viernes, 9 de abril de 2010

Sobre "Le petit prince"



Le he dado muchas vueltas a este colofón parisino, a este final francés. Dudaba entre terminar a la usanza, con versos incluidos, o ser más aleccionador y crítico. Pero al final, en el momento menos esperado, bien temprano, a bordo de un automóvil y conversando con mis tres compañeros de viaje, ha surgido la luz, y aquí se la traigo, radiante como la primavera que nos invade.
Cuando he de hablar de un libro como este, tan leído, tan idolatrado, tan consagrado, acostumbro a pensar mis palabras, no sea que alguno sienta herido su ego lector y sufra el arrebato de retorcerme el pescuezo…
A tenor de las lecturas escolares, decían los de esta mañana (ninguno de ellos maestro, aviso…) que los libros de ahora, unos efímeros, otros inadecuados, no son como los de antes, sempervirentes y de exquisita redondez. Y ponían como ejemplo la obra que trato hoy, El principito de Antoine de Saint-Exupéry. Y hablaban de cómo su texto tenía la capacidad de adaptarse a las edades del hombre, de sus variados niveles de lectura, de cómo las acuarelas del autor seguían vivas tras tantos años…
Les seré sincero: yo soy de esos que han leído El principito a una edad tardía. Y como cualquier hijo de vecino, he tenido mis razones para no hacerlo antes. Veamos…: en mi niñez prefería títulos con argumentos más dinámicos, con buenas dosis de aventura, o si no era así, exóticos al menos, por lo que la ñoñería y parsimonia de ese niño caído de un planeta con nombre de ecuación matemática no me sugerían ni un ápice de curiosidad, mucho menos después de intentar ver la versión cinematográfica de Stanley Donen: horrible (todavía hoy lo sigo pensando). Hasta que llegó un día, el día adecuado. Y lo leí. Y me atrapó… Como ya saben, cuando caes en las garras de un libro especial, te devora una extraña quemazón. Y te envenena.
Conozco a mucha gente a la que no agrada este príncipe que arrancaba baobabs (costumbre que me pareció insolidaria y fea de solemnidad desde que leí que este árbol, debido a su soberbia y vanidad, fue condenado por los dioses a esconder su corazón en la tierra y mostrar eternamente sus raíces) y hablaba con zorros, pero quizá, conforme pasen los años, opten por la quietud, por la calma, y se endulcen como la fruta con libros como este, para dejar de ser viejos, para dejar de ser niños.

jueves, 8 de abril de 2010

Sorpresa gris sobre fondo multicolor


Calificaríamos de paradójico lo que me aconteció con los libros en la capital francesa, sobre todo si atendemos a la luminosidad de sus calles y lo vistoso de sus rincones (a pesar de que un servidor no pueda continuar con esa fama de romántica que se gasta –lo siento, la Lisboa de Pessoa transmite más emociones-, sí que admito lo pintoresca que llega a ser), por ello y para meterlos en el ajo, se lo intentaré trasladarles a continuación.
Manda huevos que el aquí firmante, haya tenido que viajar hasta la primavera parisina, esa de límpido cielo, de coloridas plazas, para toparse con una librería sita en la “Rue de Rivoli” cuyo escaparate permanecía atestado de obras de Edward Gorey, autor macabro y siniestro donde los haya. Aun así, he de reconocer algo: si hay un punto que une lo florido de París (¿¡será por floristerías!?) con los dibujos entintados y retorcidos de Gorey, ese es el del encanto.
Relegado a una segunda categoría de ilustradores, quizá por su escasa formación, quizá por lo tétrico, quizá por considerarse a sí mismo un autodidacta, Edward Gorey, es el primer autor de un estilo muy en boga hoy día, un tiempo en el que, en cualquier librería, se prodigan un sinfín de personajes con esa estética cabezona y cuerpos raquíticos (he aquí al predecesor de Tim Burton, que se sepa abiertamente), un tanto fantasmagóricos pero con mucho chiste.
Aunque no alcanzó la notoriedad hasta bien entrado en años (consecuencias de las modas y de los cambios sociales), Gorey -junto a sus numerosos pseudónimos- ilustró historias propias, todas ellas con un sutil y sinsentido humor negro que trata temas que van desde la soledad o la infancia a la muerte, pasando por la maldad o la inocencia (véanse como claro ejemplo Amphigorey, Amphigorey tambien, Amphigorey ademas -las tres publicadas por la editorial Valdemar-, The unstrung harp, en castellano El arpa sin encordar, o The gashlycrumb tinies -Los pequeñines macabros-, un abecedario de corte infantil y buen exponente de lo sórdido y mordaz de su pluma, y obra a la que pertenece la imagen de esta noticia), y otras historias de diversos autores como Edgar Allan Poe o Edward Lear, a quienes él mismo admiraba, entre otros escritores, pintores o cineastas.
Seguramente el estilo de Gorey no encaje entre los niños, pero tampoco creo que sea un autor para adultos. Pienso que está ahí, buscando un hueco entre los deseos y miedos de unos y otros, porque, y séanme sinceros, ¿hay alguien más cruel que un niño?

martes, 6 de abril de 2010

Le printemps parisien


El regreso al trabajo podría ser una senda de gran pendiente si no fuera porque las vacaciones nos regalan momentos de descanso y recreo…, aunque he de sincerarme y cuchichearles que ayer estaba deseando que el día de hoy no llegara de manera tan precipitada… Me creerán poco profesional, pero con mucho descaro les sacaré la lengua y reiteraré lo que llevo pensando un par de días: ¡Mamá, quiero volver a París!
Sí, amigos, he pasado una Semana Santa a la “parisienne”. Pero como este blog no versa de arquitectura barroca, sino de libros, tengo intención de narrarles algunas impresiones que sobre la lectura me ha descubierto la Lutecia romana, comparada, por supuesto, con esta España incalificable (uno se va unos días y se encuentra a su regreso con que a niñas de la edad de mis alumnas les da por matarse… una pena…).
Además de pasear por avenidas, parques y alguna callejuela, también he pisado un par de bibliotecas (¡cómo no!) y –esto es verídico-, casi me dan ganas de llorar: jamás había visto tanto joven acudir de forma tan masiva a una biblioteca un sábado. Muchos pensarán que, claro, en una ciudad que tiene fama de tener una oferta de ocio etílico tan pobre, los chavales se ven obligados a leer para entretenerse del modo más inofensivo posible. Pero les aviso que de eso, nada. A París le sobran bares, terrazas y discotecas abarrotadas, tantas como las de Madrid. ¿Y las bibliotecas parisinas? ¿Son como las de aquí? Mucho me temo que sí. Excepto alguna cosilla, léanse las secciones sobre cómic (toda una pasión en “La France”) o el escaparatismo bibliotecario (si hay que vender el producto, se vende), son un calco de las de aquí
- Entonces Mengano, ¿qué títere llevan esos gabachos en la cabeza que no les impide compatibilizar libros con cubatas?
- Pues mira, Zutano, el mejor de los elixires para ampliar las miras cerebrales se llama “costumbre”, así que te recomiendo que te hinches de ese veneno en el próximo botellón y vayas cambiado esas preconcepciones hispánicas un tanto obsoletas que nos dicen que a las bibliotecas se va a vegetar.
Y con esto y buenas dosis de pintura impresionista, les invito a visitarme mañana para seguir con “le printemps parisien”.

