva dimensión que han adquirido: jugar es de guapos que se sonríen a la cara y no a través de una cámara.
¿Cuántas veces habremos disfrutado (o sufrido) con el tute, el póker, el dominó, la oca o el parchís en las cantinas universitarias, las Nochebuenas familiares o las frías tardes de invierno? De entre todos los juegos de mesa que pululaban en aquella España alejada de las pantallas, mi favorito eran los dados. De hecho todavía conservo uno de aquellos cubiletes de piel con los que echábamos la tarde del viernes al kiriki o el mentiroso.
Y ustedes dirán: “¿Y qué mosca le ha picado al ludópata este?” Pues me entenderán cuando lean el libro que les traigo hoy gracias a la editorial Errata Naturae y que lleva por título Los duendecillos.


Escrito e ilustrado por Camille Romanetto, este álbum narrativo (cada vez se apuesta más por este tipo de productos donde un texto muy abundante está acompañado por ilustraciones descriptivas) nos cuenta la historia de Madenn, una niña traviesa que pasa el final del verano en casa de sus abuelos. Rodeada de naturaleza, un día encuentra en un pequeño claro un pequeño cono de fieltro, pero lo que nunca imaginará es que su pequeño tesoro, en realidad es el gorro de un hombrecillo que intentará recuperarlo en mitad de la noche. Así es como empieza una aventura en la que una chiquilla ayuda a una familia de duendes a encontrar el misterioso Criquidibú. Y más les vale, porque si no, todo acabará siendo un desastre…


Con un argumento que puede recordar a muchos cuentos tradicionales como Blancanieves, y clásicos como Los Mumins de Tove Jansson o Los incursores, este relato donde se respira un ambiente lleno de magia y fantasía, también está amenizado con unas ilustraciones elaboradas con técnicas muy clásicas (tinta y acuarela) cuyo estilo tiene mucho de John Bauer y Sybille von Olfers, bastante del art decó y la escuela rusa encabezada por Ivan Y. Bilibin, o el preciosismo de Kazuo Iwamura. E incluso, si me apuran, tiene un puntito muy sutil de Hayao Miyazaki.


En cualquier caso, es un libro muy entrañable y lleno de aventuras donde la naturaleza se hace protagonista gracias a los paisajes brumosos, los helechos, las setas y cientos de detalles. Fíjense en las guardas, en las cenefas, en los paseos, en las fiestas y díganme lo que más les gusta de este universo. Por mi parte, les confieso que me quedo con Douchka Babam. ¡Háganme caso y no desperdicien ni una pizca de belleza!

miércoles, 24 de septiembre de 2025

El camino como metáfora


Este verano no he podido peregrinar a Santiago por culpa de los incendios que asolaron aquellos lares. Incomunicado durante varios días con el norte, decidí desistir y postponer la ruta portuguesa para el 2026. Esperemos que con mayor suerte, pues cada año que pasa, pirómanos, políticos y turigrinos (por ese orden) nos lo ponen más difícil a los que contemplamos la posibilidad.


Mientras tanto, dediquémonos una vez más a hablar del camino como metáfora literaria (también musical o pictórica, ¡cultural, vaya!). Aunque es un tema muy manido con esto de la psicología positiva y cada vez se le adscriben más gurús e influmierders, esto de deambular por avenidas y descubrir senderos tiene su enjundia.
La vida como trayecto, el recorrido como el progreso, encarar los desafíos, experimentar suertes y desgracias, ser consciente de uno mismo y compartir el espacio y el tiempo con otros se afianzan como piedras angulares de esta alegoría que ya se considera universal.
Y así, la experiencia se hace símbolo. La existencia se adscribe a un proceso constante pero cambiante donde cada individuo avanza y se detiene a un ritmo personal e instransferible. Elige, traza su itinerario, acierta y se equivoca en pos de un propósito, un destino real o ficticio. Cada paso nos moldea de una u otra forma, el camino a nosotros y nosotros, al camino. ¿Aprendemos o no? ¿Crecemos o empequeñecemos? Depende de tantas cosas… De nosotros, de los demás, del itinerario elegido, del azar…
Positivo o negativo, acertado o equivocado. Cada viaje tiene su resumen y los de hoy no podían ser menos.


