viernes, 22 de octubre de 2010

Pollastres y polluelos


Los niños de pueblo ya no son como los de antes. Se lo digo yo que trato con ellos a diario… Con tanta Play Station® y tanta película en 3D han terminado por alienarse tanto o más que los de la ciudad. Ya pocos saben lo que es un lebrillo, una trébede o las cabañuelas… Espero que por lo menos no crean (como alguna vez me ha pasado…) que los pollos nacen en bandejas de poliuretano recubiertos por una delgadísima lámina de plástico.

Hola, Deva,
niña guapa.
Soy Manolito, el pollito,
y vivo en una granja.

Somos doce hermanitos,
y todos al mismo tiempo
nacimos de doce huevos
en un nido hecho en un cesto.
Mi mamá, la gallina Rufa,
Mi papá, el gallo Celesto.
Y debajo de sus alas,
casi, casi, no cabemos.

[…]

Esther García.
Deva y el pollito.
Ilustraciones de Tina García.
2010. Oviedo: Pintar Pintar.

miércoles, 20 de octubre de 2010

De números



Cada vez estoy más anonadado por la pésima matemática del españolito de a pie. Sí, sí, ya sé que tenemos muchas virtudes, desde nuestra merecida fama de juerguistas, hasta nuestra desmedida pasión sobre el colchón, pero de números, más bien poco. 
Álgebra, cálculo, trigonometría, ecuaciones, asíntotas y tangentes, quebrados, logaritmos, derivadas e integrales no son santo de nuestra devoción. Dicen por ahí que lo nuestro son las letras, aunque después de los últimos resultados académicos de los escolares patrios, no sé qué decir. Así que mejor es callarse… ¡Pero las matemáticas…! 


Y créanme, no será por el poco empeño de los profesores de la materia, no será por métodos didácticas, no será por manuales y libros de texto… Pero lo que es, es. 
Yo siempre odié el mundo de los números, tanto que prescindí de él en el antiguo C.O.U. Yo, se supone que un hombre de ciencias, era capaz de ahorcarme del extremo de una raíz cuadrada. Yo, nulo en la lógica formal de lo abstracto, las tuve que estudiar hasta obtener la calificación no muy honrosa de “aprobado”. 
Ea, es lo que hay... Así que pongan pies en polvorosa y ayuden a sus hijos, sobrinos, nietos y alumnos en la difícil tarea de comprender el rifi rafe de los números. 
Para ello les recomiendo dos nuevos títulos con los que la editorial Kókinos da la bienvenida al curso escolar: El agujero negro, de Jaime Compairé y Uno, cinco, muchos, de la incombustible Kvêta Pacóvska (que, para variar, me ha encantado y del que me las he visto negras para conseguir una imagen…). 


En el primero se establece un juego de tamaños a través de una serie de troqueles sobre fondo negro que se van haciendo cada vez más grandes gracias al pasar de páginas. Utilizando la secuenciación y un texto acompasado y sugerente, el lector-espectador desborda su imaginación con un simple círculo que puede albergar cantidad de elementos.
 

Dueño de lo inverosímil, este libro utiliza los múltiplos de diez y el concepto astronómico (si quieren saber qué es un agujero negro esta es una ocasión estupenda) para sorprender al lector desde el prisma de lo lúdico sin olvidar que él puede aportar mucho con su propia creatividad.


En la segunda propuesta, la Pacovska se adrenta en el universo de la aritmética para jugar con sus lectores una vez más. Personajes que se esconden tras puertas y ventanas, troqueles que invitan al descubrimiento, formas imposibles en las que se esconden los números y elementos que sirven de guía a la hora del conteo son los recursos que luce este libro.


Kveta se dirige al pequeño lector y le anima a interaccionar con su propuesta. Les ordena, anima, celebra y empuja. Una verdadera maestra que se esconde tras una propuesta que, a pesar de parecer un libro de conocimiento, esconde todo el arte del que ya hablamos aquí.
Lo dicho: si no consiguen aprenderse la tabla de multiplicar, siempre les quedará la cuenta de la vieja, recurso muy socorrido a la hora de ir al supermercado.

lunes, 18 de octubre de 2010

Analizando álbumes ilustrados




Son muchos los que se dedican a comparar obras literarias para entresacar así coincidencias y otros datos de interés relevante, dejando al descubierto una serie de influencias de unos autores sobre otros, claro ejemplo del proceso de construcción de la cultura en la mayor parte de los casos. En otras ocasiones, con claridad descubren los estudiosos que, en la consecución del noble arte de escribir, son más los que copian que los que crean.
No soy de los que abogan por señalar al que plagia. Bien pensado hoy día hay pocos que inventan algo, bien sea en lo televisivo, lo musical o lo artístico, por lo que más nos vale callar no sea que recibamos alguna merecida reprimenda por criticones y malpensados.
En cualquier caso, hoy les traigo un análisis comparativo entre tres álbumes ilustrados (creo que no abundan muchos estudios sobre estos casos dado la juventud de este género literario y lo apartado que queda de la literatura puramente académica).
Entre El rey del mar (Imapla, editorial Océano Travesía), Nadarín (Leo Lionni, editorial Kalandraka) e Historias sin fin (Iela Mari, editorial Anaya) existen una serie de paralelismos bastante llamativos.
En el caso de El rey del mar e Historias sin fin, los autores utilizan como hilo argumentativo el concepto biológico de la cadena trófica, es decir, el bicho grande siempre se come al pequeño, mientras que en Nadarín, Lionni da menos importancia a este hecho, apartándolo de su intención inicial: realizar una metáfora sobre la solidaridad (la unión hace la fuerza), hilo argumentativo que también presenta El rey del mar pero de manera menos evidente. En estos dos últimos, es notable que los animales elegidos para narrar la historia sean peces de todo tipo y condición, no como en Historias sin fin, donde los representantes del reino animal son más variados.
Entre las ilustraciones de Imapla y Iela Mari, además de los colores vivos y las líneas definidas, podemos destacar el movimiento como efecto visual de gran ritmo narrativo, conseguido gracias a la disposición de los elementos sobre la página. En Nadarín, por lo general, tenemos colores más tenues, propios de la acuarela, más adecuados para el tipo de historia que pretende contar el autor, la fabula de lo social, aunque las líneas quedan bien definidas por el uso de técnicas como el collage y los tampones. Asimismo, Lionni deja a un lado la dinámica narrativa, evitando el sentido unidireccional de la obra, y aboga por la narración clásica de ida y vuelta, lo que hace que su obra sea idónea para lectores más formados, no para los primeros lectores a quienes van dirigidas las dos anteriores, en las que el formato de la edición también ayuda.
En síntesis se podría concluir diciendo que El rey del mar es un híbrido entre Nadarín e Historias sin fin, pero ¿quiero decir con ello que no merezca ser leído con la misma profundidad que éstos? Contéstense a sí mismos…

