sábado, 22 de noviembre de 2025

Una santa muy musical



El otro día fue mi santo y yo sin enterarme. Gracias a que el móvil de un alumno tuvo a bien chivárselo y este me felicitó, pude celebrarlo. No a bombo y platillo, como sucede en países como Grecia, Rusia y Turquía, donde el santo es más importante que el cumpleaños, pero sí con un poquito de alegría.


Y es que lo de las onomásticas tiene mucha enjundia, no solo por las historias que se esconden detrás de cada mártir o beato, sino porque es difícil acordarse de los santos asignados a cada día del año y porque, a veces, estos se llamaban de la misma manera y nos encontramos, como en mi caso, con tres fechas diferentes para un mismo nombre.
Todo esto me ha llevado a echarle un ojo al santoral todos los días y hoy me he topado con Santa Cecilia. Cecilia de Roma, que así se llamaba esta mujer, fue una noble romana, convertida al cristianismo y martirizada por su fe en una fecha no determinada, entre los años 180 y 230. Según la tradición, mientras intentaban asfixiarla con el vapor de las termas de su casa, Cecilia cantaba los salmos, razón por la que, según la Iglesia Católica, se salvó. Por eso, en 1594, el papa Gregorio XIII la nombró patrona de la música. Hoy en día también de los poetas y de los ciegos (junto a Santa Lucía). Sus atributos son el órgano, el laúd y las rosas.


Para celebrarlo, hoy les traigo un título muy sonoro que he añadido a esta gran selección de libros infantiles musicales. Nadia Budde regresa a las librerías españolas con La banda que nadie conoce, un álbum publicado por Kalandraka que nos cuenta la historia de un grupo de músicos poco convencional. Llegan a la ciudad en su furgoneta para dar un concierto y, aunque nadie los conoce, todo el mundo disfruta con su música hasta que el típico vecino quejica les agua la fiesta. ¿O no?


En este libro, aunque sigue echando mano de su característico estilo (cinco frases que juegan a modo de versos), utiliza una estructura narrativa menos repetitiva a la de Uno, dos, tres, ¿qué ves?, Uno, dos, tres, Navidad es y Uno, dos, tres, vampiro es, para adecuarse a un lector más competente que necesita un relato completo (Que por cierto, se presta a la dramatización mediante gestos y movimiento. A ver quién se inventa algo y me lo cuenta). Primero nos presenta a los cuatro integrantes del grupo (mi parte favorita), después qué instrumentos tocan y por último, el desarrollo de la actuación (con alguna otra sorpresa incluida).


Con ese lenguaje visual tan desenfadado a la que la autora berlinesa nos tiene acostumbrados, nos sumergimos en un universo poblado de unos personajes quiméricos, que pueden ser tanto monstruos como duendecillos. Expresivos, simpáticos y alocados, tocan instrumentos imposibles y bailan a golpe de rima consonante.
Lo dicho, honren a Santa Cecilia, tocando, escuchando o disfrutando de la música, un tónico inmejorable para el alma. Y si no saben qué escuchar, ahí van tres composiciones que me hacen feliz últimamente.


martes, 18 de noviembre de 2025

La muerte en los cuentos tradicionales


Siempre que me encuentro con la muerte en los cuentos tradicionales, me acuerdo de una pequeña reflexión de Bruno Bettelheim en su Psicoanálisis de los cuentos de hadas: […] los cuentos de hadas transmiten a los niños, de diversas maneras, que la lucha contra las serias dificultades de la vida es inevitable, es parte intrínseca de la existencia humana; pero si uno no huye, sino que se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, llega a dominar todos los obstáculos alzándose, al fin, victorioso. Las historias modernas que se escriben para los niños evitan, generalmente, estos problemas existenciales, aunque sean cruciales para todos nosotros. El niño necesita más que nadie que se le den sugerencias, en forma simbólica, de cómo debe tratar con dichas historias y avanzar sin peligro hacia la madurez. Las historias “seguras” no mencionan ni la muerte ni el envejecimiento, límites de nuestra existencia, ni el deseo de la vida eterna. Mientras que, por el contrario, los cuentos de hadas enfrentan debidamente al niño con los conflictos humanos básicos. Por ejemplo, muchas historias de hadas empiezan con la muerte de la madre o del padre; en estos cuentos, la muerte del progenitor crea los más angustiosos problemas, tal como ocurre (o se teme que ocurre) en la vida real.


