martes, 5 de noviembre de 2024

¡Abajo el postureo solidario!


En estos días de llantos y barro, he tenido la suerte (o la desgracia, según se mire) de constatar hasta donde llega la impostura humana. Como la gente se ha ensañado con algunos líderes de uno y otro bando, no ha tenido tiempo para analizar el circo que muchos han construido en sus redes sociales a expensas de los estragos de la DANA y que yo me dispongo a comentar.
No seré yo quien critique a todas esas personas que, desde el anonimato, han cogido el petate y, escoba en mano, se han ido a echar un cable a los vecinos de las zonas afectadas. Un aplauso por ellos. Que quede claro. Pero a quienes sí estoy dispuesto a destripar es a todos los que han utilizado los trabajos de limpieza y desescombro para adquirir notoriedad.


Mira, cari, si lo único que te mueve en esta vida es que un montón de palmeros te jaleen porque has ido a sacar pecho en mitad de tanta miseria, te he de decir que, conmigo, te has equivocado. Y ahora lo maquillarás diciendo que han realizado la labor informativa que los medios especializados no han hecho, que nos has enseñado la cruda realidad para que seamos conscientes de lo mal que lo están pasando en Paiporta, Benetusser o Alfafar.
Para estirar el cuello y dar lecciones moralizantes, ya están los curas, mi ciela. No hace falta que veamos tus Hunter untadas de mugre, ni que te dediques a dar abrazos por la calle con la GoPro en la frente. La solidaridad, la caridad, son otra cosa. Primero de todo, parten de la humildad, y segundo, no son reclamos publicitarios con los que engrandecer una marca comercial o personal.
Perico el de los palotes: si lo que te mueve para echarle una mano a los vecinos de Valencia es aumentar tu número de seguidores y recibir muchos like, para mí estás a la altura del betún, como Rosalía, Miguel Angel Silvestre y Paz Padilla.


Prefiero que la gente haga de su capa un sayo y que no dé explicaciones de ningún tipo. Como las hormigas que protagonizan el último álbum de la editorial Barrett. Un reguero de hormigas que cargan mil veces su peso es el título del libro tan loco que nos regalan el tándem creado por Löik Urbaniak y Baptiste Filippi y que no me he podido resistir a reseñar para darle en los morros a todos esos instagramers que se han desplazado hasta la terreta a practicar el postureo.
Y es que las protagonistas de este libro no tienen tanto criterio a la hora de exhibir músculo. Te levantan una ristra de ajos o la mismísima Torre Eiffel. Empiezan con objetos dispares, la comida, siguen con la merienda y terminan porteando las siete maravillas del mundo antiguo o un gato enjaulado. ¿Pero adónde irán en fila india portando tan suculento botín? ¿Acaso querrán escapar a algún paraíso fiscal en vuelo charter? Síguelas y lo averiguarás.


Esta hilera de hormigas auguro levantará pasiones entre los lectores más pequeños (hasta ustedes, adultos amanerados y trasnochados, caerán rendidos a sus pies). De cantos redondeados y un formato muy llamativo, deslumbra a cualquier criatura que, sin mediar palabra escrita, se lanza a descubrir un universo muy ecléctico gobernado por estos diminutos himenópteros en una versión un tanto alienígena.


Desmelenado y chirriante, es un libro lleno de contrastes coloristas que, a modo de fuegos artificiales, nos guía por un sinfín de elementos que atrapan a cualquiera. Empezando por esa tipografía dorada e ilegible de la tapa (me encanta ese invento de los jeroglíficos) y terminando en dobles página donde caben todas las tintas posibles, es un álbum diferente que bien merece una lectura.


Porque, eso sí, en este experimento que recuerda al trabajo de genios como Pollock y otros expresionistas, hay muchas cuestiones en las que detenerse. Fíjense, por ejemplo, en la gran tipología de desfiles que recoge... El cortejo fúnebre de un abejorro (me apasionan esas representaciones en los libros para chiquillos), una cabalgata que podría ser la de San Patricio, Victoria’s Secret o el Brighton Pride, o la exhibición circense de acróbatas y domadores de fieras. Tampoco se les pueden pasar por alto las formas grotescas de unos personajes que bien podría haber pintado mi sobrina, ni los montones de detalles graciosos y surrealistas que arrancan más de una carcajada.
Lo dicho. Para lucir músculo, estas.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Tragedias y condicionales


Cuando sufrimos algún revés, los seres humanos jugamos a las condicionales, esa especie de arrepentimiento lingüístico que nos hace volar al futuro dependiendo de la conveniencia y nuestros deseos. Un ejercicio la mar de terapéutico que nos permite transformar de manera momentánea ese presente que nos lacera.
Las palabras nos consuelan cuando nos aventuramos a imaginar acontecimientos como si de una bola de cristal se tratase. Nos convertimos en profetas que, haciendo uso de las artes adivinatorias, proyectamos anhelos utilizando el pasado. Hay mucha magia en lo probable, lo imposible o lo irreal. Nos permite ser lo que siempre hemos querido ser o lo que nunca seremos.


Lo peor de las condicionales viene con el arrepentimiento, esa larva que te carcome hasta cotas insospechadas. La culpa se mete en nuestras venas y se hace insoportable. Una decisión fortuita, una carambola del destino, una obligación inamovible.
Pese a ello, tenemos que pensar que no todo depende de nuestras decisiones, que siempre hay un resquicio para el azar y que, por mucho que queramos, no podemos controlar el sino a nuestro antojo. La vida es una mera casualidad, como esa enorme tormenta que se cernió sobre Valencia los días pasados y tantos destrozos y pérdidas personales ha ocasionado.


Lejos de la tristeza que suponen las pérdidas, demos la vuelta a las suposiciones verbales y pongámoslas en positivo. Dibujemos un panorama tan extraño, como estrambótico. Busquemos la belleza y guiemos nuestros esfuerzos en construir un escenario esperanzador.
Hagamos como el protagonista de Y si Nono… un libro de Inbar Heller Algazi que acaba de publicar Litera, una de esas editoriales valenciana que se ha visto muy afectada por este infierno de la gota fría y a la que desde aquí mando mucho cariño y mucha fuerza.


Nono, el protagonista de este libro, ha sufrido un percance muy extraño: se le ha quedado pillado el dedo en la línea de separación de la doble página. Esta es la situación que sirve como interruptor a toda una serie de conjeturas en el caso de que no logre escapar. Si sigue anclado en ese lugar, habrá que llevarle un juego para que se entretenga, también comida para que no muera de inanición, una tienda de campaña para que se resguarde durante la noche o un abrigo para hacerle frente al frío. ¿Qué pasará? ¿Conseguirá liberar su dedo?


El objeto libro juega un papel importante en este pequeño sketch que nos plantea una comedia de situación bastante surrealista, que al mismo tiempo nos permite participar de ella. Al principio, todo parece bastante probable, pero conforme pasamos las páginas, una especie de locura predictiva se desata y se apodera del libro, provocando que todo nos parezca demasiado hiperbólico y disparatado (al fin y al cabo, es lo que muchas veces suele pasar).
Con esos conejos como personajes secundarios que colaboran silenciosamente en la acción con detalles muy graciosos (fíjense en sus bigotes o en la postura del muñeco de nieve) y elementos técnicos como la alternancia de colores en los fondos, encontramos una excusa estupenda para dejar volar nuestra imaginación junto a la de Nono, y así resurgir del lodo.