A tenor de los razonamientos que recientemente Darabuc recogió en su página acerca del ya clásico Caperucita en Manhattan, obra de Carmen Martín Gaite, y el seguimiento que atentamente he hecho de la discusión creada en torno a dichas opiniones, me he visto en la obligación, primero, de leerme un libro al que tenía ganas desde hace tiempo y, segundo, seguir con el debate iniciado por Gonzalo.
Son muchos los que relacionan la “literatura de transición” (me he inventado este término para referirme a todos aquellos títulos que quedan entre la literatura infantil propiamente dicha y las lecturas del público adulto, de las que no hay pocas en las actuales líneas editoriales) con la “literatura juvenil”. Creo que, aunque esta recién bautizada “literatura de transición” recoja, indistintamente, elementos propios de las obras infantiles y aspectos que pertenecen más al mundo adulto, queda lejos establecer un símil entre esta mezcolanza literaria y las características psicológicas del lector adolescente por mucho que esta etapa del crecer humano sea llamada “de transición a la vida adulta”.
Conozco bastantes adolescentes que jamás se sentirían identificados con la historia de Sara Allen pese a que cierto simbolismo de la narración –me refiero a la defensa de la libertad o la ruptura con lo socialmente correcto- sean pilares sobre los que descansa esa idiosincrasia juvenil. El lector adolescente, aunque enfermo todavía de fantasía, magia y espejismos varios, también presentes en el título que aquí se desgrana, necesita más realismo, un realismo más visceral, no tan metafórico ni evocador, sino más árido e incluso violento. Sí, esta Caperucita de Gaite es subversiva, no cabe duda, pero también hemos de fijarnos en la inocencia que destapa, ese lastre del que desea desprenderse cualquier joven que replica a sus padres, profesores y/o amigos.
De todos modos, nada de lo anteriormente citado es excusa para desprestigiar un libro que encandila a los adultos (también puede que a los niños… si alguien se atreve a leérselo a pequeños lectores que por favor me comunique el resultado) a pesar de estar dirigido a jóvenes que algún día se harán mayores y, sólo entonces, descubran lo hermoso de esta historia.
Son muchos los que relacionan la “literatura de transición” (me he inventado este término para referirme a todos aquellos títulos que quedan entre la literatura infantil propiamente dicha y las lecturas del público adulto, de las que no hay pocas en las actuales líneas editoriales) con la “literatura juvenil”. Creo que, aunque esta recién bautizada “literatura de transición” recoja, indistintamente, elementos propios de las obras infantiles y aspectos que pertenecen más al mundo adulto, queda lejos establecer un símil entre esta mezcolanza literaria y las características psicológicas del lector adolescente por mucho que esta etapa del crecer humano sea llamada “de transición a la vida adulta”.
Conozco bastantes adolescentes que jamás se sentirían identificados con la historia de Sara Allen pese a que cierto simbolismo de la narración –me refiero a la defensa de la libertad o la ruptura con lo socialmente correcto- sean pilares sobre los que descansa esa idiosincrasia juvenil. El lector adolescente, aunque enfermo todavía de fantasía, magia y espejismos varios, también presentes en el título que aquí se desgrana, necesita más realismo, un realismo más visceral, no tan metafórico ni evocador, sino más árido e incluso violento. Sí, esta Caperucita de Gaite es subversiva, no cabe duda, pero también hemos de fijarnos en la inocencia que destapa, ese lastre del que desea desprenderse cualquier joven que replica a sus padres, profesores y/o amigos.
De todos modos, nada de lo anteriormente citado es excusa para desprestigiar un libro que encandila a los adultos (también puede que a los niños… si alguien se atreve a leérselo a pequeños lectores que por favor me comunique el resultado) a pesar de estar dirigido a jóvenes que algún día se harán mayores y, sólo entonces, descubran lo hermoso de esta historia.
4 comentarios:
Mmmh ¿No es de Carmen Martín Gaite?...
Lapsus imperdonable ya corregido, Patricia... ¡Muchas gracias!Es que siempre me equivoco con las dos autoras...Me vuelvo loco con las autoras de "Olvidado rey Gudú" y "Entre visillos".
A veces las fronteras de la literatura son un tanto artificiales. Siempre me lo ha parecido en el caso de "El Principito" por ejemplo o "Las Crónicas de Narnia". Son libros que admiten muchas lecturas y se pueden disfrutar a varias edades.
Caperucita en Manhattan no es un libro para niños, es un libro para adultos con corazón de niños.
El sentimiento 'Miranfú' los niños pueden tenerlo constante, sólo un adulto lo aprecia porque carecemos de muchos 'Miranfú' en nuestras vidas.
Saluditos, Miriam
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