El primero es el que emprende Evergreen, una pequeña ardilla que debe llevarle a su abuela Roble, la sopa que ha preparado su madre para que se recupere de sus dolencias. le teme a muchas cosas: a los truenos, a los halcones y a los oscuros senderos del Bosque de Espinos Cervales. Pero cuando su madre le encarga que le lleve sopa a su Abuela Roble enferma, la pequeña ardilla debe enfrentarse a sus miedos y emprender el viaje. Así, Evergreen se encuentra en el camino con otros habitantes del bosque. Unos quieren ayudarla y otros quieren hacerse con la deliciosa sopa de su madre. ¿Llegará a su destino?


Publicado en castellano por Océano Travesía, este libro de Matthew Cordell nos sumerge en los cuentos clásicos como Caperucita Roja desde una perspectiva más simpática y fantástica que permite introducir elementos narrativos que rompen el marco de lectura desde el relato de aventuras.


Onomatopeyas por un tubo, guardas convertidas en mapas (la cartografía siempre es un plus), ilustraciones que gracias a la técnica de plumilla y aguadas ocres recuerda a la tan utilizada por Arnold Lobel (¿No ven cierto guiño a su Saltamontes va de viaje? Yo sí) y muchas sorpresas que se acompañan de ese humor blanco que tanto gusta a la primera infancia, son algunos de los ingredientes que hacen de este libro una pequeña delicia otoñal.


El segundo viaje de hoy es el que recorremos gracias a El camino amarillo, un álbum de Sven Nordqvist, el padre de Pettson y Findus, que acaba de ser publicado en nuestro país por la editorial Flamboyant.


El protagonista de este libro despierta en mitad de un bosque. ¿Dónde estará? Por suerte, unos hombrecillos muy amables lo llevan a casa de la mujer Sabelotodo que le invita a seguir un camino amarillo que lo llevará hasta su hogar. Siguiendo el sendero, encontrará cosas hermosas y extrañas, cosas que nunca habías visto… Gigantes que construyen iglesias, jirafas que no paran de reír,


El autor sueco se recrea en un universo imaginario lleno de detalles surrealistas e inverosímiles. Aunque cada página recoge paisajes donde merece la pena detenerse y recrearse, también juega con el lenguaje del cómic y enriquece el relato con viñetas y pequeños diálogos que imprimen dinamismo a la acción. Un híbrido muy interesante que intercala el libro de aventuras y el de actividades, sin olvidar a quien está dirigido.

lunes, 22 de septiembre de 2025

¡Maldita infancia!



La idealización de la infancia es bastante común en todos esos lugares donde lo emotivo campa a sus anchas. Redes sociales, telediarios y late shows ensalzan una y otra vez las beldades de la niñez para que niñatos, cuarentones, abuelas y charos sigan consumiendo sus consignas como si de opiáceos se tratasen. Mientras tanto, los monstruos contenemos las arcadas a base de lecturas que nos dicen lo contrario (¡Menos mal!).
Y es que cuando me pongo a pensar en los primeros años de mi vida, todo ese humo se disipa. Recuerdo pasajes nada agradables que, no sé si afortunada o desgraciadamente, me han hecho llegar hasta este punto. Quizá como a todos. Porque, amigos míos, ninguna infancia está llena de felicidad. Ni aquí ni en Mali. Y si lo está, ¿quién se atreve a valorarla?


Por mucho que los adultos intentemos allanar la mal llamada edad de la inocencia (¡Qué perverso fuiste, Rousseau!), les invito a que hagan un pequeño ejercicio retrospectivo para remontarse a los tiempos en los que no tenían que trabajar o pagar facturas. ¿Los definirían como maravillosos? Y a los que respondan afirmativamente sigo lanzándoles preguntas. ¿Acaso atesoran todos los momentos vividos o solo los más agradables? Es lo que suele hacer el cerebro: borrar lo que no le gusta. Más todavía si está en un estado de pleno desarrollo y plasticidad.


