Auténticos visionarios; así deberíamos llamar a muchos autores de un pasado no tan lejano que dejaron en sus escritos numerosas ideas y avances de los que en la actualidad disfrutamos como si hubieran existido siempre. Desde la televisión, el avión o los cohetes espaciales, pasando por los engendros robóticos y otras creaciones del aluminio y el acero inoxidable, la Literatura -no bien nombrada- de ciencia-ficción nos ha provisto de muchos vaticinios sobre todo aquello que iba a mejorar (o empeorar, todo sea dicho de paso) nuestras complejas vidas. Podría ser pretencioso tratar a escritores como Julio Verne, de profetas que predijeron el futuro de manera acertada, pero como uno es de naturaleza inquieta y registra las páginas de los libros con fruición y cierta parsimonia, afirmo que no sólo actuaron como meros observadores/descriptores de lo que nos viene, sino que integraron en sus obras discursos casi filosóficos que nos hacen recapacitar sobre lo ético del avance científico y tecnológico.
Hoy día, bajo esta tecnocracia que tanto nos venden los señores de los medios de comunicación (¿Será este el motivo por el que el “bienintencionado” y censor matrimonio Kirchner está poniendo “remedio” a la libertad de prensa argentina…?), somos muy pocos los que nos paramos a pensar en las bonanzas y perjuicios de este o aquel invento, ya que la mayor parte de la sociedad ni se inmuta ante los categóricos beneficios que proclaman Microsoft, Apple, Wolkswagen o General Motors sobre sus productos. ¿Habremos caído en la desidia?... Ante una respuesta convincente, me limitaré a ejercer de androide con grado de satisfacción 5.82, encenderé el televisor y el reproductor de DVD, disfrutaré con Blade Runner y, una vez que termine esta pieza maestra del séptimo arte, abriré Robbie y otros relatos de Isaac Asimov (editorial Vicens Vives) para decidir si merecemos perecer bajo los montones de chatarra con los que el progreso nos dilapida a diario.
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