Imagen superior: Fantin Latour. 1861. La liseuse. Musée d’Orsay.
Imagen inferior: Emile Friant. 1885. Autoportrait dit un étudiant. Musée des Beaux-Arts, Nancy, Lorraine.

viernes, 26 de marzo de 2010

A Miguel Hernández (4)




Aferrarse a lo terrenal, ademán de meros mortales, entorpece los pasos de aquel que quiere andar sin nudos u otras impedimentas… Decidirse y atajar las ligaduras, dejar al cuerpo abrir un camino entre selvas, no es cosa de salvajes y fieras, sino también de hombres. Por ello, el poeta, en ese ratito de brisa que insufla la vida, entorna la portezuela y se derrama rima tras rima… por el monte, por la yerba tibia.



¿Cuándo aceptarás, yegua,

el rigor de la rienda?


¿Cuándo, pájaro pinto,

a picotazo limpio


romperás tiranías

de jaulas y de ligas,


que te hacen imposibles

los vuelos más insignes


y el árbol más oculto

para el amor más puro?


¿Cuándo serás, cometa,

para función de estrella,


libre por fin del hilo

cruel de otro albedrío?


¿Cuándo dejarás, árbol,

de sostener, buey manso,


el yugo que te imponen

climas, raíces, hombres,


para crecer atento

solo al silbo del cielo?


¿Cuándo, pájaro, yegua,

cuándo, cuando, cometa,


¡ay! ¿Cuándo, cuándo, árbol?

¡ay! ¿Cuándo, cuándo, cuándo?


Cuando mi cuerpo vague,

¡ay!,

asunto ya del aire.



Miguel Hernández.

El silbo de las ligaduras.

En: Me ha hecho poeta la vida.

Ilustraciones de Miguel Tanco.

2009. Madrid: SM.


miércoles, 24 de marzo de 2010

De naturaleza...



Siguiendo con el carrete del pasado lunes y bien decidido a no comentar las premisas que han hecho de oro a buitres como Al Gore, hoy le llega el turno a otro título (este para lectores algo formados y talluditos) que muchos consideran de claras convicciones ecologistas… Y sin más dilación, procederé a desgranar el universo de Richard Adams en La colina de Watership.
Considerado dentro de esa categoría que muchos frikis se empeñan en llamar “literatura peligrosa” (todavía no conozco Literatura, con mayúscula, que no lo sea…), el mundo de Quinto es una para-realidad muy similar a la nuestra -actual, pasada o futura: elija la que desee-, sobre todo porque el recurso estilístico de la personificación así lo ha querido (léanse otros títulos que apestan a humanidad a base de excrementos propios del reino zoológico, como Rebelión en la granja, El viento en los sauces o La señora Frisby y las ratas de Nimh), aunque se podría decir que no la lleva hasta el extremo más terrenal, puesto que el comportamiento de estos conejos tan salaos, en muchas ocasiones, les hace parecer completos animales, la mayor de las bazas para crear ese discurso contra el deterioro del medio ambiente.
Si continuo diseccionando no negaré que la obra contiene atroces lecciones sobre el liderazgo y la supervivencia (Avellano), el valor y la dignidad (Pelucón) o la tiranía (General Vulneraria), pero soy de los que apuestan por una mirada más arriesgada: el nacimiento de una civilización, de una sociedad. Después de leer esta novela creo que los pormenores de una cuadrilla de lagomorfos que buscan madriguera no constituyen una historia coral donde todos y cada uno de los protagonistas representen una parcela de la viña del Señor, sino que todos ellos se comportan como un ente, un grupo con un objetivo común, un conjunto de intereses que se articulan, como le sucedería a cualquier ciudad o a cualquier país, y por ello son capaces de enfrentarse a los problemas con demasiada sangre fría o sacrificarse por el bien colectivo…, y si no es así ¿alguien me explica de qué manga se sacan un dios –Frith- o un héroe mitológico llamado El-Araihra?
Digo y diré que este es un buen libro, aunque a veces se extralimite en retorcidas descripciones o en ocasiones sufra de altibajos, pero es una cuidada lectura de cabo a rabo… ¿En qué grado? No se podría comparar a obras de parecido (subrayo esta palabra) argumento como El señor de los anillos, pero sí admito que es un libro ameno y dinámico (nadie imaginaría lo interesantes que pueden resultar unos cuantos conejos además de para preparar un buen gazpacho manchego), con “aceptable” carga emocional (hubiese llegado a la categoría de “correcta” si algún protagonista la hubiese palmado) y gran trabajo documental (no he leído jamás un libro que recoja tantos nombres vernáculos de plantas, ¡me compadezco del traductor!).
Una cosa: ¿qué diferencia existe entre un conejo y una liebre? Interaccionen, por favor, y cuando den con la solución, díganme cuál de las imágenes de las dos portadas que preceden a esta noticia corresponde a un conejo y cuál a una liebre.

