Muchos somos los que
tenemos un espacio, una afición o un momento en el que desconectamos
de todo y de todos. Mientras algunos prefieren perderse entre libros,
otros cogen un lápiz y buscan caminos libres y desconocidos sobre el
papel, y los más frikis prefieren sumergirse en los videojuegos
(todo vale para creerse un superhéroe), un servidor gusta de pasar
la mañana acarreando tiestos, limpiando broza o regando el vergel
que habita dentro y fuera de su humilde hogar.
La verdad es que las
plantas, esos seres que muchos infravaloran a tenor de su inmovilidad
(ya sabemos que los cuadrúpedos tienen mucha más aceptación...,
todavía no sé porqué...), me transmiten mucha más paz que la
mayor parte de los animales (sobre todo si estos sienten pasión por
la parte bélica de su cerebro), mucha más belleza (uno, que nació
hedonista...).
Seguramente pensarán en
lo inofensivo de la clorofila (conozco plantas que podrían aniquilar
a un mamut con sólo rozarlo... y no me refiero precisamente a la
leyenda de las especies carnívoras. ¡Cuánto daño han hecho los
dibujos animados a nuestro ideario científico!), en lo aburrido de
su existencia (¡cómo si no hubiera señales de tráfico de carne y
hueso!), pero cuando ese veneno llamado botánica te punza (y no me
refiero a algunos metabolitos neuroactivos...), quedas intoxicado de
por vida.
En esta oda al mundo del
tallo, la raíz y las hojas, también han de considerar las bonanzas
de las plantas (mucho mayores de las que piensan...), a saber: el
algodón de sus sábanas, la madera de sus sillas, el café o el
cacao de las mañanas, el pan nuestro de cada día y el caucho de las
ruedas del coche son claros ejemplos de productos de naturaleza
vegetal que nos hacen mejor la vida.
No lo olviden, el hombre
ha estado muy ligado al mundo vegetal desde la antigüedad, no sólo
de una manera práctica, sino también lúdica.... Bosques, prados y
jardines son los lugares de recreo de niños, jóvenes y ancianos
desde que el mundo es mundo (más todavía desde el Carbonífero).
Largos paseos acompañados del romero o la lavanda, bajo la sombra de
los tilos, pisando las hojas caídas de los plátanos o sesteando
bajo la sombra de un sauce llorón, dejamos pasar el tiempo
acompañados del rumor de la savia de los árboles.
Es por eso que hoy,
acompañado de El árbol generoso, el clásico de Shel
Silverstein (reeditado esta vez por Kalandraka) que rinde un sentido
homenaje a los árboles, a los caminos paralelos y al ciclo de la
vida, haré gala de fitófilo empedernido y defensor de la espesura.
Y por favor, no me sean
rancios, si no tienen una planta en su casa, ya pueden acudir a algún
vecino y pedirle un esqueje (jamás he comprado una), que la vida sin plantas, es menos.
4 comentarios:
Totalmente de acuerdo. Cuando la fitofilia te agarra, no hay vuelta atrás. (Gracias por la palabra "fitófilo", por cierto, no la conocía).
Dedos verdes, corazón verde. Me lanzó de cabeza a buscarlo en la biblioteca. ¿Cómo no lo he leído ya?
He tardado un poco, pero hoy lo he cogido en la biblioteca... Sencillo y demoledor. Así tal cual es el ser humano. Se podría llamar "el humano egoísta". Gracias por la recomendación.
He tardado un poco, pero hoy lo he cogido en la biblioteca... Sencillo y demoledor. Así tal cual es el ser humano. Se podría llamar "el humano egoísta". Gracias por la recomendación.
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