No voy a decir que mi infancia fuese terrible, pero tampoco la recuerdo henchida de fuegos artificiales. Tuvo ratos buenos y no tan buenos que fueron construyéndome deliberadamente, como los de cualquier otra persona. Si no, ¿cómo explican que los traumas de la niñez continúen gobernando las vidas de los mayores? ¿Que las envidias entre hermanos sigan aflorando décadas después? ¿Que sintamos animadversión a ciertos sonidos, sabores y olores durante toda nuestra existencia? ¿Que seamos incapaces de perdonar las afrentas que sufrimos en el patio del colegio? ¿Que todavía lloremos por aquella decepción durante uno de nuestros primeros cumpleaños?
En definitiva, la vida es igual de compleja, absurda, desquiciante y explosiva tanto para las criaturas, como para los seres humanos que peinan canas. Así que, durante esta temporada que empiezo hoy, les voy a pedir un favor: dejen de enaltecer lo infantil. Que no hemos venido a hacer terapia. Con hablar de libros nos basta.


Por ello he querido empezar este curso 2025-2026 con una joya del fotolibro que nunca antes había sido traducida a nuestro idioma. Conocida en otros países como Ciccì Coccò, la editorial Galimatazo acaba de publicar Pito Pito, un pequeño álbum de Bruno Munari y Enzo Arnone del año 2000.
El librito en cuestión recopila un total de 57 instantáneas que realizó el fotógrafo italiano en Inglaterra entre 1974 y 1981, a las que Bruno Munari (disfruten de su vida y obra en ESTE ENLACE) se animó a añadir textos breves y sugerentes en los que rimas sencillas, ritmos, repeticiones, juegos de palabras, asonancias y humor llevan la voz cantante. Imaginen en resultado, pero eso sí, en sus páginas no hay ni una pizca de ingenuidad.


En blanco y negro y llenas de chiquillos que, aparentemente, juegan, pintan, duermen, escriben, comen o se quedan embelesados ante el mundo que les rodea, las imágenes y las palabras se alían para jugar con el subconsciente del lector-espectador, pues de eso se trata el álbum, de enriquecer los lenguajes a base de detalles, dobleces y elocuencia.
Si bien es cierto que puede engañar a padres despistados y otros subalternos, los que estamos acostumbrados a tomar con pinzas estos libros nos topamos con desnudos integrales, excrementos, ropa interior, agua hirviendo, bebes desnucados, mordiscos peligrosos, muñecos inquietantes, presidiarios y más de una artimaña bélica.


Sí, queridos, en este libro donde todas las voces pueden encontrarse, nuestro subconsciente se ríe a carcajadas y lo que parecía inofensivo y superfluo se vuelve sustancial y mordaz. Pero claro, para saborear lo exquisito hay que volver a la infancia, esa edad maldita.

martes, 24 de junio de 2025

(Des)Contando años


Como en otras muchas ocasiones, hoy celebro mi cumpleaños (el de verdad) con un libro de Maurice Sendak. Concretamente, Diez conejitos, un álbum que ha pasado muchos años inédito hasta que The Maurice Sendak Foundation decidió sacarlo a la luz hace unos meses.
Inicialmente, este libro fue pensado para formar parte de la Nutshell Library, esa colección de 1962 que cuenta con títulos como Lluvia de cocodrilos, El uno era Juan, Sopa de pollo con arroz y Miguel, un cuento muy moral, pero más tarde, Sendak desechó la idea porque estos títulos le parecían mucho más elaborados. Finalmente, en 1970, Sendak convirtió Diez conejitos en un folleto de 3,5 x 2,5 pulgadas con el que recaudar fondos para el Museo Rosenbach de Filadelfia.


En este libro para prelectores publicado por Kalandraka (N.B.: Hubiera estado genial publicarlo en formato boardbook) nos encontramos con una historia de tipo sketch, en la que Mino, un mago con mucha pericia, va sacando conejos de su chistera. Uno, dos, tres, cuatro… Así, hasta diez. Pero Mino no ha previsto que diez conejos no son tan adorables como uno y se da de bruces con un problema. ¿Ahora qué hace? Pues con el mismo truco los irá haciendo desaparecer.
Maurice Sendak vuelve a echar mano del ingenio para crear una pequeña comedia de situación en la que un número de magia muy reconocible por los pequeños lectores, sufre un revés narrativo para sacarnos una sonrisa, hacernos jugar con la aritmética y demostrarnos que lo inofensivo puede convertirse en peligroso.