Si lo piensan bien, no lleva poca razón, pues la presencia de la muerte en las historias que han abrigado a los seres humanos desde hace siglos tiene una serie de funciones que se trasladan a nuevas creaciones como el libro-álbum (Y les remito de nuevo a esta gran selección de libros sobre la muerte que aumenta cada año).
En primer lugar, la muerte es justiciera, sobre todo en lo que al plano moral se refiere. No son pocos los villanos que ven cercenada su vida como consecuencia de sus actos a lo largo del relato. Brujas, reyes, hermanos o lobos acaban siendo un banquete para los gusanos en loor del orden moral.
La muerte también actúa como impulsor de la madurez. Como bien apunta Bettelheim, la muerte de un ser querido puede enfrentar a los niños a una situación crítica, casi caótica que, de superarse (como sucede en la mayor parte de los cuentos) provoca cambios a nivel emocional. Aceptar la muerte es un paso de gigante para cualquiera y los críos no van a ser menos.


El tercer punto es más reflexivo, pues la vivencia que el lector tiene a través de las experiencias de los personajes, es un interruptor para tomar consciencia de su naturaleza mortal. Esto puede llevarle a cavilar sobre el sentido de la vida, cuáles son sus deseos, si se han cumplido y si puede cambiar su ruta de viaje.
Otro punto a considerar es el de la muerte como personaje, un recurso narrativo que nos lleva a explorar las apariencias. Qué aspecto tiene, cómo habla, cómo se mueve… No es lo mismo una muerte con voz dulce, tranquila y de aspecto bondadoso que una colérica vestida de harapos negros y con cara de pocos amigos. Todos estos datos nos ayudan a establecer una imagen personal de este concepto de una manera más directa.


Por otro lado, siempre que aparece la muerte en una creación literaria, ya sea oral o escrita, todo el contexto adopta un tono solemne y grave. Es un recurso narrativo de primera magnitud, quizá demasiado efectista, que genera intensidad (¿Recuerdan el comienzo de La ladrona de libros? Nunca sería el mismo sin la muerte). También sirve para dar un giro a la narración o como colofón final. Recuerden todos esos cuentos que han escuchado de niños, observen dónde aparece y entenderán a lo que me refiero.
Para terminar, hay que hablar del ciclo de la vida. La muerte no es el fin, sino una realidad biológica. Todos los seres vivos nacemos y todos morimos. Formamos parte de un proceso de transformación y renovación de la naturaleza. Quizá por eso en muchos cuentos, tras el fallecimiento del antagonista, tenemos un punto y final con un matrimonio, para que haya hijos, el ciclo vital siga girando y la contaminada oscuridad quede oculta por una luz inocente.


Todas estas cuestiones y seguramente muchas más haya pensado Ana Cristina Herreros, la editora de Libros de las Malas Compañías, una casa que tanto bueno ha hecho por los libros del ayer, hoy y siempre. Quizá esa sea la razón por la que ha incluido en su catálogo dos libros como los de hoy.
El primero es Cuentos de la Madre Muerte, un libro que fue publicado hace años por Siruela y que aparece nuevamente en las librerías con un aspecto renovado, corregido, aumentado e ilustrado. En él se recogen cuarenta relatos tradicionales procedentes de diferentes regiones de España, Grecia, Nepal, Rusia, Irlanda, Cuba o Marruecos en los que la muerte ocupa un lugar privilegiado.


Agrupados en diferentes categorías en las que la muerte tiene diferentes papeles, léase la muerte que da la vida, la muerte enamorada o la muerte burlada, estos cuentos nos ofrecen esa visión plural de un fenómeno que no puede ser ajeno a ninguna cultura, de la estrecha relación que muchos pueblos establecieron con la muerte. Porque solo leyendo estos cuentos, daremos buena cuenta de los apelativos –cariñosos y no tanto- que los aztecas, los inuit o los zulú le otorgaban a esta vieja conocida. Motes de otro tiempo que perduraron o se olvidaron. 
En estos cuentos está Piet, que la busca incansablemente, también Kali, protectora de la vida, el peral de la Tía Miseria, Perséfone y su granada, la historia de Xuan que no pudo burlar al Güercu o la que explica por qué la muerte es invisible. Un puñado de buenas historias que se ambientan en diferentes contextos, proceden de diversas fuentes recogidas en un apartado final y están acompañadas de las ilustraciones del polaco Marcin Minor, un artista que va poblando con alegorías, motivos y escenas este volumen tan bien editado