viernes, 15 de octubre de 2010

Eternos




Hay poemas y poemas, unos se van, otros quedan… Este es uno de los que perduran, eternos…

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar:
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.

Éste era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes,

un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita como tú.

Una tarde la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla,
y una pluma y una flor.

[…]

Rubén Darío.
A Margarita Debayle.
En: Antología poética.
1988. Madrid: Edaf.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Docentes ¿y humanos?


El gremio de los docentes, aunque se supone de mucha clase y condición, es de los menos piadosos. ¡Qué se lo digan a la Lleni, la Dayana o el Yeison, estigmatizados de por vida por un nombre! (Tomen buena nota de este hecho, sobre todo si son dados al exotismo nominal y optan por bautizar a su hijo como Maiquel en claro homenaje al fallecido rey del pop). No se extrañen: los maestros “semos” humanos, tanto que nos encantan los alumnos pelotas, que nos obsequien y agasajen, odiamos a los que nos odian, somos maniáticos, déspotas y obstinados, también reímos, lloramos, bebemos y fumamos. ¿Alguien da más…?
Si pensaban que el profesor de “Geografía e Historia” de su hijo es un hombre amable, sensato, cordial, inteligentísimo, ordenado y justo, casi robótico, creo que se equivocan… El susodicho, para más señas, exmilitar (segundo batallón del ejército de tierra), licenciado por la UNED en Filosofía y Letras, con un expediente académico de 6,8, aficionado a la papiroflexia y la canaricultura y forofo del Marca®, tiene dos hijos, una fémina que se define como “emo-punk” a sus catorce años y un hijo de profesión delincuente juvenil. Está harto de suportar las ínfulas de su mujer, natural de Horcajo de la Serena y aspirante a señora de postín, para lo que necesita las artes y favores que una compañera de trabajo muy graciosa, con baja autoestima y que se apellida Santambroglio, está dispuesta a regalarle… Podrán imaginar que, con semejante panorama, este señor se las ve y se las desea para llevar una vida un tanto estable (no me gusta hablar de normalidad…), por lo que no pidan demasiado: mientras ese buen hombre lleve a cabo su labor y enseñe a su hijo las nociones básicas que debe, dense por satisfechos.
Sí, seguramente todos ustedes han sufrido la desfachatez, impertinencia e ira de algún odiado maestro, pero les pido un poco de amnistía y apoyo, no sea que a más de uno le dé por gasearnos tras un duro martirio, que bien es sabido que no cualquiera tiene la decisión y agallas para subirse a una tarima y explicar trigonometría, anatomía o análisis sintáctico.
En cualquier caso y para pedir perdón a todos esos alumnos denostados e incomprendidos por todo tipo de profesores, aquí les dejo con uno de esos títulos clásicos sobre males docentes, males escolares: Lucas (en el original Michael, paradojas de las traducciones…), de Tony Bradman y Tony Ross, editado en castellano por la editorial Océano.

lunes, 11 de octubre de 2010

De complejos físicos

En este tiempo de tanto aburrimiento, nos atenazan los complejos, por lo que más nos valdría picar piedra que reinar sobre la longitud de nuestra nariz o lo superlativo de los incisivos que nos han tocado sufrir. Para no hablar de michelines y patas de gallo, hablemos de otros temas menos acusados que siempre es mejor hacerse el orejas que pensar sobre ellas. Pero, ¡ay!, lo peor de todo no es acomplejarse a uno mismo, sino amargarle la vida al vecino con sonoros comentarios sobre las gafas de culo de vaso que se gasta. Que mire usted la barriga de la Conchi, y si no la ve, fíjese en la del señor Zutano, de buen comer y poco andar, por no hablar del mondongo de la sita Eulalia, del tamaño de una mesa camilla. Lo sensato sería no hacer tales observaciones, más hirientes que constructivas, aunque seguramente más de un cirujano plástico las agradece de buen grado, bien sea para engordar su cuenta corriente a golpe de bisturí o por la publicidad gratuita que de ellos se hacen. El caso es que estamos para que nos encierren bajo llave y a buena cautela, no sea que salgamos por peteneras y pidamos leyes eugenésicas, más que nada para homogeneizar el asunto y que no existan muchas diferencias entre ese hijo de Paquirri que se ha metido a modelo, el Risitas y el Cuñao.
Lo mejor de todo viene cuando, tras hacer cola en Corporación Dermoestética® (según me comentaron el otro día ciertas aficionadas a estas prácticas, no nos podemos hacer una idea de la cantidad de personal dispuesto a mutilarse en favor de la aceptación social) y sufrir los riesgos e inconvenientes que conlleva cualquier operación, llega un hijoputa y te confirma que antes de pasar por el quirófano estabas mucho mejor.
Y para que no se acomplejen y dejen que todo quisqui contemple su cuerpo serrano para disfrutar de la belleza de las imperfecciones, les hago llegar este gris lunes de octubre, la reedición de todo un clásico del álbum ilustrado, El rey mocho, una sencillita fábula de Carmen Berenguer con ilustraciones de Carmen Salvador (ediciones Ekaré) que aboga por obviar esos pequeños lastres con los que nos jode la naturaleza.

