Como bien decía el otro día, Instagram es una fuente de ideas inagotable, no solo porque te permite dejar volar la imaginación con tanta ficción, sino porque te permite indagar en las miserias de la fauna ibérica. Esta vez le ha tocado a los docentes, un gremio al que pertenezco y conozco muy bien -esto de ser enterao de la literatura para críos hace que acudan a mis redes sociales como moscas a la miel-.
Últimamente, cada vez que el curso escolar termina, aparecen ante mí fotografías de maestros rodeados de niños. En ocasiones parecen imágenes sacadas de un anuario del franquismo, otras se asemejan a un campamento scout y las menos desbordan mucha naturalidad y desconcierto. Hasta ahí, perfecto. Me parece bien que los docentes guarden buenos recuerdos de este o aquel grupo, y se sientan orgullosos públicamente, tanto de sus alumnos, como de su labor docente. La verdad es que prefiero esto a ver gente untada en gomina haciendo crossfit.
Lo peliagudo viene cuando un servidor mueve el dedete y llega a las parrafadas que algunos se marcan más abajo. Yo, que leo, me pongo al quite y empiezo a abrir los ojos como platos. Tuerzo el morro. Y a veces, hasta sufro arcadas. Me pregunto: ¿Es necesario ponerse tan intenso? ¿Darse tanta cera y autobombo? ¿Tanto empalague? ¿De verdad los alumnos necesitan leer esas cosas? ¿Creéis que tiene que ver con la empatía, la asertividad o la inteligencia emocional que están tan de moda?
No es que sienta envidia o sea un tempano de hielo, más bien lo considero innecesario, redundante y hasta exhibicionista. Mira que me gusta poco estar al tanto de los abalorios, las tazas personalizadas y las cestas de navidad que les regalan a muchos profesores, pero esto ya es el colmo de un postureo que solo busca las palmas y la aprobación del entorno.
No sé a ustedes, pero expresiones como “son verdaderamente humanos” o “personitas” para referirse a los alumnos, me hacen pensar en la típica condescendencia que muchos adultos tienen hacia el mundo de la infancia. Incluso me parece una falta de respeto hacia ellos viniendo de gente que pasa tantas horas al día rodeado de niños. Pero claro, si no actuamos como un pastel a reventar de crema, la pringue no es la misma y nos tachan de insensibles y odiosos. Así nos va en este país con tanta tontería educativa y tan poca educación...
No me quiero imaginar lo que pasaría si todos esos se toparan con el Programa de Lectura de Escarabajo Pelotero, una serie de libros de Miriam Elia que llegan a nuestras manos gracias a Libros del Zorro Rojo.
Es así como nos encontramos con Vamos al museo, Aprendemos en casa, Vamos de paseo y Celebramos la Navidad, los cuatro volúmenes de una colección que, además de parodiar las Ladybird, unas cartillas británicas de los años cincuenta (asunto que le ha costado una querella por parte de Penguin, editorial que las publicaba), se interna por los vericuetos más recalcitrantes y controvertidos de la realidad social.
Tras una presentación del proyecto (por si no lo sabían el escarabajo pelotero se dedica a remover la mierda, así que ya se pueden imaginar en qué consisten estos libritos), nos internamos en ellos y vemos que en cada doble página tenemos un pequeño diálogo acompañado de una imagen (la caracterización de los personajes no tiene desperdicio) y de los que se entresacan o deducen tres (a veces dos o una) palabras nuevas que el pequeño lector puede aprender.
Incómodas, turbadoras, mordaces y bizarras. Todas las situaciones que se recogen en estos volúmenes aspiran a desarrollar el pensamiento crítico de cualquiera, a poner en tela de juicio las convenciones sociales, y, sobre todo, tocar las pelotas. Abren el debate sobre la institución escolar, el arte contemporáneo, la sexualidad, la comida saludable, o el capitalismo, pero siempre de esa forma ñoña, inofensiva, complaciente y anodina que todavía hoy se respira en muchos estamentos educativos, algo que a mí, personalmente, me ha encantado.
Hubiera estado genial que la autora también metiese caña a los ismos actuales. Dar una patada al feminismo, el ecologismo o el animalismo imperante sería la guinda del pastel. Esperemos que tome nota para sucesivas entregas.
Y ustedes, no duden en regalárselo a los docentes (y a cualquiera que sepa analizarlos desde una perspectiva crítica). Son una declaración de intenciones en toda regla.
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