Como en otros libros, Sendak se disfraza de crío. Max, Miguel, Mino… ¿Por qué muchos protagonistas de sus historias tienen nombres que empiezan por la “m”? ¿Acaso no serán el propio Maurice? Incluso, en este libro, esa inicial aparece grabada en el pedestal sobre el que descansa el sombrero.
Como Rosie, Juan o Miguel, Mino también se aleja del estereotipo de representaciones infantiles de la época (blanquitos, rubios y de ojos azules) y, como ya indiqué AQUÍ, se acerca más al perfil del niño racial, de pelo negro y alborotado, lo que viene siendo un emigrante judío de los arrabales. "Los personajes de mis primeros libros son en realidad una especie de autorretratos disparatados" dijo en cierta ocasión para una entrevista el autor de álbumes ilustrados memorables.


Del mismo modo, el autor norteamericano nos habla de sí mismo una vez más. De sus miedos y deseos, de todo ese universo enriquecido que vivió durante su niñez. Del juego monstruoso y sus consecuencias, de los cambios de ideas que exploran la infancia. Recordando a otros clásicos de la Literatura Infantil como El aprendiz de brujo de Goethe, Maurice Sendak le da vida a una situación mínima donde el ingenio, la sorpresa, el triunfo o la frustración se van revelando en la expresión facial y la comunicación no verbal del protagonista.


Tinta china y aguadas amarillas, azules y grises contribuyen a esa sensación de libro dirigido a lectores que no necesitan fuegos de artificio para quedarse boquiabiertos o soltar una carcajada. Un álbum que mezcla ficción y no ficción para enseñar la cuenta hacia delante o hacia atrás, al tiempo que muestra las grafías de los números. Todo ello con menos de una docena de palabras. Sendak nos dice que contar es una delicia. Números o años. El caso es contar. O descontar...

miércoles, 18 de junio de 2025

Imaginación contra el aburrimiento veraniego


Las vacaciones ya están aquí y muchos padres estarán dándose de coscorrones contra la pared porque el chollo llamado “escuela” se les ha terminado. Y es que, queridos amigos, el colegio, además de ser ese espacio donde se enseña a leer y escribir, también realiza una gran labor social, más todavía desde que la mujer entró en el mundo laboral y la explotación infantil llegó a su fin en estas latitudes.
Así, muchas familias ven peligrar su estabilidad a base de niños y jóvenes descontrolados y con mucho tiempo libre, en una palabra, aburridos. Porque ya saben ustedes, queridos melones, que el tan ansiado descanso puede jugar en nuestra contra hasta convertirse en desidia, pereza o vete-tú-a-saber qué más cosas poco deseables. Que cuando el perro no tiene nada que hacer…
Chavales que se acuestan a las cinco de la madrugada y se levantan al mediodía (eso si no se despiertan de madrugada para hacerse fotos con el amanecer de fondo para subirlas a las redes sociales), tareas del hogar sin terminar, muchos videojuegos y la billetera abierta cada dos por tres para cerrarles la boca (¡Qué paradoja!) provocan bronca tras bronca que minan la paz familiar.


Tanta energía no puede desperdiciarse en la pasividad más absoluta. Así que es mucho mejor ocuparlos durante estos meses estivales, que si no, se puede armar la marimorena. Por eso hay que echar mano de escuelas de verano, campamentos deportivos, clases de natación, chapuzones en la playa, colonias de verano o clases de refuerzo. Son soluciones más que plausibles que les hacen mover el esqueleto, despiertan al intelecto y reaniman las habilidades sociales.
Y aunque muchos teenagers se echen las manos a la cabeza y lloriqueen por las esquinas cuando sus padres deciden que el procrastinar se va a acabar, terminan agradeciendo la actividad veraniega porque descubren unos días llenos de posibilidades en los que descubrir nuevas aficiones, personas y lugares con los que entretenerse mejor que con la Play, Instagram y ese consumismo que se ha convertido en el único sino de nuestros púberes.



¡Qué lástima que hace décadas no hubiera tanta oferta! La hubiéramos disfrutado a cascoporro… Antes solo teníamos los parques, el campo, la piscina o la playa. Bicicletas, balones, zompos y canicas, algún globo de agua y mucha imaginación, que es de lo que van los libros de hoy, algunos de los cuales se podrían incluir en ESTE OTRO POST.


Empezamos con Caballito, un álbum de Luciana Feito y editado por Pastel de Luna esta primavera. Con sus cantos redondeados, ya nos da una idea de a qué tipo de lector se dirige esta historia protagonizada por una niña que pasa los fines de semana en el campo. Allí hay árboles, pájaros, insectos y, sobre todo, está Caballito. Caballito es un corcel sin parangón. Con él descubre lugares maravillosos, inventa hermosas canciones y se enfrenta a pequeños peligros.