Lejos de ser macabros, estos relatos diversifican una perspectiva que los grandes y pequeños deben conocer. Pues, al contrario de lo que pueden pensar muchos padres y maestros, sobre todo en esa cultura todavía muy barroca y siniestra que se embebe de la fe católica, hay muchas muertes. Cercanas, justas, maternales, torpes y hasta luminosas.


El segundo libro es El alfarero, el maharajá y la muerte. Este relato de Carles Cano e ilustrado por Aitana Carrasco, cuenta la historia de un alfarero que, por desconocimiento, modela la figura de un pavo real, ese animal exterminado de todo el reino, incluso de las representaciones artísticas, por haberse cagado sobre la cabeza del maharajá cuando este era niño. Un malvado ladrón descubre su ilegalidad y lo denuncia ante el maharajá que lo condena a muerte por haber desobedecido la prohibición real. Pero gracias al mago real y una pizca de magia, el maharajá lo perdona. La vida de ambos está íntimamente ligada: si uno muere, el otro también. Así y con todo, tarde o temprano, la muerte tendrá que tomar cartas en el asunto. ¿Conseguirá engañarla alguno de ellos?


Siempre me han gustado los protagonistas ingeniosos y, si además, la inteligencia tiene que ver con salvar la vida, mucho más. Siempre me han gustado las historias en las que la gente de a pie se enfrenta a los poderosos y, si además, ganan los primeros mucho más. Esta es de esas historias, pero les advierto que nada tiene que ver con la venganza, ese puntito entrañable que ofrece el autor apelando al trauma de niñez del maharajá, también ayuda a empatizar con el personaje.


La ambientación de la ilustradora valenciana es una maravilla. Colorista y llena de filigranas y ornatos, recuerda mucho a la estética oriental en la que se supone que se desarrolla la acción. Las guardas, el detalle de la portada, la expresividad de los personajes, la óptica cinematográfica, el estudio del vestuario (¿Han visto el collar y el cinturón que lleva la muerte?), las representaciones de la naturaleza, ese mono cabrón…
Les invito a que lo disfruten porque no se van a arrepentir.

lunes, 17 de noviembre de 2025

Aleksandr Afanásiev, sus cuentos y un cómic


Como todos los años, la tercera semana de noviembre se celebra en Instagram la Folktale Week, el reto que propone un puñado de ilustradoras tomando como excusa siete elementos típicos de los cuentos populares (uno por cada día de la semana). Este año, la inspiración corre a cargo de palabras como noche, eco, lluvia, libro, hechizo, tormenta y amanecer. Así, artistas de todo el mundo dan rienda suelta a sus habilidades y llenan la citada red social de imágenes inspiradas en relatos tradicionales que se pueden disfrutar dándole al enlace que hay más arriba o buscar los hashtags #folktaleweek o #folktaleweek2025.
En lo que a mi contribución respecta, empiezo esta semana con Aleksandr Afanásiev, una figura emblemática de los cuentos tradicionales. Aunque ya lo he mencionado en diferentes ocasiones hablando de Vladimir Propp o Iván Bilibin, hoy me gustaría dar unas pinceladas sobre su vida.


Nacido en Boguchar, ciudad de la Rusia más europea, en 1826, Aleksandr Nikoláyevich Afanásiev, tuvo una infancia aparentemente normal. Su padre, un intelectual que no pertenecía a la nobleza, se empeñó en que sus hijos recibieran una educación formal. A sus dieciocho años y tras terminar los estudios básicos con unos resultados mediocres, se marchó a Moscú a estudiar Derecho.
Durante los cuatro años que siguieron, Afanásiev se empapó de las corrientes democráticas y progresistas de la época, algo que no gustaba al régimen zarista de Nicolás I. Así, tras someter a revisión las clases que el profesorado y los estudiantes en prácticas, como él, daban en la universidad, el ministerio decidió apartarlo de la carrera docente para evitar su influencia entre los estudiantes.