viernes, 8 de octubre de 2010

Madre no hay más que una



Y tras alegrarnos por Vargas Llosa y su merecido Nobel, llega otro viernes de poesía…
Soy un catacaldos. No lo puedo evitar. No teniendo bastante con el trabajo y otros quehaceres que ya se han convertido en obligatorios, intento exprimir al máximo el poco tiempo que me resta y me dedico a estudiar todo tipo de enigmas, desde lingüísticos, hasta medioambientales, cuestión que no sólo debo agradecer a mi voluntad, sino a la de mi madre, esa gran mujer que se dedica a cocinar todo tipo de manjares en pro de nuestro provecho, tanto gastronómico como intelectual. ¡Lástima que no tenga tiempo para ayudarme con el alemán!

Mi madre no sabía idiomas
pero era tan cariñosa…;
me decía que con empeño
puedes lograr cualquier cosa.

Mi madre no sabía idiomas
pero hablaba con las fresas,
me hacía ensaladilla rusa
y tortilla a la francesa.

[…]

Aurelio González Ories.
Mi madre.
Ilustraciones de Job Sánchez.
2010. Oviedo: Pintar Pintar.

miércoles, 6 de octubre de 2010

De fútbol, patrias y hogares


Una crisis económica da para mucho, incluso para ganar el campeonato mundial del deporte rey. ¿Quién nos iba a decir que el equipo español de fútbol iba a erigirse con semejante título? ¿A nosotros, que siempre estamos ganando todo de antemano y luego solemos comernos un mojón? Pues eso, que ganamos. Y ya está.
Dejando a un lado las lecciones de buen hacer que “La Roja” demostró en el campo, del orgullo que siente uno cuando un paisano sentencia el último partido, las demostraciones del trabajo en conjunto y la necesidad de apoyo y humildad en cualquier parcela de la vida, me gustaría hacer ver lo valioso del sentimiento ciudadano que, tras el éxito en Sudáfrica, aleccionó a los ¿gobernantes? de este país.
Creen los que parten el bacalao político, económico o cultural, que la plebe, rayana a la ignorancia, se deja manipular por la mercadotecnia burda y barata, hambrones de poca monta que venden su pellejo y voto al mejor pesebre. Pero el caso es que las clases bajas, obreras, lumpen o como quieran llamarlas, tienen un bagaje visceral que las capacita, colectiva más que individualmente, para mandar a la mierda a tanto chufla y aspirante, e irse a la calle engalanadas con la enseña nacional y hacer alarde de la patria más profunda: la que queda en el corazón. Por eso, lo que impregna al pueblo, pervive por los siglos de los siglos, amén.
Con seguridad, la resaca futbolera ya pasó, y sólo queda un vago recuerdo del gol de Iniesta y del “Viva España” que entonó Manolo Escobar, pero es un consuelo saber que siguen existiendo puntos que unen todos los caminos.
Y si esta crisis cuya existencia algunos negaban, nos ha permitido bordar una estrella sobre el escudo de la camiseta de nuestro equipo, espero que también nos ayude a valorar esta patria nuestra, a luchar por el futuro de este país, la España que recorrió Labordeta, para sentirnos, no como en un habitación alquilada, sino como en el propio hogar, como en casa.

Sowerby, J. G. & Crane, Thos. 2010. En casa. Barcelona: Flamboyant.

lunes, 4 de octubre de 2010

Sobre la suerte...


Dejando atrás un domingo de membrillos, membrillas, elecciones primarias, ganadores y perdedores, sólo cabe hablar de esa paradoja llamada “suerte”.
Hagámoslo pues.
De sobra sabemos que tras la suerte de unos se encuentra la desgracia de otros, aunque a veces el azar se gaste una buena jugada y lo que en un principio se figuraba un buen crujir de dientes pueda mutar en la mejor de las casualidades y avale eso de “lo que viene, conviene”. “No hay mal que por bien no venga” dicen los viejos para paliar el descontento del poco agraciado, pero meditándolo con descanso y buena lógica, concluiremos que la suerte de la fea la guapa la desea… Bien sea por infortunio, avaricia o envidia, casi todos opinamos que un poco más de suerte no nos vendría mal; el fastidio es el de contentar a todo bicho viviente, dura tarea para la providencia, incapaz de un reparto equitativo, más aún cuando para cultivar la buena estrella es necesaria una bien amueblada cabeza. En cualquier caso seamos solidarios y compartamos más alegrías que penas que, cuando todas las desgracias vienen a una, mal no viene una pizca de la suerte infinita que muchos se granjean, en la mayoría de los casos por obra humana más que divina.
Tema complejo donde los haya, sobre todo por esa naturaleza híbrida que mana de lo místico y lo mundano, lo mejor es dejarse ilustrar por uno de esos libros ilustrados que tanto gustan al personal que visita este lugar… Bruno, la oveja sin suerte, un título de la francesa Sylvain Víctor (editorial Océano Travesía) que versa sobre los pormenores del que cree ser desgraciado y de los que, supuestamente, tienen una flor en el culo.
Para terminar y pese a quien pese, déjenme decir que, a menos que hayan nacido en mitad de una guerra civil congoleña o a orillas de la taiga siberiana, olviden todo esoterismo y trabajen su misma suerte, esa capaz de labrar una mejor vida, de progresar a pesar de esos tropiezos que nos hacen caer en la desesperanza.

viernes, 1 de octubre de 2010

Mirada de felino


Observar (que no mirar) el mundo con buenos ojos nos puede salvar de más de una sorpresa, por ello acostumbro a hacer este ejercicio diario de musculación encefálica (la otra es más útil para lucir ropa a medida). Insisten muchos en que no se me escapa nada (¡qué más quisiera yo!), ni de unos, ni de otros, permaneciendo ojo avizor, observándolo todo, como un felino, como un gato…

Los ojos del gato
que no parpadea
son grandes ventanas
que nunca se cierran.