En este relato mínimo, además de recoger el clásico infantil de objetos transformados en animales, encontramos recursos narrativos interesantes. Por un lado, esa pequeña disyunción entre texto e ilustraciones que, al tiempo que crea una atmósfera de inocencia e incredulidad, potencia el relato fantástico. Por otro, las imágenes, aunque aparentemente sencillas, incorporan repeticiones (campo y ciudad, ojos abiertos y ojos cerrados), diferentes ópticas y metáforas (esa puerta…) que conversan con el lector.


Simpático a la par que delicado, seguro que este libro gusta a más de un chiquillo juguetón, incluso a sus padres gracias a un guiño final sobre las coincidencias intergeneracionales y la niñez recuperada.


Seguimos con el autor de En el desván. Satoshi Kitamura regresa a las librerías españolas con Hannah y el violín gracias a Océano Travesía. En este álbum, el autor japonés nos cuenta la historia de Hannah, una niña que estando en su jardín echa de menos a alguien con quien jugar. De repente, descubre una hoja en el suelo que le recuerda a un violín. Tal vez pueda sacarle una melodía. Así que, sin pensárselo dos veces, coge un palo del suelo y comienza a tocar su particular instrumento. Conforme suena la música, los pájaros comienzan a cantar, los insectos también. Incluso las nubes y las plantas. ¡Es un violín mágico!


Como muchos de los títulos incluidos en este post, Kitamura se dirige a los primeros lectores gracias a un lenguaje directo y sin florituras, desplegando ante el espectador un sinfín de imágenes llenas de color y armonía que nos entran por los ojos pero resuenan en nuestros oídos. Es curioso cómo, excepto en la portada y las guardas, en las ilustraciones interiores no hay ni el mínimo indicio de notas musicales, figuras, claves o pentagramas, un recurso que apoya esa idea de la melodía silenciosa de Hannah, una canción que solo puede escuchar ella gracias a su imaginación.


Aunque parezca repetitivo, no podemos obviar nunca la técnica tan característica de un autor que nos vuelve locos con su línea de tinta temblorosa, sus acuarelas bien elegidas y esas composiciones que recuerdan a las vidrieras de alguna catedral en las que perderse en los detalles (¿Han visto la orquesta? ¿Y el ave que se asoma por la ventana?).


Llegamos hasta Una niña con un lápiz, el libro de Federico Levín y Nico Lasalle que publicó hace unos meses en nuestro país la editorial Limonero y que nos cuenta la historia de una niña que solo tiene una cosa: un lápiz. Espera y espera hasta que de repente, le entra sueño. Lo primero, es que no va a dormir a la intemperie, así que, pinta una casa. Después hay que hacerse con una cama y también con una almohada. Y si quiere ver las estrellas, necesita una ventana en el techo. Y le falta lo más importante: ¡un cuento! Pero ¡que faena! Ella no sabe leer. ¿Quién se lo leerá?


En la línea del pionero Harold y el lápiz morado (y otros muchos), esta historia que bien se puede incluir en mis selecciones de libros para dar las buenas noches (ver esta y esta otra) juega con la idea de construir un universo personal a base de trazos de grafito. El lápiz, un elemento muy sencillo, no es más que la varita mágica con la que dar entidad a los pensamientos de la protagonista.


Sin olvidar el lado más tierno y familiar (hay cosas que no se pueden dibujar…), los autores se acercan al primer lector con un lenguaje muy sencillo que, con frases cortas, permite al narrador interno o externo, acercarse a un final tachonado de detalles que se nos han ido acercando paso a paso en unas ilustraciones en blanco y negro con pinceladas de bermellón y azul cobalto. Entrañable, lírico y muy cercano.


Y terminamos con Una tarde de lluvia, un libro de Aining Wen y editado por Apila que nos habla de Emma, una niña que planea ir al parque con su abuelo para ver los cisnes del estanque. Pero la tarde se ha puesto fea y no pueden salir de casa. El carrusel no sonaba, el tren de juguete no funcionaba y hasta el osito de peluche tenía la cara triste. ¡Menudo aburrimiento! Desesperada, Emma se pone a buscar en el armario algo con lo que entretenerse hasta que, de pronto, se topa con el juguete favorito del abuelo: un violonchelo.