Tras una breve etapa ejerciendo como periodista, encontró trabajo en el Archivo Central del Ministerio de Asuntos Exteriores de Moscú, lugar en el que trabajaría durante trece años. Durante los primeros años se dedicó por completo al folklorismo. Recorrió su provincia y recopiló una pequeña colección de relatos en la que intentó preservar su carácter primigenio sin aderezos ni retoques literarios.
Tras el intento fallido de su publicación, Afanásiev viajó en 1952 a San Petersburgo para ser elegido miembro de la Sociedad Geográfica Rusa por la sección de Etnografía. Este hecho fue crucial en el desarrollo de su obra, pues gracias al archivo cedido por la sociedad, tomaría forma el primer tomo que vio la luz en 1855.
Así, y con la ayuda que recibió de otros folcloristas y etnógrafos como Vladímir Ivánovich Dal, que le cedió unos ciento cincuenta relatos, enriqueció su colección desde muchas zonas del llamado Imperio Ruso. Finalmente, logró reunir un total de 680 cuentos populares en ocho volúmenes bajo el título de Cuentos populares rusos.


A pesar de recopilarse en Rusia, se publicaron originalmente en francés, lengua vehicular de la nobleza de la época gracias a las reformas introducidas por Pedro I el Grande en el siglo XVIII. Precisamente, esta modernización y europeización de la Rusia tradicional fue la que agravó el trabajo de recopilación, ya que la cultura popular había sido relegada a un segundo plano.


Tras la simpatía popular que le supuso la publicación de unas treinta y tres Leyendas populares rusas (1859) que se burlaban del clero, la aristocracia y los terratenientes, apareció la censura institucional a su obra, ya que no solo ridiculizaba a los grupos de poder, sino que suponía un peligro al ensalzar la cultura de los campesinos en un contexto de reforma económica. La gota que colmó el vaso fue su supuesto encuentro con el revolucionario Aleksandr Herzen. Así, Afanásiev fue despedido de su trabajo en el archivo y empezó a sufrir penurias económicas que le llevaron a malvender su biblioteca personal.
Afanásiev murió de tuberculosis y en la pobreza más absoluta a la edad de 45 años.


Para que conozcan uno de sus clásicos, hoy les traigo El pájaro de fuego, un relato que Laura Wittner y Mariana Ruiz Johnson han adaptado al cómic y habita en las librerías españolas gracias a la editorial A fin de cuentos.
El librito nos cuenta la historia de un pájaro que se dedica a robar las manzanas de oro del zar Vislav Andrónovich. Más que harto, el monarca ofrece la mitad de su reino a quien lo atrape y aparecen en escena tres hermanos llamados Dimitri, Vasili e Iván. Tras el fracaso de sus hermanos mayores, Iván, el más pequeño, le arranca una pluma y ahuyenta al animal del manzano, pero el zar, caprichoso e insatisfecho, pide que le den caza. Así empieza un relato lleno de aventuras en las que el joven Iván deberá enfrentarse a un sinfín de pruebas, incluidas la traición de sus propios hermanos y su amor por Elena la Bella.


Tengo que decir que las autoras han elegido un formato muy agradable para un cuento tradicional. La verdad que me ha sorprendido lo bien que funciona este híbrido entre álbum y novela gráfica para un relato de este tipo. Del mismo modo, Ruiz Johnson también acierta con su estética colorista, un estilo donde los contrastes y esos márgenes llenos de filigranas nos recuerdan y acercan a las ilustraciones de Bilibin (Nota: No hay que olvidar que una baza muy importante de las adaptaciones dirigidas a los primeros lectores es precisamente la de aproximarlos a la obra original).


