En la noche ayer, mientras veía una película en la que el eterno personaje secundario se transformaba por arte de magia en el protagonista indiscutible de la historia, empecé a recapacitar sobre todas esas personas que pasan desapercibidas, que viven en la sombra de este camino que es la vida, seres insignificantes a los que nadie presta atención.
Si bien es cierto que hay gente que desprende una luz especial, un magnetismo envolvente, hay otra que se encuentra en las antípodas pero que son igualmente importantes en este escenario que es el mundo. Gente que se auspicia en la penumbra, en cualquier rincón, que prescinde de la visibilidad para, en esa suerte de anonimato, servir al relato desde lo mínimo.
Lo más peliagudo de todo es que el público, la masa, confunde el pasar desapercibido con la mediocridad, una asociación de ideas errónea que nada tiene que ver con esa realidad de las redes sociales en la que la fama, la mayor parte de las veces, la ostenta gente con un discurso vacío que se sostiene en la pura apariencia y el exhibicionismo.
Queramos o no, todos tenemos algo que hacer o decir en un mundo en el que la notoriedad está sobrevalorada. La modestia, la humildad o lo invisible tienen el mismo valor que una personalidad arrolladora, la inteligencia superlativa o una belleza apabullante.
No me extraña que Joanna Concejo se haya detenido en este pensamiento para ofrecernos El señor Nadie, un álbum ilustrado con mucha belleza publicado esta primavera por Diego Pun Ediciones.
En una gran ciudad las calles se abarrotan de gente, el medio ideal para el señor Nadie, un hombre que vive en el sigilo y el silencio provocando la extrañeza de sus vecinos. ¿Qué hace? ¿A qué se dedica este hombre tan misterioso en su casa? Es su secreto nocturno, una afición maravillosa a la que se entrega cuando se apagan todas las luces, una incógnita que solo podemos adivinar al pasar las páginas.
Con su inconfundible estilo, la autora polaca afincada en Francia, nos sumerge en su particular universo donde el lápiz de grafito, las figuras un tanto grotescas, el contraste entre las grisallas y el color, y la alternancia constante de planos cinematográficos, nos sumergen en una historia evocadora y mágica.
Un niño que nos mira entre la muchedumbre, estampados hipnóticos, aves enmarcadas y nubes escondidas. Toda una suerte de detalles que contrastan con el semblante misterioso de un protagonista que, amable y complejo, nos invita a descubrir una historia en la que la economía lingüística también es un recurso narrativo necesario.
Todo para decirnos que nadie es tan Don Nadie como creemos.
1 comentario:
Hermoso, monstruo.
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