Azul ultramar para un comienzo lluvioso y triste que va adquiriendo tonalidades cálidas conforme suena la música de Saint-Saëns. Una técnica mixta donde la acuarela, el gouache y el lápiz de color imprimen mucho dinamismo. Y alternancia de planos que aporta mucha perspectiva. Son algunos de los recursos que nos encontramos en un libro que, además de ser un homenaje a la obra del genio romántico, aborda las relaciones entre nietos y abuelos desde una perspectiva muy necesaria hoy día (analógico vs. digital siempre es un plus).


No se olviden de escanear el código QR para acompañar su lectura. Puede que entre tanto aburrimiento, algún lector sienta la imperiosa necesidad de aprender a tocar un instrumento. Algo realmente maravilloso.

lunes, 16 de junio de 2025

Exquisiteces de importación


Se acerca mi cumpleaños y he creído conveniente regalarme unos cuantos libros, cosa muy extraña en mí teniendo en cuenta que el papel impreso me sale por las orejas. La verdad es que un capricho nunca viene mal, sobre todo si se trata de creaciones con cierta enjundia que es difícil conseguir en nuestro país. Álbumes de importación que en este caso proceden de Francia, concretamente de Estrasburgo, localidad alsaciana donde desarrolla su actividad la casa Éditions du livre, una pequeña editorial que cuida mucho su catálogo, sobre todo el libro de artista y el álbum gráfico. Así que aprovechando que algunos títulos estaban de oferta, me he agenciado cuatro.


El primero y al que le tenía el ojo echado desde hace mucho tiempo, es el Hello Tomato de Marion Caron y Camille Trimardeau. Este artefacto (¿Lo podemos llamar álbum? Ahí les dejo la pregunta y una posible respuesta…) es una delicia para los sentidos. Nos invita a manipular, adivinar y sorprendernos con un leporello de páginas impresas en uno o varios colores combinados de diferentes maneras, que se acompaña de unas tarjetas inmaculadas donde un troquel ha dibujado siluetas de un montón de frutas y hortalizas. Y es que lo bueno de este libro-juego (que así lo llamarán muchos), es que necesita de la combinación de ambos soportes para dar lugar a esos productos de origen vegetal que los primeros lectores ven en el supermercado y saborean a diario.



Un total de 25 tarjetas que invitan a descubrir mangos, arándanos, tomates, puerros, plátanos, judías o pimientos. Un pasatiempo que, a modo de puzzle y/o juego de adivinanzas, puede desbordarse encontrando nuevos elementos (¿Un tulipán o un árbol?) o formas creativas insospechadas donde los transgénicos pueden ser los protagonistas (¿Alguna vez han visto un tomate marrón o una seta verde?). Un producto para toda la familia con el que conocer nuestro entorno más próximo y deleitarse con una idea atemporal muy bien traída.


Otra de mis adquisiciones ha sido Birds de Damien Poulain. Con este boardbook, el autor francés se corona gracias a un lenguaje visual donde la geometría y los colores complementarios son los protagonistas. Así, utilizando triángulos, círculos, paralelepípedos y una gama cromática formada por amarillos, morados, rosas y tostados, crea composiciones en cada doble página que recuerdan a las caras de las aves.


Empleando como eje de simetría la intersección de la doble página y echando mano de solapas móviles (divide cada página en dos), da vida a un álbum dinámico donde el lector puede encontrar representadas cincuenta aves diferentes.


El juego móvil, el tamaño y el ejercicio fantástico, lo transforman en un libro único en el que perderse durante horas. A modo de máscaras, de inspiración totémica o como búsqueda de coincidencias reales. ¿Han visto al búho, al avestruz y a la cigüeña? Yo sí… Así que pónganse las pilas con la ornitología y disfruten de lo caricaturesco. Lo dicho: es un libro estupendo que cualquiera debe conocer.