El viaje del héroe, sus ayudantes mágicos (ese lobo gris y ese cuervo, me siguen enamorando), la lucha entre el bien y el mal, el número tres (¡Cuánto suena en los cuentos!) y valores como la lealtad y la perseverancia… Sí, queridos monstruos, este cuento sigue enamorando a lectores de medio mundo gracias a sus arquetipos y elementos narrativos.
Por todo esto y mucho más, este cómic de pequeñas dimensiones supone un nuevo marco de lectura para un relato que ha probado los contextos más variados, como la adaptación al ballet en la que participó Igor Stravinski en 1910 y sobre la que más tarde intervendría Marc Chagall (escenografía y vestuario, 1945). ¿Qué más necesitan para bucear en él?

viernes, 14 de noviembre de 2025

Divertimentos numéricos


Las matemáticas nunca han sido mi fuerte. Sobre todo en lo que se refiere al cálculo. Todavía no sé lo que es una derivada ni una integral. A mí, que me pongan a resolver ecuaciones y despejar incógnitas, pero que no se les ocurra hablarme de áreas ni pendientes. Soy un tarugo o tuve malos profesores. Una de dos o un poco de ambas.


Con razón se habla de pensamiento abstracto y pensamiento analítico. Mientras que uno se enfoca en conceptos, pensamientos y patrones que no están ligados a lo concreto, el otro descompone problemas en partes más pequeñas y las examina de manera metódica para comprenderlos mejor. Aunque todos los seres humanos tenemos parte de los dos, algunas personas desarrollan más el primero y otras, el segundo.


A veces, todo puede mezclarse de manera homogénea y encontramos matemáticos que cultivan las letras (acuérdense de Lewis Carroll) y poemas que nos hablan de aritmética, léanse como ejemplo estos tres divertimentos de Antonio Rubio. Y es que si despojamos de toda seriedad cualquier tema, las ideas fluyen de manera natural y, sobre todo, juntas.

En medio del agua-0

En charcos recién llovi-2
se bañaba don Fort-1
todos sus huesos moja-2
y sin paraguas ning-1

Transeúntes asusta-2
pillabanes y pillas-3
lo miraban desola-2
temiendo grandes desas-3

Pero el pobre don Fort-1
con los ojos empaña-2
cantaba muy oport-1
El aria de los osa-2

Literales

Diez son cuatro,
ya lo ves.

Once son cuatro,
también.

Y doce, cuatro,
¡rediez!
y, sin embargo,
mil
solo son tres.

Ecuación

v = e/t
vivir = estar / temporalmente
o
estar partido por el tiempo

Antonio Rubio.
En: Divertimentos. Juegos poéticos.
Ilustraciones de Carmen Queralt.
2025. Pontevedra: Kalandraka.


miércoles, 12 de noviembre de 2025

Curiosidades otoñales


Parece que el otoño ya ha llegado. Esperemos que dure porque con estos vaivenes termométricos, vamos a salir locos. No solo los humanos, sino el resto de seres vivos, plantas incluidas. Por si no lo sabías, un estudio reciente concluyó que los árboles se visten de tonos amarillos, anaranjados y rojizos cinco días más tarde que hace treinta años.
Siguiendo con el hilo, ¿a qué creéis que se deben esos colores en las hojas de ciertas especies, sobre todo las de hoja caduca? En realidad, esos colores se deben a unos pigmentos llamados xantofilas y carotenos que presentan las hojas durante toda la temporada, pero que están camuflados por el color verde de la clorofila, el pigmento mayoritario de las plantas que les permite hacer la fotosíntesis. Cuando la luz del sol disminuye en otoño, la clorofila se degrada y deja al descubierto esos pigmentos.


También es curioso como esas hojas rojas y amarillas, al principio, tienen un color muy vivo y brillante, pero, conforme pasan los días, se vuelven más tristes y apagadas para, finalmente, caer al suelo. Esto sucede porque durante los primeros días del otoño, las hojas tienen mayor cantidad de azúcares que van perdiendo poco a poco, ya que serán otros órganos, como el tallo y las raíces, zonas menos expuestas al rigor del invierno, los encargados de almacenar las reservas energéticas en forma de almidón y producir azucares (¿Has probado alguna vez la miel de arce? Pues ya sabes de dónde viene).
Todos estos fenómenos de la naturaleza no solo provocan que muchas aves migren de un lugar a otro del planeta buscando sus refugios invernales, sino que, desde hace décadas, se relacionan con el llamado “turismo de otoño”. Así, la gente se desplaza hasta lugares donde la naturaleza presenta espectaculares cambios cromáticos debido al cambio de estación. Algunos de los más famosos son Kioto (Japón), el lago Garibaldi en Canadá, la región de Nueva Inglaterra en Estados Unidos, la Selva Negra alemana, Alsacia y el Gran Este francés o la selva de Irati en Navarra.