El mundo es pequeño
para su mirada,
todo lo descifra,
nada se le escapa.

Con su enorme vista
toca el infinito
vestido de estrellas
y allí se sorprende
de verse a sí mismo
en otro planeta
mirando a la tierra.

Los ojos del gato
que no parpadea
a veces se asustan
de lo que contemplan.
Ana Merino.
Poema del gato que no parpadea.
En: Hagamos caso al tigre.
Ilustraciones de Max.
2010. Madrid: Anaya.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Derechos, libertades, huelgas generales y otras historias un poco raras


Para David, que vive en pura gangrena.
Con certeza a más de uno/a (sobre todo a todos aquellos que viven en grandes urbes) le hubiese encantado enganchar del cuello a algún liberado sindical y apretar su gaznate hasta verlo morir de asfixia… Pero como se supone que somos personas civilizadas (repito: se supone) y vivimos en una social-democracia en la que la solidaridad es la piedra angular para que cualquiera, con la mínima excusa, nos dé por el culo, no hay que alarmarse ni desenterrar el tomahawk, que todos somos ¿hermanos?
Altercados varios y piquetes aparte, todavía sigo buscando alguna mente lúcida que me explique contra quien va dirigida esta huelga un tanto tardía y a la desesperada… Tras mucho pensar (fíjense en lo que dan de sí los cuarenta y cinco minutos de viaje hasta el puesto de trabajo) he llegado a la conclusión de que este levantamiento sindical (calificarlo de obrero ya sería decir demasiado) se ha urdido en contra de los que trabajamos o al menos lo intentamos. Lo siento en el caso de que ofenda su sensibilidad, pero manda pelotas que el derecho de unos atente con la libertad de otros, sobre todo si ambas están amparadas por la carta magna, por lo que lo más necesario en todo este tinglao es un buen abogado laboralista, no sólo para luchar por un salario justo y digno, no sólo para enfrentarse al despotismo empresarial, no sólo para compaginar la vida laboral con nuestras otras vidas, sino para arrollar a los farsantes que se hacen llamar libertadores, para hacer evidente que, si uno no se preocupa por la calidad de su propio trabajo, nadie, se haga llamar Estado, se haga llamar sindicato, se haga llamar esbirro, lo hará.
Y tras desplumar esta gallina tan suculenta que hoy nos ha traído la actualidad, sólo me queda decirles que el aquí firmante, de lo único que tiene buena gana es de jubilarse, dar por finalizada la vida laboral y escuchar otras Historias un poco raras de una sola imagen que no dan para tanta cábala, como esas que Pilar Roca ha recopilado y publicado en la editorial Mil y un cuentos-M1C.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Otoñales


De súbito y por fiel mandato del calendario, ha arribado el tan poco esperado otoño, ese que arremolina las hojas en los soportales y bufa a través de las rendijas.
La verdad es que se veía venir que las estaciones de este año iban a ser muy académicas, casi de libro, cosa rara en los países mediterráneos, donde, por cuestiones de demasiado sol y poca lluvia, nos conformamos con dos: el invierno y el verano. En cualquier caso se agradece semejante transición meteorológica, porque cuando el invierno nos asusta de golpe y porrazo, la nariz se torna inerte y los riñones crujen de frío... Me conformaré con ver brotar de la tierra el azafrán que de color nazareno tiñe los campos y llenarme el buche de los hongos más variopintos (a ver si este año hay más suerte con los alumnos y se pierden entre los pinares con tal de agradecerle a este humilde maestro las lecciones que imparte…).
Y para empezar esta temporada de musgo y árboles desnudos, de lluvia y bombillas tempranas, les sugiero un título que se me antoja muy otoñal, La leyenda de Sleepy Hollow, de Washington Irving (si he de recomendar alguna edición me decanto por la de la editorial Alba, un alarde de exquisitez si atendemos a las ilustraciones de Arthur Rackman), una de esas historias sencillas con bastante misterio que han arraigado en la cultura popular, sobre todo norteamericana. Y se preguntarán: “¿Por qué otoñal?” Reside en el ideario colectivo esa premisa de que el miedo, la tensión y otros tembleques, han de ambientarse con carámbanos, temperaturas bajo cero y nieve para parar un tren, cuestión creo que debida a Hollywood y sus producciones. Pero, si tuviera que elegir una ubicación climática para cualquier historia truculenta, me decidiría por las lluvias constantes del otoño, la luz apagada del otoño, la desnudez de los bosques en otoño, la fuerza del viento en otoño, el barro en otoño y la soledad del otoño. ¿Y ustedes? ¿Qué eligen?

viernes, 24 de septiembre de 2010

Oda librera


Y como primer viernes del curso librero que nos ocupa, ¡qué mejor que una oda al mundo de las páginas! ¡Feliz fin de semana! Descansen, que ya me encargaré yo de machacar el cuerpo…

En el mundo de los libros,
puedes vivir muchas vidas
y ser alguien muy distinto.

En el mundo de los libros,
lo que se cuenta es verdad
aunque no haya sucedido.

En el mundo de los libros,
hay ciudades invisibles
donde ves lo nunca visto.

En el mundo de los libros,
ayer puede ser mañana
y el futuro ser hoy mismo.

En el mundo de los libros,
se atraviesan los espejos,
cualquier límite prohibido.

En el mundo de los libros,
todos los libros del mundo
llevan dentro un sueño escrito.