lunes, 22 de marzo de 2010

Desperdiciar


Mientras los enteros de mi cuenta corriente descienden inexorablemente a consecuencia de esa afición que se nos inculca desde la cuna, la de pagar facturas, un servidor sigue pensando en lo mucho que se malgasta, desde la celulosa higiénica hasta el correr del agua (vaticino una gran sequía este verano pese a las desorbitadas reservas de líquido material con las que nos ha sorprendido el invierno), sin tener en cuenta el tiempo, claro está, ya que muchos lo consideran innecesario… ¡Ya está!: la optimización de los recursos es la salida, ¿cómo? Les pongo varios ejemplos: lavar el coche con el agua de la lluvia (fue lo que hice ayer), reutilizar los sobres de las cartas (péguenles un papel que tape dirección, remite y franqueo, añadan los nuevos datos y échenla al buzón) o pinten una bonita felicitación de cumpleaños con los restos de café o té que siempre quedan en la taza. Siempre he creído que lo que algunos desechan, otros buscamos cómo utilizarlo en otros menesteres menos obvios… y eso requiere una buena partida de imaginación. Señor lector, por veinticinco pesetas (¿han pensado ustedes en el bonito nombre de nuestra divisa?), dígame nuevas formas de reciclar y reutilizar los recursos de los que contamos. ¡Un, dos tres, responda otra vez! Y si no sabe qué responder, por lo menos no siga el ejemplo del oso protagonista de la última obra de Oliver Jeffers, El misterioso caso del oso (Fondo de Cultura Económica) un buen alegato de eso que algunos llaman “buenas maneras por el medio ambiente”.
P.S.: Y sin haberlo pensado, he iniciado una semana muy ecológica, por lo que he decidido continuarla y terminarla de esa guisa. ¡Pasen y vean!

viernes, 19 de marzo de 2010

A Miguel Hernández (3)



Me alegra que, de vez en cuando, las editoriales me puncen con alguna sorpresa y no sean tan previsibles como acostumbran. Es el caso del título de hoy, un libro que se ha abierto camino entre la ingente cantidad de publicaciones que conmemoran el centenario del nacimiento de Miguel Hernández, más que nada, porque, además de ser un poemario que incorpora una edición cuidada y con unas ilustraciones muy apropiadas para las rimas, recoge poemas inéditos del autor. Con una de esas poesías les dejo este día de San José (mis felicitaciones a todos los que conmemoran su onomástica) y me despido hasta la próxima semana.


Un ciprés: a él junto, leo.
(El sol va acortando un poco
a poco su fulgor loco.
Preludia un ave un gorjeo).

Me acuesto en la hierba. Leo.
(Es el poniente de hoguera:
contra él una palmera
tiene un débil cabeceo).

Echo el ojo al hato. Leo.
(Da el sol un golpe mayúsculo
a una montaña…
Crepúsculo.
Se oye de un agua el chorreo).

Me pongo sentado. Leo.
(La mugiente luz se enjambra
fingiendo una gran Alhambra
de mármol cristaloideo).

(Trunca el ave su gorjeo.
Por el oriente descuella
la noche.
¿Nace una estrella?).
No quedan luces… No leo.

Miguel Hernández.
Leyendo.
En: El silbo del dale.
Selección, introducción y notas de Juan Nieto Marín.
Ilustraciones de Paula Alenda.
2009. Zaragoza: Edelvives.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Sugerir lecturas


Los que disfrutamos con la lectura (esto es una pasión más que un oficio), como en otras parcelas de la vida, evolucionamos poco a poco (¿o quizá no?). Al principio leemos unas cosas, más tarde otras…, y luego, ¡lo que son estas cosas!, nos volvemos a topar con el mismo tipo de libros que nos encandilaron en su día y, tras leerlos, nos llevamos una pequeña desilusión. Esto no quiere decir que haya que quemarlos sobre una flamígera pira o no los recomendemos a nuestros amigos o conocidos. Y digo esto por buenas razones que expongo a continuación.
Aunque un título no me haya satisfecho por completo, gusto de recomendarlo a otros por el mero hecho de que, lo que no ha sido de mi agrado, no necesariamente tiene que disgustar a otros. Todos tenemos derecho de opinar, sujetos, cómo no, a nuestra idiosincrasia, calificar por nosotros mismos es casi un derecho (poco ejercido en estos tiempos de verdades televisivas absolutas o dogmas políticos… una verdadera lástima). El tener unas preferencias u otras y ser capaces de discernir entre varias clases de literatura es una de las funciones de la Lectura, así, con mayúscula incluida.
Por otro lado siempre creo necesaria la pluralidad. La diversidad de géneros literarios, autores y todo tipo de monstruosidades en letra impresa, ayuda a crear un hábito lector, más que nada porque deja de ser hecho impuesto. No por capricho, sino por convicción, defiendo esta postura, la de la paraliteratura, la de las historias sencillitas y previsibles, de esas que se saborean fácilmente, narraciones sin mucho enredo verbal, novelitas que permiten pasar páginas a todo correr sin producirnos resoplidos e inquietud desesperada, las defiendo a ultranza porque muchos lectores que comienzan a serlo, jamás hubieran leído de no ser por ellas.
La de hoy es una de estas obras, que, aunque parece un cuento navideño con final feliz, puede leerse en cualquier epoca del año, sobre todo por aquellos que quieren escuchar (recuerden: leer es escuchar) historias cotidianas sobre separaciones matrimoniales, sobre amores repentinos, sobre peceras y gatos, sobre parejas poco convencionales y sobre crápulas infelices… en un principio había pensado sugerir El frío modifica la trayectoria de los peces -Pierre Szalowski- para alumnos de doce a catorce años (como los de Evaristo), pero he pensado hacer una sugerencia general y que la lea quien quiera. Y déjense de mandangas.

lunes, 15 de marzo de 2010

Miradas desde la ventana


Temer no es de cobardes, es cosa de niños. De niños y grandes, no me malinterpreten…, que uno está hecho bicarbonato con tanto movimiento sexy durante las pasadas noches y no se encuentra en condiciones de discutir, rebatir o explicar (lo que no sé es cómo he sido capaz de escribir…). A lo que iba… Temblar ante lo desconocido es condición animal básica como otras tantas, por ello tampoco es necesario descalificar al que sale corriendo ante la amenaza porque, si no fuera de esta manera, muchos antílopes perecerían entre las garras de las fieras.
Lo que sí se puede vislumbrar como antinatural es huir de lo inofensivo, bien sea el trino de un pájaro o el niño que, desde la ventana de enfrente, nos mira callado, argumento desde el que Andrés Pi Andreu y Kim Amate parten para tejer una historia que, pese a haber obtenido el premio Apel.les Mestres en su última edición (nunca se debe fiar uno de los galardones, es mejor valorar las cosas por uno mismo), bien vale echarle un vistazo. La ventana infinita es la historia de todos nosotros –de los que hemos sido niños, claro-. De cómo los niños segregan al que permanece callado, al que tiene demasiada vergüenza para incluirse en el juego, al que ejerce de mero observador.
Aunque realizaría algunos cambios en lo que a la edición se refiere, léanse la infografía o el enmarcado de las ilustraciones (para mi gusto, que de todos hay), considero que es una buena elección moral (¿yo he dicho esto?) para las primeras edades del hombre… ¿o quizás para otras más adultas? Esa recomendación ya la dejo en manos de la divina providencia mientras echo mano de un Gelocatil®. ¡Y que comiencen bien la semana!

sábado, 13 de marzo de 2010

Se nos fueron las palabras...




