jueves, 12 de noviembre de 2015

Corazones descongelados


Cada día que pasa, nuestros corazones están más y más congelados. Seguramente no tenga mucho que ver con la temperatura ambiental, sino con otros factores más etéreos y trascendentales... Veo poco calor en las miradas de los que me rodean, como si una bruma gris apagara el brillo de sus ojos, como si un viento helado ralentizara el latido de nuestros corazones. El amor ya no es puro amor, queda poca amistad sincera, en los centros de trabajo abunda la falsedad y las miradas de soslayo, y sólo hace falta girarse, para constatar que muchos te eliminarían del mapa con un solo garbilote. El desencanto y la apatía lo tiñen todo y, cada mañana, nos levantamos con los ojos más sucios y el latido más desconfiado.
Si antes vivíamos temerosos de Dios, a expensas de los señores feudales y los monarcas absolutos, ahora andamos sujetos a los caprichos de los políticos, las multinacionales, de la moda, de las farmacéuticas, los avances tecnológicos y de los psiquiatras. Algo que se traduce en estereotipos donde la codicia, la envidia y la vida eterna nos juegan un flaco favor, dejando a un lado nuestro mismo devenir, y, lo que es más importante, nuestra propia felicidad. Seguramente todo tiene mucho que ver con el estilo de vida occidental y el desmembramiento de una sociedad cada vez más individual, pero deberíamos poner freno a esta contaminación emocional que tanto nos aísla de los que nos rodean (y no me refiero a los hambrientos del tercer mundo o las casas de misericordia, sino a sus hermanos, sus propios vecinos, los alumnos de turno o ese chico tan majo que le sirve el café de buena mañana).
Si quieren intentarlo, aquí va una de mis recetas... Apaguen sus teléfonos móviles y mírense a los ojos, sean corteses y educados, regalen cariño y sepan recibirlo, preocúpense por sí mismos, no deseen el mal ajeno, eviten que lo cotidiano les haga un nudo en la tripa, acostúmbrense a dar las gracias y pidan las cosas por favor, sonrían, disfruten del día tan hermoso que ha salido, lentamente, sin prisa..., para que el poder no siga creciendo a sus anchas y los poderosos sean cada vez menos poderosos.
Y si todavía no andan convencidos, les recomiendo El deshielo, un maravilloso libro ilustrado de Riki Blanco y editado por A buen paso (N.B.: No sé por qué ha pasado tan desapercibido en el mercado de novedades de este otoño, cuando pienso incluirlo entre los mejores títulos del presente año sin un atisbo de duda), y que, a mi juicio, recoge todas estas ideas (y muchas más), del que no he podido encontrar más ilustraciones para acompañar esta entrada (¡ayuda, "plis"!) y al que sólo le pongo una mínima pega (Interesados: escriban al maestro armero de este lugar).
Léanlo y esperemos que poco a poco, ese hielo, como la nieve glaciar que cubre los picos inmaculados, se vaya fundiendo en el ligero correr que es la vida, para que, a modo de agua cristalina, sobrepase los muros que no nos dejan ver a los demás, para que rebose adentro de las personas.


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