Juan Carlos Martín Ramos.
En el mundo de los libros.
En: La alfombra mágica.
Ilustraciones de Cristina Müller.
2010. Madrid: Anaya.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Reencontrarse


Son Torremolinos, Gandia, El Puerto de Santa María, Sitges o Benidorm, abanderadas de primer orden de las costas españolas, cosa que los veraneantes agradecen a manos llenas (de billetes, se sobreentiende…), pero como el que aquí se expresa es hombre de secano, casi un melón de piel de sapo, se encerriza en elegir Madrid como destino de sol y ¿playa? (¿Quién dijo que París bien vale una misa que lo hincho?... Menos mal que no soy madrileño de chotis y rosquillas listas, porque habría que soportarme a base de rosquillas tontas y algún que otro Tranquimazid®…). Por ello, ni corto ni perezoso, allá por el mes de julio, cuando el calor apretaba y aprovechando unos días entre examen y examen, enganché el macuto y me perdí por calles como la del Pez o la de las Infantas. Y perdido como estaba me dediqué a encontrarme: que si buscando este ensayo en la cuesta de Claudio Moyano, que si degustando un par de cañas en “Casa Parrondo”, que si unos fideos chinos en el subterráneo de Plaza de España, que si desde Cascorro a la Plaza de la Beata me encaramo a la terraza de “La Casa Encendida”, que mire usted los goles que le zampamos a los alemanes, ¡y a semifinales! (Nota: la semana que viene les prometo una de fútbol y chovinismo), que si esto, que si lo otro, que si lo de más allá…, pero ¡Ay Carmela! la banalidad no dio para más y quiso truncarse cuando pasé por la puerta de una buena librería (¡Soy humano, odo!) y no pude resistir la tentación de echar una ojeada rápida a los títulos de reciente (a estas alturas no tan reciente) factura…
Podría recomendarles unos cuantos de los que allí leí, pero quizá el más apropiado para esta segunda reseña de la temporada y puesto que en la primera no nos dimos el pertinente abrazo de amigos que se vuelven a ver tras un tiempo, sea El encuentro, una pequeña historieta gráfica para primeros lectores de Enrique Flores y editada por El jinete azul que, con trazo vigoroso y en pocas páginas, nos habla de eso mismo, de los reencuentros.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Rentrée


Es una verdadera lástima empezar este curso con tan pocas ganas, pero como sé de su comprensión, me disculparán con toda seguridad… No se apenen, que tamaño cansancio tiene su origen en un derroche de energía ilimitado. 
Aunque vendrán tiempos mejores, le digo adiós al verano con una pérdida de fuelle paulatina: tanto trajín estival, en vez de terminar con la reserva de grasa que tenía en el abdomen (¡malditas seáis, cervezas!), ha provocado cierta somnolencia cerebral, lo que se traduce en perrear sin límites al amago de una sombra bienhallada. El caso es que les podría contar todo tipo de triquiñuelas, pero es mejor narrárselas paso a paso, no sea que sufran un vahído y necesiten asistencia sanitaria.


Por lo pronto les tengo que informar de que soy un recién estrenado funcionario en prácticas. Den crédito a sus ojos y mis palabras: sí, el nene se ha “colocao”. Nadie dijo que fuese fácil, tampoco difícil, pero todos sabemos que, hasta que llega la hora de hacerse con una plaza en la Administración, el periplo es un auténtico coñazo. De ahí parte de mi alegría, como comprenderán… 
Les he de confesar que el éxito no se me ha subido a la pituitaria y sigo siendo el mismo mentecato que se pirra por una tarde en la playa acompañada de buena juerga. Entiéndanme, no está la vida ni la cuenta corriente para menospreciar un trabajo fijo, pero tampoco hay que basar nuestra efímera existencia en esos logros que el universo adulto nos va marcando, porque entonces, poquito a poco, nos iremos contaminando y quedaremos abandonados, marchitos y perdiendo esa frescura que algunos llamamos “felicidad”. 


Y haciendo un poco de memoria en los estantes, me he encontrado el ¿Qué es un niño? de Beatrice Alemagna. Publicado por SM hace años y ahora recuperado por Eccomi, es un libro en el que todos nos deberíamos detener alguna vez en la vida, pues con mucha hondura, se interna en ese ecosistema infantil que, alejándose de lo pueril, explora lo universal.
Ejemplos, anécdotas e impresiones que se devanan para defender la infancia como patria común de todos los mortales (Rilke o Delibes dixit) y de paso ponen en tela de juicio el ámbito de la madurez (no todos se vuelven tan sensatos y juiciosos conforme cumplen años).


La artista italiana afincada en Francia, nos presenta un recorrido por lo que, a su juicio, son los devaneos, alegrías, pensamientos y miserias que asaltan a los chiquillos. Acompañados por diecisiete criaturas, esta carta abierta sobre la niñez nos habla de gente que duerme, gente que se alimenta, gente que ríe y gente que llora en cada doble página. Al fin y al cabo, los niños son gente como tú y como yo (¿Acaso todos no hemos sido críos alguna vez?).


Una sabrosa piruleta, la nieve que cae, miradas cómplices hacia los adultos...  Es curioso como esta serie de retratos elaborados con una técnica que recuerda a la de Wolf Erlbruch, juega con nuestro subconsciente a modo de álbum de recuerdos, una especie de catálogo que funciona como espejo y ventana. Vemos la infancia a través de nosotros mismos, pero también desde una perspectiva ajena. Sorpresa, alegría, tristeza, sosiego, disfrute... Todo se convierte en una respuesta a la pregunta que da el pistoletazo de salida que se articula un diálogo interior y va saltando de un concepto a otro, al tiempo que cierra ese círculo narrativo: los niños son personas. 