De cuitas esta hecho el mundo, tántas que ya he perdido la cuenta. Penas dulces y, las más, amargas, han sembrado los caminos de sinsabores y otras malas yerbas, que de bordes y tercas se enredan en los arados y vertederas que cruzan los campos de nuestros días… No lo afirmo por crédula misericordia, sino en aras de la sinceridad, porque oigan, los lectores también lloran, lloramos por las palabras que perdimos.
Hoy ha muerto el último que escribió en mi lengua, el castellano, ese al que llamaron Miguel Delibes. Y un servidor, aunque de nula jaez y poca imaginación, quiere rendirle homenaje.
Descubrí a Don Miguel tarde, algo polvoriento y bastante mermado. Lo cogí de un estante y lo guardé allí donde cupo. Pasé las páginas de hito en hito, de tarde en tarde. Quizá no fue el comienzo deseado, pero bien me acompañó durante aquel verano. Luego siguieron otras sombras bajo otros árboles, en las que, digámoslo así, gané todos los colores: el rojo, el gris, y, si me apuras, hasta la claridad de alguna lágrima; porque perder, lo que se dice perder, perdí poco, tan solo un mentiroso guiño…
Y sí. La prosa del maestro vallisoletano no se puede considerar estrictamente infantil aunque ocurra en las tres edades del existir, pero he de afirmar, y aunque parezca insano confesarlo, que nunca he leído a Delibes, él me leyó a mí. Me recorrió por dentro, cada gota de sangre, cada arrebato, cada callada emoción. Y eso, les digo, bien vale mi infancia, la de todos nosotros. ¿Qué más podemos pedir?
Porque a los príncipes que hablan como sabios, no los destrona la guerra, ni la mano caudilla o la indiferencia postrera, sino que sólo la muerte se encarga de callarlos.

viernes, 12 de marzo de 2010

A Miguel Hernández (2)


Les explico este viernes lo que no les explique el pasado: puesto que este año se conmemora el centenario del nacimiento de Miguel Hernández, un servidor ha decidido incluir sus poemas aquí los viernes de este marzo (ya di mis razones de por qué lo hago este mes) como tributo al genio de este.
La figura de Miguel Hernández ha dado lugar a muchas lecturas, desde aquellos que lo han calificado de poeta paleto (¡Cuánto es el orgullo del clasismo!), hasta los que lo enarbolan como bandera del comunismo y la lucha obrera (¡Cuánta es la osadía de los políticos!). Todos enjuiciamos deliberadamente, el primero yo, pecador, que sigo pensando que don Miguel era uno con mucha humanidad, un pastor de ovejas, un pastor de ideas, un pastor de palabras.
Y para que no se fíen tan alegremente de mi, les dejo que opinen de sus versos con propio criterio.


Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraba los días
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.

Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.

Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.

Rabie de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.

Por el cinco de enero
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.

Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.


Miguel Hernández.
Las abarcas desiertas.
En: Corazón alado. Antología poética.
Selección de Juan Ramón Torregrosa.
Ilustraciones de Jesús Gabán (también autor de la imagen que acompaña esta entrada).
2010. Barcelona: Vicens Vives.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Tomando nota



Vivimos una época de paroxismo grotesco, casi rayana a la cuadratura del círculo, por lo que no nos debería extrañar el sufrir plagas de todo tipo, bien sean bíblicas, audiovisuales o informáticas (las que mas joden actualmente). Mofarse de lo que nos pueda acontecer en un futuro no muy lejano, llámese necesidad, tercermundismo o guerra civil, no es ligereza sino ironía, la máxima con la que escribo. En cualquier caso, el tremendismo no trae la calma, esa que mantiene serena y despierta a la mente, y ayuda en parte al encontronazo con la solución esperada, pero sí advierto que, agitar con fuerza el badajo, despierta a dormidos y soñolientos que se dejan encarrilar por esas cañadas de diplomacia, buenas formas y basura mediática que todo lo transfigura e instiga a la descoordinación.
Me preocupa cómo se va dibujando el futuro, me preocupa el cauce de los acontecimientos, me preocupa lo que escucho, lo que veo. Ando ciertamente cauto, sin perder ripio alguno, alerta, no sea que tanto estatismo se torne movimiento uniformemente acelerado y nos encontremos con un turbio desenlace en nuestras propias narices… Tras semanas de diligentes notas, observando el corazón de las cosas (lo que los japoneses llaman “kokoro”), auguro ánimos agitados, cambios. Solo espero que no nos lleven a ese belicismo desesperado de seres humanos porque sería, como siempre, matar moscas a cañonazos.
Y en el caso de que las armas tomasen las calles –la garra de la guerra siempre esta al acecho- y dado que hoy gustaba de reivindicar alguna historia olvidada, les recomiendo Una isla entre las ruinas, novelita de Uri Orlev (escritor judío que obtuvo el premio Hans Christian Andersen en el año 1996) y que en su día edito Alfaguara, sobre las consecuencias de los conflictos bélicos, usando como vector expositivo las penurias y perrerías que sufre un chaval en la Segunda Guerra Mundial.
Como colofón y por establecer eso del “feed-back” -asunto que gusta tanto-, piensen la respuesta a tamaña pregunta: ¿Ustedes creen necesaria la guerra?

Banda sonora original: This is war. 30 Seconds to Mars.

lunes, 8 de marzo de 2010

Mujeres...