Haciendo honor a la temática de hoy, les he traído el último libro de la colección de álbumes de Verónica Fabregat que la editorial Akiara Books nos ha ido regalando durante las estaciones de los dos últimos años. Empezó con la primavera (Jugamos al escondite), continuó con el verano (Vamos a la playa), siguió con el invierno (Jugamos en la nieve) y cierra el ciclo con el otoño.


Vamos al bosque es el título elegido para una nueva aventura de este grupo de siete chiquillos que disfrutan de los pequeños momentos en la naturaleza. Se dirigen al bosque a modo de cabalgata. Una lleva una cesta y otros un pequeño carro. Cruzan el río y llegan hasta la cabaña que hay a los pies del gran castaño. Con la ayuda de una escalera, unos trepan a lo alto del árbol, mientras otros recogen sus frutos para asarlos. Te tumban dibujando un corro y miran al cielo. Unos buscan setas y los otros ahuyentan a unas ardillas que tienen hambre. Pero ¡ups! Cae la primera gota. ¿Podrán resguardarse?


Una vez más, Verónica Fabregat defiende el medio ambiente como el escenario ideal en el que la infancia se siente libre de hacer lo que le plazca. Jugar, conocer el mundo o enfrentarse a la adversidad. Y mejor todavía si no hay adultos cerca entrometiendo sus narices. Ese es el ejercicio: desbordar su imaginación y explorar las posibilidades que nos ofrece la vida. Y si es con amigos, mejor que mejor.
Me da pena que se terminen las aventuras tan cercanas de estos críos. Sin más texto que el de los títulos, me han atrapado. ¡Exijo otra tanda de historias entrañables utilizando un nuevo hilo conductor!

martes, 11 de noviembre de 2025

Las trabas del amor


Como ya les adelanté hace unos meses en este pequeño monográfico sobre Paul Cox, gran parte de las obras de este artista seguían inéditas en nuestro país, una falta que han venido a enmendar dos de las editoriales que más se preocupan por el álbum gráfico dentro de nuestras fronteras, los Barrett y Libros del Zorro Rojo. Mientras que los primeros se han animado con Historia del Arte, los segundos se han decantado por Mi amor. Sin lugar a dudas son dos grandes elecciones de las que hay que hablar en este lugar de libros monstruosos.


Historia del arte fue publicada por primera vez en 1999 a cargo de la casa francesa Seuil Jeunesse y obtuvo el mismo año el premio Bologna Ragazzi en la categoría de ficción. Incluido posteriormente en su Coxcodex 1 (Seuil Jeunesse, 2003) y recuperado recientemente por la editorial MeMo, este libro de 166 páginas nos cuenta una historia de lo más estrambótica.


Érase que se era un reino siniestro y aburrido por culpa de un soberano que se pasaba el día comiendo helados frente al televisor (Golpe número 1: cuestionamiento del poder). Era tan mezquino, que había encerrado a su hija en una alcoba hasta que tuviera edad suficiente para casarse con el chambelán (otro deleznable tonto-el-pijo). Pero como en cualquier otro buen cuento que se precie, la princesa quería a otro: al joven pintor Paco Lux (N.B.: Fíjense en el nombre, pues está formado por las mismas letras que las del nombre del propio autor. ¿Es un juego inocente o será su alter ego? Y les advierto que no es un capricho de la traductora, pues en la versión original sucede lo mismo…).
Una noche, un anciano misterioso le da un pincel mágico a cambio de tres manzanas. Con él, los personajes que pinta cobran vida y abandonan sus lienzos (¿Cuántos libros infantiles se han escrito al calor de un lápiz mágico?). Así, tras una serie de dichas, desdichas y disparates, el artista-héroe (¡Que dualidad tan hermosa!), un rey desnudo y un explorador, se las ingeniarán para llegar hasta su doncella y darle en los morros a su padre.