Léelo, sigue esa guirnalda que construye la Alemagna en las guardas, empieza a descubrir a todos esos niños y termina por ti.

martes, 29 de junio de 2010

Despedida con olas


Retornando del oscuro abismo en el que el cerebro crepita como la broza seca (léase “oposición”), les diré que el primer ejercicio no resultó tan grave como se esperaba: escribí unas cuantas páginas al respecto del tema elegido, lo traté de manera completa y fui bastante meticuloso con la presentación y caligrafía. En síntesis, esperaré al segundo ejercicio y la nota final, que siempre gusta de ser sorpresiva (¿Alguien conoce un tipo de examen realmente objetivo…? Como profesor que soy les diré que no).
Y ahora llega lo dramático de esta noticia: la despedida… Sí, me marcho, que uno también se merece unas vacaciones. No sé por cuanto tiempo, la verdad sea dicha, pero creo con seguridad que volveremos a vernos allá por septiembre, cuando el curso escolar comience, cuando las editoriales nos oferten novedades, cuando los maestros comiencen a enseñar de nuevo. Pero tranquilícense, no crean que voy a pasar el rigor veraniego rascándome la barriga (¡dichosas abdominales!), leeré lo que pueda, visitaré nuevos lugares que me inspiren, pensaré en iniciativas que les agraden y traeré nuevas formas verbales con las que hacerles reír o enfadarse (ya saben como funciona este espacio…). Pero hasta entonces, les dejo con un libro y un deseo.
Como lectura les recomiendo un chapuzón en un mar muy particular, En el mar de la imaginación, uno de esos sitios que mojan la sonrisa, que nos dejan construir castillos en el aire, que nos permiten respirar hondo y sentirnos vivos… Uno de esos sitios que les gustan mucho a los maestros (siempre lo mencionan en los cursos que imparto o a los que asisto) y que se merecía una mención en esta época de tan altas temperaturas. Así que sumérjanse en las historias de Rafael Calatayud Cano, esas que hablan de Bárbara, Salva, Elsa o Julio, esas que ilustró en su día Roger Olmos, y disfruten mucho, muchísimo.
En cuanto al deseo, sólo quiero que pasen un feliz verano, sin gastar mucho dinero, con mucha alegría y con más salud, sencillamente por la fidelidad con la que me leen, por recomendarme este o aquel libro, por el tiempo que me dedican y por ser una pequeña parte de este sitio donde viven los monstruos.
Hasta pronto.

viernes, 25 de junio de 2010

El mar... La mar...


Mañana debuto por enésima vez en el maravilloso mundo de las oposiciones… Y como no sé qué más decir, me remito al mar, a sus olas… ¡Quién pudiera disfrutarlo!... Deséenme suerte, sólo eso. Hasta la semana próxima.

Aquí, junto al mar,
el cielo ¡tan cerca!
se puede tocar.

Estrellas de agua
y agua de cristal,
como una campana.

Aquí, en la arena,
el agua se amansa,
el cielo marea.

En la playa, playa,
los niños enredan
con sus manos largas.

Aquí, junto al mar
-¡la vida tan cerca!-
se puede jugar.

José María Plaza.
Junto al mar.
En: Pajarulí. Poemas para seguir andando.
Selección de José María Plaza.
Ilustraciones de Noemí Villamuza.2009. León: Everest.

lunes, 21 de junio de 2010

El fin de un verano que no llega...


Auguran los partes meteorológicos que este va a ser el verano más caluroso de los que han atravesado estas latitudes y que, inexorablemente, arriban mañana las altas temperaturas a nuestro terruño. No creo ni una pizca de estas profecías, menos todavía cuando la climatología ha dejado por tierra al mismísimo refranero castellano, que de sabiduría rebosa un rato. ¡Ya no sé qué hacer con la cazadora! Si desterrarla en el fondo del ropero o cargar con ella todo el santo día… Lo más grave es que llevo tres semanas a pique de pillar un perrequeque con tanto ajetreo de vestimenta, y así uno no puede estudiar, corregir o planear psicodramas para todo tipo de alumnado. El mayor de los males es que no puedo hacer uso del abono mensual de la piscina, que el agua está que jode a semejantes inclemencias.
Por si acaso, he decidido, ponerle punto y final a este comienzo de verano, no sea que se largue como ha venido y nos deje con tres palmos de narices. Por todo esto y curándome en salud (no hay nada mejor que adelantarse a los designios del tiempo) les dejo que disfruten de este sol que amenaza con esconderse con El último día de verano, un álbum ilustrado de Cristina Pérez Navarro publicado en la colección Sopa de libros de la editorial Anaya y que me recomendó en su día la sempiterna bibliotecaria Encarnita, que además de coletazos veraniegos, nos habla de lo importante que es conservar la costa para legarla a los que queden, a los que vengan –cuña humorística: sean alemanes, ingleses o de las islas bálticas, el caso es que se dejen la guita, que falta nos hace-.
Y no se confíen: tápense durante la noche.

viernes, 18 de junio de 2010

Flores que caen


Enlutadas palabras plañen sobre el féretro de hoy, más debieran ser alegres en vez de gemir un triste son; así lo merece el muerto, así.
Hoy ha muerto Saramago. Y siempre que muere un reguero de tinta, un pétalo cae de esta, mi flor, regada cada día para que las palabras nos recuerden que la imaginación del hombre ondeará sobre todas las cosas, sobre todas las flores…
* * *
[…]
Baja el niño la montaña,
Atraviesa el mundo todo,
Llega al gran río Nilo,
En el hueco de las manos recoge
Cuanta agua le cabía.
Vuelve a atravesar el mundo
Por la pendiente se arrastra,
Tres gotas que llegaron,
Se las bebió la flor sedienta.
Veinte veces de aquí allí,
Cien mil viajes a la Luna,
La sangre en los pies descalzos,
Pero la flor erguida
Ya daba perfume al aire,
Y como si fuese un roble
Ponía sombra en el suelo.
[…]

José Saramago.
La flor más grande del mundo.
Ilustraciones de Joao Caetano.
2007. Madrid: Alfaguara.

lunes, 14 de junio de 2010

Bibliotecas al galope



A las bibliotecarias y bibliotecarios que me siguen a diario.