Para terminar, he de hablar de dos libros de Fanette Mellier, una diseñadora gráfica formada en la Escuela de Artes Decorativas de Estrasburgo cuyo trabajo oscila entre el libro de artista y los proyectos experimentales sobre la producción en serie y las técnicas industriales de impresión. Así, el diseño gráfico se transforma en un medio artístico de primera magnitud y deja de ser un simple vehículo de ejecución. Si bien es cierto que había un tercero que me hacía tilín (Aquarium, por si lo quieren ojear y disfrutar con las transparencias), he tenido que elegir estos dos (el presupuesto era el que era y había que ceñirse a él) que pueden constituir buenos ejemplos de su idiosincrasia creativa.


El primero es Matriochka, un álbum muy singular que ya había visto en el Instagram de Elena Detalleres y disfrutado en directo gracias a Piu Martínez en las últimas jornadas salmantinas de los amigos de LASAL. Este libro de pequeñas dimensiones (6,5 x 8,5 cm) con tapas completamente enteladas (moradas, rojas o azules, depende de la edición) sobre las que se dibuja una impresión en relieve de una matrioska entreabierta, nos invita a entrar en él, una maravilla por diferentes razones.


En primer lugar, nos habla de la simbología que encierra el conocido juguete ruso. Mujeres que dan a luz a otras mujeres, la maternidad y la fertilidad, el relevo generacional y la familia, por un lado. Las diferentes fases en la vida de cada persona y el viaje hacia el autoconocimiento, por otro. 
En segundo término, hay que decir que es un ejercicio de impresión exquisito que combina cuatro tintas y una pátina dorada para dar vida a dieciséis muñecas rusas. Figuras que se encogen conforme pasamos las páginas hasta llegar a la última, una que mide apenas 3 milímetros de altura.


Así, Fanette Mellier nos invita a disfrutar de esta familia tan variopinta, buscar los patrones de color que configuran cada generación, usar la lupa para ver los detalles y hacernos preguntas curiosas (¿Por qué los elementos dorados no aparecen en todas las páginas? ¿Acaso se saltan una generación, como los caracteres ligados al cromosoma X?).


El otro libro que he adquirido de esta autora ha sido Panorama, un álbum con mucha enjundia que se inspira en la cabaña que Fanette Mellier y su marido tienen a las afueras de París. Con formato italiano (se abre hacia arriba y no hacia la izquierda), este libro nos invita a adentrarnos en una experiencia un tanto intrigante gracias a una tapa de color azul cobalto sobre la que se aprecian el título y unos detalles más o menos reconocibles. Una luna, un globo, un gato o una taza que, aparentemente, se disponen de manera caótica sobre ese fondo uniforme e inquietante. Un misterio que se desvela en cuanto abrimos el libro y nos encontramos con la misma escena: una casa de grandes ventanas rodeada de un jardín y un vasto paisaje donde se encuentran situados los detalles que hemos visto en la portada. Es en lo que debemos fijarnos en el trascurso de la acción, porque, a pesar de que la escena parezca repetirse veinticuatro veces, esos detalles y los cambios en la gama cromática nos irán contando pequeñas historias que se suceden a lo largo del día.


Lo que a primera vista parece un paisaje inanimado, oculta multitud de variaciones más o menos sutiles. La evolución de la luz, los cambios en la paleta de color, un reloj que avanza, la taza que se llena y se vacía, la vela que se derrite, un libro que empieza y acaba o la rana que salta nos hablan del paso del tiempo (N.B.: Vean también su Dans la lune) y de la vida que se abre camino. Es ahí donde interviene el espectador curioso que encuentra el sentido y busca las diferencias entre una página y la siguiente, que construye en su mente escenarios y situaciones desconocidas, que conecta unos hechos y otros para crear un vínculo entre las ficciones y su misma evolución. Sí, queridos melones, el título no es más que un engaño, pues lo que parecía un vistazo general, se ha convertido en un cúmulo de microhistorias que pueden tener o no un mismo hilo conductor. Depende de ustedes encontrarlas y disfrutarlas o, por el contrario, rendirse a las bellas panorámicas que se despliegan como fotogramas de un folioscopio.



Decir también que la editorial adjuntó en el envío el cuaderno para colorear que se editó con motivo de la exposición que sobre este libro se realizó en el centro de arte contemporáneo Passarelle de la ciudad de Brest, un obsequió que tanto yo, como los pequeños lectores que lo recibieron, agradecimos soberanamente, ya que da buena cuenta de cómo lo ficcional se desborda en nuevos productos que ayudan a interiorizar la idea lanzada por la artista al tiempo que invitan a la creatividad y la reflexión