Ya que me he pasado el fin de semana escuchando todo tipo de propaganda y comentarios referidos a la efeméride de hoy, he tomado la decisión, por muy mal que les parezca a mis seguidoras, de no celebrar este día de la mujer... ¡Y ojo con faltar!... Aunque pensándolo despacito no estaría de más tacharme de machista o misógino (palabra esta con una etimología preciosa, nada que ver con la de exabruptos y patadas que muchas feministas echan por la boca con tal de buscarse un hueco entre este infierno de varones) la cuestión es que me califiquen… Y no crean que me amedrento, sino que me consuelo de lleno y siéntome dichoso de no haber celebrado este día, de no haberme ahorcado con una bufanda de color lila y de no haberme paseado en ninguna de las manifestaciones convocadas por todo tipo de plataformas que se dedican a explotar a las mujeres de manera evidente y vergonzante.
Llama la atención constatar lo hipócrita de ciertos discursos, sobre todo los de aquellos que, mientras pasan el tiempo tras el atril hablando de la ablación de clítoris, la trata de blancas y la violencia machista, o hinchando el estómago a base de pesebres institucionales, sus esposas las están pasando canutas en el paritorio, fregando la taza del váter o estirazando de la vida. ¡Y porque no me ha dado por ensañarme con esas mujeres que contratan a otras (con menos suerte, hay que decirlo) por un salario de vergüenza!
Y si han quedado suficientemente cabreados/as con las palabras anteriores, contra todo pronostico les dejo con una cura eficaz (para que a algunos/as se les caiga la baba… no es mi caso puesto que no soy muy partidario de los llamados libros de valores), la titulada Rosa Caramelo, uno de tantos alegatos que Adela Turin y Nella Bosnia han convertido en libros para conseguir equiparar los derechos de la mujer a los del hombre.
Pero ya saben que yo sigo con mi tole-tole…, celebrando, como cualquier día, que comparto adoquines, mesa y tareas con otros como yo, llámense Llanos, Josefas o Antonios.

Banda sonora original: Adrienne. The Calling.

viernes, 5 de marzo de 2010

A Miguel Hernández (1)


Me gusta el mes de marzo. Porque llegan las lluvias que caen a cortinas. Porque los rayos del sol se abren paso entre los cenizos nubarrones. Porque la tenue luz del tardío invierno se refleja en el joven verde de los campos. Por ver abrirse las flores del olmo. Porque las ruinas de las acequias siguen rezumando el agua de antaño. Porque ventea. Porque marzea.
Me gusta el mes de marzo porque me sabe a Miguel Hernández.

Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
que son dos hormigueros solitarios,
y son mis manos sin las tuyas varios
intratables espinos a manojos.

No me encuentro en los labios sin tus rojos,
que me llenan de dulces campanarios,
sin ti mis pensamientos son calvarios
criando cardos y agostando hinojos.

No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
y mi voz sin tu trato se afemina.

Los olores persigo de tu viento
y la olvidada imagen de tu huella,
que en ti principia, amor, y en mi termina.

Miguel Hernández.
Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos.
En: Imagen de tu huella.
1934.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Animando a la lectura desde la televisión


Se suele decir que la gran asignatura pendiente de este mundo de tinta y papel es la de animar a la lectura. Unas veces se achaca a la escasez de presupuesto, otras a la falta de formación de aquellos sobre los que recae dicha tarea y otras a esta “maldita” sociedad de las tecnologías de la información. Pero da igual, si todo esto se soluciona, se sigue sin leer, incluso menos. Se dice, se comenta que nadie tiene un arma infalible, un recurso efectivo o una actividad llamativa que provoque una voracidad sin límite por los libros…, siempre se recomiendan cosillas, como tener siempre presente la figura del libro o hablar de ellos, e incluso, ver a alguien leer, asunto este que se relaciona con el discurso de hoy.
El pasado fin de semana, hurgando por la red, di con gran cantidad de páginas dedicadas a los libros que aparecen en la serie televisiva Perdidos (de hecho pueden husmear en uno de estos espacios desde la lista de enlaces que tienen a la derecha), todas ellas con comentarios sobre estos títulos que, generalmente lee uno de los protagonistas, un tal Sawyer (en honor al Tom de Mark Twain), un rubiales de bandera, llamativo y fornido. Esto es una prueba evidente de que la animación televisiva a la lectura tiene éxito…, aunque, si mal no creo recordar, desde el gobierno de nuestro país se llevó a cabo una campaña televisiva donde aparecían todo tipo de famosos leyendo fragmentos de este o aquel libro y que tuvo poca repercusión. ¿Y dónde está la diferencia entre ambas realidades? Aunque dichos personajes tengan su notoriedad (bien por actuar en un teatro, robar de las arcas públicas o fornicar con quién se ponga por delante), muchos son completos desconocidos, por los escasos minutos que aparecían en la pantalla, porque excepto sus ocupaciones ¿laborales? no sabemos nada más de ellos, cosa que no ocurre en el caso del tal Sawyer. Este personaje entabla una íntima relación con el televidente, con el seguidor de la serie: lo va conociendo poco a poco, su personalidad, sus inclinaciones, sus miedos y debilidades, llegando incluso a identificarse con él (lo que se llama empatía), por ello les interesa lo que hace, llegando a imitarlo, hasta el punto de leer escrupulosamente lo mismo que él (títulos nada desdeñables, por cierto).
Todo ello puede parecernos una curiosidad más, pero por no irme así, sin más, les dejo con una pregunta: Si los seguidores de Sawyer leen lo que éste lee por el mero hecho de que lo consideran una persona como ellos, no un personaje ajeno, ¿por qué nuestros escolares, aun viendo a sus padres, profesores y amigos -personas reales todas ellas- leyendo, no leen ni a tiros?... Y les adelanto mi respuesta: porque todavía falta algo… Admiración.

Banda sonora original: En honor a esta serie televisiva de la hoy hablo y que no he visto jamás, les invito a que escuchen Rescatando a Jack Shepard del grupo Diecinueve (si no la encuentran, les sugiero que se vayan al esta dirección http://www.youtube.com/watch?v=-y_-Ok4JnWc).