La boda del sábado, apoteósica, gracias (pregúntenle a mi cuerpo… ¡Bufff!).
Dejando caer la cortinilla (a veces hay que correr el telón de manera repentina y dejar que el tiempo siga su camino, y las dos semanas que restan son cruciales para preparar a conciencia el examen de oposición que me espera el sábado 26 de este mes… ¡Ea!) y sin mucho preámbulo, hoy les traigo un libro exquisito y que puede ser un buen regalo para todas las bibliotecarias y bibliotecarios que siguen este espacio, La señora de los libros, de Heather Henson y David Small (autor también de La jardinera, reseñado aquí hace un tiempo). Este álbum ilustrado publicado por la editorial Juventud, narra la historia de una de esas bibliotecarias que recorrían a caballo el oeste norteamericano para poblar de libros los hogares más inaccesibles, más alejados.
Por supuesto que es una historia con final feliz que les invito a leer, pero aprovechando la divulgación que ésta hace de un proyecto que se llevó a cabo en los Estados Unidos en los años treinta, quiero hacerles llegar otro tipo de acciones por la lectura que también se llevaron a cabo en España en la misma época, concretamente en la Segunda República (1931-1936) –¡y seguimos contribuyendo a la mitificación de este periodo de nuestra historia!-, época en la que, a través de las Misiones Pedagógicas (esas que abanderó María Moliner, la del diccionario, sí), se crearon bibliotecas ubicadas en las aulas educativas del mundo rural, concretamente en aquellas localidades más desfavorecidas y alejadas de la cultura, donde el maestro, además de utilizar el fondo de la misma para su ejercicio pedagógico durante la jornada escolar, al acabar ésta, lo prestaba al resto de la población, haciendo posible así que la cultura arribase a los puntos más apartados de la geografía española, todo ello enmarcado en una organización bien estudiada donde el profesorado recibía nociones de biblioteconomía.Y así, con bibliotecas viajeras, con analfabetos que dejan de serlo y esa magia que tienen las palabras, les dejo que me toca repasar…

viernes, 11 de junio de 2010

De bodas y bailes


Les aviso que este fin de semana asisto a una boda de postín (¡con la que está cayendo!), de esas de pamela y chaqué, cosa fina teniendo en cuenta el pelaje de los invitados, a cada cual más garrulo y chabacano…
(Suspiro) ¡Siempre nos quedará París…! O en su defecto “Vinos El Gordo” (aprovecho para hacer la cuña publicitaria pertinente), que bien valen una buena misa, o en su defecto, una juerga…. En cualquier caso, intentaremos pasarlo como arrabaleros, eso sí, caracterizados de personajes elegantes, al son de cualquier bailecito de bodas como este:

Por el Totoral,
bailan las totoras
del ceremonial.

Al tuturleo
que las totorea,
baila el benteveo
con su bentevea.

¿Quién vio a picofeo
tan pavo real,
entre las totoras,
por el Totoral?

Clavel ni alhelí,
nunca al rondaflor
vieron tan señor
como al benteví.
Cola color sí,
color no, al ojal,
entre las totoras,
por el Totoral.

Benteveo, bien,
al tuturulú,
chicoleas tú
con tu ten con ten.
¿Quién picará a quién,
al punto final,
entre las totoras,
por el Totoral?

Por el Totoral
bailan las totoras
del matrimonial.

Rafael Alberti.
Bailecito de bodas.
En: Rafael Alberti para niños.
Edición de Mª Asunción Mateo.
Ilustraciones del autor.
2000. Madrid: Ediciones de la Torre.

P. S.: Y si no me leen el lunes, ya saben el motivo… ¡Buen fin de semana!

miércoles, 9 de junio de 2010

El humor en los tiempos del trajín


Una vez transcurrida esa jornada de huelga que se prometía insulsa, sin garra ni condimento (sólo faltaba la inimitable Sara Montiel diciendo eso de “¡¿Pero que invento es esto?!”), aquí regreso para hacer gala de mi “humol-amalillo” y relatarles algún que otro invento…
Llevo unos días horribles, no es desánimo ni otra patología que necesite asistencia inmediata, más bien podríamos definirlo como desenfreno, que bien mirado, es necesario en algunos momentos de la vida, sobre todo si lo encauzamos debajo de alguna sábana (Mami, ¿qué será lo que tiene el negroooo?). Estoy alterado, y eso que todavía no he parado de camino a mi lugar de trabajo y segar matas de los campos de opio que blanquean el camino… Más bien se debe a la cantidad de recados que tengo que hacer al cabo del día: “Recoge esta carta certificada”, “Levantaos del suelo, maleducados”, “Envía esos documentos”, “Necesito dos tablas de 24 x 109 cm”, “¿Te vienes a echarte una cerveza?”, “¿Cómo voy a decir que no?”, “La programación…”, “Todavía nos quedan las evaluaciones”, “Hay que preparar los exámenes de septiembre” y un largo etcétera de sinvivires (¿alguien podría corroborarme la existencia del plural que acabo de utilizar?). Si a este catálogo de estares le unimos que la editorial que ha publicado el título de hoy no ha tardado mucho a la clamorosa petición para que me facilitasen una imagen en condiciones del mismo, esto se parece más a un cajón de sastre que a un blog, ¡hasta mis alumnos los hacen mejores! El caso es que he creído muy necesario reseñar Tantos tigres atados del coreano Moon-hee Kwon por ser una de esas historias desternillantes que ahonda en nuestro buen humor y dan un poco de tregua a todos esos holgazanes que con mucho ingenio saben sacar adelante las más descabelladas empresas. Sólo haría una salvedad (no sé si al autor o al traductor): todavía no conozco ningún animal, por lo menos de esta parte del universo, que defeque por la cola… Je, je, je, je, je… Lean el libro y adivinen el porqué.

