En
un alarde de sinceridad les confieso que no sé qué haré durante las próximas
semanas… Si me iré, si volveré, si ahorraré, si me quedaré a dos velas, si
acudiré a algún festival (está de moda, ¿no?), si destruiré el sofá, si -por
fin- perderé los cinco quilos que me restan (de ilusiones vive el hombre…), si
me saldré al balcón a escuchar a los gitanillos canturrear (a veces se esmeran
y la estampa pinta bucólica), si daré rienda suelta a la creatividad (¡más me
valdría terminar todo lo empezado!), si optaré por mantener un encefalograma
plano, si ordenaré los cientos de fotocopias (que quizás nunca más vuelva a
utilizar), si limpiaré el coche (¡ea!, los vehículos no son lo mío…), si saldré
mucho, si entraré poco (estos dos últimos deseos creo que son el mismo, ¿no?),
si me levantaré tarde (depende de lo mucho o poco que disfrute del sofá), si me
despertará el alba (¡malditas persianas!), o si seré capaz de leer algo (sería
lo suyo… para después contarlo). Vamos, que no tengo ni la más remota idea de
cómo invertiré el tiempo estas vacaciones. Lo único que sí sé es que, de unos
chapuzones, no me libra nadie…
Ya
saben ustedes que, aunque gusto del medio aéreo, también me inclino por el
acuático. No es que haya desarrollado branquias a la vejez, pero a cierta temperatura,
se agradece algo refrescante… y divertido. Eso de echarme la siesta a la orilla
de una piscina, escuchando los gritos de los jovenzuelos y los llantos
infantiles mientras el socorrista de turno pilla un cabreo monumental, tiene su
aquel. También tenemos abuelas mastodónticas que, a golpe de abono veraniego, forman
parte del mobiliario. No nos olvidemos de los gorilas de gimnasio, de las
merendolas familiares, de las parejitas cariñosas, de los nadadores
empedernidos, de los tontos de la/s pelota/s y mucha fauna más que representa
el clorado y mojado día a día.
Es
por ello que les recomiendo tomar sus precauciones cuando acudan a estos lares,
no sea que sufran algún percance poco agradable (en la playa hay erizos y
medusas, y aquí abundan los buceadores y las aguadillas), como el protagonista
de El paseo del elefante, un libro-álbum
para primeros lectores del japonés Hirotaka Nakano (editado por Lata de Sal en
su colección Vintage) que nos narra las peripecias de un paquidermo y una panda
de amigos que, todos juntos, van a dar de bruces en un lago, el uno por
servicial y forzudo, y los otros por gandules y pesados.
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