lunes, 1 de marzo de 2010

Llamada a ilustradores, maestros y otros monstruos


Ojalá pudiese comenzar todos los meses como este: con dinero en el bolsillo (no mucho, por lo que les disuado de que me asalten y dejarme vistiendo paños menores), una salud no muy mermada, ganas de comerme el mundo (que suceda o no es otra historia) y un libro como el que aquí defiendo (bueno, en realidad no suelo confundir gato por liebre…).
Todos sabíamos que, en el vasto mundo editorial había de todo, desde pornografía hasta catecismo, desde tratados de estilismo hasta vademecum de drogas de diseño, pero lo que faltaba era un manual para aquellos que quieren dar volumen a sus escenas e ilustraciones, un libro que estableciese las bases para la ingeniería del papel, un arte reservado a pocos, dado el trabajo que implica cortar, pegar, troquelar y doblar el papel para obtener formas tridimensionales con el solo movimiento de una página. De entre ellos, David A. Carter y James Díaz con Los elementos del Pop-Up (editado por la editorial Combel), se han atrevido a elaborar un muestrario de los puntos básicos que configuran cualquiera de estos libros (no son los únicos, para comprobarlo les recomiendo la siguiente dirección: http://www.robertsabuda.com/popupbib.html). Y no es cosa poca, créanme, ya que, clasificar todas estas técnicas en cuatro categorías -dobleces paralelos, dobleces en ángulo, ruedas y lengüetas- requiere de un buen dominio de las mismas.
Aunque en las librerías encontremos este título en las secciones de Literatura Infantil, no puede definirse como tal… Con seguridad, un bibliotecario estricto al aplicar la CDU incluiría éste en la categoría de manuales especializados (¿Existirirá…? Espero no dejar ver que ando algo verde en esta materia…), ¡porque oiga!, es un manual lleno de energía cinética, a rebosar de movimiento (me están entrando unas ganas locas de bailar).
Resumiendo: un libro para ilustradores con ganas de conocer la mecánica de este recurso que tanto éxito tiene entre los lectores primerizos (y no tanto…), un libro para maestros que quieran renovar sus recursos, un manual para los que enseñan geometría, un libro para todo aquel que quiera animar una frase, por ejemplo un “te quiero”.

Banda sonora original: Yo también, de La casa azul.

lunes, 22 de febrero de 2010

Segundo aniversario de este blog (o lo que ofrece la vida)



No es poca cosa eso de cumplir años, sobre todo cuando estos no se te incrustan en el organismo a modo de lapas y puedes moverte libremente sin las preocupaciones que dan el deterioro y la enfermedad. El caso es que hoy celebramos el segundo aniversario de este trocito de espacio que les otorgué en su día a los monstruos. A los monstruos como tú y como yo que vivimos encantados por esa magia que tienen los libros infantiles. En un principio pensé que sería uno más de mi larga lista de caprichos con principio desenfrenado y final despreocupado, pero una vez cumplido el par de años en esta empresa, apuesto por definirla como una realidad constante.
Y como no, además de dos velas sobre la tarta, también he de coronarla con una guinda: ¡qué mejor que un libro!... Y en honor a ese, el culpable de todo este embrollo, a quién robé el nombre de este lugar, el título elegido es Dídola, pídola, pon o La vida debe ofrecer algo más, del genial Maurice Sendak (editorial Kalandraka).



Este quizá es uno de esos libros "poco populares" (entrecomillo porque no es del todo cierto) de Sendak, sobre todo porque es un libro en blanco y negro que no llama tanto la atención como sus álbumes coloristas, lo que no quita para que sea un álbum complejo, como todo a lo que nos acostumbra este autor, y que quizá, es el que más fácilmente se puede trasladar al universo adolescente y adulto.
La obra está protagonizada por Jennie, la perra de raza Shealyham-Terrier que acompañó a Sendak hasta el año en el que se publicó esta historia (1967), un tributo en vida hacia una compañera que no sólo apareció en este libro, sino en otros anteriores como La ventana de Kenny, El letrero secreto de Rosie, Donde viven los monstruos y el descatalogado Héctor Protector y Cuando yo iba por el mar.



Como cualquier obra de Sendak, las andanzas de Jennie, entre tanta rima facilota y tanto animalito suelto, pueden parecer estúpidas e insulsas (así piensan la mayoría de los adultos que no han cogido jamás un libro infantil entre sus manos). Lo jodido viene luego, cuando yo afirmo categóricamente que se trata de una gran oda al inconformismo.
Veamos: la perrita Jennie encarna a la típica niña pija que está más que harta de vivir una vida sin fuste y repleta de comodidades, que pasa sus horas preguntándose si merece la pena una existencia tan estática. Al final, como si de una Paris Hilton más se tratase, decide largarse y comprobar que el mundo tiene algo más que ofrecer: aventuras a raudales, sinsabores de todas clases y vértigo, ese vértigo que le da valor al correr de las agujas del reloj (N.B.: Me encantan las palabras que terminan en “j”, ¿a ustedes no?).
Resumiendo: que tanto la Jennie, como la Fani, la Sarai, el Cristofer, la Janira y el Yonatan, necesitan comprobar por sí mismos que el mundo, cuando abre sus puertas de par en par, puede parecer enorme, complejo e incluso paradójico, pero jamás defrauda.



Técnicamente la obra parece más que pensada... Si nos fijamos en el texto -el más extenso de todos los compuestos por el genio Sendak-, se basa en las rimas infantiles de Samuel Taylor Goodrich, y tambien otras ya clásicas como las de Mother Goose, muy típicas en la tradición literaria infantil anglosajona. ´Al mismo tiempo se podría decir que hay mucho de coral en una historia donde se despliegan numerosos personajes "secundarios" que aunque parecen despistar, tienen mucho que decir, sobre todo por ese supuesto caos paradójico que es el mundo, con orden y equilibrio a partes iguales.



La estructura de las ilustraciones, bebe mucho de la secuenciación cinematográfica, más todavía referidas a la comedia muda de la primera mitad del siglo XX que hace gala de lo paródico y lo absurdo, algo que se puede apreciar en las páginas donde se desarrolla la obra de teatro que, con un parco guión y tosca acción, nos hacen esbozar una sonrisa.



Si a esto unimos la elección de la técnica de la plumilla (en este caso blanco y negro), una que vuelve poner en contacto una vez más a Maurice Sendak con los prerrafaelitas, y los guiños a obras de artistas clásicos como Da Vinci (¿Se han fijado en esa Mona Lisa que sonrie detrás de Jeannie? ¿Intentará decirnos algo sobre la fama? ¿Sobre sus mieles y corruptelas?) o a los bosques de los grandes pintores flamencos, tenemos notas de estilo que amplían el enriquecedor universo artístico de Sendak.



Para terminar esta perorata y animándoles a disfrutar del cortometraje que Spike Honze realizó de este libro (lo tienen a continuación), un último apunte…: Como la protagonista de esta historia, nunca imaginé la cantidad de personas que iba a conocer gracias a los libros que enhebran la pantalla de este ordenador. Por ello, reconociendo mi sorpresa por tener tantos y tan buenos lectores, a todos vosotros, gracias.



viernes, 19 de febrero de 2010

Baladas en vez de canciones

A todos aquellos que, desde Latinoamérica, no se olvidan de este lugar.