lunes, 7 de junio de 2010

Números y letras


No recuerdo si lo he comentado en alguna ocasión, pero como viene al hilo, lo cuento pese a arriesgarme al insoportable arte de la repetición. Giraba el año 2006 y yo andaba con él por parte de la geografía manchega defendiendo desde varias palestras la bonanza de los libros para participar en el proceso de enseñanza-aprendizaje de aquellas materias que no fueran las exclusivamente lingüísticas. Con detractores y seguidores desarrollé mi personal teoría de cómo las letras podían cooperar con la tecnología, la anatomía, la historia o las matemáticas (si alguien tiene interés en profundizar sobre el tema puede leer un artículo de mi autoría dedicado a este tema y publicado en el número 227 de la revista CLIJ)… La lástima del asunto es que, con esto de la innovación educativa, pasamos del desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación al plan de lectura, y de este a los ordenadores portátiles, y de ellos (y con toda seguridad) a la taza del váter que para eso se está deteriorando de modo irremediable la Educación… Los optimistas (como yo… ¡No se rían!) pensamos que esta crisis va a venir de perlas a esta sociedad del usar y tirar, y que si algo va a salir beneficiado y fortalecido serán las aulas (no se extrañen: por algo se empieza, aunque sea un pedo…).
Y para ir calentando motores (no sé para qué si el año que viene no va a ser necesaria la calefacción atendiendo al calor humano que van a emanar los cuerpos de nuestros alumnos que, como sardinas en lata, se agolparán en los pupitres, como antaño, cuando los grupos superaban la cuarentena) hoy les recomiendo un álbum ilustrado muy numérico y gracioso. Don Queharé, de Ruth Vilar y Arnal Ballester (editorial La Galera), aunque hace uso de recursos muy utilizados en la LIJ, por ejemplo el de la retahíla y la simetría textual, también se decanta por el sinsentido más absurdo para seguir la marcha de un cartero bastante peculiar y de paso, aprender a contar unos cuantos números -¡viva la interdisciplinariedad!-.
Tomen nota y cuenten, que con las rebajas de la nómina, más nos vale.

viernes, 4 de junio de 2010

Terminando la primavera


El que aquí escribe todo tipo de duelos y quebrantos (denótense así mis orígenes manchegos… y su gastronomía) se las ve y se las desea para encontrar todas las semanas, versos que no resulten repetitivos –uno no llega a la altura de Salvia y su blog de “Poesia Infantil i Juvenil”-, así que de vez en cuando hay que usar poemas de relleno, que son tan válidos como los escogidos adrede… Y este viernes, porque sí y pasa salir del paso, le llega el turno a Juan Ramón Jiménez y unas rimas tituladas Abril… y no se preocupen por tanta primavera, que la semana próxima prometo traerles algo con sabor a mar y castillos de arena…

El chamariz en el chopo.
- ¿Y qué más?
El chopo en el cielo azul.
- ¿Y qué más?
El cielo azul en el agua.
- ¿Y qué más?
El agua en la hojita nueva.
- ¿Y qué más?
La hojita nueva en la rosa.
- ¿Y qué más?
La rosa en mi corazón.
- ¿Y qué más?
¡Mi corazón en el tuyo!

Juan Ramón Jiménez.
Abril
En: Letras para armar poemas.
Selección y prólogo de Ana Pelegrín.
Ilustraciones de Tino Gatagán.
2000. Madrid: Alfaguara.

miércoles, 2 de junio de 2010

Me encantan los libros para niños



Cada vez que viene un invitado a casa y ve las baldas a rebosar de libros para niños, una pregunta asoma por mi cabeza: ¿He de justificarme ante este alarde de infantilismo? Tras recapacitar unos segundos me respondo a mí mismo con otra cuestión: ¿Acaso no puedo seguir siendo el Peter Pan que soy? Y cuando el invitado me mira, se acerca a la estantería y ojea cualquiera de ellos mientras en su cara triunfa la sonrisa, decido no abrir el pico, coger otro libro y sentarme junto a él.
Los adultos somos prejuiciosos, de eso no cabe duda, más todavía si nos aferramos al material del que están hechos esos estúpidos cajones llamados cánones y que la sociedad ha establecido para hacernos un poco más infelices. Son muchas las veces en las que los estereotipos no nos dejan vivir y pretendemos ser lo que no somos, en una palabra, artificiales, cosa a la que no estoy acostumbrado (por eso tengo un blog como este…, para que todos mis ligues pongan cara de extrañados la primera vez que topan con él… Ja, ja, ja).
Vivir encasillados tampoco nos deja experimentar sensaciones desconocidas que quizá nos llenasen de felicidad… una lástima teniendo en cuenta lo mucho que nos ofrece la inmensidad del mar y el diámetro terrestre, ¡cómo para andarse con remilgos! Pese a ello, algo tenemos que tener claro: un padre no puede ser un amigo, una novia no puede ser una madre, un fontanero no puede ejercer de policía, ni el médico de maestro, todos somos lo que somos, lo que no nos impide disfrutar de lo que otros viven a diario.
Por todo ello, hoy les hago una propuesta: abran las puertas de sus librerías, de sus estantes favoritos, de todos los libros infantiles que tengan escondidos debajo de la almohada, entre los periódicos viejos del salón o sobre la mesilla de noche, y préstenselos a sus parientes, amigos y enemigos para que lleguen a esa conclusión a la que todos nosotros llegamos un día: ME ENCANTAN LOS LIBROS PARA NIÑOS.

P.S.: Y si alguno no llegara a esa conclusión, siempre pueden regalarle el libro álbum que hoy reseño en esta noticia, Cómo enseñar a tus padres a disfrutar de los libros para niños, de Alain Serres y Bruno Heitz, una obra que además de dar muy buenas razones para la lectura de este tipo de libros, hace unos guiños muy graciosos a conocidísimos álbumes ilustrados.