Ingeniosa hasta decir basta, esta obra tiene mucha enjundia narrativa. Un sabroso batiburrillo de referencias, actuales y clásicas, artísticas y estilísticas, da vida a un libro que tan pronto nos recuerda la magia de Alicia en el país de las maravillas, el humor de El traje nuevo del emperador, la inocencia de Caperucita Roja o la mirada de la Mona Lisa. Si se fijan, verán a los pescadores en el Sena de Monet, al golem de Praga, a las mujeres de Picasso y a la Rapunzel de los Grimm. Cuentos tradicionales, personajes históricos o míticas batallas en un contexto muy disparatado, pero con mucho sentido (el ejército fotocopiado y los corazones a base de mermelada me han robado el cuore).


Si bien es cierto que muchos verán en él un libro dirigido al público adulto, lo cierto es que puede adaptarse a lectores de 10 a 100 años sin que nadie tenga que renunciar a nada, pues los niveles discursivos de este híbrido entre el álbum y la novela gráfica son de lo más variado y cualquiera puede articular una casa propia en la que deambular gracias al sentido que nos marca su autor.


Pasamos a Mi amor, un libro de pequeño formato que guarda una historia reconocible por todos. Que si sube a lo alto de las pirámides, trepa hasta la copa de un cocotero, se pone a cantar, se hace pasar por millonario, domador de fieras e incluso se disfraza de león. Mira que se esfuerza, pero nada, ella, diva y orgullosa, lo rechaza una y otra vez. Pero un día, algo sucede que consigue despertar el interés de la chavala y la cosa empieza a cambiar. ¿Qué será? ¿Logrará el amante su propósito o está condenado a la soledad?


A modo de relato por capítulos, este librito publicado por vez primera en 1992 no solo aborda el tema de las relaciones amorosas, sino que plantea numerosas cuestiones como la correspondencia entre una pareja, el poder del amor y la pasión, la pérdida de la dignidad, el problema de la toxicidad y toda esa casuística de comportamientos, intereses y casualidades que hacen de este sentimiento la fuerza generatriz del mundo.


Y ahora toca hablar un poco del estilo de Paul Cox… Si bien es cierto que el ojo poco entrenado puede ver muchas similitudes en ambos libros, sobre todo, en lo que a viñetas se refiere (todas las imágenes quedan enmarcadas en las dos historias), hay diferencias sutiles que marcan sus respectivas narrativas.


Mientras que en Historia del arte, el autor decide ubicar cada imagen con su correspondiente texto en la misma página, en Mi amor se encuentran yuxtapuestas en páginas diferentes (texto a la izquierda e imagen a la derecha). En Mi amor no utiliza cartelas y en Historia del arte sí. Incluso las colorea, forman parte de la imagen en cierto modo. Esto tiene como consecuencia un marco de lectura muy diferente.
Por otro lado, las ilustraciones de Cox se centran en la línea, en el dibujo, un modus operandi que recuerda a otros maestros del mundo gráfico como Rodolphe Töpffer, al que tanto admira. Este recurso elemental ensalza la búsqueda del significado. Basados en una iconografía casi pueril a la que cualquiera, independientemente de su edad y procedencia, se puede acercar, sus dibujos conservan el significado, una autonomía muy necesaria en un universo visual donde últimamente priman los fuegos de artificio.


Del mismo modo ocurre con el color. Una paleta limitada de colores saturados y brillantes que unas veces llena las figuras de manera homogénea y otras queda tratada a modo de serigrafía o estampado, como ocurre en Mi amor, donde utilizó las técnicas del estarcido y el linograbado. Todo ello con un equilibrio cromático donde las manchas y las tramas juegan sobre el papel en la composición de la escena o, como sucede en Historia del Arte, en las parejas de viñetas de cada doble página.


Llámenlo parquedad o simplificación, pero el caso es que Paul Cox logra llevar la armonía a cada imagen gracias a representaciones básicas, siluetas y la combinación de tintas básicas.

lunes, 10 de noviembre de 2025

Trabas vitales


Aunque los docentes aplicamos raseros que obligan a los alumnos a actuar en la misma línea, también de he decirles que no tratamos a todos por igual, sobre todo en lo que se refiere a lo académico. Para ello, los vamos clasificando conforme asoman las dificultades y vamos apuntando sus fortalezas y, casi siempre, debilidades.
De entre todas ellas, la que más se me hace cuesta arriba es la inseguridad. Mientras hay estudiantes que pecan de una confianza superlativa y creen andar sobre las aguas, otros exhiben una falta de aplomo absoluta. Y lo peor de todo es que trabajan como el que más, dedican muchas horas al estudio, pero siempre la cagan. Su capacidad de decisión es tan ínfima que terminan perdiendo un montón de puntos por el camino o, lo que es peor, suspendiendo todos los exámenes.