Una de estas tardes de lluvia (¡miren si son bonitas!), brujuleando entre estanterías, recovecos y catálogos de novedades, me topé con un título reseñable, Narices, buhitos y volcanes y otros poemas ilustrados, con selección –estupenda- a cargo de Herrín Hidalgo y dibujos –vivarachos y gamberros- de Carlos Ortin (editorial Media Vaca). De entre todos los poemas que recoge el título, tenía la intención de transcribir el titulado Cancioncilla, de Horacio Rega Molina, pero me ha sido imposible ya que la desordenada disposición de los versos no me ha ofrecido orientación alguna ni para leerlo adecuadamente, ni para vislumbrar donde empieza y termina el fraseo propio de sus versos (pormenores de las modernas ediciones), por lo que les dejo con una balada de ese mismo autor: la balada que, de niños, todos hemos cantado alguna vez…

Mañana el maestro dará prueba escrita.
(Mi infancia no tuvo sino días malos).
Sentada en un banco mi infancia recita:
Colón ha partido del Puerto de Palos.

Es día domingo. Llovizna. Hace frío…
…el cuarto es muy grande, yo estoy solo en él.
Parece que arrastra en el cuarto sombrío
Su cola de seda la reina Isabel.

Es día domingo.Con una constancia
que más dolorosa no pudo haber sido,
sentada en un banco, repite mi infancia:
del Puerto de Palos, Colón ha partido.

Las seis de la tarde. Se encienden candelas.
Se cierran las puertas. La casa es distinta…
Dan miedo, dan miedo, las tres carabelas,
la Santa María, la Niña y la Pinta.

Balada de un domingo de mi infancia.
Horacio Rega Molina.

jueves, 18 de febrero de 2010

Batallas libradas con astucia



Hace un par de días comprobé que es mejor pecar de astucia que dejarse llevar por los nervios. La cosa no sólo está en templar las fibras axónicas como si fuesen cables del mejor acero, sino en que no se note que éstas tiemblan al mínimo roce emocional… ¿Por qué? Hay una razón muy obvia: siempre hay algún zorro agazapado a la espera de que lo hagas para asestarte un buen golpe en la nuca y ganar tu cabeza como si del mejor trofeo se tratase. Y no nos engañemos, raposas hay tantas como conchas en el mar.
No se asusten, todos nos hemos comportado alguna vez como conejos despavoridos. de esos que elevan orejas y cabeza repentinamente, al mínimo tremolar de la yerba, ante un insignificante movimiento…
Pero no nos compadezcamos de nosotros mismos, de eso trata la vida, de aprender. Comprender que el campo no está lleno de orégano, que hay garbanzos negros que amargan el sabor de la olla y que las manzanas podridas son capaces de pudrir el resto del saco. En definitiva, que buena cuenta nos trae estar en alerta ante las amenazas. Porque hoy en día no se estilan las batallas campales de antaño, no son batallas sangrientas del pasado, sino las que se desatan en los despachos, en las comilonas derivadas del trabajo, entre compañeros, en las que penden de los lazos familiares, donde la estrategia se basa en el instinto, en el razonamiento puro y duro, en el lenguaje adornado, en la pantomima, el drama y esas migajas de ironía que llenan nuestras horas.
Y así, con El sastrecillo valiente de Arnica Esterl y las (por cierto, bellísimas) ilustraciones de Andrej Dugin y Olga Dugina -me encantan las imágenes de estos creadores… su aire flamenco, sus filigranas-, les dejo con una buena dosis de sagacidad, muy necesaria para los días que vivimos.

martes, 16 de febrero de 2010

De sentimientos basicos...


Pasado ese día que los grandes almacenes dedican a Eros y habiendo oído a detractores y fanáticos de esta fiesta tan amorosa (ya se sabe lo que da de sí todo este tipo de cortejo florístico), uno opta por dejar de lado esa especie de debates públicos que pasan a formar parte del pan de cada día y que –les aviso- también utilizan los politiquillos de tres al cuarto para desviar las atenciones de su amasado diario.
No es que prefiera los círculos de más alcurnia intelectual, pero es preferible que me dedique a otras empresas más productivas y nos dejemos el amor para la intimidad, esa entre los amantes y las sábanas, porque, a la postre, son los únicos interesados (entre los que me incluyo sin mucha dilación). A lo sumo, señalar que, para formas de amar, los colores. Las preferencias son ilimitadas. Los hay que aman un día y el resto del año ni se acuerdan. Otros prefieren el amor a diario, algunos lo adornan con todo tipo de guirnaldas, piñatas y confeti, y los de más allá prefieren vivirlo en silencio –no se preocupen, ya termino la frase: como las hemorroides-. A los de provincias –véase mi caso- nos encanta hincharnos a chuletas de lechal o, en su defecto, de una buena fideuá, para atiborrarnos de toneladas de calorías y luego desfogar allí donde se tercie. Seguro que otros de alta cuna y mayor abolengo se desviven por una cena de perifollo y porcelana a raudales, tanta, que no se vea ni la comida, para después bailar al son de unos mariachis venidos de la misma Oaxaca.
En fin, todo esto para dejarles con una novedad de esta primavera –ya saben cómo son las editoriales…- que se está haciendo de rogar (a este paso colgarán carámbanos de mis pestañas…). El amor y la amistad, de Oscar Brenifier y Jacques Després y editada por SM, no se puede decir que sea un título de sobrada genialidad, pero sí es un librillo con su aquel… Con un trabajo gráfico muy actual (apto para el gafapastismo más exigente), intenta introducir al lector en dos sentimientos básicos del ser humano…, adivinen cuáles…

domingo, 14 de febrero de 2010

Carnaval


Y como marca la tradición (de este blog y del calendario festivo), estos días, a pesar de las inclemencias meteorológicas, son de mucha alegría, sobre todo esa alegría que va desde la Plaza Mina hasta el barrio de La Viña, desde Puerta Tierra hasta el Castillo de San Sebastián, ahí van unas rimas para que disfruten del carnaval gaditano. Entre otras cosas porque soy carnavalero (ea, sigo siendo un niño), entre otras cosas por hacerles ese regalo: las palabras.

