viernes, 21 de mayo de 2021

Amores (im)posibles


Si la semana pasada terminaba cansado, alérgico y malhumorado, esta que empezó ayer, parece cambio de registro. Seguro que nos procura unos días más agradables, no sólo por la meteorología (¡Qué sofoco en pleno mayo), sino por las cosas buenas que se avecinan.


Mientras tanto seguimos a cuestas con el conflicto entre Palestina e Israel, uno que está en boca de todo el mundo aunque nadie se ponga a estudiar sus entresijos desde un prisma histórico, cultural o geopolítico. Es mucho más fácil echar mano de la desinformación y adecuarse al reduccionismo imperante para hablar de buenos y malos (como si eso solucionase algo…).
No es que les vaya a propinar una disertación sobre cómo se pergeñó el nuevo estado de Israel, en qué consisten los asentamientos de Gaza y Cisjordania, si el territorio palestino está definido o quién debería gobernar Jerusalén (no hay papel para tanto), pero sí tengo claro que posicionarse públicamente a favor o en contra de unos u otros no es la mejor de las opciones. Sería algo así como jalear en una pelea entre hermanos.


Se oye de todo. Que si los israelíes han invadido palestina, que si los palestinos provocan a los israelíes, que si Hamas mete cizaña, que si los israelíes retornaron a su patria tras la gran diáspora (con la Shoah como guinda), que si el sionismo político compró el silencio de los aliados durante la Primera Guerra Mundial y allanar así el camino hacia la “tierra prometida”, que si la Liga Árabe busca una hegemonía en Oriente Próximo a costa del sacrificio de los palestinos, que si Rusia y Estados Unidos alimentan un conflicto geopolítico con muchos intereses estratégicos… Seguramente todas estas conjeturas sean ciertas, pero el caso es que todos llevan más de un siglo liándola.
Si no quieren que esto siga así otros cien años más, lo mejor será sentarse unos frente a otros y encarar las soluciones de la mejor manera posible. Será difícil, eso es algo indiscutible, pero no imposible. Habrá que sacrificar por ambas partes y dejarse de terquedades.


Ahí es donde entra en juego la pluma de Jacques Goldstyn, autor de Las estrellas, un libro a caballo entre el álbum ilustrado y el cómic que nos traslada a Mile-End, el icónico y multicultural barrio de Quebec donde se desarrolla la historia de amor entre dos niños a los que une su interés por la astronomía.


Tanto Jacob, como Aisha tienen que cuidar a sus hermanos mientras sus respectivos padres trabajan, así es como se conocen de manera fortuita en el parque. Lo que al principio parece una simple coincidencia se va transformando en una relación muy estrecha en la que estrellas, planetas, galaxias y otros fenómenos del cosmos sirven la lazo de unión. Pero como todo no podía ser tan fácil, un muro se levanta entre ambos: Jacob es judío, Aisha musulmana y sus familias se oponen a esa sincera amistad.


El geólogo (sí, como lo oyen) canadiense se nos pone activista una vez más y se interna en universos llenos de conflictos (véanse otros libros como Azadah o El prisionero sin fronteras) que bebiendo de fuentes clásicas -amor imposible y sacrificios personales-, lanza un mensaje positivo hacia los lectores defendiendo los sentimientos humanos por encima de los corsés y prejuicios adultos que, como la religión, nos impiden alcanzar la felicidad. Una parábola sincera y entrañable, que ya es bastante.

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