Hay profesores que lo achacan al nerviosismo, otros a la falta de atención, pero lo cierto es que este tipo de alumnos terminan agotados al no ver traducido su esfuerzo en unos resultados más satisfactorios. Aunque no lo crean, es bastante descorazonador observar cómo el ánimo de este tipo de alumnos queda diezmado por una causa ajena a sí mismos.
Ojala tuviéramos una varita mágica con la que cambiar la naturaleza de ciertas personas, pero lo cierto es que, en la mayoría de los casos, estos problemas pasan por la aceptación de la realidad y la mejora de sus habilidades en la medida de lo posible.


Como ejemplo, hoy les traigo la historia de Pececito, el personaje que protagoniza el álbum de Mamiko Shiotani que acaba de publicar la editorial madrileña Pastel de luna. 
Pececito es un animal acuático y no puede vivir en el medio aéreo. Por ese motivo, todas las mañanas se pone un traje especial que le permita acudir a la escuela. A Pececito le encanta la escuela. Le gusta aprender, jugar con sus amigos durante el recreo e incluso la hora de la comida. Lo único que odia Pececito son las clases de gimnasia. Hoy tocan las carreras de relevos y, por desgracia, Pececito se cae y se hace daño, un percance que le obliga irse a casa y empezar a odiar la escuela. ¿Logrará reponerse y regresar? ¿Encontrará una forma de mejorar su destreza?


Con un estilo característico donde los lápices de grafito y color son los protagonistas, la autora nos deleita con un universo a la japonesa donde los avances tecnológicos conviven en una sociedad formada por montones de especies animales. Aunque el librito (me encanta el tamaños y las proporciones), tiene cierta moralina, hay detalles, sobre todo textuales, que me resultan encantadores (¡Esas lágrimas perdidas en el agua me han robado el corazón!).



Esperando que esta editorial publique pronto otros de sus libros como El fantasma del desván e Historia de un huevo, solo me queda decirles que espero que aprendan a perderse en sus ilustraciones para disfrutar, no solo de las composiciones y ópticas tan estudiadas de la autora, sino del sinfín de detalles que recoge (el sombrerito sobre la pecera portátil, el hueco circular en el escritorio y las miradas fijas de los personajes son mis favoritos).

viernes, 7 de noviembre de 2025

Asoma el otoño


Por fin se atisba el otoño por las rendijas de noviembre. Parecía que nunca iba a llegar. Lluvia, viento y frío, una tríada necesaria para continuar con el ciclo del año, ese que sigue tan alterado a expensas del llamado cambio climático. Seguramente no vendrá de golpe, pues ese tiovivo que es el termómetro, subirá de nuevo los próximos días. Me da Todavía tendremos tiempo de acalorarnos…
Mientras tanto, los días se acortan y las hojas se van dorando. El olor de las castañas asadas invade las calles y todo afuera parece aletargado. Adentro, la vida. En las casas, en los bares, en las librerías, en los teatros y en los centros comerciales. Unos alimentan el buche y otros los corazones, pero todos se afanan con las provisiones.
Y para los que hagan acopio de lecturas con las que abrigar el tiempo que se avecina, aquí un poemario lleno de juegos de palabras y vaivenes musicales para disfrutar del ritmo del calendario.

Están desnudos los chopos
porque el otoño ha venido,
y con sus manos de viento,
les fue quitando el vestido.
¡Ay, cómo tiemblan sus ramas!
¡Cómo tiritan de frío!
Y están ahora esperando,
en las orillas del río,
una nueva primavera,
para que venga a vestirlos.

***

Al son del viento,
ritmo sonoro,
las hojas secas,
alados gnomos,
danzan y danzan
jugando al corro.

Dorada lluvia
de hojas de oro.
Hasta el robledo,
llegó el otoño.

Carlos Reviejo.
Esperanza verde y Ballet de otoño.
En: Versos a la luz de la luna.
Ilustraciones de María Rico.
2025. Valencia: Iglú.