Aunque no han nacido en Cádiz
y hayan nacido en otras ciudades,
sin saber la razón,
un día se engancharon a los carnavales.
Te miran a los ojos, dicen orgullosos:
"soy carnavalero",
porque en su calendario empieza el año nuevo
en el mes de febrero.
Es su pasión y forma parte de su vida,
es una droga que su sangre necesita.
El carnaval le abrió las puertas a la Tacita
que en sus escapaditas
vienen a descubrir.
Empieza la preliminar
con los nervios para escuchar,
retumban sus corazones
y visitan tus rincones
pero a través de las coplas,
después peregrinan aqui
te necesitan sentir
y cuando hablan de su Cádiz
se les llena la boca.
Donde quiera que estés esta noche
escuchando este pasodoble
espero que te llegue al alma
este aplauso que hoy te manda el Falla.
A tí, porque el nombre de Cadiz llevas por bandera
tú que eres la prueba
de que los carnavales no tienen frontera.
Gracias por querer a mi fiesta,
por querer a mi gente,
y por querer a mi tierra.

Francisco Javier Márquez Mateo.
Pasodoble.
Comparsa El G-15.
Música de David Márquez Mateo.
Carnaval de Cádiz 2010.

lunes, 8 de febrero de 2010

Regalo de cumpleaños


A la hora de recordar las fechas señaladas, suelo combinar los dígitos a mi libre albedrío, asunto muy propio que a veces da buenos resultados y otras se resume en sonora catástrofe. También ocurre que en ocasiones, la memoria me abandona por entero y lo único que resta es un vago recuerdo. Creyendo que hoy es mi día de suerte y que he dado con el regalo apropiado, te deseo que cumplas muchos más, pajarico.

Péiname
cuando me peines
con peinecitos de escarcha,
porque los peines de luna
me despeinan las pestañas.

Lávame
cuando me laves
con jaboncitos de trébol,
pues los jabones sin suerte
se escurren entre los dedos.

Sécame
cuando me seques
con un toallón sin puntillas
pues los hilitos finitos
se pegan en mis cosquillas.

Préstame
todos los días
un sombrero para el sol,
un sol para mi sombrero
y una sombrita de amor.

María Cristina Ramos
Todos los días.
En: Un sol para tu sombrero.
Ilustraciones de Raúl Fortin.
1999. Editorial Sudamericana: Buenos Aires.
Ilustracion del post: Isabelle Arsenault.

jueves, 4 de febrero de 2010

Viajes


No me agrada la filosofía de los trotamundos de hoy en día, sobre todo si son de esos que piensan que al no enganchar un Concorde®, es como si no se moviesen del bar de la esquina. ¡Cómo han cambiado los cabezos! En la década de los ochenta, irse de Valdepeñas a Torremolinos era lo más parecido a una turné desde Copacabana hasta Miami, y ahora, con tanta tontería de altos vuelos y tanta pulserita-de-coctel-al-canto, todo lo que no sea vacunarse contra la malaria o sobrevivir a una elefantiasis, se nos figura una castaña pilonga. 

Lo suyo es irse a pasarlas canutas, dejarse las cervicales en honor de una mochila prestada (o heredada que es peor) y arrimarse a cualquier chambao para dedicarse un pestañazo, pero no… Todavía recuerdo aquellos deliciosos manjares de cuando me dio por viajar en la lozana juventud: tortillas francesas a base de claras, páprika de la Bohemia checa o garbanzos portugueses…, es decir, nada comparado con lo que se lleva ahora: las cenas típicas pakistaníes (¿y el “fresisuís” del badulake?), la cena de gala(midad) del capitán o el ritual de iniciación sexual del Sudán. Pero bueno, los que “semos probes”, todavía nos podemos conformar con limpiarnos la baba mientras disfrutamos de los hoteles del catálogo, las secciones viajeras de la prensa dominical o con las anécdotas de aquel que se fue a Madagascar a comer gorgojos con gabardina. Al final diré como mi madre, que pa’ viajar, los libros…


Menos mal que en los últimos días he dado con un libro álbum de kilométrico alcance. Tokio, de Taro Miura (Editorial Media Vaca), es un excelente libro de viajes, sobre todo si tenemos en cuenta que no todos podemos ir a Japón (cosa que me encantaría… queda muy snob y aporta un toque de distinción a las reuniones de tutores del primer curso de la E.S.O….) y que son Mito, una niña bien lista, y unos animales la mar de salaos, quienes nos cuentan las curiosidades de esta enorme ciudad del Imperio del Crisantemo.


martes, 2 de febrero de 2010

De funeral...



No es lo mismo estar deslenguado que ser lenguaraz. Al desvergonzado nada le puede si mantiene la boca cerrada, mientras que el mutilado, si abre dicho orificio, la caga y su derredor se figura contenida carcajada. Paradojas del lenguaje y mofas aparte, hoy les invito a un entierro. No creo que sea esta una despedida triste, créanme, hay funerales que parecen un festín… No por la alegría contenida de unos, ni por el mar de lágrimas que derraman otros, tampoco por la de grescas que se lían por los bienes a heredar, ni por ese par de tórtolos que han encontrado el mejor lugar para dedicarse unos arrumacos. Este entierro tiene, más que gracia, ironía (no se asusten, no es comparable a L’elogio funebre de Alberto Sordi). Ironías de la vida, ironías por el que ha muerto. J. D. Salinger.
Jerome David Salinger fue un hombre de paradojas, mofas e ironías. Paradojas por desear un éxito que, a la postre, lo recluiría como un eremita, apartándolo del mundo y aislándolo en el ataúd de la vida. Mofas por su prosa, lúcida, radiante, vertiginosa, inmediata, sencilla y directa, riéndose de esa otra que se le antojaba de segunda clase, riéndose como se ríen los adolescentes que todavía son niños, como se ríen los adolescentes que aún no son adultos. Ironías las de sus palabras, las de sus personajes, las de las situaciones narradas, las de hoy, nunca las de ayer, esas que pertenecen a otro siglo.
Salinger fue un autor moderno, tan moderno que fue americano, como la sociedad moderna de hoy. Quizá Holden Caufield era de otro momento, pero su gorra roja sigue tan vigente como cualquiera de las de hoy día.
Hace años que leí El guardián entre el centeno. No me sugirió nada del otro mundo. Me pareció irremediablemente simple, tanto, que se me figuró tonta. ¿Qué podía aportarme un chico que vagabundeaba entre prostitutas, taxistas y vividores…? Hoy ya he cambiado –o eso creo- y sé que Holden era dueño de algo que me faltaba en aquel momento: lucidez. Por eso Salinger lo eligió guardián, nuestro guardián.

No sé por qué hay que dejar de querer a una persona sólo porque se ha muerto. Sobre todo si era cien veces mejor que los que siguen viviendo.